viernes

El real problema que se esconde en Ferguson

La absolución de Darren Wilson, el policía blanco que el 9 de agosto mató en Ferguson, Missouri, a un adolescente negro, Michael Brown, despertó las iras de la población afrodescendiente en todo Estados Unidos, pero también una polémica de largo alcance que llega hasta el primer mandatario no blanco en la historia del país.
Los medios masivos alcanzaron audiencias impresionantes cuando mostraban las imágenes de saqueos, destrucción de propiedad privada e incendios en varios distritos. El fuego, lo sabe cualquier estudioso de la imagen en movimiento, siempre captura la curiosidad popular. Pero como nunca antes, las redes sociales explotaron al ritmo de las calles, y entre el martes y el miércoles pasados hubo 580 mil tuits citando a Ferguson, según registró Topsy, un sitio que analiza y computa el tráfico en la red. Sólo el hashtag #BlackLivesMatter (las vidas negras importan) tuvo 72 mil menciones en un día.
El primer y más obvio debate sobre el caso rondó en torno de la violencia racial de la policía tanto como de las instituciones judiciales, que en este caso habrían decidido no cuestionar la actitud de Wilson de vaciar el cargador de su pistola sobre un muchacho desarmado. En el primer reportaje que el uniformado dio luego de conocerse el fallo del jurado –que bueno es recordar, al igual que el fiscal alega no haber encontrado razones para elevar el homicidio a juicio a pesar de que la declaración de Wilson se contradice con la de algunos testigos y de que en todo caso la verdad de lo ocurrido se podría haber ventilado en un tribunal público– dice que actuó a conciencia y que volvería a hacer las cosas como las hizo.
Cierto que tras la decisión judicial no hubiera sido conveniente mostrar dudas, ya que seguramente deberá enfrentar un juicio federal como instancia superior. Pero no son pocos los que cuestionan la oportunidad y la forma en que se presentó ante la cadena ABC News. Porque no hizo más que irritar a una sociedad lo suficientemente sensible entonces como para escuchar las declaraciones sin que les sonaran ofensivas.
Elias Isquith, un joven periodista estadounidense que suele publicar en The Atlantic, hizo un análisis quizás algo maquiavélico como reconoce, pero que cuadra perfectamente en cómo se difundieron las noticias. Da por sentado que hubo una conspiración, "pero no para proteger a Wilson de ser sometido a juicio", acota Isquith, sino para "organizar el anuncio de la exoneración del modo más provocativo posible". ¿Para qué? Pues para "manipular al público y a la prensa en el sentido de olvidar la real historia de Ferguson y desviarla hacia la moralidad de los incidentes posteriores".  Isquith apunta para su argumentación que el jurado se expidió fuera de la fecha inicialmente establecida, que el fiscal fue estirando el anuncio durante todo el día y que cada tanto se deslizaba un trascendido favorable al policía. "Todo lo que querían era mejorar la maltrecha imagen de la estructura de poder en Ferguson, no para hacer parecer a las cosas bien, sino para hacer que los manifestantes parezcan peor. Es una estrategia probada, como Rick Perlstein ha documentado, y que ayudó en su momento al presidente Richard Nixon." En Nixonland, Perlestein define la estrategia del mandatario del Watergate para abortar los levantamientos antirraciales de fines de los '60 en el sur de Estados Unidos mediante la manipulación del resentimiento social como arma política.
El otro punto importante en el debate es el de las diferencias sociales y de oportunidades entre negros y blancos y de cómo la pobreza termina siendo un elemento criminalizador para el establishment y los medios más conservadores. Sin embargo hay otro aspecto que sectores liberales estadounidenses –en el buen sentido de la palabra– se encargaron de destacar en estos días.
Paul Craig Roberts es un viejo invitado de esta columna. El hombre fue subsecretario del Tesoro durante la administración de Ronald Reagan y uno de los máximos predicadores de las llamadas Reaganomics, de triste recuerdo. Pero es un liberal consecuente cuando se habla de derechos civiles. Así es que en su sitio web publicó con cierta nostalgia: "Puedo recordar los tiempos en que la policía en Estados Unidos era confiable. Ellos se mantenían a sí mismos bajo control y veían a su papel como útil a ciudadanos e investigadores de delitos. Se encargaban de no presentar cargos contra personas inocentes y de matar ciudadanos sin causa. Esos policías dejarían sus vidas con tal de no cometer un error en el uso de su poder."
Pero todo cambió tras el 11 de septiembre de 2001, o incluso algo antes, señala Roberts. "La policía fue militarizada (…) está enseñada para considerar al público, especialmente a cualquier sospechoso o infractor de tránsito, como una amenaza potencial a la policía. La nueva regla que se les enseña es aplicar violencia al sospechoso o delincuente con el fin de proteger al agente y para interrogarlo sólo luego de asegurarse de que todavía están vivos después de haber sido golpeado, electrocutado (NdR: con una pistola Traser) o baleados."
Roberts se alarma de que la policía actual haya sido preparada, no para investigar crímenes, a la usanza de los viejos detectives de novelas de suspenso diría uno, sino para "protegerse a sí mismos de un público inclinado al crimen, ya sea negro como blanco".
John Whitehead es un abogado y criminalista que hace 32 años fundó el Instituto Rutherford, para la investigación y defensa de las libertades civiles y los Derechos Humanos. Rutherford, aclara en su página de Internet, por un sacerdote escocés que consideraba que ni siquiera un rey podría estar por sobre las leyes. Whitehead comienza su último artículo sobre el caso Ferguson con una frase de un ex oficial de policía y profesor de criminología, Thomas Nolan, nostálgico también de otros tiempos. "Si usted viste a un agente policial como soldado, lo pone sobre vehículos militares y le da armas militares, ellos adoptarán una mentalidad guerrera. Nosotros luchamos contra enemigos, y los enemigos son el pueblo que vive en nuestras ciudades, particularmente la gente de color."
Este clima bien pudiera haber influido en el agente Wilson, quien en su declaración ante el Gran Jurado describió el momento crucial en que comenzó a disparar: "Me atacó y yo disparé pero el arma no funcionó (…) Presioné por tercera vez y disparó (…) Brown me miró con su cara más agresiva, la única forma en que puedo describirlo es que parecía un demonio de lo enfadado que estaba." Luego apretó el gatillo varias veces más, recordó.
Whitehead, montado sobre la certeza que le dejaron las imágenes de policías pertrechados de combate durante la represión de los incidentes en Ferguson, afirma que el debate sobre el racismo es una "efectiva arma de propaganda usada por el gobierno y los medios para distraernos sobre el problema real". ¿Cuál es el verdadero problema?
Tras un recuento sobre el rol del aparato militar industrial en esta era y dentro del propio territorio de Estados Unidos, Whitehead considera que "Ferguson es importante porque nos brinda un anticipo de lo que está por venir. Es una señal de alarma, por así decirlo, para alertar sobre cómo seremos tratados si no intentamos cautelosamente cambiar a la policía estatal. Y no importa si somos negros o blancos, ricos o pobres, republicanos o demócratas. A los ojos del estado corporativo, somos todos enemigos."
La conclusión es para preocupar no sólo a los estadounidenses, pero a ellos en primer lugar. "Desde que cayeron las Torres Gemelas, el pueblo estadounidense ha sido tratado como a  combatientes enemigos, y puede ser espiado, seguido, escaneado, cacheado, buscado, sometido a todo tipo de intrusiones, intimidado, invadido, asaltado, maltratado, censurado, silenciado, baleado, encerrado, y se les niega el debido proceso."
Esto no ocurre sólo puertas adentro y hace unos días el gobierno de Estados Unidos tuvo que comparecer ante el Comité de la ONU contra la Tortura en Ginebra a raíz de múltiples denuncias de abusos y maltratos a prisioneros, migrantes y minorías étnicas.
Una delegación integrada por una treintena de funcionarios estadounidenses tuvo que responder un cuestionario del organismo elaborado en base a las inquietudes de grupos de defensores de las libertades civiles de todo el mundo, y también de Estados Unidos. Era la primera vez que funcionarios de Barack Obama iban a Ginebra a responder por acciones reñidas con los Derechos Humanos. La Casa Blanca admitió haber "cruzado la línea", bastante más de lo que hicieron sus antecesores. Pero tradicionalmente Washington no suele pagar por las faltas que comete. 


