domingo

Todo pasa, todo llega

Luego de la revuelta popular que sacó del poder en Egipto a Hosni Mubarak, el 11 de febrero pasado, era esperable que, más temprano que tarde, la ola llegara a Siria. Porque la historia moderna de ambas naciones está tan íntimamente ligada como para que el anuncio de la eliminación del estado de excepción que hizo el gobierno de Bashar al Assad termine por convertirse en una muestra inigualable de esta comunión.
La crisis del Canal de Suez, en 1956, dejó como resultado un fuerte liderazgo del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. Siria, que venía de un período de inestabilidad política, se acercó tanto a Egipto que el 1 de febrero de 1958 Nasser y el presidente Shukri al Kuwatli anunciaron la creación de la República Árabe Unida.
Era un experimento difícil de sostener, ya para llegar de un territorio a otro hay que atravesar Israel y parte de Jordania. Y efectivamente, un golpe militar restableció la República Árabe Siria el 28 de septiembre de 1961.
Pero no fueron meses fáciles los que sobrevendrían y otro golpe, dado por oficiales de tinte socialista del ejército sirio el 8 de marzo de 1963, llevó al poder al Partido Baas, panarabista. Desde entonces rige en Siria el estado de excepción, que durante 48 años prohibió, entre otras limitaciones a las libertades democráticas, las protestas callejeras.
El sistema funcionó bastante bien, al punto que en 1971 asumió la presidencia el padre del actual líder, Hafez al Assad, y su dinastía logró permanecer estos 40 años en el poder. Razón suficiente para que los analistas consideraran a Siria más estable y con menos probabilidades de que se produjeran rebeliones.
Extremadamente flaco, alto y con cierto desgarbo, Bashar al Assad –que nació dos años después del estado de sitio, en 1965– estaba en Londres cuando le informaron que había muerto en un extraño accidente su hermano mayor Basel, el heredero natural del clan. Corría el año 1994 y Bashar, a los 28 años, tuvo que cambiar radicalmente su vida.
Él, que había estudiado oftalmología y se imaginaba en algún hospital londinense haciendo sus prácticas, debió volver velozmente y prepararse para su nuevo destino. En pocos meses ingresó a la academia militar y posteriormente a la escuela de guerra de Damasco, donde se forman los cuadros políticos del baasismo. A la muerte de su padre, fue elegido en 2000 con el 97% de los votos.
El año pasado hizo una gira por Latinoamérica. Y se mostró ante un grupo de periodistas porteños como seguro, amplio, moderno y alejado de extremismos religiosos. Sólo causó impacto que ante una pregunta sobre el Holocausto dijera: “Esa es una historia en la que no estuve presente. No había nacido ni ustedes tampoco. Que digan 6 millones, 10 millones, no tengo estos datos precisos porque no estaba presente.”
Pero como todo pasa, según el viejo proverbio árabe que luce Julio Grondona en su anillo, parece haberle llegado la hora a Siria. Y en los últimos días los muertos por la represión llegan al centenar en la región de Daraa, al sur de la capital. A los funerales asistieron unas 20 mil personas, una cifra imposible de imaginar en un país donde precisamente no existe ese derecho. Las consignas, según reflejan las agencias internacionales, eran por libertad y el fin de la corrupción.
El anuncio de que se podría morigerar el sistema represivo incluye también una nueva ley sobre partidos políticos, un aumento de salarios, la distribución de subsidios en el área de salud y la creación de una comisión especial para diseñar planes contra la corrupción.
Antoine Basbous, director del Observatorio de los Países Arabes, le dijo a Ansa que Assad “tiene miedo de la comparación con el tunecino Zine Ben Abidine Ben Ali y Hosni Mubarak, no quiere que crean que su régimen está vacilando como los países vecinos”. Y remató: “No podemos saber si las concesiones que anunció serán suficientes para aplacar a la población.”
Rami Makhluf, primo del presidente y dueño de empresas de telefonía celular en el país, es uno de los personajes que aparecen en muchas de las pancartas como emblema de la corrupción en ese país, donde una minoría del islamismo alauita en torno del 15% controla el poder sobre la mayoría de sunnitas.
Otro presidente en apuros, el yemenita Ali Abdalá Saleh, anunció una amplia amnistía para los militares que pasaron al bando de los rebeldes opositores, y pidió a además la renuncia de los soldados “desertores”. El mandatario –32 años en el poder– ya había propuesto adelantar las elecciones presidenciales para fin de 2011 y no presentarse a un nuevo período. Luego de la masacre de al menos 52 personas hace una semana en Sanaa, la capital, un gobernador, varios embajadores, un general y un grupo de militares se pasaron al bando opositor, lo que presagia un aumento en capacidad de presión y poderío político de los sectores que piden cambios en ese país. En un discurso televisado, el presidente yemenita anunció una “amnistía general” para aquellos que “cometieron esta idiotez”. Palabras que suenan a bravuconada de alguien que se sospecha perdido.
Pero donde la situación puede resultar más sinuosa es en Bahrein, ese pequeño reino del Golfo Pérsico con una superficie equivalente a tres veces la Ciudad de Buenos Aires y millones de barriles de petróleo bajo su suelo. Ese escaso territorio es sede de la V Flota de los Estados Unidos, por tanto un sitio estratégico en el que una revuelta puede resultar fatal para la estructura militar de Washington en la región.
Los opositores chiítas, una mayoría abrumadora del país, exigen desde hace meses cambios políticos sustanciales a la dinastía Al Jalifa, sunita, que reina desde 1783. La forma de resolver la cuestión hasta ahora consistió en prometer cambios mínimos y pedir refuerzos de tropas y armas de Arabia Saudita para reprimir a los manifestantes. Los muertos se cuentan por decenas y según la Organización de Naciones Unidas (ONU) en la última semana de protestas desaparecieron entre 50 y 100 personas.
El vocero del Alto Comisionado de Derechos de la ONU, Rupert Colville, dijo a Ansa que la situación es “muy preocupante”. Entre los desaparecidos hay activistas políticos, defensores de los Derechos Humanos, médicos y enfermeras.
Los métodos represivos en Bahrein se están pareciendo cada vez más a los utilizados por la dictadura militar argentina hace 35 años. Y Washington deja hacer con tal de mantener un status quo cada vez más difícil. Teniendo en cuenta, también, que todo llega.

