miércoles

Depredadores electrónicos

El resultado final de la guerra de Vietnam, para el analista John Arquilla, puede resumirse en un ícono: “miles de combatientes con fusiles individuales AK-47 contra potentes naves B-52 de la Fuerza Aérea” y un resultado catastrófico. Los Estados Unidos perdieron la guerra. El testimonio tiene relevancia porque el autor es doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Stanford y trabajó en la Rand Corporation, donde era hombre de consulta de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de George W. Bush. Arquilla, que publicó sus conclusiones en Nuevas reglas de la guerra, advierte que en estos tiempos hay condiciones similares en Afganistán para otro fiasco, esta vez con el uso del arma de la que Barack Obama parece haberse enamorado y que enviará a Libia. Los aviones no tripulados Predator (literalmente, “depredador”).
“Es irónico que esta guerra contra el terrorismo haya comenzado en las montañas de Afganistán con el mismo tipo de B-52”, destaca el hombre de la Rand. Porque los drones −un nombre hollywoodense creado por los guionistas de Stargate en la primera mitad de los ’90 para las naves aéreas controladas a distancia− son enviados al teatro de operaciones desarmados dentro de los enormes bombarderos.
Este jueves, el sucesor de Rumsfeld, Robert Gates, hizo el anuncio de que van a mandar drones Predator para combatir a Muammar Khadafi. Y para justificar la incursión de estos mortales “juguetes” electrónicos, dijo que son muy precisos y que producen “menos daños colaterales”. Un problema con el que los cazas piloteados por humanos están complicando a la OTAN en el norte de África, donde han dejado un tendal de víctimas civiles e incluso entre los rebeldes a los que se supone que van a ayudar. Lo menos que puede decirse de la explicación de Gates es que pretende desconocer lo que están haciendo los Predator en la estancada ocupación de Afganistán.
Según un informe publicado por Dailymail , desde que Obama llegó al gobierno hubo un notable incremento en los vuelos de aviones no tripulados, que podría llegar hasta el 50% por sobre la era Bush. También, como correlato, se incrementaron las muertes civiles en estos poco más de dos años. Las cifras que se manejan hablan de entre 368 y 724 en 2009, y entre 607 y 993 en el 2010. “¿Cuántos de ellos eran realmente los terroristas?”, se pregunta el autor del trabajo, David Rose.
La New America Foundation, utilizando los artículos publicados por los medios de comunicación, sugiere que los drones produjeron un total de entre 1435 y 2283 muertos desde 2004, y que se supone una “verdadera tasa civil de letalidad de alrededor del 32%”. Lo que deja unos 730 inocentes asesinados en el marco de eso que para Gates es una guerra impoluta que se asemeja a un desafío en Playstation, pero manejado por la CIA.
Uno de los casos más resonantes de daño colateral se produjo a mediados de marzo, cuando un Predator sobre una Jirga −una asamblea tribal−, en la frontera de la provincia pakistaní de Waziristan del Norte con Afganistán, atacó a más de 150 representantes de clanes pastunes que debatían una disputa sobre ingresos comunales. El resultado del bombardeo fue de 48 muertos. “Dispararon cuatro misiles sobre personas de todas las edades”, protestó un testigo presencial de los hechos.
“En Pakistán, el zumbido de los drones se percibe cada vez más como la cara de la política exterior estadounidense y los ataques son denunciados por figuras de los medios hasta cantantes de pop”, señala Micah Zenko en Foreign Policy. Lo que obligó a que las autoridades pakistaníes endurecieran las protestas contra Washington. “Es cierto que los drones han matado a algunos terroristas importantes, pero ahora están ayudando a conseguir más reclutas a causa de los extremistas y al mismo tiempo socavan la soberanía pakistaní”, comentó un miembro del servicio secreto de Pakistán, el ISI, al experto del Council on Foreign Relations (CFR), un think tank estadounidense .
“Los ataques están afectando a toda la relación con los Estados Unidos”, sostuvo el secretario de Asuntos Exteriores pakistaní, Salman Bashir, en visita a Washington para tratar el tema. “Estos ataques son acciones unilaterales, dirigidas por la CIA. No nos dicen cuál es su objetivo, dónde es su objetivo, ni cuándo es su objetivo, a pesar de que estamos usando nuestro propio ejército y fuerza aérea en la misma región”, se quejó el jefe de los espías ante Zenko.
¿Hay forma de saber la cantidad real de muertos “colaterales” que dejan los drones? Eso quiso saber la American Civil Liberties Union (ACLU), otra ONG de los Estados Unidos, que recurrió al Acta de Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés) para solicitar esa información al gobierno de Obama. “El Departamento de Defensa no creó ni mantiene documentos para compilar la estimación de víctimas civiles de los ataques con drones separados de los estimados para otros sistemas de armas… las armas utilizadas por los drones son tratadas en forma idéntica con las disparadas por otros aviones y, por lo tanto, las estimaciones no diferencian entre ambas plataformas”, fue la respuesta oficial .
Pakistán y Afganistán fueron el campo de experimentación para las tecnologías “pulcras” con las que ahora Obama espera derrotar a las fuerzas khadafistas. Pero las primeras versiones de estas naves no tripuladas se probaron en 1995 en Bosnia, durante las guerras balcánicas. Allí se inició este tipo de vuelo letal mediante sensores programados y comunicación satelital que permite controlar los vuelos desde una cómoda oficina a miles de kilómetros de distancia y sin riesgo alguno para el “piloto”.
El Predator MQ-1, según la información oficial, puede transportar misiles Hellfire AGM-114 capaces de atravesar equipo blindado. La siguiente generación, el Predator MQ-9, está concebido para transportar hasta 2250 libras (1020 kilos) de municiones externas, lo que incluye misiles GBU-11, GBU-38, AIIM-9 y bombas de pequeño diámetro. “Nuestro reto es saber cómo crecer lo más rápido posible”, declaró el instructor de la escuela de manejo para los drones en la Indian Springs Auxiliary Air Field, cerca de Las Vegas al sargento primero (MSgt) Orville F. Desjarlais Jr, en , sitio web perteneciente a la Fuerza Aérea estadounidense.
La información que brinda la USAF destaca, además, que el Predator es fabricado por General Atomics Aeronautical Systems Inc. y viene en un kit que incluye cuatro aviones, una estación de control en tierra y un link al Satélite Primario Predator, todo al increíble costo de 20 millones de dólares por unidad, al año 2009 .
“Una vez que se lo emplea, uno se pregunta cómo pudimos arreglárnosla sin él por tanto tiempo”, se ufana el Teniente Coronel John Breeden, comandante del 11º Escuadrón de Reconocimiento en la Base Aérea Creech, Nevada, en la página que regentea el sargento Desjarlais.
Quizás ese argumento logró convencer a Obama de la aplicación de este ingenio militar. Que se maneja como un juego de Playstation algo más sofisticado.
Pero que produce muertes reales del otro lado de la pantalla.