Tiempo Argentino
Noviembre 28 de 2014

Ilustró Sócrates

Alzate, alumno dilecto de Petraeus en contrainsurgencia

El general Rubén Darío Alzate, a los 55 años, tiene un historial que puede llenar de orgullo a sus pares. Estudioso, decidido, hizo cursos de liderazgo y de contrainsurgencia en la academia de Fort Leavenworth, en Kansas, y el Army War College (AWC), de Pensilvania. En un país tan íntimamente ligado a Estados Unidos, la carrera de Alzate (nombre simbólico si los hay para un general latinoamericano) puede decirse brillante. Para lo cual necesita, claro, olvidar que se trata de la misma nación que para obtener beneficios leoninos con la construcción del Canal Interoceánico, inaugurado hace justo un siglo, forzó la independencia de la provincia de Panamá.
Como parte de los acuerdos Torrijos-Carter, en 1999 el canal pasó a manos del gobierno panameño. Para la misma fecha, Bill Clinton y Andrés Pastrana firmaban el Plan Colombia, con el objetivo de "terminar con el conflicto armado y crear una zona antinarcótica".  Diez años más tarde, Barack Obama firmaba otro acuerdo con Álvaro Uribe que, ante el cierre de la base de Manta en Ecuador, otorgaba a las tropas estadounidenses prácticamente el control total de siete bases militares desde las que se puede vigilar todo el subcontinente y enviar aviones de guerra a cualquier rincón en pocas horas. El contrato era incluso más leonino que el del viejo Theodore Roosevelt en 1903 y la Corte suspendió su vigencia en 2010.
Los acuerdos que se suelen considerar en todo nuevo "contrato" hablan de los pactos militares previos desde 1952, tras la Segunda Guerra, y no olvidan cuestiones económicas ni el cada vez más creciente combate al tráfico de drogas. Casi la misma edad tiene la guerrilla en ese país.
 El desafío de Juan Manuel Santos de pacificar a Colombia colisionó desde el principio con quien fuera su mentor, Uribe. Convencido de que la paz es el mejor negocio, Santos fue quien más avanzó en negociaciones con los grupos insurgentes y quien más garantiza el cumplimiento de los documentos que se firmen. En este marco desarrolló su carrera el general Alzate.
Como se dijo, es un hombre muy preparado para la guerra y con mejor instrucción aun para trabajar sobre poblaciones civiles en conflictos armados internos. Según recordaba Joshua Goodman, de la agencia AP, Alzate hizo su tesis en el AWC sobre el modo de actuar en escenarios de insurgencia. Para lo cual se basó en textos de Mao Tse Tung y de un intelectual francés, David Galula. Goodman destaca que el alto oficial recibió la insignia de general de manos de otro de esos militares estudiosos, el estadounidense David Petraeus.
Eran los tiempos de crecimiento profesional de ese hijo de un holandés emigrado a Nueva York, quien alcanzaría su zenit y también su caída en la era Obama. Petraeus formó parte de un grupo de oficiales de élite y sólida ilustración que desde la guerra de Bosnia en adelante el Pentágono desplegó en Oriente Medio y Afganistán. Integraba este selecto club otro general de cuatro estrellas y alcance mediático, Stanley McChrystal.
Hay una historia interesante que involucra a este dúo en maniobras y manipulaciones de grueso calibre que en gran medida explican el fracaso de Estados Unidos en sus últimas incursiones armadas. Todo comienza con el almirante William Fallon, designado durante la gestión de George W. Bush comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos para las guerras de Irak y Afganistán.
En marzo de 2008 la revista Esquire publicó el artículo "El Hombre entre la Guerra y la Paz" donde el autor, que mantuvo un contacto muy estrecho con el militar, lo describe como contrario a la estrategia de imponer medidas más duras contra Teherán por su plan nuclear. Fallon tuvo que renunciar y su lugar fue ocupado por Petraeus.
Meses más tarde, otro "top", Stanley McChrystal, se hacía cargo de ambos frentes de batalla. Era el inicio de la administración Obama y todo apuntaba a que el nuevo mandatario iba a cumplir con su promesa de que las tropas volvieran a casa.
 En junio de 2010 la nota de tapa de la revista Rolling Stone (RS) causaba estupor en la Casa Blanca. En un extenso artículo firmado por Michael Mahon Hastings, McChrystal se despachaba con todo tipo de críticas y brulotes contra el gabinete demócrata y ridiculizaba especialmente al vicepresidente Joe Biden. Convocado de urgencia a Washington, tuvo que dimitir.
Muchos entendieron que no había sido inocente al aceptar la entrevista, como tampoco habían creído en la ingenuidad de Fallon dos años antes. Eran sin dudas señales del descontento por cómo se estaban llevando a cabo las acciones en los dos países asiáticos, invadidos luego de los atentados a las Torres Gemelas.
Petraeus popularizó desde las arenas de Irak la que tal vez haya sido su contribución más importante a la estrategia militar estadounidense. Su doctrina de contrainsurgencia, basada en los mismos textos de las guerrillas en Vietnam y Malasia pero con signo inverso, buscaba captar a las poblaciones locales con políticas de seducción más que la sola aplicación de la violencia. Fue como una Biblia que convenció a la dirigencia política de que había una forma de que iraquíes y afganos amaran a los estadounidenses. Y además, que se amaran entre sí, sin diferencias entre talibanes, moderados, chiítas y sunnitas.
"Petraeus casi redefinió el concepto de guerra en un nuevo manual de su autoría (Counterinsurgency Field Manual) que puso en práctica en Irak. Su idea principal era que los Estados Unidos no podían salirse de la guerra. Tenían que proteger y ganarse a la población, vivir entre ellos, para que un gobierno estable y competente pudiera prosperar. El nuevo soldado, según él, debía ser un trabajador social, un planificador físico, un antropólogo y un psicólogo", lo definió Hastings en RS.
Catalogado no sólo como intelectual sino también deportista y de costumbres austeras, Petraeus llevó su experiencia a la CIA, donde fue nombrado director en abril de 2011. Fue su cuarto de hora: el mundo le sonreía y parecía girar según sus predicciones. Daba para confiar en que al dejar Irak y Afganistán las tropas estadounidenses dejarían dos sociedades estables y agradecidas. Si todo hubieses seguido así, Petraeus estaba destinado a ser el nuevo Dwight Eisenhower que le pronosticaban los asesores de imagen. Pero ese soldado adusto y frugal tenía una debilidad. Y cuando en noviembre de 2012 se publicó que mantenía una relación extramatrimonial con una mujer que estaba escribiendo un libro sobre su vida, que para colmo, también era casada, su final quedó echado. Estas horas de violencia en la región prueban que ni siquiera su plan estratégico era lo que hizo creer.
Hastings murió en un accidente automovilístico en junio de 2013 en Los Ángeles, a la edad de 33 años. Poco antes había dejado otro hallazgo, también en la RS, cuando escribió que desde una unidad militar estadounidense se habían puesto en marcha operaciones de inteligencia y manipulación psicológica para conseguir dinero y apoyo político destinado a las guerras asiáticas. Las víctimas habrían sido, según Hastings, desde el senador republicano John McCain hasta el propio jefe de las fuerzas armadas, Mike Mullen. Uno de los mandos de esas operaciones citados en la revista, el teniente coronel Michael Holmes, explica su tarea como "acciones psicológicas aplicadas a la cabeza de la gente para conseguir que el enemigo se comporte como nosotros queremos que se comporte".
El domingo pasado. Alzate, actualmente jefe de la Fuerza de Tarea Conjunta, un grupo de élite contrainsurgente conocido como Titán,  junto con un cabo primero y una abogada que trabaja en esa institución navegaban en bote, vestidos de civil  por el río Atrato. El botero les avisó que estaban cruzando un área de conflicto, pero el general lo hizo seguir. Un poco más adelante fueron detenidos por efectivos de las FARC.
Pudo pasar cualquier cosa, pero los guerrilleros simplemente dejaron ir al botero y se llevaron a los demás. El primero en hablar del secuestro de un general fue el solicito Uribe. Santos confirmó la noticia más tarde, pero agregaba algo que pone las cosas en perspectiva. "Mindefensa y Cdte Gral: quiero que me expliquen por qué BG Alzate rompió todos los protocolos de seguridad y estaba de civil en zona roja", tuiteó el presidente, para anunciar luego que suspendía el diálogo de paz en La Habana.
Todo indica que los tres "retenidos" serán liberados en breve y las negociaciones continuarán. Y sí, el alumno dilecto de Petraeus  y sus jefes deberán dar explicaciones. El caso se parece demasiado a una operación "para que el enemigo se comporte como nosotros queremos que se comporte". Por suerte las FARC no pisaron el palito.

