viernes

Las fiestas prohibidas de la DEA



En julio de 2011, la administradora de la agencia antidrogas de Estados Unidos, Michele Leonhart, anunció con toda la pompa el éxito de una misión sin precedentes entre organismos estadounidenses y mexicanos. Bajo el nombre muy adecuado de "Proyecto Delirium", durante 20 meses el operativo conjunto actuó en 13 estados norteamericanos y logró la captura de casi 2000 miembros de La Familia Michoacana, uno de los cárteles más violentos de México. Fue uno de los momentos brillantes en la carrera de la primera mujer en tan alto cargo en la DEA (Drug Enforcement Administration, administración del control de drogas) desde que la agencia fuera fundada por el presidente Richard Nixon, en 1973, poco antes del golpe en Chile. Dato adicional: le sede de la DEA está en Arlington, Virginia. Frente al Pentágono.
Fueron muchas las denuncias contra la DEA en estos años, sobre todo de países latinoamericanos. Es el caso de Bolivia, donde la agencia fue obligada a retirarse de su territorio en 2008 acusada de usar sus actividades como tapadera del espionaje político al gobierno de Evo Morales. Tiempo después, en 2011, fue detenido en Panamá el general de la policía René Sanabria, acusado de tráfico de drogas hacia Estados Unidos.
El affaire Sanabria fue un conflicto importante ya que desde los despachos gubernamentales se preguntaban cómo era posible que acusaran de narcotraficante a un hombre que había trabajado íntimamente con la DEA y protestaban por no haber informado al gobierno de las acciones que se estaban por tomar contra el policía. Consideraron entonces que todo había sido un dispositivo para golpear la credibilidad de Morales en un momento en que el mandatario reclamaba en los organismos internacionales que sacaran a la hoja de coca, de consumo ancestral para los pueblos andinos, de la lista de drogas peligrosas.
Pero nadie se llamó a engaño en La Paz: desde el mismo momento en que se conoció el operativo contra Sanabria sabían que la cosa no terminaría allí. De hecho, no pasó mucho para que ingresaran al policía en el programa de protección de testigos y le ofrecieron un acuerdo con la fiscalía –algo común en el sistema judicial estadounidense– para reducir la pena a cambio de "prender el ventilador". Morales resumió así la situación al recibir el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba: "La DEA no lucha contra el narcotráfico, controla al narcotráfico para usarlo con fines políticos e implicar a dirigentes antiimperialistas."
Dentro de todo, el caso Sanabria es casi escolar, porque no hubo derramamiento de sangre. Diferente es la historia del héroe de la DEA Enrique Camarena Salazar, mexicano de origen, que en 1981 había logrado infiltrarse en el entonces poderoso cartel de Guadalajara. Tres años más tarde, un megaoperativo del que participaron casi 500 soldados mexicanos destruyó el Rancho Búfalo, una plantación de marihuana donde trabajaban más de 3000 personas. No costó mucho que, según los datos oficiales, el capo Miguel Ángel Félix Gallardo descubriera quién era el soplón. Policías que trabajaban para el cártel lo secuestraron a plena luz del día a principios de febrero de 1985 y el 5 de marzo su cuerpo –con señales de haber sido torturado hasta la muerte con saña animal– fue encontrado en el pueblo La Angostura, Michoacán.
La investigación judicial determinó la responsabilidad en el hecho del capo narco pero también de altos cargos policiales y hasta de un cuñado del ex presidente Luis Echeverría. Luego saldrían a la luz hechos escabrosos en torno a la muerte del ídolo de los aspirantes a entrar en la DEA. Entre los responsables reales apuntan a agentes de la CIA presuntamente implicados en el tráfico en Centroamérica. Otras versiones hablan de oscuras relaciones de otros ex presidentes mexicanos en el negocio del narcotráfico, o  de celos profesionales de otro agente que quería dirigir la central de la DEA en ese país. El asesinato de Camarena sirvió para conseguir un aumento de presupuesto. Rafael Caro Quintero, el dueño de la finca Rancho Búfalo, purgó 28 años de cárcel hasta que fue liberado en 2013 y desde entonces se esfumó. 
Un periodista estadounidense, Gary Webb, quien ganó el Premio Pulitzer por sus investigaciones, fue encontrado muerto el 17 de diciembre de 2004. Había publicado artículos en el Mercury News donde detallaba la operación mediante la cual traficantes de drogas nicaragüenses vendieron crack en Los Ángeles para financiar a los contras con el apoyo de la CIA y la DEA. Webb –que reveló la información en Dark Alliance : The CIA, the Contras, and the Crack Cocaine Explosion (Alianza oscura: la CIA, los contras y la explosión del crack)– sabía que era vigilado por organismos gubernamentales, coinciden amigos y colegas. Se estaba por mudar de su casa, según contó Alex Jones en su programa de radio poco tiempo después. Lo cual llamó la atención porque el informe oficial dice que Webb se suicidó. Solo que de más de un balazo y en la cara. Cuando esperaba a la empresa mudadora, que fue la que alertó a la policía.
Las fuentes de Webb poco a poco sacaron el caso a la luz y en sendas entrevistas radiales con Jones, Cele Castillo, otro latino que ocupó el alto puesto en la DEA, desnudó la cruda realidad de la agencia. "Yo no soy ese tipo de individuos que proviene de la izquierda o de la derecha sino que vengo de una familia muy patriótica, muy patriótica, y todos los miembros brindamos servicios al país. Y cuando entré en la DEA pensé que exponiendo mi vida podía hacer algo distinto", le dijo al locutor y documentalista. Luego contó que en seis años en Centroamérica se dio cuenta de que dormían con el enemigo, "estábamos involucrados en el tráfico de drogas y cuando traté de exponer todo el asunto me dijeron:´ Nadie va a querer escucharte. Hacemos esto desde hace años y nadie va a pararnos jamás¨”.
Leonhart entró en la DEA a finales de los 80 y fue designada por el presidente George W., Bush para ocupar el máximo cargo en la agencia en 2008, aunque recibió la aprobación del senado dos años más tarde, ya con Barack Obama en la Casa Blanca. El periodista Phillip Smith había detallado los cuestionamientos contra la mujer, que incluye seis investigaciones abiertas, entre ellas "la masacre de civiles en Honduras, el uso de datos de la NSA para espiar a prácticamente todos los estadounidenses, la sistemática fabricación de pruebas y el controvertido uso de informantes confidenciales para abrir investigaciones”.
Leonhart, sin embargo, tuvo que dar la cara en el Senado por las fiestas sexuales de las que participaron durante años los agentes de la DEA en Colombia. Los conocedores del entramado legislativo estadounidense recuerdan que si bien la ley que creó a la agencia le otorga el control parlamentario, nunca se indagó en el Capitolio sobre qué hace y cómo, no sólo en Estados Unidos sino en el resto del mundo, a pesar de las denuncias mediáticas. Pero la moral sexual es otra cosa.
Tras la publicación del escándalo sexual, el Comité de Vigilancia de la Cámara Alta criticó que Leonhart –que solamente suspendió a siete agentes por unos días– fuera incapaz de imponer disciplina. "El castigo equivale a unas vacaciones pagadas", se indignaron.
No era la primera vez que ocurrían este tipo de festejos. Agentes del servicio secreto encargados de velar por la seguridad de Obama en la Cumbre de las Américas que se desarrolló en Cartagena en abril de 2012 también se habían prendido en festejos con prostitutas. Trece agentes recibieron sanciones y perdieron parte de sus sueldos temporariamente.
El general Petraeus, que comandara las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán, tuvo que renunciar a la dirección de la CIA el 9 de noviembre de 2012 luego de que se difundiera que tuvo una aventura extramatrimonial con su biógrafa Paula Broadwell. Nunca debió responder por la situación en que quedó esa parte del mundo, donde los muertos se acumulan cotidianamente desde las invasiones de 2001 y 2003. En Estados Unidos cualquier error o demasía encuentra justificación y olvido, por una falta contra la moral puritana, en cambio, alguien debe pagar algún costo.  