Tiempo argentino
Abril 23 de 2011

viernes

El voto de Vargas Llosa

El ballottage entre el ex teniente coronel de artillería Ollanta Moisés Humala Tasso y la licenciada en Administración de Negocios por la Universidad de Boston, Keiko Sofía Fujimori Higuchi, sorprende por el tendal de alianzas forzadas que compromete y la forma en que obliga a los peruanos a tomar posición de cara a un futuro que en lo macroeconómico es prometedor, pero en el plano político amenaza con fuertes sacudidas.
Por lo pronto, y mientras desde Montevideo el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ya no duda en darle su voto al ex militar nacionalista –luego de haber dicho que la segunda vuelta sería para elegir entre un cáncer terminal o el sida–, en Lima los centros financieros mostraban sus resquemores con una baja en la Bolsa de Valores que acumulaba un 9% en la semana.
Las razones del escritor peruano, que está viniendo a Buenos Aires para participar en la Feria del Libro luego de una explosiva controversia por sus posturas fuertemente derechistas, muestran un poco en detalle su propia visión del mundo, pero también de cientos de miles de sus conciudadanos.
Urgido a optar entre un hombre al que todavía se “acusa” del pecado de mantener vinculaciones políticas con Hugo Chávez y de querer redistribuir ingresos o la hija de un ex presidente preso por corrupción y delitos de lesa humanidad, Vargas Llosa dijo: “que gane Keiko Fujimori significaría la resurrección de una de las dictaduras más crueles y más corrompidas que hemos tenido en la historia”. Sobre Humala, en cambio, se limitó a señalar que su “esperanza es que eso que dice sea cierto, y que esa nueva actitud que dice haber adoptado sea una realidad que confirme con acuerdos concretos que nos permita votar por él a quienes no queremos que de ninguna manera se desplome un sistema que trae buenos resultados a Perú”.
Con “lo que dice Humala” se refiere a la renovada postura del más votado en la primera vuelta. Que cada día se muestra más moderado en su discurso, cosa de captar los votos de las clases que más se beneficiaron con estos años de bonanza que colocaron a Perú entre los países con más alto crecimiento en todo el mundo, muy cercano a la mismísima China. Lo que no dice Keiko –pero circula como muy posible y para nada descabellado– es que de ganar el ballottage indultaría a su padre, de quien fue primera dama a los 19 años luego de la escandalosa separación de la pareja presidencial.
Ya en 2006, Humala había ganado por un porcentaje similar en la primera ronda electoral (un 30,61% contra el 24,3 % de Alan García). Pero terminó perdiendo por el 52,2% a 47 y monedas. El domingo pasado obtuvo el 31,7% contra el 23,5% de Keiko. Lo que implica que la relación de fuerzas en Perú sigue igual, aunque cambie la cara del oponente al nacionalismo de izquierdas que representa Humala. Quien está decidido a no repetir los errores que lo dejaron a las puertas de la Casa de Pizarro, la sede del gobierno en Lima, hace cinco años.
De allí el intento por adherir al modelo de Lula da Silva y el cambio en la vestimenta, más formal ahora. Para alejarse lo más posible del sambenito de que el venezolano le paga la campaña, de que quiere modificar la Constitución y de que es un enemigo de la libre iniciativa privada, ansioso por estatizar todo lo que se mueva.
Rápido, el tercero en la discordia electoral, el millonario Pedro Pablo Kuczynski (PPK), ex ministro de Economía de Alejandro Toledo, llamó a los dos contendientes a firmar un compromiso de seis puntos, que contempla entre otras cosas el respeto de la Carta Magna, el mantenimiento de la economía de mercado y el rechazo de la corrupción y la impunidad, bajo el argumento de que los dos “tienen antecedentes preocupantes para la democracia”. Humala y Keiko visitaron a PPK y le dieron la mano, amigables, pero todavía no hay definición sobre posibles acuerdos electorales con ninguno.