Tiempo Argentino
Noviembre 21 de 2014

Ilustró Sócrates


México y las flores del mal



Hace un par de años, en una charla en el Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos (IADEG), Leopoldo González Aguayo, cientista político y docente en el Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de México, contaba la añeja relación de las fuerzas militares y la dirigencia política de su país con el comercio de droga. Específicamente, ironizaba, en un país que aún lamenta estar tan lejos de Dios como cerca de la principal potencia global, "eso también se lo debemos a los Estados Unidos".
La explicación no tiene desperdicio. Cuando el gobierno de Franklin Delano Roosevelt –que había hecho del aislacionismo en la segunda guerra una bandera, percibió que le iba a resultar imposible mantenerse al margen– evaluó medidas para volver a los campos de batalla. En toda guerra es imprescindible contar con tecnología y una industria poderosa detrás. Pero entonces también se precisaba suficiente y segura provisión de morfina para aliviar los dolores de los soldados heridos o mutilados en combate.
Fue entonces que, recordaba González Aguayo, "Washington le pidió al gobierno mexicano el abastecimiento de la droga, lo que nuestra dirigencia cumplió con esmero, al igual que el Ejército mexicano. Fue así que se estimuló el cultivo masivo de amapolas en el país, esencialmente para producir opio en cantidades industriales." De ese modo se abandonaron cultivos de frutales, legumbres y hortalizas por uno más rentable.
Hay académicos que rechazan esta versión de la historia porque no han encontrado documentación que la verifique. Lo que no es de extrañar ya que se trató de acuerdos secretos. Revelarlos antes hubiese implicado reconocer que EE UU planeaba entrar en guerra. Reconocerlos después, su rol en el desarrollo de un negocio ominoso que cuesta miles de vidas de la forma más violenta y que incluso subyace entre las causas más profundas en la desaparición de los 43 estudiantes del Colegio de Ayotzinapa, un caso que arrastra a la dirigencia política mexicana en pleno a una crisis que bien pudiera ser terminal.
¿Por qué se habría impuesto el proyecto de adormideras el sur del Río Bravo? La primera razón es que las tradicionales regiones asiáticas –el triángulo dorado de Birmania, Laos y Tailandia– habían sido invadidas por Japón. Los "negacionistas" de aquel espaldarazo a una verdadera fiebre por el cultivo de amapolas –de cuyo bulbo se extrae no solo la morfina y la heroína– sostienen que las zonas elegidas en México no son mejores que otras dentro de Estados Unidos.
Sucede que Washington necesitaba garantizarse, además de la morfina, fronteras seguras. En la primera guerra Alemania propuso ayudar al México de la Revolución a recuperar el territorio que le habían birlado medio siglo antes abriendo un frente en el sur estadounidense.
El caso es que abruptamente quedaron miles de hectáreas aptas y productivas sin mercado legal. Ahí es donde comenzaron a tallar las virtudes empresariales de los sectores más dinámicos de otro triángulo dorado, el de Sinaloa, Durango y Chihuahua. "Constituye lo más granado de nuestro emprendedor y exitoso empresariado", ironizaba González Aguayo.
Para esos años, las principales drogas eran la marihuana y posteriormente la cocaína. México era productor de la primera y Colombia se fue haciendo fuerte en nuevas cepas de coca desarrolladas especialmente para cultivarse en la selva. En poco tiempo, los carteles colombianos se convirtieron en verdaderas multinacionales que vendían una cocaína de primera en los principales mercados del mundo. Estados Unidos en primerísimo lugar, y luego Europa. Para ello contaron con la ayuda inestimable de la CIA y la DEA, de fundación más reciente, para cuando el control de drogas se había convertido en una estrategia destinada a la ocupación, con Richard Nixon. Conviene no olvidar el papel de estos organismos en los '80 en la financiación de los Contras en Nicaragua por medio de negocios ilícitos, como la venta de armas a Irán y la comercialización y el peaje para el tráfico de drogas hacia el país del norte, como reveló oportunamente el periodista Carl Bernstein, uno de los investigadores del escándalo de Watergate.
Tras el homicidio de Pablo Escobar Gaviria y el desmembramiento de los cárteles colombianos, comenzaron a destacar los mexicanos, que ingresan la mercadería producida en Colombia o incluso en Perú por la frontera. El 90% de la cocaína que sale de Colombia, atraviesa América Central y sigue ese camino. Pero también venden producción propia: marihuana, heroína y compuestos de diseño, como la metanfetamina. Se supone que el 70% del tráfico de drogas ilegales que entran en Estados Unidos lo hace desde las zonas calientes de Chihuahua, Sonora o Tamaulipas.
Fue así que prosperaron los carteles de Sinaloa, Michoacán, y se hicieron famosos personajes como el Chapo Guzmán y los hermanos Beltrán Leyva. Precisamente un desprendimiento de esta última organización criminal, Guerreros Unidos, mantiene una vieja disputa con los Rojos por el control del negocio en el estado de Guerrero.
Según cifras que recopiló el periodista Gustavo Castillo García en el diario La Jornada: "En Guerrero se produce más de 60% de la amapola y goma de opio de México. Estadísticas de la Organización de Naciones Unidas refieren que en el país, desde 2008, se duplicó el número de hectáreas de este cultivo ilícito, al pasar de 6900 hectáreas a 15 mil, y aumentar la producción de 150 toneladas a más de 325."
En Guerrero permanece sosteniendo su historia de luchas populares, el Colegio Normal Rural de Ayotzinapa. Es uno de las tantas escuelas fundadas en los años 20 para alfabetizar a los campesinos: ese instituto forma maestros rurales con conciencia de su papel en la sociedad. Allí se formaron Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas, miembros luego del grupo Partido de los Pobres en la década del sesenta, ambos tempranamente muertos.
Con estos antecedentes, los distintos gobiernos estaduales o nacionales no vieron conveniente cerrar la escuela, pero en concreto la asfixian financieramente. Es así que los reclamos estudiantiles son moneda corriente entre el distrito de Tixtla y en Chilpancingo, la capital de Guerrero. El 12 de diciembre de 2011 en una de esas manifestaciones la policía reprimió mató a dos de alumnos.
El 26 de septiembre pasado, un grupo de muchachos iban a Iguala también con ánimo de reclamo. Las circunstancias posteriores van saliendo a la luz de a poco. El alcalde José Luis Abarca Velázquez tenía vinculaciones con Guerreros Unidos a través de su esposa. Al parecer, no quería protestas en su municipio, Iguala, y pidió impedir la posible manifestación. Los chicos habían tomado tres ómnibus para trasladarse y fueron detenidos por agentes policiales, quienes los habrían entregado a sicarios del cartel. Al día de hoy 43 siguen desaparecidos y según la fiscalía general de México, fueron asesinados y quemados hasta la disolución en polvo en los fondos de un basural, porque los Guerreros los creyeron miembros de los Rojos.
Los padres de los jóvenes solo confían en el Equipo Argentino de Antropología Forense para identificar los restos hallados. Pero la crisis política arrastra a toda la dirigencia: al PRI en el gobierno central, porque demoró una investigación seria; al PRD, el partido de izquierda fundado por Cuauhtémoc Cárdenas que era la esperanza de cambio, porque tanto el gobernador de Guerrero como el alcalde ganaron con el apoyo de esa agrupación. Las policías, porque se reveló que hasta sus salario suelen ser pagados por los narcos. El Ejército esta vez estuvo casi al margen. Buena la habían llevado en el período del Felipe Calderón en el gobierno, cuando las acciones militares no hicieron más que incrementa a límites demenciales el número y la violencia de las respuestas criminales. Por eso también calla el PAN.
Desde La Habana, los negociadores de paz de las FARC recordaron que Colombia también "ha estado sometida a estas prácticas de intolerancia y barbarie, impuestas por concepciones de defensa diseñadas por la estrategia dominadora de los Estados Unidos".
Las cifras globales no desmienten al grupo guerrillero más viejo de América Latina. Los principales productores de droga del mundo son Colombia, México y Afganistán. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), el negocio representa cerca del 1,5% del PBI mundial, unos 683 mil millones de dólares en 2013, y el 7% de las exportaciones mundiales.
Cómo será que hace un mes la oficina estadística de la Unión Europea, Eurostat, reveló que el PBI de los 28 países de la comunidad es un 2,3% más grande si se le suman los beneficios de la prostitución y del tráfico de drogas. La ONU también alerta que en 2014 las hectáreas cultivadas con amapola en Afganistán crecieron un 7% y que la producción de opio aumentó un 17 por ciento.
Conviene recordar que Estados Unidos mantiene desde 1999 el Plan Colombia, con un enorme despliegue de bases y de militares para supuestamente combatir el narcotráfico. El Plan Mérida, en México, cumple funciones similares desde 2008. Afganistán fue invadido por tropas estadounidenses y de la OTAN en 2001. 

Tiempo Argentino
Noviembre 14 de 2014

Ilustró Sócrates 

Las señales de las urnas

Si algo dejaron en claro las elecciones en Estados Unidos es que el último tramo del mandato de Barack Obama no será precisamente un lecho de rosas. Y parafraseando a Bon Jovi en su canción homónima, el presidente está "sentado frente a un viejo piano, golpeado y herido, tratando de capturar ese momento de la mañana en que no sabe porque todavía la cabeza le da vueltas".
No por previsto, el mazazo electoral duele menos a los demócratas. Es que tanto el resultado como el índice de votantes que prefirieron continuar con su trabajo de cada día en lugar de ir a las urnas, es una prueba, la mas tangible, del descontento con la gestión del primer mandatario negro que ocupa el salón oval de la casa de gobierno de Washington.
Como se sabe, los republicanos recuperan empuje tras la derrota de 2008 y la última de 2012 y ahora tendrán el control total de ambas cámaras. Para el imaginario popular, un presidente de la principal potencia económica y militar del mundo es un señor superpoderoso que hace y deshace a voluntad. Pero si hay un sistema que limita precisamente la voluntad del inquilino de la Casa Blanca es el legislativo estadounidense. Muy pocas cosas se le permiten al mandatario sin lograr el aval del Congreso. Para lo cual, un Parlamento amigo es la mejor noticia que pueda resultar de cualquier comicio, ya sea presidencial como de medio término.
Cierto es que el caso de Obama no es inédito en la historia reciente de Estados Unidos. De hecho, el líder demócrata Bill Clinton había perdido su primera legislativa en 1994, a Ronald Reagan le ocurrió lo mismo en 1986 y el propio Dwight Eisenhower, recordado por Obama el martes mismo, debieron enfrentar escenarios fuertemente opositores y de todas maneras se las arreglaron para terminar reelectos dos años mas tarde.
Pero para Obama, quien deberá dejar el cargo en enero de 2017, la situación tiene aristas más complicadas. Es que llegó al gobierno con la promesa de cambios tan profundos como para hacer pensar en el nacimiento de una nueva era para Estados Unidos. Su triunfo hace seis años ya era en sí mismo una señal de cambios, teniendo en cuenta al color de su piel en un país que para el año de su nacimiento, en 1961, mantenía graves problemas de discriminación con un resultado en violencia racial que hoy podría parecer exagerado.
Además, su promesa de modificar el sistema de salud creado con la matriz individualista del más rancio liberalismo en la época de Richard Nixon, y la de terminar con las guerras en Irak y Afganistán, le habían acarreado la voluntad de millones de ciudadanos del amplio círculo progresista y de las comunidades minoritarias, incluidos negros y lo que genéricamente se conoce como latinos o hispanos.
A poco de andar, sin embargo, Obama pretendió más convencer a las grandes mayorías que forzar las nuevas propuestas. Sabía que los medios iban a ser su gran opositor, pero también que lo sería el consenso generalizado en la sociedad acerca de ciertos marcos legalistas que conforman lo que el estadounidense medio considera positivo y deseable.
No es moralmente aceptado que un presidente, y menos proviniendo de una comunidad étnica que ciertamente una gran masa crítica desprecia, se enfrente enérgicamente con los poderes constitucionales ni con los medios de comunicación. Así fue que eligió el camino de negociar su principal emblema, la ley sanitaria, antes que imponerla, con lo que logró aprobar una normativa que se parece bastante poco a su propuesta original.
Hubo otras dos promesas que en su momento alentaron expectativas: el cierre de la cárcel en Guantánamo, donde acusados de terrorismo pasan años en prisión sin ningún juicio ni derecho a una defensa digna. La otra fue crear un nuevo régimen para legalizar la inmigración que cada día cruza la frontera sur para buscar mejores condiciones de vida en el país del norte.
En ambos casos los republicanos y los medios masivos –con su impronta amarillista y sobre todo conservadora– le fueron con todo a las reformas que pretendía Obama. Que justo es decirlo, tampoco es que contaba con el apoyo total de los miembros parlamentarios de su propio partido. Es que el sesgo conservador atraviesa a toda la sociedad estadounidense, que se permitió apenas el desliz de elegir a Obama y de allí no pasó.
Esos sectores derechizados, tomaron la posta y llegaron a decir que Obama no era nativo de Estados Unidos, porque su madre había vivido muchos añois en Hawaii y en Indonesia y su padre era nigeriano, hasta considerad que las políticas que se proponía eran de tinte socialista.
La respuesta de Obama siempre fue una moderación rayana con la inmovilidad. En algún momento dijo que prefería hacer las cosas como manda el ideario democrático occidental y no terminar acusado de totalitario, como le sucedía al venezolano Hugo Chávez. Elegía exagerar su fervor constitucionalista para no generar mayores rechazos. Una política que no sólo le acarreó tanto a él como al partido demócrata una derrota apabullante y dos años que prometen ser de espanto –ya los líderes republicanos adelantaron que harán lo posible para voltear la ley de salud, y nada indica que no volverán a bloquear iniciativas presupuestarias para dejar otra vez sin presupuesto a la administración pública– sino que le hicieron un daño muy profundo a las esperanzas de los millones que ansían y necesitan de cambios de raíz en el concepto de lo que un estado debe ser y hacer.
Esa decepción se reflejó en la escasa asistencia a la elección, el principal castigo que se le puede hacer a los demócratas. La experiencia indica que los republicanos suelen ser más fieles a la hora de acudir a las urnas. En un país donde el voto no es obligatorio y se necesita anotarse previamente para ejercer ese derecho, y donde además la elecciones siempre son en martes, un día laborable –lo que compromete la voluntad ciudadana– los demócratas ganan cuando logran convencer a los remisos de que los representan. Si no van es que no se sienten representados, que es lo que está ocurriendo.
No viene a cuento repetir que el premio Nobel de la paz fue a una esperanza fallida. Si alguien pensaba en 2008 que todo podría estar peor en política exterior –la única que maneja un presidente de Estados Unidos con cierta libertad– ya habrá comprobado qué lejos estaba de la verdad. Todo fue para peor en cada uno de los lugares en donde Washington intentó meter baza. Y esa es otra cuenta que se le carga a Obama.
Las cifras del ausentismo son para preocupar a quienes se reconocen democráticos. Sobre 227.224.334 ciudadanos autorizados a votar, solo fueron a hacerlo 83.255.000, o sea, el 36,6% en la general, aunque en estados de predominancia hispana, y sobre todo los sur, no llegó ni al 30 por ciento.
Algunos think tanks estadounidenses, como el Pew, se plantean quiénes son ese principal partido estadounidense, el de los no votantes. Y encuentra que un gran sector de ellos son jóvenes de menos de 30 años (se los conoce como "millennials", y son la tercera parte) pero que siete de cada diez son menores de 50 años. Casi el 43% de los no votantes son de las minorías étnicas, entre ellos hispanos, afroamericanos. Pero hay otros datitos interesantes. El 43% de los "milennials", están convencidos de que "Washington está roto". Y en la general, sin distinción de edades, el 54% ciento no les cree ni a los demócratas ni a los republicanos.
Este descrédito de los partidos, que en España alumbra movimientos como el de Podemos, fue un indicativo de cambios en 2008 en Estados Unidos. Lo percibió Obama, que utilizó como lema de campaña "Yes, We Can". O sea, "si, podemos".
Seis años después, la sociedad protestó por lo que Obama no supo, no quiso o no pudo. Y lo hizo como se hace en Estados Unidos, sin votar. Porque entendieron que daba lo mismo. Grave señal. 