Tiempo Argentino
Abril 24 de 2015

Ilustró Sócrates 

Rock pesado en Panamá

Dicen en Panamá que desde la invasión estadounidense del 20 de diciembre de 1989 no se veían tantos helicópteros sobrevolando la ciudad. Esa vez, tropas de la 82 División Aerotransportada de Estados Unidos enviadas por orden del presidente George Bush padre bombardearon el barrio En Chorrillo, donde estaban ubicados los cuarteles donde se alojaba el presidente Manuel Noriega. Hombre de la CIA y protegido de los organismos de seguridad estadounidenses, Noriega de pronto se convirtió en enemigo público de Washington.
¿Sabían los estrategas de la Casa Blanca que Noriega era el asesino y narcotraficante que a fines de los '80 llegó a ser para los medios de comunicación masivos? Sí, pero mientras les sirvió para combatir al sandinismo, entre otros "favores", no tuvieron problemas en bancarlo. El caso es que cuando se quisieron deshacer de él aparecieron denuncias de su relación con el cártel de Medellín, que comandaba Pablo Escobar, y de sus tendencias homicidas contra opositores políticos. Así fue que un contingente de unos 26 mil soldados de elite inició el ataque para expulsar del poder al gobierno que antes había hecho lo posible por mantener en el poder.
Hubo un hecho tragicómico en la denominada Operación Causa Justa, que costó la vida a unos 6000 panameños inocentes de todos esos delitos compartidos. Porque tras los profusos tiroteos contra el búnker de Noriega, el dictador temía por su vida y se refugió en la Nunciatura Apostólica de Panamá. Como una agresión a la sede católica hubiese sido demasiado incluso para un gobierno como el de Bush padre (que por otro lado, había sido director de la CIA cuando Noriega era "amigo de la casa"), los invasores colocaron los equipos de música más poderosos frente al edificio y pusieron rock pesado a todo volumen. Unas horas más tarde, ante la alteración de sus anfitriones eclesiásticos, Noriega se entregó mansamente. Juzgado en Miami, fue condenado en 1992 a 40 años de prisión. En 2011, tras haber cumplido parte de su sentencia en Estados Unidos por narcotráfico y otra en Francia por lavado de dinero, regreso a Panamá, donde todavía debe pagar por sus crímenes políticos.
Ahora los helicópteros sobrevolaban Panamá como parte de la custodia de Barack Obama, que viajaba al país centroamericano para participar de la Cumbre de presidentes americanos más caliente desde aquella de 2005 en Mar del Plata en que un grupo de díscolos le dijo No al ALCA a George Bush hijo en persona.
Al anunciado regreso de Cuba a este foro continental, una posibilidad abierta con la reapertura del diálogo entre Washington y La Habana iniciado en diciembre pasado, se sumó la avanzada de Obama sobre el gobierno venezolano. Lo que levantó protestas y críticas de un amplio abanico de mandatarios latinoamericanos que no saldrían jamás en defensa de Noriega, pero no aceptan esa imagen de los golpes de Estado auspiciados y financiados por Estados Unidos, desde el del guatemalteco Jacobo Arbenz hasta el de Salvador Allende y la dictadura argentina. Y tampoco admiten golpes institucionales como los que derrocaron a Manuel Zelaya o Fernando Lugo.
Por esta razón, Obama le bajó un poco los decibeles al rock pesado que había desplegado contra el presidente Nicolás Maduro cuando firmó el decreto en que declaraba a Venezuela como una amenaza contra Estados Unidos. Así fue que en una entrevista con la agencia española EFE dijo que no cree que "Venezuela sea una amenaza para Estados Unidos y Estados Unidos no es una amenaza para el gobierno de Venezuela", y se promovió como abierto al diálogo con Caracas. Eso sí, dijo que está "preocupado por cómo el gobierno venezolano sigue esforzándose por intimidar a sus adversarios políticos".
La actitud de fiscal de la democracia y los derechos humanos que se atribuye la dirigencia estadounidense es el principal escollo para un buen entendimiento entre vecinos incómodos como los países latinoamericanos y los de origen anglosajón. A eso se refieren quienes llaman a esas acciones unilaterales como injerencia en los asuntos de otras naciones. El jefe de Gabinete argentino, Aníbal Fernández, lo expresó en su tono ácido cuando le recordó a la subsecretaria para Asuntos Hemisféricos de EE UU, Roberta Jacobson, que había cuestionado la marcha de la economía vernácula, que "no está bien eso de mirar la paja en el ojo ajeno". Una frase adecuada sobre todo si se destaca que el mismo día un afrodescendiente era asesinado por un policía en North Charleston, en el enésimo caso de gatillo fácil racial en los últimos meses en ese país.
Que Panamá iba a ser un escenario de debates, polémicas y enfrentamientos era un tema clavado por el regreso de Cuba y el embate contra Venezuela. Y las expectativas no resultaron defraudadas. Un grupo de 25 ex presidentes latinoamericanos, todos ellos de derecha y que no pudieron dejar herencia política en los nuevos tiempos que se viven en la región, se juntaron con el no menos derechista español José María Aznar para emitir una declaración donde hablan del "silencio complaciente" de los actuales mandatarios sobre la situación venezolana. Como era de prever, también dijeron que convocarán a otras fuerzas de la región e incluso a demócratas y republicanos de Estados Unidos en esta cruzada en defensa de "la libertad y la democracia". A esta lista de antichavistas se unió semanas atrás el representante del PSOE  Felipe González, que se presentó como defensor de dos dirigentes opositores presos en Venezuela, junto con otro puñado de ex presidentes latinoamericanos.
No muy lejos de allí, un grupo de opositores al gobierno cubano habían organizado un foro contra el acercamiento de Obama con Raúl Castro. El gobierno cubano lanzó una protesta inmediata contra la presencia en Panamá de Félix Rodríguez Mendigutía, un antiguo miembro de la CIA que participó en decenas de ataques terroristas contra la revolución cubana y es considerado como el asesino del Che Guevara.
Las autoridades cubanas salieron a denunciar la presencia del agente, a quien sindican como ligado a la CIA desde que Fidel Castro y el Che tomaron el poder en La Habana, en 1959. "Comenzó a entrenarse, en una base del Canal de Panamá, en explosivos, demoliciones, sabotajes y otras técnicas de operaciones encubiertas" (…), sus acciones subversivas se extienden por Cuba, Uruguay, Brasil, Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador, entre otras naciones de nuestro continente", señaló Ricardo Guardia Lugo, presidente de la Organización Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes (Oclae), en una carta pública dirigida a los organizadores del Foro de la Sociedad Civil que se realizó en paralelo.
Rodríguez Mendigutía, de 73 años, participó en la invasión de Playa Girón y es otro de los vinculados con el escándalo Irán- Contras, para contribuir con actividades ilegales en la financiación de los grupos antisandinistas en los primeros años '80. Noriega era la otra pata del "negocio". Pero fundamentalmente será recordado por haber sido el agente enviado por la CIA a Bolivia en 1967 cuando se confirmó la presencia del Che en Ñancahuazú, donde fue encubierto bajo la personalidad del empresario Félix Ramos. Fue el que envió al Batallón Ranger a La Higuera, donde fue capturado el guerrillero argentino-cubano.
La actitud de Obama en relación con lo que por sus pagos se conoce como "el patio trasero" es ambigua. Por un lado está buscando un acercamiento, no por propia voluntad sino por la fuerza de los hechos, como sucede con Cuba. Pero por el otro quiere demostrar que no es blando y entonces "castiga" a gobiernos que lo enfrentan. El caso de Venezuela es paradigmático. Como una muestra de que piensa ir un paso más adelante, intenta ahora minar parte de sus apoyos en el Caribe. Por eso, antes de hacer escala en Panamá pasó por Jamaica, donde se reunían los países del Caribe nucleados en el Caricom. Espera poder torcer voluntades prometiendo petróleo subsidiado, como le viene entregando Venezuela desde la época de Hugo Chávez.
Otra forma de poner rock pesado en la región caribeña, como hace un cuarto de siglo.

