domingo

Cerca de la revolución

Al finalizar la tercera Guerra Púnica, para el 146 a. C., Roma pudo decir que el Mediterráneo era el Mare nostrum. No había competidores para ese pueblo nacido en la península itálica desde que Escipión Emiliano logró derrotar y destruir Cartago. Desde esas tierras, hoy tunecinas, nació una revuelta popular de la que nadie se aventura a decir qué consecuencias tendrá, pero que preocupa a los Estados Unidos, y especialmente a Europa e Israel, que comparten costas en ese agitado océano.
Es evidente que los cambios que nacieron en Túnez y continuaron en Egipto no tienen punto de retorno, sea lo que sea que ocurra en los próximos días. Porque las manifestaciones en las principales ciudades árabes contra regímenes de todo pelaje que cohabitan en la región provocaron una revuelta de la que por ahora no sobresalen líderes, pero que promete cambiar el esquema estratégico occidental como no se veía desde hace décadas. En pocas palabras: “la llamada facción moderada árabe ya no existe, y se está desplegando un nuevo mapa estratégico en Cercano Oriente”, como expresó a la agencia dpa el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Hachemiyah, Jordania, Adnan Hayajneh.
Algunos analistas hablaron de que la Revolución Francesa había llegado, finalmente, a la otra orilla del Mediterráneo. Otros, justamente por la sucesión de estallidos en dominó, dicen que se parece mucho al 1989 del Este de Europa.
Las causas para el 1789 francés se estudian en las escuelas secundarias, donde se menciona que la necesidad de mayores libertades civiles para los actores económicos de la burguesía incipiente coincidió con una crisis que sumía a la mayoría de la población en la miseria y una escandalosa aristocracia poco propensa a la solidaridad. Luego del primer período de violencia y descontrol, los franceses tuvieron su Napoleón, que intentó esparcir su influencia por el continente europeo. Hasta que, en 1814, meses después del desastre de Leipzig, Europa instaura la restauración absolutista. Napoleón no pudo volver y, como se sabe, tuvo su Waterloo definitivo un año más tarde.
En la caída del bloque soviético hubo factores comparables de descomposición en un sistema que prometía terminar con las desigualdades en el mundo. Pero en este caso, a los errores de un régimen que ya no podía cambiar sus bases de funcionamiento, se agregó una crucial influencia de los Estados Unidos en un operativo de inteligencia que en su momento pareció descabellado a quienes lo propusieron.
Para los años ochenta, la estrategia de Washington hacia América Latina había sido forzar en forma gradual pero consistente la democratización de las dictaduras que habían sido útiles a la hora de combatir a los gobiernos de izquierda de los ’70, pero ya eran una pesada carga política, por sus gruesas violaciones a los Derechos Humanos y el descontento popular.
Con la caída intempestiva del sha de Irán, luego de meses de protestas populares en 1979, el tablero en Medio Oriente había quedado duramente golpeado. Y el ascenso incontrolable de una república islámica fundamentalista en remplazo del régimen prooccidental del monarca Reza Pahlevi fue un toque de atención para los estrategas estadounidenses, que sufrían también por la llegada al poder de los sandinistas en Nicaragua.
De modo que se ensayó un cambio en el modo contención de las protestas sociales y en el enfoque para el manejo de la cosa pública. Si se acusaba de falta de democracia al mundo comunista, no era viable sostener regímenes igualmente represivos de este lado de la Cortina de Hierro.