jueves

Un mundo nuevo tras la caída del muro de Berlín



Fue el  notable historiador Eric Hobsbawm quien acuñó el concepto «corto siglo XX» para referirse al período entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial y la disolución de la Unión Soviética, 1914- 1991. Razones no le faltan al investigador de origen británico, porque hay una continuidad significativa en esos  87 años que  marcan el surgimiento del primer ensayo comunista y su posterior derrumbe, en medio de la desaparición de los imperios europeos y el surgimiento de Estados Unidos como potencia global dominante.
Hay sin embargo una fecha que simbólicamente preanuncia ese final. En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, hace justo un cuarto de siglo, comenzó literalmente la demolición del muro de Berlín,  ese paredón de unos 120 kilómetros de extensión y casi 4 metros de altura que había separado a las dos Alemanias desde 1961. Era el fin efectivo de la Guerra Fría en su principal campo de batalla de esa disputa entre el mundo occidental o capitalista y el oriental o socialista.
Esa permanente tensión que se expresaba en el territorio desde donde el nazismo intentó construir un imperio para mil años, implicó a partir de 1945 la creación de dos entidades diversas: la República Democrática de Alemania, dentro del campo soviético, y la Republica Federal de Alemania, alineada con Estados Unidos y ocupada con tropas estadounidenses, francesas y británicas.
El paredón se había levantado en agosto de 1961 entre los sectores que dividían la Berlín oriental de la que ocupaban los países occidentales. Mucho se dijo sobre las razones y sinrazones de esa construcción. Lo cierto es que de un lado de la pared los europeos iban tejiendo alianzas entre tradicionales enemigos como Alemania y Francia que llevaron a la creación de la actual Unión Europea. También cimentaron una coalición de tipo militar con Estados Unidos a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).  Ambos dos son protagonistas principales de esa disputa que no cesa, ahora en una de las ex repúblicas soviéticas, Ucrania (ver aparte).
Porque ese momento histórico dio para pensar en qué mundo estaba naciendo en ese adelantado inicio del siglo XXI.  Fue en ese contexto que un hasta ese momento desconocido politólogo de origen japonés, Francis Fukuyama, lanzó desde la tapa de un libro una frase de la que después se arrepentiría. La humanidad había llegado, según el catedrático de  de la Universidad John Hopkins, a la cima de su desarrollo, era «el fin de la historia». Que es como decir, el futuro terminó.
Ese lugar paradisíaco, según deslizaba Fukuyama, era el momento de las democracias liberales, el capitalismo como sistema económico excluyente y el  dominio absoluto de Estados Unidos desde un lugar de imperio político, faro cultural y gendarme mundial. El neoliberalismo, que primero prosperó en América Latina mediante el consenso de Washington en el marco de gobiernos afines, dio lugar a la extensión del poder financiero hasta los últimos rincones del planeta.
UNIPOLARIDAD
Fue entonces que Estados Unidos emprendió cruzadas como la primera guerra del Golfo pérsico, en 1991, tras la invasión de Kuwait  por tropas iraquíes enviadas por el gobierno de Saddam Hussein.  Hussein, que había fluctuado en acercamientos a la Casa Blanca tras la revolución iraní al punto de ser funcional al combate de la República Islámica, de pronto aparecía como enfrentado a los ganadores de la Guerra Fría.
La administración del republicano George Bush padre, el hombre que había sido director de la CIA de 1976 a 1977 y luego vicepresidente de Ronald Reagan entre 1981 y 1989 fue protagonista fundamental de todo ese período previo a la caída de la URSS. Conocía a fondo y había incluso promovido muchas de las decisiones que llevaron a Fukuyama y a muchos otros líderes internacionales a pensar que efectivamente ya no había más que hacer, la historia había llegado a su conclusión. Bush llegó a decir que su lucha era por un Nuevo Orden Mundial. Y pocos lo intentaban desmentir.
Fue en este contexto que la operación contra el Irak de Hussein encontró  un fuerte apoyo en las Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad, que comenzaría a integrar Rusia como heredera del sitial que correspondía a la Unión Soviética, aprobó junto con las otras cuatro potencias –EE UU, China, Francia y Gran Bretaña- una incursión para desplazar a los ejércitos iraquíes de Kuwait. La operación recibió, además, el apoyo de 34 países entre los que estaba la Argentina de Carlos Menem, que envió dos fragatas para sumarse a la Operación Escudo del Desierto.
Durante estos años de oro del imperio estadounidense, ya sea con el primer Bush o con el demócrata Bill Clinton, Estados Unidos y la OTAN tuvieron un rol fundamental por acción o por omisión en algunos de los conflictos más dramáticas de la posguerra fría, como las guerras balcánicas tras la desaparición de Yugoslavia y la de Somalia. Pero poco a poco, esa alianza férrea se fue a su turno disolviendo. Un poco por el propio peso de errores y  de los enormes costos que implicaba poner tropas a lo largo y a lo ancho del globo y por el despliegue de bases militares en los lugares clave para consolidar la Pax Americana.
«La última década del Siglo XX ha sido testigo de cambios teutónicos en los asuntos mundiales... La derrota y el colapso de la Unión Soviética fue el paso final en el rápido ascenso de una potencia del hemisferio occidental, los Estados Unidos, como único, y, en realidad, primer poder verdaderamente mundial», escribió por esos años Zbigniew Brzezinski, quien fuera consejero de seguridad del gobierno de Jimmy Carter y es uno de los estrategas  geopolíticos más respetados por los círculos de poder de Washington y alrededores.
«La cuestión de cómo los Estados Unidos, comprometido mundialmente, se enfrentaría a las complejas relaciones de poder en Euro Asia—y particularmente si ha de prevenir el surgimiento de un poder euroasiático dominante y antagonista—es crucial para poder ejercer su dominio mundial» agregó en «El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos», su libro publicado en 1997 donde desde el título adelanta la conclusión.
EL HIJO PRODIGO
Sin embargo, poco duraría esa era de supremacía por la que luchaba Brzezinski. Tras los dos períodos de Clinton sobrevendría una nueva gestión de los Bush, esta vez en manos de George W, un hombre de escasas luces que se había aferrado al metodismo –esa vertiente puritana protestante nacida en la Gran Bretaña del siglo XVIII- para escapar del alcoholismo. GWB llegó al gobierno luego de una elecciones con el que fuera vicepresidente de Clinton, Al Gore, que terminaron ajustadamente y con denuncias bastante certeras de que hubo fraude en el conteo de votos en el estado de Florida, gobernado entonces por Jeb, otro hermano de la dinastía. Un baldón para la democracia que se mostraba como ejemplar y que tras más de un mes de incertidumbre y de presiones políticas de todo calibre, fue laudado por la Corte Suprema dándole el triunfo a Bush pero en medio del mayor de los desprestigios, que pusieron al sistema electoral estadounidense a la altura de las repúblicas bananeras que habían auspiciado a lo largo de sus intervenciones en al sur del Río Bravo.