Tiempo Argentino
Abril 10 de 2015

Ilustró Sócrates


martes

Las batallas del siglo XXI



En setiembre pasado, el papa Francisco visitó el cementerio de Fogliano Redipuglia, cerca de la frontera con Eslovenia, donde descansan los restos de miles de caídos en el frente nordeste de Italia durante la Primera Guerra Mundial. Fue su modo de recordar el centenario de una disputa que dejó unos 20 millones de muertos, pero que no sería la última gran batalla por el control del mundo. Desde ese lugar, el pontífice argentino advirtió que hoy puede hablarse de «una Tercera Guerra Mundial». Una simple observación del mapa de puntos críticos que pueden envolver al mundo en una nueva y fatal conflagración le da la razón a Jorge Bergoglio, con el agregado de que en algunos lugares calientes del planeta, incluso, la amenaza es nuclear.
 En los últimos meses el riesgo de una gran contienda similar a las dos que vivió el siglo XX se extiende peligrosamente en algunas regiones críticas del globo. Pero a diferencia de la Primera y la Segunda Guerra, cuando era posible determinar los bandos enemigos, hoy todo resulta más difuso. Porque por un lado aparece el extremismo identificado como Estado Islámico (EI), que controla amplias regiones en Irak y Siria y sumó a otro grupo terrorista, Boko Haram, de Nigeria. Conocido en algunos distritos como ISIS, por las siglas en inglés para Estado Islámico de Irak y el Levante, o DAESH, por su acrónimo árabe, aboga por la construcción de un califato de tipo medieval en zonas de población árabe, regido por una interpretación radical del Corán, y cobró notoriedad en todo el mundo tras la difusión de una serie de videos en los que sus milicianos muestran atrocidades pocas veces vistas, desde degüellos hasta quema de personas, en una expresión de tétrico marketing del horror. Son también designados genéricamente como yihadistas, porque defienden el concepto de «guerra santa» para imponer la sharía (ley islámica), pero como no son un estado constituido, están al margen de la ONU y la única sanción posible sería la aniquilación a manos de fuerzas coordinadas bajo su amparo. Algo que Estados Unidos viene pretendiendo imponer desde que tras el retiro de sus tropas en Irak se fue conformando este descalabro generalizado en la región.
El otro punto de gravedad superlativa es Ucrania, que desde el derrocamiento de Viktor Yanukovich en febrero de 2014 potenció viejas rencillas nacionales y provocó en primer lugar la reincorporación de la región de Crimea a la Federación Rusa un mes más tarde y luego una guerra civil en el este ucraniano, donde la población es mayoritariamente prorrusa. El oeste del país se alinea con la Unión Europea, aunque sus espadas en el terreno son militantes ultraderechistas que apelan a métodos violentos aprendidos del fascismo. Tampoco ellos tienen demasiado apego a las normas de convivencia internacionales.
Dada la relativa cercanía de ambos escenarios y teniendo en cuenta que tanto en Crimea como en la ciudad de Tartus, Siria, hay bases militares rusas, es dable entender que Rusia –y especialmente su presidente, Vladimir Putin– sea en realidad el verdadero enemigo para los estrategas del Pentágono.

La parábola de Obama
Con la llegada de un hombre negro al poder en Estados Unidos en 2009, una nueva señal pareció alumbrar desde Washington, luego de las controvertidas invasiones a Irak y Afganistán que había iniciado George W. Bush. En esta certeza, Obama fue ungido con el premio Nobel de la Paz a fines de ese mismo año.
Poco antes había lanzado desde El Cairo un discurso que parecía alentador. «He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y los musulmanes en todo el mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo…», dijo el presidente demócrata ante un auditorio que lo contemplaba complacido en el aula magna de la Universidad Islámica de Al-Azhar.
A tal punto llegaba el sesgo pacifista que en julio de 2009 Obama viajó a Moscú para decirles a los mandatarios rusos –Dmitri Medvedev, presidente, y Putin, primer ministro– que «ningún país puede afrontar los desafíos del siglo XXI por su cuenta, ni imponer sus condiciones al mundo. Es por eso que Estados Unidos busca un sistema internacional que permita a las naciones perseguir sus intereses en paz, sobre todo cuando esos intereses sean divergentes; un sistema donde se respeten los derechos universales de los seres humanos, y se rechacen violaciones a esos derechos; un sistema en el que tengamos con nosotros los mismos estándares que aplicamos a otras naciones, con derechos y responsabilidades claras para todos».
Parecía un giro de 180 grados con respecto a la política beligerante que predominaba en ese país. En mayo de 2010 Obama presentó su primera Estrategia de Defensa Nacional. La Ley de Reorganización del Departamento de Defensa de Goldwater-Nichols, de 1986, obliga a que cada presidente eleve un informe anual al Congreso sobre el rol militar que su gestión le asigna a Estados Unidos en el mundo. Obama siguió la misma línea que había abierto en El Cairo y Moscú un año antes. Mencionaba allí ese esperanzado discurso en la capital rusa y agregaba su compromiso con «nuestros amigos y aliados en Europa, Asia, América y Oriente (…) incluyendo a China, India y Rusia, así como naciones cada vez más influyentes como Brasil, Sudáfrica e Indonesia».
Eran los tiempos en que el retiro de tropas de Irak y Afganistán tenía fecha firme y la Casa Blanca necesitaba acuerdos con el resto de las potencias para garantizar la paz. También eran los tiempos en que Estados Unidos padecía una crisis económica y financiera que asfixiaba sus recursos, como reconocía en aquel documento que ahora parece histórico. A sus aliados de la OTAN no les iba mejor, y además era notorio el crecimiento de las potencias emergentes que terminarían uniéndose en el BRICS, y de otros países latinoamericanos que poco a poco iban  alcanzando mayores grados de libertad respecto de Washington.