Tiempo Argentino
Marzo 26- 2011

Avidez energética

Detalle más, detalle menos, como quien dice, la empresa Tepco dio su explicación oficial: “El sismo, que ha obligado a dejar fuera de servicio a todos los reactores de la planta, tuvo un impacto significativo en Tepco en términos de ingresos y del entorno empresarial, al igual que en nuestra misión como suministradores de electricidad. Ahora nos enfrentamos a un desafío de magnitud sin precedentes.” Y explica luego que ese impacto justamente hizo cambiar los parámetros de seguridad en la empresa. “Nos enfrentamos ahora a desafíos de magnitud sin precedentes”, resume el texto colgado en su página web corporativa.
Podría decirse que la explicación de la Tokyo Electric Power Company refleja, con premura, su toma de conciencia acerca de la necesidad de adecuar su política futura en relación con las plantas nucleares que administra en Japón, luego del desastre que provocó el terremoto de 9 grados Richter que se abatió sobre las islas del sol naciente la semana pasada. Sin embargo, es la respuesta que dio hace cerca de dos años, cuando volvió a poner en funcionamiento en forma completa a la planta de Kashiwazaki-Kariwa –la mayor del mundo y con una potencia equivalente a casi tres veces al total actual de Yacyretá– severamente dañada luego del sismo de 6,8 grados Richter que azotó el territorio nipón en las costas de Chuetsu en julio de 2007. Daños que la empresa había tratado de minimizar, hasta que le fue inevitable admitir una fuga radioactiva importante que en ese momento puso en alerta a la OIEA, entonces dirigida por el egipcio Mohammed Al-Baradei.
El cierre de aquella central, como es de prever en un país superindustrializado como Japón, que sobrevive en gran medida gracias a sus exportaciones, provocó pérdidas económicas graves. En su momento, se anunció que las 12 principales fábricas de automóviles habían tenido que reducir su producción en unas 120 mil unidades, según destacó El País de España. Diplomáticos estadounidenses habían dicho entonces –y aparece en las filtraciones WikiLeaks– que “aunque la industria parece haber esquivado la bala esta vez, el terremoto ha revelado la inesperada vulnerabilidad de la cadena de suministro industrial”.
Justamente este es el punto central en el drama que por estos días vive no sólo el archipiélago japonés, sino gran parte del planeta, temeroso de que la radiación emanada de la planta de Fukushima, la que se dañó hace una semana con el terremoto y el posterior tsunami, termine por expandirse de alguna manera por cada rincón del globo terráqueo.
Porque no fue este el único incidente grave en la historia de Tepco, la empresa privada que nació en 1951 como proveedora de energía eléctrica para el área que rodea a la capital japonesa, la más densamente poblada y con mayor desarrollo industrial, por si hiciera falta aclararlo.
La compañía es propietaria del complejo nuclear de Fukushima y de otras dos megacentrales más en ese territorio, donde atiende a cerca de 45 millones de personas en un área de cerca de 40 mil km², el doble del tamaño de la provincia de Tucumán. Declaró ingresos operativos por 60 mil millones de dólares al cierre del año fiscal que cerró en julio de 2010. Pero no es tan explícita a la hora de contar en detalle otros hitos en su historial, que la llevó en estos 60 años a convertirse en la cuarta empresa de electricidad del mundo.
Según la información brindada a las Bolsas de valores, sus acciones están mayoritariamente en manos del Japan Trustee Services Bank y de The Dai-ichi Life Insurance Company. Pero también son accionistas otros bancos como el The Master Trust Bank of Japan, el Sumitomo Mitsui Banking Corporation, el Mizuho Corporate Bank, y la aseguradora Nippon Life Insurance Company. Un dato no menor es que el gobierno de la ciudad de Tokio es un socio menor de la firma, con apenas un 3,2% de acciones, aunque de un peso político indudable.