Alejandro Toledo, que más que lidiar con el resto de los candidatos tuvo que competir con su antiguo colaborador por las preferencias del mismo sector socioeconómico, se muestra más cerca del ex militar. “Si se eliminan ciertos parámetros del plan de gobierno de Humala ya estamos muy cerca, ya que no se necesita hacer una alianza, sino trabajar juntos por la democracia”, dicen en el entorno del ex académico en las universidades de Stranford y Johns Kopkins que ya fue presidente y combatió con la misma dureza que Humala a Alberto Fujimori, a quien sucedió en el año 2001.
Como parte de este tenso y largo intermedio –la segunda vuelta será el 5 de junio– se van perfilando otras estrategias de cambio de imagen. Por lo pronto, los dos postulantes cambiaron a sus voceros. En ambos casos por exabruptos.
Martha Chávez, portavoz de Keiko, se tuvo que ir luego de que en una entrevista televisiva defendió abiertamente al gobierno de Alberto Fujimori. No ahorró elogios ni para sus aspectos más oscuros.
Humala renovó su equipo de prensa luego de que Carlos Tapia se trenzara en una áspera disputa con una periodista televisiva, a quien acusó estentóreamente de fujimorista, luego de haber descalificado ferozmente a los candidatos que quedaron afuera del ballottage.
En otro giro en medio de la campaña –aunque no se sabe a quién puede beneficiar– se entregó sorpresivamente, y luego de diez años en la clandestinidad, el ministro de Economía de Alberto Fujimori.
Juan Carlos Hurtado Miller, autor del sanguinario plan de ajuste neoliberal practicado en los '90 en Perú, está acusado de peculado, asociación ilícita y colusión desleal, y se sometió a la justicia luego de haberse escabullido por una década. Y también sorpresivamente fue dejado en libertad con la excusa de que ya tiene 70 años, y que juró acudir a los llamados del tribunal que lo juzga. El hombre se hizo conocido luego de haber sido filmado cuando Vladimiro Lenin Montesinos, el temible jefe de los servicios de espionaje fujimorista, le entregaba 300 mil dólares para financiar una campaña a la alcaldía limeña en 1998. Montesinos fue condenado a 25 años por tráfico de armamento y violaciones a los Derechos Humanos.
Lo que resulta interesante de este momento de decisiones, con todo, es la postura de Vargas Llosa, que tiene doble nacionalidad peruano española y reside en Madrid desde 1990, tras haber perdido en segunda vuelta con Fujimori. La relación del exquisito novelista con los Humala, una suerte de Kennedys andinos, viene de lejos. Como que el patriarca, Isaac Humala, un abogado que de joven dirigió una célula marxista-leninista, tenía entre sus adherentes universitarios al propio Vargas Llosa, que lo retrató como un personaje folklórico en su atrapante Conversación en la catedral.
Don Isaac fomentó una ideología que desde el comunismo enraizó en un indigenismo radical. De allí que la mitad de sus ocho hijos tienen nombres incaicos: Pachacutec, Ima Sumac, Cusicollur, Antauro y Ollanta. Todos tuvieron su grado de participación política y dos de ellos –Ulises y Antauro, sentenciado a 25 años en 2009 por la toma de una comisaría– fueron candidatos, aunque luego tuvieron graves diferencias que los alejaron, quizás, definitivamente.
El único que quedó en carrera fue Ollanta. “El guerrero que todo lo mira”, en quechua. El mal menor, para el autor de La tía Julia y el escribidor.