Lo que parece un análisis económico geopolítico es el punto de partida para el segundo informe de Estrategia de Defensa Nacional, que Obama presentó en febrero pasado. Allí hay un profundo cambio en la concepción geopolítica. Ya la administración demócrata no habla de crisis y economía de esfuerzos sino más bien informa que crecieron el empleo y el PBI y China sigue siendo amigo de Estados Unidos, pero ahora Rusia es una amenaza, lo mismo que los grupos fundamentalistas que crecieron bajo el amparo de sus propias políticas en relación con el mundo islámico. «El extremismo violento y una amenaza terrorista en evolución plantean un riesgo persistente de ataques contra Estados Unidos y nuestros aliados. La escalada de desafíos a la seguridad cibernética, la agresión por parte de Rusia, los impactos de aceleración del cambio climático y el brote de enfermedades infecciosas dan lugar a preocupaciones acerca de la seguridad global».
Pero el cambio más dramático está expuesto en la siguiente frase: «Cualquier estrategia exitosa para garantizar la seguridad del pueblo estadounidense y avanzar en nuestros intereses de seguridad nacional debe comenzar con una verdad innegable, Estados Unidos debe liderar. Un liderazgo estadounidense fuerte y sostenido es esencial para un orden internacional basado en normas que promuevan la seguridad global y la prosperidad, así como la dignidad y los derechos humanos de todos los pueblos. La pregunta no es si Estados Unidos debe liderar o no, sino cómo debe hacerlo».
Luego detalla las ventajas de acciones conjuntas y señala cómo su gobierno lidera con más de 60 socios «una campaña mundial para degradar y en última instancia derrotar a Estado Islámico en Irak y Siria» y cómo «hombro con hombro con nuestros aliados europeos, estamos haciendo cumplir duras sanciones a Rusia para imponer costos e impedir futuras agresiones».
¿Qué pasó entre un informe y otro? ¿Cómo fue que el Premio Nobel de la Paz se involucró en una escalada que potenció a grupos extremistas sin mucho apego por las formas y los valores que Estados Unidos dice sustentar? ¿Cómo fue que Rusia de pronto se convirtió en un enemigo de fuste, reviviendo los peores momentos de la Guerra Fría?
Luego de aquel discurso de El Cairo, comenzaron en el norte de África levantamientos populares, fomentados desde redes sociales, que se conocieron como la Primavera Árabe. Los gobiernos autocráticos de Túnez, Egipto y Yemen alineados con Occidente tuvieron que irse ante las protestas masivas y luego de brutales represiones.  También debieron enfrentar este tipo de cuestionamientos mandatarios para nada proestadounidenses, como los de Libia y Siria.
Pero el tablero internacional no daba para revoluciones democráticas, y prontamente tomaron el poder otros «amigos». La caída de Muammar Khadafi en Libia llevó el caos al país, que se desmembró en bandos tribales, algunos de ellos vinculados con extremistas islámicos.
El caso sirio es más complicado y revela hasta qué punto algunas acciones políticas solapadas despiertan resultados demenciales. Porque el presidente Bashar al Assad es heredero de una dinastía que gobierna a nombre del partido Baas, socialista moderado y laico en una región subyugada por el fundamentalismo religioso. Para derrotarlo, la coalición de la que hace gala Obama en su documento al Congreso no dudó en apoyar a los grupos yihadistas más fanatizados. Cuesta creer que esos milicianos se hayan desbordado en pos de un califato sin que quienes los financiaron –entre los cuales está en primer lugar Arabia Saudita– lo hayan podido prever. Ya había pasado en Afganistán a fines de los 80, cuando para combatir la intervención soviética, desde la CIA entrenaron a los talibán, que luego demostraron ser un grupo fundamentalista y retrógrado. Allí nacería, según el discurso oficial, el grupo Al Qaeda, que ahora dejó su lugar protagónico a EI.
En muy poco tiempo, EI tomó parte del territorio de Irak y Siria. La intentona de Obama de sostener una coalición internacional contra el gobierno sirio, como antes lo había hecho contra Khadafi, tropezó con la negativa de Putin, de nuevo presidente, en setiembre de 2013. La base de Tartus y la tradicional alianza con Al Assad eran un sólido motivo, pero también la necesidad de poner freno a Estados Unidos luego del affaire libio. Obama, entonces, se fue «con la cola entre las patas» pero no es casual que al poco tiempo el grupo yihadista se extendiera como una mancha de aceite.