Porque Tepco, a pesar de haber sido sancionada por falsear información en torno de anteriores incidentes nucleares, y tuvo que cambiar un par de veces sus máximos cargos gerenciales por esa razón, siguió funcionando como si nada.
El caso que más resuena en los organismos internacionales es el de 2007, cuando el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) pidió cerrar Kashiwazaki-Kariwa hasta que se pudiera garantizar la seguridad de sus siete reactores.
“Cuando se decide poner en marcha una central de este tipo, es necesario estudiar minuciosamente la intensidad máxima que se espera de un terremoto. Esa es una de las tareas a realizar en los próximos meses, o quizás en el próximo año, antes de reactivar la planta”, dijo entonces Philippe Jamet, jefe de la misión del OIEA, tras inspeccionar la central ubicada en la provincia de Niigata, en el oeste de Japón. El francés le elevó el informe a Baradei, todavía director del OIEA. La central estuvo fuera de servicio por 21 meses.
Mucha agua corrió por los reactores de las plantas de Tepco desde entonces. Al-Baradei, por ejemplo, se retiró de la OIEA para reaparecer por estas semanas ofreciéndose como salida democrática en Egipto y candidato a presidente. Dejó su lugar al japonés Yukiya Amano, un diplomático no relacionado directamente con la firma nipona. Pero el recuerdo de aquel grave incidente quedó en los archivos del mundillo atómico. Por eso André-Claude Lacoste, presidente de la Agencia de Seguridad Nuclear gala, se apuró a declarar que desconfiaba de la información que pasaba Tepco sobre el estado real de Fukushima. Se le sumaron, claro, las autoridades tokiotas, a pesar de su parte en la composición de la compañía.
No se trata, por supuesto, de cuestionar el uso del átomo para producir electricidad, ni mucho menos de cuestionar la industrialización de un país. Sobre todo viviendo en uno que aspira a desarrollarse generando ambas cosas: energía y trabajo para sus habitantes. Pero sí es bueno advertir el riesgo de que la necesidad energética imperiosa haga olvidar el cuidado de las elementales normas de seguridad –en países altamente sísmicos, como es el caso– y de la convivencia sustentable y pacífica en todos los confines del mundo.
Hace un par de días el arqueólogo estadounidense Richard Hansen informó en un congreso en Yucatán, México, que la civilización maya se extinguió fundamentalmente por la deforestación y otros atentados contra el medio ambiente. La hipótesis no es nueva, pero el experto de la Universidad del Estado de Idaho afirmó haber reunido pruebas incontrastables de que los mayas, una civilización superior que vivió entre el 1000 a. C. y el 150 d. C., utilizaron en demasía madera de los bosques circundantes a sus poblaciones en áreas de la actual frontera entre Guatemala y México. “La excesiva tala para la quema de cal y la producción de estuco con el que se recubrían los edificios” habría causado una crisis letal para esa civilización.
La avidez por los recursos energéticos también está fogoneando el intento de desplazar a toda costa a Muammar Khadafi del poder en Libia. La misma codicia que llevó a los países industrializados a apoyar su régimen con tal de obtener petróleo, ahora los lleva a intentar quitarlo del medio, porque ya no les resulta fiable en el actual contexto regional. Con argumentos que bien podrían utilizarse para intervenir en Bahrein y Yemen, dos regímenes que no se caracterizan precisamente por sus aspiraciones democráticas ni por cuidarse de atacar a la población civil con tal de permanecer en el poder.