Como fuera, Bush hijo tendría su bautismo de fuego el 11 de setiembre de 2001, cuando dos aviones de línea se estrellaron  contra las Torres Gemelas, provocando lo que para algunos representa el primer ataque a gran escala fronteras adentro de los Estados Unidos, y justo en lo que era el símbolo máximo del poder financiero internacional,  en el corazón de Nueva York.
Fue entonces que la historia daría una nueva voltereta, aunque más no fuera para demostrar que seguía habiendo futuro.  Los temores azuzados por los medios y los poderes fácticos desde entonces sirvieron para justificar eso que para los estadounidenses mas aferrados a las libertades civiles comenzaría a ser una de las épocas más oscuras, mediante la profundización de los mecanismos de control social y el endurecimiento de penas por nuevos delitos  en el marco de la lucha antiterrorista. Si Bush padre tejió alianzas para un Nuevo Orden Mundial, Bush hijo lo intentaría hacer lo propio para una lucha a muerte contra el «eje del mal».
Para ejercer el control, GWB contó con las nuevas herramientas tecnológicas que se habían desarrollado en Estados Unidos, como internet, y que había explotado a través de la red web durante los años 90, en la era Clinton. Nacida como una red militar y defendida desde entonces como un arma estratégica fundamental por el Pentágono, internet es el principal reservorio de información sensible de ciudadanos de todo el mundo para las agencias de espionaje estadounidense.
Los años de Bush hijo sumieron a EE UU y al mundo en una catarata de guerras por el dominio de los recursos cada vez más sofisticadas y al mismo tiempo más desembozadas. La invasión de Afganistán en ese mismo 2001 tuvo como excusa el combate del terrorismo y la búsqueda del presunto autor intelectual de los ataques en Nueva York, el saudita Osama bin Laden y de los talibanes que lo acompañaban, quienes  también habían sido aliado de Washington durante la invasión soviética en los 80. 
La invasión a Irak en 2003 fue la forma de culminar la guerra que había iniciado su padre una docena de años antes. La excusa en este caso sería la peligrosidad de Hussein, que tenía un arsenal de armas de destrucción masiva listas para utilizar contra las «naciones libres».  El argumento fue expuesto ante la Asamblea de la ONU por el entonces secretario de Defensa, Colin Powel y logró el apoyo de una coalición occidental bastante menor. La poca credibilidad de argumento, que desoía la información de un comité de el mismo organismo internacional y pasaba sobre las sospechas que se extendían desde varios gobiernos, lograría solo el sostén político y militar de los gobiernos del español José María Aznar y el británico Tony Blair.
INQUILINO NEGRO
Barack Obama pasará a la historia por haber sido el primer ciudadano de raza no blanca en ocupar el Salón Oval de la Casa Blanca. Llegó en representación de los demócratas tras la caída del banco Lehman Brothers en 2008, que desencadenó la crisis económica más importante en el capitalismo desde la de 1930. Llegó, también, en medio de la aversión generalizada por el estado belicista que dejaba Bush y con la promesa, no solo de reimpulsar el crecimiento de la todavía principal economía del mundo y de poner fin a todas las guerras que llevaba adelante Estados Unidos. Asumió, como es de rigor en ese país, un 20 de enero y a fines de ese mismo año de 2009, basados en las promesas de cambio y en medio de lo que se llamó la Primavera Árabe, que hacía presagiar nuevas realidades, le entregaron el Premio Nobel de la Paz.
Pero el mundo de Obama ya era otro. China y Rusia son ahora cabezas de puente de una nueva multipolaridad en la que, a través de entidades como los BRICS, nuclea a Brasil, India y Sudáfrica, cada uno con su propio esquema de ambiciones pero con el objetivo común de disputar el futuro de los próximos años.  Europa, con sus contradicciones, ahora marcha al ritmo que le marca Alemania, una nación que fue superando viejas antinomias internas y desde 2006 tiene como líder a una mujer formada en lo que fuera el área comunista, pero que es ferviente defensora del sistema capitalista.
Poco a poco, las promesas de Obama se fueron convirtiendo en esquivas realidades incluso para quienes habían sostenido con fervor su candidatura en tiempos de Bush. Para peor, no solo no pudo dejar de lado las guerras –de hecho si bien retiró tropas de Irak y Afganistán, terminó forzando nuevas intervenciones- sino que perfeccionó métodos que escandalizarían a los «padres fundadores». Los procedimientos de asesinatos selectivos, como hizo un comando en el refugio de Bin Laden  en Pakistán, se suman a la extensión del espionaje en las redes informáticas y los teléfonos celulares de ciudadanos y mandatarios internacionales, como demostró el ex agente Edward Snwoden.  Y también apañó golpes en América Latina –Honduras y Paraguay- y hasta en Egipto cuando las cosas amenazaban con irse de rumbo.
No pudo hacerlo en Siria para derrocar a Bashar al Assad por el rechazo firme del presidente ruso Vladimir Putin –en ese país está una de las bases militares que queda de la era soviética- como tampoco pudo intervenir en Crimea, donde hay otra. Pero el escenario que enfrenta Obama no desmerecería a su antecesor: guerras e inestabilidad en Irak, Afganistán y Libia y un nuevo enemigo, el grupo yihadista Estado Islámico, que justificaría una intervención militar con los aliados que le quedan: Gran Bretaña, Francia y en menor medida la OTAN.
A nivel político, la orfandad de Estados Unidos tal vez quedó reflejada con la nueva votación en la Asamblea de la ONU contra el embargo a Cuba: de 193 naciones miembro, 188 votaron por el levantamiento del castigo impuesto en 1961 a la revolución. Hubo tres abstenciones de países que poca influencia tienen a nivel diplomático, como Palau, Islas Marshall y Micronesia, y solo dos a favor de la permanencia del embargo, Israel y el propio Estados Unidos. La situación resulta tan comprometida en términos diplomáticos que un editorial del influyente The New York Times, que viene generando consenso para la apertura hacia el gobierno de La Habana, lo resumió así: « Es irónico que una política destinada a aislar a Cuba ha causado el efecto contrario y el que se ha quedado solo es Estados Unidos».