Las fronteras de Irak, creadas artificialmente por los británicos  tras la desaparición del Imperio Otomano en 1922, incluyen población chiíta, sunnita y kurda. Las dos primeras son interpretaciones divergentes y enfrentadas del Islam, los últimos, una nación en busca de un Estado propio. Los kurdos, reprimidos en Irak, Siria y Turquía por décadas, ayudaron a las tropas estadounidenses a derrocar a Hussein y lograron un estatus autonómico con la nueva Constitución. Pero el débil acuerdo entre sunnitas, chiítas y kurdos en Irak se fue quebrando por la propia inoperancia de los amañados ganadores de las elecciones preparadas por los invasores.
El primer ministro chiíta, Nuri al Maliki, tuvo que dejar el poder casi expulsado por Obama ya que se había transformado en un factor irritativo para la mayoría sunnita, lo que fue alimentando el crecimiento de los yihadistas. Si a esto se suma que los territorios ganados por EI o disputados con kurdos y tropas siras son ricos en petróleo que los grupos extremistas no dudan en vender –a comerciantes que tampoco dudan en comprar– se puede tener un panorama de lo que está en juego en la región. También así se entiende la necesidad de Washington de acordar con Irán para que el régimen chiíta persa colabore en la estabilidad regional, a pesar de la fuerte oposición del gobierno israelí, que mantiene a Teherán como amenaza a su existencia. Hace unos días, el secretario de Estado, John Kerry, tuvo la osadía de reconocer que cualquier solución en Siria, luego de cuatro años de una guerra civil sin haber podido expulsar a Al Assad, pasaba por negociar con el líder. Recibió quejas desde Gran Bretaña y Francia, pero también desde su propio gobierno, que se apuró a desmentir al funcionario demócrata.
Nigeria, el país más poblado de África y sexto exportador mundial de petróleo, también sufre los embates de un grupo yihadista, Boko Haram (que algunos traducen como «la educación occidental es un pecado»), que saltó a la fama cuando en abril de 2014 secuestró a más de 200 chicas de una escuela de Jibik. Con un esquema mediático igualmente tenebroso, hace semanas anunció que había decidido someterse a los dictados del califa Abu Bakr al-Baghdadi, de EI, quien prontamente aceptó la promesa de lealtad de los nuevos vasallos.
La oferta de asociación de Ucrania con la Unión Europea (UE) que recibió el presidente Yanukovich en noviembre de 2013, alentó a los sectores proeuropeos de ese país, en muchos casos herederos de una tradición que se puede rastrear hasta la invasión nazi, cuando se aliaron al enemigo de la Unión Soviética. La caída de la URSS y el resurgimiento como nación autónoma de Ucrania no había hecho sino potenciar esa división entre el occidente y el oriente ucraniano, ligado por lazos étnicos y culturales con la Federación Rusa.

También hay que tener en cuenta que en Crimea está la base naval más importante de Rusia y que allí, a mediados del siglo XIX, se consolidó el nacionalismo ruso en la guerra contra las potencias imperiales francesa y británica. La península había sido incorporada administrativamente a Ucrania por el líder soviético Nikita Kruschov en 1954 pero la base de Sebastopol quedó luego en alquiler dentro de una región «rusificada». El rechazo de Yanukovich a la ue  despertó protestas masivas en Kiev en febrero de 2014. Con la plaza Maidan tomada por opositores, y tras la muerte de al menos 70 manifestantes, el presidente renunció y el poder quedó en manos de prooccidentales.  Unos días más tarde los pobladores de Crimea votaron reincorporarse a Rusia, que inmediatamente aceptó la vuelta del estratégico territorio desde donde se controla el acceso al Mediterráneo por el Mar Negro. Tras las quejas diplomáticas de rigor, la comunidad internacional consintió la nueva situación. Un poco porque reconoció lo que implicaba para los rusos, y otro poco porque en el ajedrez,  a veces se deben cambiar alfiles. Y ya tenían a uno de los propios en Kiev. El problema es que las regiones de Donestk y Lugansk, en el este, también votaron por volver a la Federación Rusa. Cierto es que dependen incluso comercialmente de las relaciones con Moscú, pero no es un dato menor que temen una limpieza étnica de parte de las bandas fascistas que pululan en Kiev. Desde entonces, una guerra civil larvada se desarrolla en esa parte del país. Paralelamente, EE.UU. y la UE  impusieron sanciones a Rusia por lo que consideran una actitud agresiva al dar apoyo a los «rebeldes» del este.
Un acuerdo de última hora en febrero pasado entre Putin y los mandatarios de Francia y Alemania con el actual presidente ucraniano, el empresario Petro Poroshenko, logró una débil tregua que frenó el deseo de Obama de atacar en lo que sin dudas sería el estallido de la Tercera Guerra Mundial, a las puertas de Moscú. Para Estados Unidos esa sería una nueva guerra fuera de su propio territorio y una enorme posibilidad de negocios para su industria bélica. Para Europa sería una batalla devastadora en sus narices. Ya bastante tienen con los más de 20.000 millones de euros que llevan perdidos por las sanciones económicas.



Peligro atómico

El presidente Barack Obama apura un acuerdo de los 5+1 (los países con derecho a veto del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania) por el plan nuclear de Irán. Cada una de esas naciones –Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia– es una potencia nuclear y lo que se busca es la firma de un documento que permita un control internacional sobre el desarrollo atómico del país persa. ¿Quién se opone a este arreglo? Israel y sus aliados internos en el Congreso estadounidense, la mayoría republicana. Para el gobierno de Benjamin Netanyahu, Irán es una amenaza a la seguridad de Israel. Y un Irán con potencial atómico, un peligro letal que se debe exterminar. Pero los 5+1 quieren acordar controles. El riesgo nuclear es real y concreto y mucho más si no hay certidumbre y verificación externa, lo que despierta paranoias que ponen en riesgo de extinción a la humanidad en su conjunto. Sucede que Israel tiene artefactos atómicos, pero como oficialmente nunca los declaró, tampoco se someten a control. Según un informe de la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS por sus siglas en inglés), Israel es potencia atómica desde 1967 y hoy tiene 80 cabezas nucleares listas para disparar. Poco en comparación con Estados Unidos (4.764) y Rusia (4.300), pero es el único país de Oriente Medio con ese tipo de armamento, con el telón de fondo del nunca resuelto conflicto en Palestina.
Otros focos de tensión bélica en el mundo coinciden con potencial nuclear de alguna o las dos naciones en conflicto. Es el caso de la India y Pakistán, que mantienen un enfrentamiento por Cachemira. India tiene 120 cabezas nucleares, Pakistán 110.
China tiene una vieja rencilla con Japón por las islas Senkaku. Oficialmente los japoneses, que padecieron los dos únicos ataques con bombas atómicas contra un territorio poblado en la historia de la humanidad, no cuentan con ese tipo de artefactos mortíferos, aunque son aliados férreos de Estados Unidos. China tiene según la FAS 230 ojivas. Beijing reivindica el control de la isla de Taiwán, donde en 1949 se refugió el gobierno derechista de Chan Kai Shek y también recibe el apoyo estadounidense para mantener su independencia. Los chinos, finalmente, rivalizan y mantienen rencillas fronterizas con la India, pero en este caso como ambos integran el grupo BRICS, podría sostenerse que conservarán sus diferencias en sordina. Corea del Norte, por su parte, sigue estando en las pesadillas de los estrategas del Pentágono desde 2012, con sus 10 cabezas nucleares que según su gobierno, podrían alcanzar objetivos hasta en Washington.