Cumplida esta etapa, vino la segunda parte del operativo. Como cuenta el estadounidense Carl Bernstein (uno de los que investigó el caso Watergate) en Su Santidad Juan Pablo II y la historia de nuestro tiempo, escrito junto con el italiano Marco Polito, la CIA fue fundamental en la elevación del obispo polaco al trono papal, y luego en coordinar con él los esfuerzos para que desde Polonia se pudiera ir minando el poder real de los comunistas. Sorpresivamente, incluso para los más optimistas, la estrategia dio resultado y el imperio caería en forma casi incruenta.
Las consecuencias fueron, como señala el británico Misha Glenny, el crecimiento de un casi incontrolable modelo de economía ilegal, que reflejó en un libro que ya tiene un par de años pero es un documento insustituible para comprender ese momento, McMafia: el crimen sin fronteras. Allí, el ex corresponsal de The Guardian y la BBC en Europa del Este detalla la forma en que muchos de los nuevos mafiosos se pasaron de sus lugares en la burocracia de cada uno de los países del bloque al tráfico de drogas, de mujeres, de armas y a la apropiación de empresas privatizadas a las apuradas por la ola neoliberal.
Para 2001, las democracias latinoamericanas ya estaban totalmente sumergidas −en todo el sentido de la palabra− en el mismo modelo, obligadas por el Consenso de Washington. El estallido de la Argentina, casi simultáneo con el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre, sentó las bases para un nuevo paradigma en las relaciones con el resto del mundo.
El 20 de marzo próximo se cumplen ocho años del inicio de la invasión a Irak, iniciada por George W. Bush. Saddam Hussein había dado muestras de su poco apego a la democracia desde su ascenso al poder en 1979, en su caso también con ayuda de los Estados Unidos. Había sido útil para llevar adelante la guerra contra Irán de 1980, pero con los años se terminó convirtiendo en un personaje temerario.
Algo pasó en el mundo en estos ocho años. En América Latina, luego de una primera etapa de revulsión social, finalmente Néstor Kirchner llegó al gobierno, meses después de que en Brasil lo hiciera un obrero metalúrgico, algo impensado poco antes. El resto es conocido: el continente fue afianzando su autonomía de los centros de poder y de los organismos económicos internacionales, y fue consolidando lazos para la integración entre los países.
Los Estados Unidos están en mengua, pero no se puede decir que dejaron de ser la principal potencia planetaria. Lo prueba el nivel de aceptación que aún consiguen en la ONU para frenar iniciativas de países que en poco tiempo, según los pronósticos, habrán de tomar su lugar. Pero luego de que sus incursiones en Irak y Afganistán se mostraran como ineficaces, ya no hay lugar para nuevas aventuras en esa sensible región. Algo que el presidente Barack Obama no desconocía, porque, al menos desde agosto de 2010, cuenta con informes de inteligencia que le advertían sobre la posible efervescencia en países gobernados por amigos de Washington. Y estudiaba la forma de canalizarlas en su provecho.
Es difícil predecir el futuro cercano en el convulsionado norte de África. No es posible saber si habrá descontrol e irracionalidad o si surgirán líderes del talante de los latinoamericanos que encaucen las voluntades detrás de un proyecto común y sustentable. Ni siquiera, si las noticias serán buenas para quienes aspiran a construir relaciones pacíficas, estables y duraderas entre los estados. Quizás por eso atrapa e inquieta la noticia de cada día.
Lo que sí es seguro es que ya nada será igual. Y eso implica, después de todo, una revolución.