Tiempo Argentino
Abril 16 de 2011

sábado

Imperios de chocolate

Nicolas Sarkozy viene perdiendo imagen puertas adentro de Francia. Y como parecen indicar las normas no escritas de la política imperial, apela al recurso de las acciones en el plano internacional para recuperar protagonismo interno. Al precio de no resistir las frías evidencias de ningún archivo. Como su apurada, nerviosa, incursión en Libia, cuando todavía ni la Unión Europea ni la OTAN habían decidido qué hacer en torno a un conflicto que no veían de fácil resolución, como efectivamente está ocurriendo en relación con Muammar Khadafi.
Una incursión que decidió apenas días después de que su ministra de Relaciones Exteriores tuviera que renunciar por su estrecha vinculación con el ex mandatario tunecino, Ben Ali, expulsado del poder por movilizaciones populares que reclamaban democracia en un país sometido a gobiernos autoritarios por décadas. Y luego de haber apoyado al egipcio Hosni Mubarak –caído en circunstancias similares– hasta que no tuvo más remedio que soltarle la mano.
Vieja potencia imperial en el continente africano desde que ocupara Argelia, en 1830, Francia venía retirándose de sus antiguas colonias, donde aún ejerce una suerte de protectorado, por razones básicamente presupuestarias. Sin embargo, y luego de ese renacer ensayado en Libia –contra la voluntad de los italianos, que repentinamente también recordaron su pasado colonizador y no quieren perder influencia en los asuntos norafricanos– el Elíseo mantiene su rol protagónico en la crisis de Costa de Marfil, antigua posesión en la que se juegan no pocos intereses económicos, más que la salida democrática que argumentan los entidades políticas multinacionales y varios gobiernos, incluido el de Barack Obama, que mira expectante el resultado de esta lucha por el control del principal productor mundial de cacao. No quedaría mal decir, entonces, que el revival imperial en África tiene color negro, y olor a petróleo en Libia y a chocolate en Costa de Marfil.
Pero para entender algo más de lo que sucede en Abidjan, conviene recordar algunos antecedentes, sobre todo de sus principales protagonistas. Porque para los grandes medios, todo el problema se reduce al empecinamiento de un presidente, Laurent Gbagbo, que perdió las elecciones de noviembre pasado y se niega a dejar el poder a su sucesor reconocido por todos los organismos internacionales, Alassane Dramane Ouattara (ADO). Pero no se menciona tanto el apuro de las trasnacionales del cacao para solucionar un problema que, como consecuencia del bloqueo al que se sometió al gobierno de Gbagbo para que deje el poder, impide desde diciembre la venta (al menos la legal) del principal componente de ese Alimento de los Dioses inventado por los aztecas.
Gbagbo, el malo de la película, es profesor de historia graduado en su país y con un master en la Sorbona. De tendencia socialista, fue arrestado por primera vez en 1971 por su lucha contra el derechista Félix Houphouet-Boigny, presidente “democrático” desde la independencia, en 1960, hasta su muerte, en 1993. Gbagbo fue uno de los fundadores del Sindicato Nacional de la Investigación y la Enseñanza Superior (Synares) y alcanzó renombre como para postularse a presidente en 1990. Fue declarado perdedor, a pesar de las denuncias de un fraude escandaloso que en ese momento no despertó críticas de los centros del poder mundial. Otro intento de despojo, en 2000, terminó con una revuelta popular sólo aplacada cuando las autoridades de entonces reconocieron su triunfo. Ensayó como mandatario una política contraria a los designios de Francia y, sobre todo, del Fondo Monetario Internacional, con el que se propuso negociar un reescalonamiento en los pagos de la deuda marfileña para no realizar los ajustes a que lo obligaban.
Pero ya por entonces su enemigo político era Ouattara. Que precisamente había sido ministro en tiempos de Houphouet-Boigny y de sus no menos “democráticos” sucesores (Aimé Henri Bédié y Robert Guéi). ADO también fue mano derecha del ex director del FMI Michel Camdessus.
Porque Ouattara, musulmán del norte de Costa de Marfil, educado en Burkina Faso y los Estados Unidos, al que le costó mucho le reconocieran la nacionalidad marfileña, ya que toda su familia es burquinesa, desde joven rumbeó como cuadro de los estamentos financieros internacionales. Y tras recibirse de bachiller en Ciencia en la Universidad Drexel, de Filadelfia, se doctoró en Economía en la Universidad de Pensilvania a los 23 años, en 1965, y tres años más tarde ingresó al FMI. Allí Camdessus, que dirigió el organismo de crédito en los años de oro del neoliberalismo y sin dudas es uno de los responsables de la gran crisis argentina de 2001, lo nombró director general adjunto en 1994.
Casado en segundas nupcias con Dominique Nouvian, una ambiciosa empresaria de nacionalidad francesa nacida en Argelia, ADO conformó un matrimonio que, según informes de organismos de inteligencia franceses, entre alianzas y contactos, le permitió afianzar una cuantiosa fortuna, con propiedades y empresas en África, Francia, los Estados Unidos y cuentas bancarias en las más sólidas instituciones, si las hay. Pero nunca dejaron de levantar sospechas por la rapidez con que se construyó ese imperio personal. Premonitores, el casorio de los Ouattara-Nouvian, en 1990, había sido apadrinado por el entonces alcalde de Neuilly-sur-Seine, Nicolas Sarkozy.
Sin entrar en detalles, para 2002 estalló en Costa de Marfil una feroz guerra civil que partió el país en dos. En el Norte se ubicaron los “rebeldes” de las Forces Nouvelles, dirigidas y financiadas por el ouattarismo, mientras que el sur quedaba en poder de Gbagbo. Los cascos azules de la ONU ingresaron a ese territorio en 2004, con la justificación de cumplir tareas humanitarias. Las tropas francesas, acantonadas en la base de Port Bouet, pusieron su granito de arena en esta contienda que tuvo también ingredientes étnicos y religiosos, pero una base económica innegable.
Así las cosas, y luego de ingentes negociaciones que involucraron a la mayoría de los países africanos –deseosos de poner fin a la matanza– el presidente llamó a elecciones en 2010. Ouattara, para todos los veedores, fue el ganador, con 54% de los sufragios. Gbagbo desconoció ese resultado, explicando que, como ya lo habían hecho otras veces, metieron mano en las urnas en complicidad con franceses y empresas transnacionales.
Esta es la razón por la cual, para acelerar la caída de Gbagbo, al amparo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de protección de la seguridad de los civiles que también se aplica en Libia, las tropas francesas iniciaron la llamada “Operación Unicornio” junto con los cascos azules internacionales.
El documentalista dinamarqués Miki Mistrati presentó el año pasado un film en que refleja otra vertiente del drama marfileño. El lado oscuro del chocolate muestra que gran parte de la producción de cacao que sale de la región está hecha por mano de obra infantil y esclava. Se compran niños por unos 230 euros para que trabajen en plantaciones por la comida diaria, sostiene el testimonio, fue publicado por Tiempo Argentino el 12 de diciembre pasado.
Las denuncias hechas durante una década desataron investigaciones contra Cargill y Archer Daniels Midland (ADM) como comercializadoras del cacao y Barry Callebaut, Nestlé, Kraft Foods, Ferrero y Mars como fabricantes del dulce néctar. Todos se comprometieron a combatir el problema.