Tiempo Argentino
Marzo19-2011

sábado

Los primeros en llegar a Trípoli

Nicolas Sarkozy necesitaba dejar en el olvido sus dos traspiés consecutivos, en Túnez y Egipto. Por eso exageró su irritación contra Muammar Khadafi y se apuró en reconocer diplomáticamente al comité creado por los rebeldes en el este libio. Se le sumó ayer el primer ministro británico Davids Cameron y luego la Unión Europea, que reconoció a la oposición como “interlocutor válido” y a la vez negó la representación oficial al gobierno constituido. Más allá de discutir qué derecho les cabe a las potencias europeas para intervenir en el país norafricano, lo que el continente pretende es volver a ubicarse en un territorio todavía bajo control del coronel que, hasta hace semanas nomás, figuraba entre los más confiables para hacer negocios y esperar a cambio tranquilidad y estabilidad regional.
La cumbre extraordinaria de la UE reunida en Bruselas pidió, además, que el líder libio deje el poder, y estudia aumentar las sanciones económicas, pero por ahora no tomará medidas de manu militari. Como se sabe, hablaron de algún tipo de bloqueo aéreo, que con la excusa de evitar que los leales disparen contra población civil, es en la práctica una intromisión flagrante en la crisis interna apoyando a una de las partes en conflicto. También amenazaron con ataques selectivos contra objetivos determinados, cosa de proteger el bien más preciado en ese territorio que es, claro, el oro negro.
Los países árabes, desde el Magreb hasta el oriente asiático, tienen alrededor del 70% de las reservas de petróleo internacional. Libia, en esta suma de riquezas extinguibles, cuenta con el 3,5% de ese total. En ese contexto, el coronel libio, hasta hace poco un nuevo aliado confiable, pasó a ser enemigo público número uno. Como suele ocurrir, los centros de poder internacional, y en especial Washington, prefieren a líderes salidos de sus propias huestes. Mubarak lo era, al igual que el tunecino Ben Ali. Khadafi, con su pasado antiimperialista, siempre fue para ellos un converso al que alguien, con saña, comparó con el dirigente ferroviario José Pedraza, porque el furor neoliberal de los ’90 le hizo rifar sus antecedentes combativos.
Para explicar el repentino giro “anti-Khadafi” se podría recordar que Libia es una cuña entre Egipto y Túnez, dos países cuya población se levantó contra dictaduras prooccidentales de vieja data y donde no se puede predecir un rumbo, ahora que la ciudadanía recuperó protagonismo aceleradamente. Una Libia manejada por amigos irrefutables de los
EE UU y la UE será, sin dudas, una amenaza contra cualquier tipo de extremismos entre sus vecinos, de allí que el interés intervencionista también tenga un cariz estratégico por el control de un punto vital del planeta.
Por lo pronto, en El Cairo hubo enfrentamientos entre cristianos coptos e islamitas en el barrio de Moqqatam que dejaron un saldo de 13 muertos. Los Hermanos Musulmanes acusaron de la matanza a partidarios de Mubarak. En Túnez, donde comenzó la tormenta política en diciembre pasado, ya suman 70 los partidos que se anotan para presentarse a las elecciones presidenciales programadas para el mes de julio. Allí, el Partido Tahrir expuso por primera vez su programa de gobierno, de carácter confesional, basado en los preceptos del Corán y la aplicación de la ley islámica.
En Yemen, el presidente Saleh sigue en la picota porque la oposición le rechazó un intento de modificar la constitución a su gusto. Bahrein y Omán, dos países sentados sobre millones de barriles de petróleo y manejados por ultraamigos de Washington, recibieron una “ayuda” de 10 mil millones de dólares cada uno, para aplacar las protestas antigubernamentales. El beneficio surgió luego de un encuentro de los ministros de Relaciones Exteriores del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) en la capital saudita, donde emitieron un documento en el que señalan que Khadafi debe irse porque perdió legitimidad. Puertas afuera del cónclave, la represión contra manifestantes chiítas dejaba un saldo de tres heridos en Riad.
Mientras tanto, tres cancilleres del grupo IBSA (que forman India, Brasil y Sudáfrica) subrayaron en un comunicado que cualquier medida a tomarse en Libia debe “contemplar legítimamente el pleno cumplimiento con la Carta de la ONU, dentro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y en estrecha coordinación con la Unión Africana y la Liga Árabe”. El trío de naciones reiteró la esperanza de que cualquier cambio en Medio Oriente y el Norte de África debe “seguir un camino pacífico” y expresó su confianza en una “salida positiva en armonía con las aspiraciones de la gente”.
Ante este panorama, la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, anunció una visita a Túnez y Egipto, en una gira en la que también se reunirá con opositores del líder libio. Tanto el gobierno de Obama como el Pentágono rehuyen en esta etapa una intervención directa. Pero es evidente que apuestan a socavar a Khadafi o, si no pudieran, a crear las condiciones para una guerra civil prolongada, como hicieron desde las devastadoras guerras balcánicas, en los ’90.
Es que el interés de los EEUU en Libia viene de lejos. Cuenta la historia que la primera intervención de los marines fue curiosamente en esa región. Esa fuerza de despliegue rápido, símbolo del imperialismo yanqui si los hay, fue fundada como uno de los batallones que debían luchar por la independencia de las 13 colonias. Y nació en una cervecería de Filadelfia, el 10 de noviembre de 1775, a instancias de Samuel Nicholas, quizás un Homero Simpson de la época. El primer reclutador fue, como era de imaginarse, el dueño de la Tun Tavern, Robert Mullan.
En 1805, el presidente Thomas Jefferson decidió no seguir pagando un “peaje” a piratas de lo que se llamaba Costa Bereber para que no asaltaran barcos mercantes estadounidenses. Los marines emprendieron su primera redada punitiva a lo largo de 600 millas del desierto hasta la ciudad fortificada de Derna, en Trípoli, para rescatar a la tripulación secuestrada del USS Filadelfia.
Su segunda participación fue durante la invasión a México, en 1847, cuando en una veloz operación, tropas de la USMC (United States Marines Corps) tomaron el Palacio Nacional de Chapultepec, conocido como los Salones de Montezuma.
A la vuelta de esa exitosa operación por la que EEUU se apropió de la mitad del territorio mexicano, los soldados canturreaban:

Desde los salones de Montezuma
a las costas de Trípoli
peleamos las batallas de nuestro país
en el aire, en la tierra y en el mar.

El que musicalizó estos textos para convertirlos en el himno “Semper fidelis” (Siempre fiel) fue un integrante del cuerpo de élite, John Philip Sousa, quien luego compuso la marcha “Barras y Estrellas”, célebre en estas pampas como cortina de Radio Colonia y Crónica TV.
La marcha de los marines guía a esos más de 200 mil adalides de la democracia, que se enorgullecen de haber participado en cuanta ocupación hizo Washington en el mundo desde entonces.
Se jactan en su página web (http://www.marines.com) de su última intervención, “Derrocando a un régimen nocivo”, en Irak en 2003. Mucho más alardean de no demorar más de seis horas para llegar a cualquier lugar del mundo donde hagan falta.
Porque son...

Primeros en luchar por el derecho y la libertad
y mantener limpio nuestro honor;
estamos orgullosos de llevar el título
de marines de los Estados Unidos.

Si es que esta vez no llegan antes los europeos.

Tiempo Argentino
Marzo 12 de 2011

Relaciones inapropiadas

Está en el lado equivocado de la historia”, evaluó Barack Obama, y sonó contundente. Por las dudas, quiso reforzar: “Voy a ser muy poco ambiguo sobre esto. El coronel Muammar Khadafi tiene que dejar el poder y marcharse.” El presidente estadounidense indicó luego que los EE UU estudia “toda una gama de opciones” para aplicar en Libia. Si uno se guía por el pasado de incursiones neocoloniales en el mundo, no podría menos que considerarlo una amenaza de intervención armada. Con una escalada que podría comenzar, por ejemplo, con una zona de exclusión aérea sobre el país norafricano, para impedir que la aviación leal a Khadafi ataque a las fuerzas opositoras.
Las palabras de Obama parecen una respuesta a la presión que el espectro conservador viene desplegando para que el Pentágono tome cartas en el problema libio a la usanza de los buenos viejos tiempos. Es así que unos 40 “neocons” enviaron una carta al actual ocupante del Salón Oval para pedirle, también sin ambigüedad, una intervención militar y terminar con Khadafi. “Libia está en el umbral de una catástrofe moral y humanitaria”, dice la nota, en la que se detallan una serie de operaciones posibles, como el incremento de sanciones y el pedido a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que “desarrolle planes operativos a fin de desplegar con urgencia aviones de guerra”.
Entre los signatarios de la carta figuran cuatro personajes muy cercanos a Bush hijo: su ex subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz; su principal asesor sobre Medio Oriente, Elliott Abrams; y dos ex redactores de sus discursos, Marc Thiessen y Peter Wehner.
Pero algo cambió en las relaciones internacionales últimamente. Algo que percibe la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien le puso un manto de sutileza histórica al problema Khadafi. “Una de nuestras mayores preocupaciones es que Libia no se hunda en el caos“, declaró la funcionaria, para explicar: “Los sangrientos enfrentamientos podrían provocar condiciones como en Somalia, que carece hace varios años de un Estado central.”
La operación Devolver la esperanza había comenzado con Bush padre, y terminó en un rotundo fracaso en marzo de 1995, cuando Bill Clinton y la ONU decidieron abandonar Somalia, que quedó en manos de un rosario de señores de la guerra enfrentados a muerte. Aquella intervención tuvo un costo diez veces mayor que la ayuda humanitaria que pretendía sustituir, y fue el despliegue militar estadounidense más grande en ese continente. El extremo del Cuerno de África sigue sin gobierno ni instituciones, dividida en tres proyectos de países que piden reconocimiento de Naciones Unidas (Somalilandia, Puntland y Somalia).
Bill Clinton, como se sabe, es el esposo de Hillary. De manera que ella conoce aquel fracaso en vivo y en directo. Pero también en el Pentágono saben qué se quiere decir cuando se habla de intervención bélica. Y se les frunce la nariz.