Tiempo Argentino
Febrero 19 de 2011

lunes

Heavy metal

Manuel Noriega se entregó tras una invasión estadounidense después de varios días de heavy metal en la Nunciatura de Panamá. Hosni Mubarak tuvo que dejar el poder, apurado por multitudes enardecidas en la plaza central de El Cairo. Un destino común liga los ascensos de estos dos hombres de confianza de Washington caídos en desgracia. El final, quién sabe, podría tener aristas similares. Dependerá de lo que haya podido negociar el egipcio en las febriles horas que precedieron a su tan resistida renuncia.
Primer destino común: en Panamá y en Egipto están las dos mayores obras de ingeniería del siglo XIX, que permitieron la primera oleada globalizadora. Y en ambas maravillas tuvo que ver un aristócrata francés, Ferdinand de Lesseps, quien promovió el proyecto y dirigió la construcción del Canal de Suez, que permitió ahorrar semanas a los buques que hacían el recorrido entre el extremo de Asia y Europa. Un camino que resultó vital cuando el petróleo se convirtió en el motor del sistema capitalista industrial y, casualmente, esa región se reveló como una de las fuentes más importantes del oro negro.
Suez fue inaugurado en 1869 y, dicen los conocedores, para la ocasión Giusseppe Verdi presentó la ópera Aída. El mismo vizconde De Lesseps convenció a inversionistas europeos de construir otro canal, en el istmo de Panamá. Pero no tuvo la misma suerte y para 1889 debió renunciar al proyecto, ya bastante avanzado, provocando un gran escándalo financiero que lo llevó a una condena por fraude. La obra, luego de algunos vaivenes, fue encarada por los Estados Unidos, no sin antes haber provocado la escisión de Panamá, hasta entonces provincia de Colombia. Este canal fue inaugurado en 1914.
Para 1956, el entonces líder egipcio Gamal Abdel Nasser buscaba apoyo para la construcción de la represa de Asuán. Francia y el Reino Unido, que tenían la mayoría de las acciones de Suez, intentaron obtener beneficios políticos de esa operación. Inspirador del movimiento de países no alineados y del nacionalismo egipcio, Nasser se negó y recurrió a la Unión Soviética una vez nacionalizado el canal. Hubo un conato de invasión que terminó al cabo de una crisis que amenazó la débil entente de la guerra fría, aunque para la ocasión Moscú y Washington jugaron del mismo lado.
Para 1977, otro líder nacionalista, el general Omar Torrijos, logró su mayor triunfo diplomático, con la firma de un tratado con el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter por el cual Washington habría de ceder el control del canal centroamericano el último día del año 1999. Torrijos, comandante de la Guardia Nacional, estaba en el poder desde 1968, luego de un golpe de estado, y frecuentaba amistades como la de Fidel Castro, aunque nunca rompió con los Estados Unidos. Un delicado equilibrio que, sin embargo, no le garantizó una larga vida. Y a poco de cumplir 52 años, el 31 de julio de 1981, murió en un extraño y sospechoso accidente de aviación cuando la nave en que viajaba, un DeHavilland Twin Otter, explotó en pleno vuelo mientras atravesaba la localidad de Cerro Marta. Hay varios testimonios que adjudican el presunto atentado a la CIA, pero, a pesar de que el caso fue llevado a juicio, nunca prosperó una investigación oficial.
Unos meses más tarde, el 6 de octubre de 1981, el sucesor de Nasser, Anuar el-Sadat era asesinado durante un desfile militar por integristas islámicos. También Carter había tenido que ver con el ex confidente del líder de Egipto, ya que había logrado convencerlo de firmar los históricos acuerdos de Camp David que implicaron el reconocimiento del Estado de Israel y un nuevo posicionamiento de El Cairo como garante de la estabilidad regional.