Tiempo Argentino
abril 9 de 2011

domingo

Armas para los rebeldes

Curiosidades de la Historia. Rudolph Hess, uno de los máximos jerarcas nazis, había nacido en la ciudad egipcia de Alejandría, aunque recibió una educación rígidamente germánica. Conoció a Hitler al fin de la Primera Guerra Mundial y adhirió de inmediato a su proyecto. Pero por eso de que algunas fidelidades no incluyen el acompañamiento hasta la sepultura, mientras Alemania preparaba lo que sería la desastrosa invasión a la Rusia soviética, Hess burló las patrullas británicas en un bimotor y cruzó el Canal de la Mancha, en mayo de 1941. Cuando se le terminó el combustible, se tiró en paracaídas. Estaba cerca de Glasgow, Escocia. Fue detenido, condenado por crímenes de lesa humanidad y murió en 1987. Para entonces era el único habitante de la prisión de Spandau, Berlín. Nunca se confirmó si quiso abandonar al Führer o pretendía negociar una paz con el Reino Unido en su nombre.
El miércoles, el canciller libio Musa Kusa y parte de su familia llegaron a Londres, luego de cruzar la frontera con Túnez subrepticiamente con la excusa de tratarse de la diabetes. En la capital inglesa dijo que renunciaba a seguir representando al gobierno libio. Para la diplomacia occidental es una muestra más de la debilidad de Muammar Khadafi, que no está en condiciones de mantener a su lado a colaboradores tan cercanos como antiguos. Porque Kusa, como se comenta en los corrillos internacionales, es una suerte de “caja negra” de lo que ocurrió en estos 42 años en Libia.
Al igual que Hess, Kusa era la cara amable del régimen y negoció con los países europeos indemnizaciones por el atentado de Lockerbie, Escocia, en 1988, contra un avión de la desaparecida compañía Pan Am en el que murieron 270 personas. Luego acordó las condiciones para que Gran Bretaña entregara al autor del atentado y, de paso, para desactivar el programa de “armas de destrucción masiva” de Libia, lo que le franqueó las puertas de Europa. El problema es que Kusa fue el jefe de los servicios secretos libios entre 1994 y 2009. Por lo tanto sabe muy bien cómo se organizó el golpe y quién lo ordenó, lo que significaría que puede aportar data para un eventual juicio contra Khadafi en La Haya.
Por eso el hombre no respira tranquilo, a pesar de que es difícil saber a qué acuerdos podría haber llegado con los británicos para dar semejante salto. Por lo pronto, los familiares de las víctimas de aquel atentado exigen a las autoridades que sea llevado ante la justicia. En el mismo sentido se expresó Mahmud Shamam, ministro de Información del consejo rebelde, con sede en Benghazi, quien además le pide rendir cuentas sobre los crímenes cometidos en suelo libio mientras comandó a los espías nativos. Kusa debería responder por el asesinato de figuras de la oposición que vivían en el exterior y por la represión interna durante todos esos años.
El mismo día se conoció una información publicada por The New York Times acerca de la participación de la CIA en Libia, que según una orden secreta de Barack Obama, incluye la posibilidad de entregar armas a la oposición. También el MI6 británico, para no ser menos, hace de las suyas en las arenas libias, según revelaron los medios internacionales.
La alianza de potencias que intervienen en el conflicto libio no pudo aún avanzar militarmente sobre las tropas leales a Khadafi. Porque la cobertura aérea es un buen escudo para evitar ataques khadafistas, pero no alcanza para torcer el poderío terrestre, habida cuenta de que las milicias rebeldes son un grupo disímil y más voluntarioso que preparado, cuando no escaso en cantidad y calidad militar. Y, además, que ni la OTAN ni Washington cuentan con información certera y confiable sobre quién es quién en ese mosaico de intereses unidos sólo por el deseo de expulsar a Khadafi. Por eso prometen pero dudan sobre la entrega de armamento al Consejo rebelde.
Está fresco en ellos que el apoyo que le dieron a la resistencia afgana contra la invasión soviética a finales de los ’80, que devino en el ascenso al poder de los talibán, un grupo integrista que tiene en vilo a las tropas estadounidense desde hace diez años. Sin hablar del escándalo Irán-Contras.
Pero hay otros personajes emblemáticos que intervienen en este galimatías en que se convirtió Libia. Porque el mando militar de las fuerzas opositoras estuvo hasta hace un par de semanas en manos del general Younes Abdel Fattah, que fue ministro del Interior y un colaborador clave de Khadafi hasta el 22 de febrero, cuando renunció pidiendo a sus colegas que se unieran a la gente para “responder a sus legítimas demandas”. Ex ministro de Seguridad Pública, Fattah trabó una relación privilegiada con los británicos en 1992, a raíz de un incidente diplomático.
No era hombre a quien encomendarse demasiado, de modo que tuvo que dejar su puesto al general Khalifa Hifter o Haftr, según la grafía. Él sí sería de fiar para los gobiernos occidentales. Como que, si bien no hay confirmación oficial sobre su relación con la agencia de espionaje estadounidense –estas cosas no se publican en el Boletín Oficial– pasó los últimos 20 años de su vida con su numerosa familia en Fairfax, Virginia, Estados Unidos. A 20 minutos de Langley, la sede central de la CIA, y a 25 del Pentágono.
La principal ventaja de Hifter es que no es un converso reciente, puesto que abandonó a Khadafi hace mucho. Y que no se fue por apoyar manifestaciones callejeras. Su historial –revelado por el periodista Chris Adams, de McClatchy Newspapers– dice que comandó las tropas libias en la desastrosa aventura en Chad de finales de los ’80. Hifter, por entonces coronel del ejército, fue capturado en 1987 cuando combatía en una rebelión respaldada por Libia contra el gobierno de Hissène Habré, apoyado por los Estados Unidos. En 1990 se trasladó a Virginia y, según testimonia Adams, llegó a ser el comentario de sus vecinos, que no se explicaban cómo hacía para mantener su nivel de vida sin contar con ningún trabajo conocido. Incluso, se recuerda en las crónicas periodísticas, se lo mencionó como líder de la oposición libia en el The Washington Post del 26 de marzo de 1996 durante una revuelta contra Khadafi en Trípoli.
“Los esfuerzos de la CIA son un intento tardío de reunir información básica sobre los rebeldes, que antes de los levantamientos en el norte de África apenas aparecían en las pantallas de los radares de los servicios secretos”, escribió el mismo diario, pero hace unos días.
“Sabemos en contra de qué están”, explicó Mike Rogers, presidente de la comisión de los Servicios Secretos en la Cámara de Representantes estadounidense. “Pero no sabemos realmente a favor de qué están”, concluyó. Entregarles armas a los rebeldes en estas circunstancias sería, aun para un republicano como lo es él, “una idea terrible”.
“El general Khalifa Hifter, el comandante del autoproclamado Ejército Libre de Libia, no se viste para la batalla. En los días recientes, después de que sus fuerzas habían recuperado gran parte del territorio que habían perdido, el militar llevaba un traje a rayas y un suéter de cuello negro.” Así lo describen Alexander Marquardt y Mark Mooney en un artículo para ABCNews.
Quizás aquí podría buscarse alguna explicación a esta carencia de información. Hifter estaba demasiado cómodo en Virginia. Y la CIA también.

Tiempo Argentino
Abril 2 de 2011