En abril de 1986, siendo presidente Ronald Reagan, cazas norteamericanos atacaron Trípoli y Benghazi, en una operación que dejó unos 100 muertos –entre ellos una hija de Khadafi– en represalia por el estallido de una bomba en la discoteca berlinesa “La Belle”, predilecta de los soldados estadounidenses apostados en Alemania, donde murieron tres personas. Reagan había anunciado un golpe “quirúrgico y proporcionado” contra el país acusado por el atentado. Pero Khadafi salió fortalecido. Otras intervenciones que recuerdan en los despachos militares son la invasión a Afganistán y a Irak, que tampoco fueron grandes éxitos políticos.
Es cierto que unos 400 marines de la II Unidad Expedicionaria Marina, con base en Carolina del Norte, desembarcaron en la isla de Creta. Y que también llegaron al Mediterráneo barcos anfibios de asalto. Pero el secretario de Defensa tamizó un poco la cosa. “Las consecuencias de nuestros actos tienen que ser ponderadas muy cuidadosamente. Tenemos que pensar antes de que se use a las fuerzas militares estadounidenses en otro país”, dijo con toda claridad Robert Gates.
En similares términos se manifestó el jefe del Estado Mayor, Mike Mullen, quien cuestionó una de las medidas en análisis, como la creación de una zona de exclusión aérea, por considerarla una operación “extraordinariamente compleja”. En off, resaltó Peer Meinert, de la agencia dpa, los uniformados estadounidenses comentaron que una intervención de los Estados Unidos confirmaría el argumentos de Khadafi, de que la oposición está fogoneada por lacayos de EEUU, que no tienen ningún interés en la democracia sino sólo en el petróleo. Sería como un balazo en el propio pie, sostienen.
Tampoco hay consenso en el núcleo fuerte de la ONU. Guido Westerwelle, ministro alemán de Relaciones Exteriores, comentó que una acción militar ni siquiera estaba en la agenda, y que además, Alemania se opone. China ya había adelantado su repudio al uso de armas, mientras que Rusia rechazó la idea por “superflua” y pidió respetar las sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad. El canciller italiano, Franco Frattini, descartó a su turno cualquier intervención militar por “razones obvias”. Italia ya tuvo su propia aventura bélica en África, entre 1911 y 1943, y con eso le basta.
Para Obama, abrumado aún por la derrota electoral de noviembre pasado que lo puso a merced de los republicanos en el Congreso, y del Tea Party y sus representantes en los medios más recalcitrantes de la derecha, una acción armada siempre puede ser una opción interesante para fijar agenda exterior y desviar los temas que afligen en política interior.
También de esto podría hablarle su secretaria Hillary Rondham Clinton.
Porque como primera dama tuvo que esquivar las dentelladas de los republicanos cuando estalló el affaire de Bill Clinton con la becaria Monica Lewinsky. El caso, según terminó por confesar él, “fue una relación inapropiada”, que permitió la chanza casi cantada de que gobernaba desde el Salón Oral. “Es una operación de la derecha, es inocente”, juraba ella.
El tema fue tomando espesor político en los primeros días del ’98. Y muy pocos dudaron de que el incremento de las presiones contra el régimen de Saddam Hussein eran una forma de desviar la atención.
Porque a medida que el escándalo iba comprometiendo al gobierno, también aumentaba la embestida contra Irak. El 9 de diciembre, un comité del Congreso aprobó un juicio político contra el presidente. El 16, Clinton y el entonces premier britanico Tony Blair deplegaron la operación Zorro del Desierto, el mayor de los bombardeos mientras que Hussein estuvo en el poder. En febrero de 1999, un Clinton recuperado fue absuelto de culpa y cargo por el Senado de los EE UU.
Tal vez la duda con Libia es que ni Obama ni Hillary tienen relaciones inapropiadas. Que se sepa.