Así fue que Noriega y Mubarak se hicieron del poder, casi para la misma época. El ex miembro de la Fuerza Aérea de Egipto disfrutó de la tranquilidad que le dio el sistema construido por Nasser y Sadat y acrecentó su dominio sacando del juego −sin miramientos− a quienes podían hacerle sombra entre los propios y a quienes pretendían rumbos democráticos para ese territorio. Mientras tanto, amasó una fortuna importante, que administran su hijo y frustrado sucesor, Gamal, y su esposa, Suzanne, hija de un pediatra egipcio y de una nurse británica.
Noriega tuvo un paso más traumático por el gobierno. Porque, a pesar de que la CIA financió gran parte de su ascenso y digitó la sucesión de Torrijos, muy temprano el militar recibió denuncias y se ordenaron investigaciones en los Estados Unidos por sus vínculos con el narcotráfico. La presión para que diera un paso al costado no se hizo esperar. Pero resulta que no quería dejar el poder. El hombre había sido útil en las duras, y no se quería perder las maduras.
Sin embargo, para las navidades de 1989 era más un problema que una solución, de modo que el entonces presidente George Bush padre ordenó la invasión de Panamá, en una operación llamada “Causa Justa”, que provocó la muerte de al menos 3000 panameños, la mayoría entre la población más pobre. Noriega esperaba que la curia lo protegiera o al menos le diera una salida elegante a la controversia. Su objetivo era defender el pellejo y, si era posible, la fortuna acumulada en esos años de bonanza personal.
Los uniformados, efectivamente, no podían bombardear la solemne residencia, así que apelaron a la tortura psicológica −con perdón de los amantes del Heavy− y con brutos equipos amplificadores atronaron la calle en forma ininterrumpida con música a todo volumen. Alternaban rock pesado con The Howard Stern Show, combinación letal que convenció a los sacerdotes de quitarse de encima al molesto personaje, quien el 3 de enero de 1990 se entregó mansamente.
En Miami lo condenaron a 40 años de prisión, reducida por “buena conducta” a 20. Extraditado a Francia a mediados del 2010, allí recibió otra condena, a siete años, por blanqueo de dinero. Desde la Prison de la Santé confía en una nueva extradición, ahora a su país natal, donde ya lo sentenciaron por el homicidio de varios opositores. No se sabe cuánto dinero le quedó, pero sí llamó la atención en su momento que la justicia le liberara una cuenta para pagar los honorarios de sus abogados, del bufete de Frank Rubino, algo así como 6 millones de dólares. Rubino insistió ante el jurado para que le dejaran presentar documentos que, según dijo, probarían que “el atentado sufrido por Torrijos fue orquestado por agencias del gobierno de los Estados Unidos”. Pero el tribunal no los aceptó como evidencia porque arguyó que podrían violarse las actas de seguridad nacional.
Algún as en la manga tiene también Mubarak. Que le permitió resistir hasta que las Fuerzas Armadas evaluaron que la única forma de que se quedara era apelando a una masacre que no había condiciones políticas para sostener. Y ante la amenaza de terminar como Noriega, teniendo que guardarse la información confidencial para mejor momento y perseguido judicialmente, prefirió la opción Ben Ali. Salvar la fortuna y, si puede, cruzar las fronteras a un retiro dorado. Para no terminar como en el tema “Ride the Lightning”, de Metallica, esperando un relámpago en la silla eléctrica.
Habrá que ver si lo consigue.