Caos y petróleo

Desde que Muammar Khadafi fue asesinado en octubre de 2011 tras 42 años en el poder, Libia se fue sumiendo en el caos. El líder libio fue enemigo declarado de Estados Unidos durante toda su vida y un fuerte apoyo para movimientos de liberación de todo el mundo. En los últimos años había tenido acercamientos con gobiernos derechistas de Europa, como con el italiano Silvio Berlusconi y el francés Nicolas Sarkozy. Eso no impidió que el mandatario galo fuera uno de los más encendidos gestores de la alianza que lo derrocó, que, aparte de los países de la OTAN, incluyó a muchos enemigos internos de Khadafi.
Hoy, en Libia, hay dos gobiernos. Estados Unidos, Francia, Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes reconocen al que tiene sede en la ciudad de Tobruk, en el este; Gran Bretaña, Turquía y Qatar apoyan al gobierno islamista moderado de Trípoli. En el caso de Londres, eso le garantiza petróleo sin cortapisas. Pero en el medio de todo esto también está el avance de EI, que en este clima es casi un elemento de racionalidad, valga la paradoja. La ue, también aquí, busca intervenir. Hay mucho combustible en disputa para dejarlo en manos yihadistas.
En Yemen, luego de la renuncia en 2011 de Alí Abdalá Saleh, quedó en el poder Abdo Rabu Mansur Hadi. Con la promesa de escuchar las históricas reivindicaciones de cada uno de los sectores, mantuvo el orden durante algunos meses. Pero un grupo rebelde chiíta,  los hutíes, aceleró el paso para que se cumpliera la palabra empeñada. Hoy día controlan la capital y gran parte del país y el mandatario pidió ayuda a la ONU. En Yemen, EI usa su táctica de atentados terroristas como amenaza contra los hutíes. En Túnez también se hacen fuertes los yihadistas, como para mostrar su intención de construir un califato donde hace un siglo reinaban los turcos.