Tiempo Argentino
Marzo 5 de 2011

Apuntes sobre la barbarie

El rey, suprema autoridad, apenas dispone de un margen de movimiento ligeramente mayor que el de un peón. Un pobre rey casi paralítico, en las situaciones de mayor peligro, que no puede desplazarse sino con menudos pasos, de cuadrícula en cuadrícula…” La frase del boliviano Marcelo Quiroga Santa Cruz pertenece a una novela que no alcanzó a terminar, Otra vez marzo. Ilustrativo análisis del líder socialista asesinado por paramilitares durante el golpe de julio de 1980 que llevó al poder, circunstancialmente, al narcotraficante Luis García Meza, y que sirve para explicar el exiguo dominio del monarca. No sólo en el ajedrez, esa metáfora política nacida en Oriente en forma de juego.
Algo de esto debe estar pensando Muammar Khadafi, acorralado por una oposición tribal y mediática en la capital libia y en apariencia condenado a la derrota, luego de 42 años de ejercicio del poder en esa nación del Norte de África. Y sintiendo que lo están abandonando muchos de sus viejos amigos, como algunos ministros, diplomáticos y militares. Pero también aquellos viejos enemigos que, solapados, se acercaron a sus mercedes en busca de alguna migaja de esos millones de barriles de petróleo disponibles a pocos kilómetros de distancia de Europa. O de estabilidad en el tablero regional.
El viraje de Khadafi, con un rico pasado antiimperialista, lo acercó, efectivamente, a hacer las paces luego de los ’90 con los poderosos del mundo industrializado. Táctica que lo fue convirtiendo en un interlocutor válido para el combate, por ejemplo, de Al Qaeda o del extremismo islámico.
En ese marco, recompuso relaciones con Italia, que hace justo un siglo –en septiembre de 1911– había comenzado una tardía aventura colonizadora en el otro lado del Mediterráneo. Khadafi estableció una relación tan profunda con Silvio Berlusconi que se rumoreó de negociaciones para venderle al libio su participación accionaria en el club Milan. Decenas de empresas y el propio “Cavaliere” profundizaron desde 2008 relaciones comerciales de toda índole con Libia.
Pero repentinamente, desde que fueron contagiándose en la región revueltas como la que se inició en Túnez para fin de año, esos nuevos mejores amigos occidentales fueron girando a una velocidad de torpedo. Y desde París, Londres y Washington, llueven recomendaciones y amenazas para que se acabe la dura represión que reflejan los medios internacionales, casi todos prendidos a la información que difunde la cadena de televisión Al Jazeera, con sede en Qatar.
Los gobiernos de Cuba y Venezuela, en cambio, tienen una visión diferente de la crisis libia. “Lo que para mí es absolutamente evidente es que a los Estados Unidos no les preocupa en absoluto la paz en Libia, y no vacilará en dar a la OTAN la orden de invadir ese rico país, tal vez en cuestión de horas o muy breves días”, escribió el líder cubano en uno de sus ahora habituales artículos de reflexión.
Fidel Castro insistió en que los Estados Unidos acrecentó su poderío en el mundo a través del control del petróleo mediante sus trasnacionales, método con el que intentó ahogar a la Revolución Cubana y amenazó la soberanía de otras naciones, como es el caso, dijo, de Venezuela. Precisamente desde ese territorio sudamericano, fue el propio presidente Hugo Chávez quien fijó posición desde un Twitter que envió a su ministro de Relaciones Exteriores.
“Vamos Canciller Nicolás (Maduro): dales otra lección a esa ultraderecha pitiyanqui. ¡Viva Libia y su Independencia! ¡Gadafi enfrenta una guerra civil!”, escribió. El funcionario explicó entonces ante su Parlamento que Caracas rechaza la violencia en Libia y acusó al gobierno de Barack Obama de “crear un escenario que convenga a la invasión”. Acto seguido agregó que los medios de comunicación están “manipulando” los acontecimientos actuales en Libia.