Tiempo Argentino
Febrero 12- 2011

sábado

El incendio y las vísperas

Entre los meses de enero y febrero de 1943, en las arenas de Sidi Bouzis, en el centro de Túnez, se desarrolló una de las batallas fundamentales para el control de África del Norte, entre los tanques de la 10ª y la 21ª División Panzer, que comandaba el legendario Erwin Rommel, y efectivos de la Primera División Blindada y del Regimiento 168° de Infantería de los Estados Unidos. Allí mismo, en ese distrito que hoy no tiene más de 40 mil habitantes, comenzaría el 17 de diciembre pasado un levantamiento de imprevisibles consecuencias para el futuro de Medio Oriente y, quién sabe, del resto del mundo.
Esta vez, el protagonista inicial fue un humilde vendedor callejero de 26 años que encendió la llama para que la región se incendiara como no lo había hecho en décadas, envolviendo a gobiernos que hasta ahora garantizaron una estabilidad acorde con los intereses de los Estados Unidos y Europa.
Mohamed Buaziz había nacido en 1984, en un hogar extremadamente pobre que pronto vio agravada su situación cuando murió el padre, sostén de la atribulada familia. El chico tenía tres años y la mala nueva coincidió con el ascenso de Zine El Abidine Ben Ali al poder, tras derrocar a Habib Bourguiba. Mohamed nunca conoció otro gobernante y según dicen sus hermanos, ni falta que le hacía, porque no tenía militancia política y ni siquiera era un fervoroso creyente.
Su única aspiración era, según parece, llevar un bocado para sus hermanos y su madre. Quiso estudiar, claro, pero en su situación esa era una elección insostenible. Así que luego de pasar por varios empleos de poca monta, descubrió que la opción más conveniente sería cargar cotidianamente su carrito hasta el mercado, llenarlo de frutos del país, y llevarlos hasta el pueblo donde, al cabo de un día de suerte, podía sumar alrededor de diez dinares, poco más de cinco dólares.
Poco, pero suficiente como para soñar con que alguno de sus hermanos pudiera llegar a la universidad. Eso si es que la policía no se ponía pesada y exigía más de la cuenta por hacer la vista gorda ante un vendedor ilegal. Porque en todo el mundo estas cosas se arreglan con alguna moneda. Y eso hacía Mohamed. “No tenía permiso, y gestionarlo es muy caro. No podía hacer otra cosa”, relataron a cronistas de los medios británicos los compañeros de desventuras del verdulero ambulante. Ellos conocen del asunto porque también, cotidianamente, hacen el mismo recorrido y pagan los mismos “peajes”.
El 17 de diciembre, como cada mañana, Mohamed estacionó su carrito repleto y, según cuentan testigos del acontecimiento, estaba dispuesto a dar su contribución diaria para que lo dejaran trabajar en paz. Pero esa vez ocurrió algo inesperado: Mohamed, por quién sabe qué cuestión banal, discutió con una policía femenina. El régimen que sostenía a Ben Alí es laico, así que en esas regiones no extraña una mujer uniformada. Y quizás eso tampoco hubiese sido molestia para el joven Mohamed, de no ser porque, en medio de la porfía, la dama le pegó un sonoro cachetazo y luego llamó a dos compañeros de armas para destruir literalmente el carrito frutero e incautarle las mercancías.
Indignado, humillado, Mohamed fue hasta el edificio de la alcaldía a plantear su protesta ante las autoridades, que se negaron a recibirlo. Poca cosa para ellos sería el caso. Pero Mohamed les demostró que se equivocaban. Compró un bidón de combustible, se lo derramó encima y se prendió fuego. Murió el 4 de enero. Diez días más tarde, Ben Alí huyó a la desesperada de Túnez, en medio de las fuertes protestas populares. Poco tardó en extenderse el incendio sobre toda la región.
Así fue que pusieron sus barbas en remojo el rey Abdalá II, de Jordania, que reemplazó a su primer ministro y ahora promueve “medidas rápidas y claras para efectuar reformas política reales”. El presidente yemení Alí Abdalá Saleh, en el gobierno desde hace 32 años, aprovechó que El Cairo estaba casi tomada por manifestantes en contra de Hosni Mubarak para anunciar que renunciaba a disputar un nuevo mandato. Mientras tanto, en Túnez la justicia prometía investigar por malversación de fondos públicos al fugado ex mandatario y a su familia.
El desesperado método de la autoinmolación se hizo conocido a partir de Hoa Tuong Thích Quang Duc, un monje budista vietnamita que en junio de 1963 se quemó en una calle céntrica de Saigón en protesta contra la persecución que sufrían del gobierno de Ngo Dinh Diem, aunque desde la ocupación francesa de ese extremo asiático otros sacerdotes de esa confesión −bonzos− habían practicado ese método de inmolación.
El fotógrafo Malcolm Browne ganó un Pulitzer por la toma que hizo del monje incendiado. La imagen sirvió para poner en el tapete la violencia de un régimen avalado por Washington sólo porque le servía como freno para la expansión del norte comunista. Pero no fue una opción sostenible en el tiempo y en noviembre de ese mismo año Ngo fue derrocado y terminó asesinado.
La prueba de que por entonces en todo el mundo se cocían habas la dio un estudiante checo que protestaba por la ocupación de las tropas soviéticas en su país para abortar lo que se conoció como la Primavera de Praga de 1968, un intento por liberalizar el férreo modelo digitado desde Moscú desde el fin de la guerra. Jan Palach no había cumplido 21 años cuando el 16 de enero de 1969 se prendió fuego en la Plaza de Wenceslao. El entierro de Palach se transformó en una protesta inédita en contra de la ocupación. El vigésimo aniversario de este hecho fue el detonante para la caída final del comunismo en ese país, a fines de 1989.
Los regímenes que gobernaron durante décadas buena parte del mundo árabe fueron en su momento también un freno para el “eje del mal”, identificado con la amenaza soviética. Posteriormente lo serían para aventar el temor al extremismo islámico, encarnado por Al Qaeda desde el 11-S y, en el caso del Egipto de estos días, por la Hermandad Musulmana.
Hay una frase, contundente por lo gráfica, que los historiadores no terminan de corroborar si fue pronunciada alguna vez por el ex presidente Franklin D. Roosevelt y si, en caso afirmativo, la dijo en referencia al dictador anticomunista de Nicaragua Anastasio Somoza padre o al mandamás de República Dominicana Rafael Trujillo: “Ese tipo puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.”
La sentencia calza perfectamente para cualquiera de los gobernantes ahora cuestionados en el mundo árabe. El problema es que sostener a personajes de este talante con tal de evitar otros males no resulta una política sostenible, ni debería ser una salida aceptable para la civilización.

Tiempo Argentino
Febrero 5 de 2011