En la campaña aérea de la OTAN en Libia hay demasiadas violaciones de la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”, protestó el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, luego de que la Alianza Atlántica, que lleva adelante las acciones bélicas contra el gobierno que responde a Muammar Khadafi, matara a un hijo del líder libio, tres nietos y a decenas de civiles en ataques centrados en objetivos civiles dentro de Trípoli.
El canciller contrastó el propósito con que la OTAN cruzó el Mediterráneo –el bloqueo aéreo contra supuestos ataques de aviones khadafistas a la población civil– con la realidad de que el operativo se convirtió en una política de destrucción de edificios y equipos productivos de ese país. Tal cual denunció el propio Khadafi en una de sus incursiones televisivas. Lavrov dijo que la posición rusa cuenta con el apoyo de Brasil, India, China y Sudáfrica, los países emergentes nucleados en el grupo conocido como BRICS.
Pero se acordó tarde de rezongar, porque tanto Rusia como China, con poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, eligieron abstenerse en la votación que “encomendó” a la OTAN ocuparse del tema libio. Y no porque faltaran las señales de cómo venía la mano.
Otro funcionario ruso, el director del Servicio Federal de Control de Drogas, Víctor Ivanov, aceptó en una cumbre del grupo G-8 desarrollada en París esta semana una propuesta de los organizadores tendiente a consolidar los esfuerzos en la lucha contra el crimen organizado en torno al narcotráfico. El encuentro de los países más ricos contó también con representantes de Latinoamérica y África, de naciones donde se producen narcóticos o figuran en la lista de países de tránsito de la droga a nivel internacional. Si se tiene en cuenta que los principales consumidores de estupefacientes están en ese selecto club de los más desarrollados, en esta extensa lista cabe literalmente el resto del planeta.
Sarkozy, que últimamente protagoniza las posiciones más extremas contra Khadafi y sobre los asuntos árabes y africanos en general, arrastrando a sus socios europeos, se puso también a la cabeza de este reclamo. Para lo cual llegó a proponer que se use el dinero incautado a las bandas de traficantes –no dijo si esto incluye vender la mercadería obtenida– para solventar el costo de las operaciones que esa lucha acarrea. El detalle es que para esa cruzada global pretende patrullar las costas de las regiones donde se producen los narcóticos o los puertos desde los que son trasladados para su comercio. Una excelente excusa para que las tropas occidentales vigilen a todo el planeta sin la incómoda necesidad de explicar qué hacen allí. Simplemente vigilan que nadie venda mercadería ilegal, con la cobertura de la OTAN, que es la misma que se aplica en Irak, Afganistán y Libia, por si hiciera falta aclarar.
Esto representa una vuelta al imperialismo más desembozado de fines del siglo XIX, ahora con la mayor tecnología disponible por la humanidad y la incorporación del aparato militar de los Estados Unidos. No por nada, siempre la OTAN tuvo dirección civil europea, pero el comando militar es provisto por el Pentágono.
Poco importó el pedido del funcionario ruso, en ese encuentro parisino, para que se discuta también la ruta de la heroína que proviene de las plantaciones de Afganistán, el principal productor del mundo de la adormidera de la que se extrae el preciado opio. Víctor Ivanov señaló que todas las medidas tomadas en el combate de la “narcoamenaza” afgana resultaron ineficaces. Rusia se queja de que no consigue consensuar acciones de ese tipo con la OTAN, y de que las tropas emplazadas en Afganistán no se muestran decididas a terminar con las plantaciones de las amapolas, aunque sendas resoluciones de la ONU de 1998 y 2009 lo piden expresamente.
Más allá de todo posible debate sobre el comercio de drogas, el cultivo de la adormidera es una extraordinaria fuente de ingresos para poblaciones locales, jefes tribales que juegan a favor de la OTAN en ese rincón del mundo, y también para solventar gastos corrientes de ejércitos de ocupación por fuera del presupuesto oficial.
Pero la cumbre del G-8 no se proponía calar tan hondo, sino apenas ir delineando los futuros enemigos de la coalición occidental luego del asesinato de Osama bin Laden hace un par de semanas. Por eso, tanto en los Estados Unidos como en la OTAN el caso puntual de Afganistán fue barrido debajo de la alfombra.
Y en cualquier caso, ya sea que se aplique la Guerra Santa contra las drogas, o se profundice la versión no menos sagrada de la lucha contra el terrorismo, de todas maneras la OTAN tendrá una posición privilegiada de gendarme global subsidiario de la estrategia militar del Pentágono.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte nació en plena Guerra Fría, en abril de 1949. Cuando el “peligro para la paz mundial” era el comunismo soviético y el que ya se preveía seguro triunfo de Mao Tse-tung en China. Los países fundadores fueron Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, como ganadores de la Segunda Guerra, más Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Dinamarca, Italia, Islandia, Noruega, Portugal y Canadá. Pero a poco de andar se fue viendo que el interés que representaba el organismo estaba más ligado a los anglosajones que al resto de los afiliados.
Por eso ya en 1958 el francés Charles de Gaulle fue planteando una estrategia para abandonar la alianza. Primero retiró su flota del Mediterráneo, luego prohibió el despliegue de armamento nuclear en su territorio, y finalmente ordenó devolver las diez bases militares estadounidenses en Francia. La sede del organismo militar se trasladó entonces a Bélgica. Para 1966 ya no había tropas galas en el comando integrado. Recién en 2009, con Sarkozy en el poder, volvió al redil. En el medio, había caído el sistema socialista soviético, Alemania se había vuelto a unificar y China avanzaba a pasos agigantados hacia el capitalismo. Es más, ya es otra vez una amenaza, ahora como potencia económica, al igual que Rusia más ese “puñado de advenedizos” que integran el BRICS.
Es tal vez en este escenario que debe entenderse la insistencia de Sarkozy para querer acaudillar cuanta operación militar se desarrolle en el tablero internacional. Para conquistar los lugares que ya no ocupa España desde que el derechista José María Aznar dejó el gobierno, y competir con el que sostiene a duras penas Gran Bretaña tras el alejamiento de Tony Blair de la gestión pública.
Pasa, además, que Sarkozy entendió perfectamente que la OTAN es la Santa Alianza de estos días. O más acá en el tiempo, que es una coalición que intenta reeditar, como sostiene el escritor estadounidense Rick Rozoff –director del sitio Stop NATO International– el Congreso y la Conferencia de Berlín que entre 1878 y 1885 convocó a las potencias europeas de entonces a resolver la cuestión de los Balcanes y repartirse las colonias africanas.
“Asistieron representantes de Austria-Hungría, Bélgica, Gran Bretaña, Dinamarca, Francia, Italia, Holanda, Portugal, Prusia, España y Suecia-Noruega. Y abrió toda África a las formas más brutales y cínicas de rapiña y saqueo”, recuerda Rozoff. El almirante italiano Giampaolo Di Paola, presidente del Comité Militar de la OTAN, no pudo ser más claro: “Es necesaria una nueva forma de gobernanza mundial, en la cual la OTAN, la UE y otras importantes organizaciones internacionales tienen que jugar un papel.”
En eso andan esos mismos aspirantes a imperio de hace más de un siglo, ahora bajo la férula estadounidense.
Tiempo Argentino
Mayo 14 de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario