lunes

El negro reglamentario

Obama presidente imperial

Existe una cláusula no escrita ni demasiado difundida -pero claramente perceptible en las pantallas de Hollywood- acerca del porcentaje que las “minorías étnicas” deben ocupar en el protagonismo de las películas que se producen en la factoría filmográfica del imperio. Fue una de las primeras consecuencias a nivel cultural de las luchas por la igualdad de derechos de los años 60. Se supone que la aparición de cada grupo racial debe representar en forma bastante pareja el nivel de población en el conglomerado de la sociedad real estadounidense.
Con ciertos vaivenes, esta norma se viene cumpliendo y actualmente la “gente de color” –no sea cosa de que los llamemos negros- aparece en cerca del 15 por ciento de los papeles y los hispanos en algo así como el 5 por ciento, a pesar de que ambas comunidades alcanzan a sumar un total del 30 por ciento de la población total del país. Y de que los “latinos” (otro eufemismo, ya que en su gran mayoría tienen sangre indígena, esto es, que no son originarios de Lacio ni mucho menos) son hoy la primera minoría no blanca y sajona.
Como sea, el caso es que en cada película norteamericana (si, ya se sabe, los mexicanos también lo son, pero valga por esta vez) hay por lo menos un negro reglamentario. Un afroamericano que más allá de sus dotes actorales, es necesario para cumplir con las cuotas de integración que piden las normas.
Durante el tenebroso paso de George W por la Casa Blanca, Estados Unidos mostró en todo su esplendor la garra imperial, y alcanzó los más altos índices de rechazo en el resto del planeta. Las mentes más lúcidas del país lo señalan con vergüenza, no exenta en muchos casos de sentimientos de culpa genuinos.
La llegada de Barack Obama al Salón Oval es, para la mayoría de las mentes políticamente correctas, el triunfo del igualitarismo y la demostración de que “la gran democracia del norte” es capaz de elegir a un mulato como manifestación cabal de que la integración se ha cumplido. De que el tiempo de los cambios se avecina.
En estas líneas, tan políticamente incorrectas, queremos señalar que el bueno de Obama (afroamericano, si, por parte de padre keniano y madre estadounidense) muy probablemente no termine en otra cosa que haciendo el papel de un negro reglamentario, colocado por la producción de Hollywood para probar que el imperio es capaz de regenerarse, de dejar de lado los métodos bárbaros de George W y seguir representando mejor que cualquier otra nación sobre la tierra el rol del gran civilizador.
El propio Obama lo adelantó en su primer y festejado discurso como presidente electo: “A todos aquellos que nos ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios, a aquellos que se juntan alrededor de las radios en los rincones olvidados del mundo (les digo que) nuestras historias son diversas, pero nuestro destino es compartido, y llega un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense”.
Otra ley no escrita dice que al menos una vez tiene que aparecer en alguna escena la bandera de las barras y las estrellas. Cosa de recordar de qué viene la cosa. Obama ya lo dijo, y el que avisa no es traidor.

Alberto López Girondo
Noviembre de 2008