Revista Acción
Marzo 30 de 2015

sábado

Los acuerdos con Irán en un camino sembrado de espinas

En el mundo de los negocios suele decirse que es siempre mejor un mal arreglo que un buen juicio. Por eso de que los tribunales son lentos, y que por más cercanía que se tenga con abogados y jueces, nada garantiza que las cosas salgan como se espera. Hace algunos meses, y cuando el proceso de negociaciones con Irán se encaminaba en Suiza, el presidente Barack Obama se justificaba diciendo que “es mejor un mal acuerdo que ninguno”. Parafraseaba el viejo dicho comercial, sabedor de que no tener ningún acuerdo podría llevar a una situación bélica de imprevisibles consecuencias. Y una guerra, por más que uno tenga el mejor armamento del mundo, no garantiza un éxito. Los desastres que se viven hoy día en Medio Oriente y Afganistán tras las invasiones de la administración de George W. Bush son una prueba bastante contundente de esto. Podrán mencionarse ciertas sinuosidades en la política exterior de Obama, pero en esta cuestión al menos muestra una coherencia que buenos dolores de cabeza la trae, porque los principales críticos de esta postura en relación con el plan nuclear de Irán son los sectores más acérrimos de los republicanos y el gobierno israelí. Pero no son los únicos en el mundo.
El “problema Irán” pasó a ser central para Obama desde que llegó a la Casa Blanca, en 2009. Y a pesar de que en ese entonces gobernaba Mahmud Ahmadinejad, un ultra poco afecto a la negociación, trató de acercar posiciones para retomar un diálogo que se había roto en 1979, con el asalto a la embajada de Estados Unidos tras el derrocamiento del Sha Reza Pahlevi y el surgimiento de la República Islámica.
En mayo de 2010, el presidente brasileño Lula da Silva y el primer ministro turco Tayyip Erdogan anunciaron junto con Ahmadinejad un acuerdo tripartito para someter a controles internacionales el plan atómico persa. El cuestionamiento principal es por el enriquecimiento de uranio, un proceso que Teherán alcanzó un poco comprando tecnología “en el mercado negro” y otro poco mediante acuerdos con países que ya habían alcanzado ese ciclo de desarrollo, como Argentina. Según el acuerdo que anunció Lula en Rio de Janeiro, Irán entregaría 1200 kilogramos de su uranio enriquecido al 3,5% a Turquía –el uranio para fines militares necesita ser enriquecido al 90%–, donde quedarían depositados bajo vigilancia iraní y turca. Al cabo de un año Irán recibiría 120 kilos de uranio enriquecido al 20% de Rusia y Francia para emplear en su programa de uso pacífico.
El anuncio provocó una polvareda diplomática y antes de que se secara la tinta la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton salió a reprocharlo. La respuesta de Lula tampoco esperó: la propuesta obedecía a una carta que le había enviado Obama con ideas para solucionar el entuerto y él no había hecho más que poner manos a la obra. El desaire dejó mal parado al fundador del PT. Y las sanciones contra Teherán se profundizaron.
¿Cuál era el problema con el paper alcanzado por Lula y Erdogan con Ahmadinejad? Básicamente que era fogoneado por nuevos jugadores en la escena global, algo inadmisible para las potencias europeas, que aún en decadencia siguen peleando prerrogativas especiales. Por eso se continuó con el proceso iniciado en 2006 por el grupo 5+1, los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China  y Rusia más la principal economía del continente, Alemania.
En marzo de 2011 el fallecido periodista José Eliaschev publicó en Perfil un artículo en que acusaba al gobierno argentino de estar negociando en secreto con Ahmadinejad para dejar de lado la investigación del atentado a la AMIA y fortalecer las relaciones comerciales. Para entonces Teherán ya había avanzado en convenios con el gobierno de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales y quedaba en el olvido el frustrado acuerdo con Lula. En enero de 2013, el gobierno argentino anunció el ahora controvertido Memorandum de Entendimiento con Irán por la investigación del atentado a la AMIA. No vale la pena abundar en las feroces críticas que recibió de la oposición política y mediática e incluso de los fondos buitre.