Noviembre 6 de 2014

domingo

Jose Ignacio Torrealba: "Hay una exportación de las ideas latinoamericanas hacia Europa"

José Ignacio Torreblanca es doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid, columnista en el diario El País y dirige la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, “un intento de construir un pensamiento paneuropeo”, explica, con lo que se puede considerar el Ricardo Forster de Europa. De hecho, en su paso por Buenos Aires, además de una serie de charlas, mantuvo un encuentro con el titular de Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.
“El discurso tradicional de la izquierda europea  no ha bebido de los movimientos latinoamericanos. Pero ahora hay gente como Pablo Iglesias, que ha estado en México, con el zapatismo, con el chavismo, y estamos viendo un influjo, una exportación de esas ideas a Europa”, adelanta Torreblanca. Podemos, el partido de Iglesias, amenaza desbancar a los tradicionales PP y PSOE.
-¿Qué le plantea ese Latinoamericanismo a Europa?
-Tiene el diagnóstico de que la socialdemocracia se entregó, que bajó los brazos y que fracasó tanto por la democracia representativa -que no representa porque las elites se aíslan- como por el mercado, porque el proyecto político de mercados libres es como se diría destituyente. Ese doble diagnostico es el que articula con movimientos como el de Podemos, donde veo mucho más latinoamericanismo del que ha sido tradicional en los eurocomunistas o el de las izquierda escandinavas.
-Se siente un dejo de nostalgia es ese análisis.
-No digo yo que fracasó, no convalido el análisis, solo describo lo que dicen esos populismos de izquierdas, que se contraponen a nuestros populismos de derechas, xenófobos, excluyentes. Cuando ves una crisis tan grave como la del euro y miras los niveles de gasto social, participación del Estado en el PBI, esperanza de vida, los europeos nos quejamos y desde afuera puede parecer que decimos que el sistema ha fracasado, pero hay que ver dónde pone uno el umbral. La socialdemocracia ha sido enormemente exitosa a la hora de embridar el capital y generar democracias incluyentes con cohesión social. El grado de movilidad social que hemos visto en España en los últimos 30 años no tiene precedentes en la historia, en cohesión y redistribución de la renta.
-Pero siempre un alto nivel de desocupación. Ese modelo de flexibilización incluso se importó en la Argentina de los 90.
-Hubo un choque entre un pasado ligado a la permanencia en determinadas empresas y la necesidad de flexibilidad, y se hizo un pacto que yo creo perverso en el que quedó gente con contratos para toda la vida y 45 días de indemnización por año trabajado con otros que tuvieron contratos sin indemnización por seis meses. No puedes tener un sistema tan dual con unos privilegiados y otros sin privilegio ninguno, como es el caso de los jóvenes. Ahí es donde comienza una lucha ideológica y un debate profundo. Los escandinavos dicen que no pasa nada en que el mercado sea muy flexible si a cambio tienes un estado que recoge a la gente que queda afuera. “Puedo aceptar una lógica precarizante porque tengo un estado fuerte detrás”, dicen. En ese pacto entra la izquierda y la socialdemocracia escandinava, pero en otros países se quedan simplemente con la precarización: “no, no va a haber un estado fuerte porque eso es insostenible”. Creo que hay repetición a escala local de una contienda avanzada de lo que le va a pasar a todo el mundo.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Es que a los chinos les va a pasar lo mismo. Ya crecieron, ya sacaron a la gente de la pobreza, los brasileños también. Ahora tendrá que decidir cuánto redistribuyen, con qué servicios sociales, qué hacen con las pensiones, con la educación, con el seguro de desempleo, cual es el balance adecuado entre protección social y competitividad.
-Suena duro para los trabajadores…
-Solo puedes legitimar un proyecto político sobre la base de la inclusión, eso está claro, sobre todo porque hay algo evidente y es que la gente vota cada cuatro años…
-Pero en muchos lugares la gente votó algo y después los gobiernos hicieron otra cosa, como en Francia con François Hollande. En Argentina un presidente dijo que si decía la verdad no lo votaban.
-Esa es precisamente la consecuencia más negativa desde el punto de vista político. En algunos países se generó un círculo vicioso entre democracia y populismo, que se alimentan mutuamente. Todo lo que la gente quiere no es posible y lo que es posible la gente no lo quiere. Eso genera que uno cambie de gobierno pero el nuevo adopta las mismas políticas porque perdió el margen de maniobra.
-Cambia el mandatario pero no la política.
-Nosotros tenemos una oportunidad de recuperar la capacidad de emisión en Europa.  La política monetaria se hace en el Banco Central Europeo, donde el voto del gobernador del BC griego vale lo mismo que el del BC alemán. Esta institución se puede legitimar, a pesar de ser técnica, si defiende el interés general de los europeos incluso pasando sobre Alemania. Estamos en un momento único en que mucha gente tiene la sensación –y esa es la tesis de mi libro ¿Quien gobierna Europa?- de que la democracia se ha vaciado de contenido en el ámbito nacional y esta intentando rearmarse en el ámbito supranacional, con las instituciones europeas. Pero se ha quedado en una especie de tierra de nadie, porque se acusa a las instituciones de tecnócratas.