La historia de esta parte del mundo es abundante en ejemplos de cómo los medios y los constructores de la memoria han manipulado acontecimientos para construir escenarios de civilización o de barbarie. Tal vez el ejemplo más contundente sea el de Juan Manuel de Rosas, que por su defensa de la soberanía nacional se convirtió en enemigo de las potencias del momento y de sus aliados interiores. Francia y Gran Bretaña bloquearon el estuario del Río de la Plata, como se sabe, y –es una forma resumida de decirlo– el “tirano” respondió con el Combate de la Vuelta de Obligado.
Hubo varios caudillos “dictatoriales” que luego el revisionismo histórico ubicó en otro lugar, como el mariscal Francisco Solano López, atacado por los medios de la segunda mitad del siglo XIX para justificar la Guerra de la Triple Alianza, que destruyó al Paraguay entre 1865 y 1870.
Antes, también en el Paraguay, hubo un personaje igualmente poco querido por la iconografía liberal, José Gaspar de Francia. Una sublime semblanza de este personaje y más aun de los controvertidos fundamentos de un gobierno autocrático escribió Augusto Roa Bastos en la imprescindible novela Yo el Supremo, publicada en 1974. Roa Bastos es el mismo que escribió los guiones de Shunko y Alias Gardelito, de Lautaro Murúa, y de Hijo de hombre y La Sed, de Lucas Demare, entre la docena de filmes en que intervino.
“Los pasquineros consideran indigno que yo vele incansablemente por la dignidad de la República contra los que ansían su ruina. Estados extranjeros. Gobiernos rapaces, insaciables agarradores de lo ajeno. Su perfidia y mala fe las tengo de antiguo bien conocidas”, se enfurece por momentos el Supremo de Roa Bastos.
El que había descubierto el talento y la fuerza expresiva de ese culto empleado paraguayo de una empresa de seguros del centro porteño, donde estaba exiliado, fue Armando Bo, quien en 1957 llevó al cine El trueno entre las hojas. La película, de paso, mostró por primera vez todo el esplendor de Isabel Sarli. Roa Bastos hizo luego Sabaleros, también con el dúo Bo-Sarli.
“El rey no avanza ni siquiera cuando se desplaza hacia adelante, en busca del centro del tablero. Todo desplazamiento suyo es una fuga, un modo de burlar el asedio que lo empuja hacia un ángulo donde sus posibilidades de huir se reducen a tres”, reflexiona Quiroga Santa Cruz. Enemigo del régimen de Hugo Banzer, el boliviano también padeció exilios. En Chile, en Buenos Aires, donde llegó a dar clases en la UBA, en México. Y lo mató una dictadura apoyada por el régimen de Videla.
Representantes de ese régimen genocida ante la Libia de entonces recordaban estos días que Khadafi arriesgó mucho para acercarle armas a la Argentina en la guerra de Malvinas, ese intento de parecer defensor de la soberanía de uno de los gobiernos más proimperialistas en la historia nacional. Pero caramba, de todas maneras era una gesta reivindicativa que otros países solidarios, como lo fue entonces el Perú, no dejaron de reconocer.
¿Cómo habrá que pararse frente a Muammar Khadafi, ahora que aparece acorralado, irascible, irracional? Por supuesto, no se puede aceptar violaciones a los Derechos Humanos. Y se exige el cese de la violencia. Pero hay un puñado de preguntas incómodas por hacer.¿Qué viene, después de Khadafi? ¿Una invasión, la partición de Libia entre caudillos tribales, como en Somalía? ¿Una sangrienta guerra santa que sólo deje en pie a los pozos petrolíferos? ¿Quién mueve los trebejos en el complejo tablero árabe?

Tiempo Argentino
Febrero 26 2011