Cuando en agosto de ese mismo año Hasan Rohaní fue elegido presidente todo el mundo supo que algo había cambiado en Irán. Considerado un islamista moderado, Rohaní es un clérigo bendecido por el imán Ali Jamenei que ya había participado en conversaciones con Occidente acerca del plan nuclear antes de 2005. Un mes más tarde Obama y Rohaní mantuvieron una “histórica” conversación telefónica que ponía fin a 34 años de congelamiento de relaciones.
Sin embargo, los sectores internacionales que no aceptan acuerdos con Irán, jamás se durmieron y “una serie de eventos extraordinarios” se fueron encadenando de tal manera que resulta por lo menos ingenuo no hallarles un origen común. Por esa serie de casualidades permanentes, en estos últimos meses, a medida que en Lausana los 5+1 e Irán iban acercando posiciones, se fueron aguzando las tensiones de sectores contrarios tanto en Argentina como en Brasil. Cuesta trabajo no incluir en este aceitado mecanismo de relojería al súbito regreso y la posterior denuncia contra la presidenta argentina del fiscal Alberto Nisman a horas del ataque a la redacción del semanario Charlie Hedbo. Su muerte, como sea que se hubiese producido, tampoco, tal cual señaló Cristina Fernández. Ni qué hablar del embate del tribunal de Thomas Griesa contra el país, azuzado por los buitres.
En Brasil, a caballito de las denuncias por corrupción en la petrolera estatal, un día antes del balotaje la revista Veja adelantó una edición especial donde ligaban directamente a Lula y Dilma con el escándalo Petrobras. Ahora, en una operación donde aparecen involucrados el hijo de la mandataria argentina con la embajadora en la OEA, Nilda Garre, en una operación financiera con dinero de Irán de por medio, Veja vuelve al ruedo. El negocio, en esta ocasión, sería la venta de tecnología nuclear argentina. Específicamente, uranio enriquecido.
Viene a cuento aquí recordar la fuerte influencia inicial de la tecnología argentina en el proyecto de desarrollo iraní. Desarrollo que había sido empujado por un marino, el almirante Oscar Quillalt, al frente de la CONEA desde 1955 a 1973, entre el golpe contra Perón y el regreso de la democracia camporista. El Sha Pahlevi, que no era lerdo, aprovechó el momento y se llevó a Quillalt y a un equipo de siete científicos que, desde 1975 hasta la caída del monarca, en 1979, llevaron adelante una iniciativa que continuarían los ayatolas. En este juego de transferencia de conocimientos entraría luego Abdul Qadeer Khan, científico pakistaní, héroe nacional en su país y más tarde defenestrado bajo la acusación de haber comercializado por su cuenta tecnología altamente sensible en el mercado negro.
La relación de los argentinos con Irán no se cortaría del todo y en pleno gobierno de Raúl Alfonsín, en mayo de 1987, se aprobó la venta de un núcleo de uranio enriquecido al 20%  por parte de la empresa estatal INVAP. Sería durante la gestión de Carlos Menem que por un lado el proyecto nuclear argentino quedaría en terapia intensiva y la relación con Irán, por el otro, se terminó de clausurar por el ataque a la sede de la comunidad judía. Recién con Néstor Kirchner el “átomo argentino” volvería a girar, como quien dice.
¿El acuerdo anunciado en Lausana será firme y duradero? Es difícil predecirlo. Señala cómo llegar a la firma de un documento definitivo el 30 de junio. Hay mucho que andar todavía, pero los países más poderosos del mundo mostraron su optimismo. El secretario de Estado John Kerry agradeció a todos los que participaron de las reuniones, y especialmente a los iraníes. Y reconoció que para llegar a un acuerdo todos debieron ceder algo. Esto es, que si bien no lograron todo lo que se proponían, tampoco lo hizo Irán, aunque las declaraciones para la propia tribuna digan lo contrario.
Este avance muestra también que con todas las críticas, Obama fue consecuente en este caso con la idea de movilizar soluciones alejadas del campo de batalla. Por eso es y será fustigado dentro y fuera de Estados Unidos. Reconoció que otros vientos soplan en el mundo y desplegó las velas para no dejarlos pasar. Esos nuevos vientos también fueron entendidos por Lula y por Cristina en su momento. ¿Habrá que confiar que ahora viene una paz definitiva? De ninguna manera, falta la letra fina y no habría que descartar nuevos eventos extraordinarios en un camino sembrado de espinas. Pero fue un paso en la buena senda.

Tiempo Argentino
Abril 4 de 2015