-Pero es que están ligadas e intereses financieros internacionales, como Goldman Sachs y otros.
-Todos entendemos que hay instituciones que deben estar en manos de técnicos, como serla el caso de un consejo de seguridad nuclear.
-También hay quienes ironizan que la economía es algo demasiado serio para dejársela a los economistas.
-Es verdad que estas instituciones independientes se deslegitiman cuando son incapaces de probar que son independientes de aquellos que deben regular y que son capturadas por intereses particulares. Ese es un problema clásico de la política, toda institución tiende a ser capturada por intereses particulares. La forma de legitimarse es no sirviendo a esos intereses sino al interés general, ahí es donde entra el control democrático
-Que es lo que estaría faltando.
-Estos últimos años hemos visto la toma de conciencia de que una cosa es la independencia técnica y de gestión de un órgano y otra el control de sus responsabilidades. Es una pelea enormemente difícil y complicada de la cual va a salir una articulación mayor y la ganancia de espacios políticos para la ciudadanía. Para muchos el conflicto del control político en Europa es un síntoma de una degeneración. Pero quizás es por fin la toma de conciencia de que el viejo despotismo ilustrado de que “gobiernan para ti pero sin ti” abre el espacio para la captura de determinadas instituciones por ciertos intereses y que el que se queda en su casa no cuenta. En las últimas elecciones hemos empezado a elegir proyectos bien diferenciados. La Comisión Europea no termina de ser un gobierno ni Europa termina de armar un sistema político completo, pero ese paso es mucho mejor que aislarse tecnocráticamente y refugiarse en esas instituciones.
-Pero al mismo tiempo surgen movimientos antieuropeos y xenófobos.
- Aunque distorsiones mucho la realidad, ellos nos devuelven una imagen lo suficientemente dislocada o irracional y contraria a los valores europeos que puede tener un efecto reconstitutivo. Es verdad que muchos han sentido que el proceso de integración ha ido demasiado lejos y se ha convertido en una amenaza a sus identidades nacionales. Pero esos populismos de derecha han hecho más visible que Europa debe ser un espacio de valores y democrático y la necesidad de contrarrestar eso con políticas inteligentes. No podemos dar por perdido que un 20 o 30% del electorado se refugie en este tipo de opciones.
-Para los latinoamericanos tiene un profundo significado esa necesidad de encontrar una identidad. ¿Europa también la está buscando?
-Lo que se ha aprendido en esta crisis es que este populismo de derechas es una elección, no es natural ni fatalista ni algo predeterminado. Porque en los países del sur, donde las tasas de desempleo han sido más altas es donde menos extrema derecha tenemos. Hay quienes dicen que esta crisis va a ser como la de los 30 y que la gente se va a echar en manos del fascismo. Eso será en los países ricos, en los países pobres no ha ocurrido. España, con la tasa de desempleo más alta de la UE,  convive con una tasa de inmigración elevadísima y no ha habido ningún incidente.
-Sin embargo, en España está el problema con Cataluña.
-Hay un elemento histórico, un independentismo estable, generacional, que se ha nutrido y aprovechó la crisis para engordar con un discurso que me parece fácil y victimista de que España tiene la culpa y “sin ella nos iría mejor”. Yo creo que todo ese discurso del expolio fiscal en el fondo es un lamento de país rico, parecido al de Alemania cuando dice que los pobres somos unos vagos y que trabaja para subsidiarnos.  No digo que todo el independentismo sea así, pero el discurso de ERC (Izquierda Republicana de Cataluña) es que la única solución es el independentismo. Resulta difícil entender que a la comunidad internacional se le haya pasado que desde 1714 a 2014 hubo una colonia que es Cataluña oprimida por una potencia colonial que es España, de la que debe independizarse.
- Pero si se crean instituciones supranacionales ¿ por qué voy a depender de Madrid o de Londres como el caso escocés, pudiendo depender directamente de Bruselas?.
-Ese argumento también funciona al revés. Es curioso que cuando has conseguido dentro de un estado como puede ser el español, el régimen de descentralización y autonomía casi más alto de Europa, cuando tienes el 90 % de la capacidad de gobierno y queda solo un 10 %, digas “tengo que romper la baraja y salirme”. Es para reflexionar por ambas partes. España es un estado miembro de la UE, no puedo concluir tratados comerciales, no determino mi cuadro macroeconómico, no tengo moneda. No tengo nada. Quedan muy pocas cosas a la estatalidad autónoma y de todas maneras alguien dice que es un estado enorme y opresivo. Creo que es posible construir una estatalidad sin tener que salirse de lo que hay para luego pedir el reingreso.  España es un estado que no termina de construirse completamente. ¿Pero quien cumple su estado de forma completa, Francia que arrasó con todas las lenguas?

TiempoArgentino
Noviembre 2 de 2014