Nicolas Sarkozy viene perdiendo imagen puertas adentro de Francia. Y como parecen indicar las normas no escritas de la política imperial, apela al recurso de las acciones en el plano internacional para recuperar protagonismo interno. Al precio de no resistir las frías evidencias de ningún archivo. Como su apurada, nerviosa, incursión en Libia, cuando todavía ni la Unión Europea ni la OTAN habían decidido qué hacer en torno a un conflicto que no veían de fácil resolución, como efectivamente está ocurriendo en relación con Muammar Khadafi.
Una incursión que decidió apenas días después de que su ministra de Relaciones Exteriores tuviera que renunciar por su estrecha vinculación con el ex mandatario tunecino, Ben Ali, expulsado del poder por movilizaciones populares que reclamaban democracia en un país sometido a gobiernos autoritarios por décadas. Y luego de haber apoyado al egipcio Hosni Mubarak –caído en circunstancias similares– hasta que no tuvo más remedio que soltarle la mano.
Vieja potencia imperial en el continente africano desde que ocupara Argelia, en 1830, Francia venía retirándose de sus antiguas colonias, donde aún ejerce una suerte de protectorado, por razones básicamente presupuestarias. Sin embargo, y luego de ese renacer ensayado en Libia –contra la voluntad de los italianos, que repentinamente también recordaron su pasado colonizador y no quieren perder influencia en los asuntos norafricanos– el Elíseo mantiene su rol protagónico en la crisis de Costa de Marfil, antigua posesión en la que se juegan no pocos intereses económicos, más que la salida democrática que argumentan los entidades políticas multinacionales y varios gobiernos, incluido el de Barack Obama, que mira expectante el resultado de esta lucha por el control del principal productor mundial de cacao. No quedaría mal decir, entonces, que el revival imperial en África tiene color negro, y olor a petróleo en Libia y a chocolate en Costa de Marfil.
Pero para entender algo más de lo que sucede en Abidjan, conviene recordar algunos antecedentes, sobre todo de sus principales protagonistas. Porque para los grandes medios, todo el problema se reduce al empecinamiento de un presidente, Laurent Gbagbo, que perdió las elecciones de noviembre pasado y se niega a dejar el poder a su sucesor reconocido por todos los organismos internacionales, Alassane Dramane Ouattara (ADO). Pero no se menciona tanto el apuro de las trasnacionales del cacao para solucionar un problema que, como consecuencia del bloqueo al que se sometió al gobierno de Gbagbo para que deje el poder, impide desde diciembre la venta (al menos la legal) del principal componente de ese Alimento de los Dioses inventado por los aztecas.
Gbagbo, el malo de la película, es profesor de historia graduado en su país y con un master en la Sorbona. De tendencia socialista, fue arrestado por primera vez en 1971 por su lucha contra el derechista Félix Houphouet-Boigny, presidente “democrático” desde la independencia, en 1960, hasta su muerte, en 1993. Gbagbo fue uno de los fundadores del Sindicato Nacional de la Investigación y la Enseñanza Superior (Synares) y alcanzó renombre como para postularse a presidente en 1990. Fue declarado perdedor, a pesar de las denuncias de un fraude escandaloso que en ese momento no despertó críticas de los centros del poder mundial. Otro intento de despojo, en 2000, terminó con una revuelta popular sólo aplacada cuando las autoridades de entonces reconocieron su triunfo. Ensayó como mandatario una política contraria a los designios de Francia y, sobre todo, del Fondo Monetario Internacional, con el que se propuso negociar un reescalonamiento en los pagos de la deuda marfileña para no realizar los ajustes a que lo obligaban.
Pero ya por entonces su enemigo político era Ouattara. Que precisamente había sido ministro en tiempos de Houphouet-Boigny y de sus no menos “democráticos” sucesores (Aimé Henri Bédié y Robert Guéi). ADO también fue mano derecha del ex director del FMI Michel Camdessus.
Porque Ouattara, musulmán del norte de Costa de Marfil, educado en Burkina Faso y los Estados Unidos, al que le costó mucho le reconocieran la nacionalidad marfileña, ya que toda su familia es burquinesa, desde joven rumbeó como cuadro de los estamentos financieros internacionales. Y tras recibirse de bachiller en Ciencia en la Universidad Drexel, de Filadelfia, se doctoró en Economía en la Universidad de Pensilvania a los 23 años, en 1965, y tres años más tarde ingresó al FMI. Allí Camdessus, que dirigió el organismo de crédito en los años de oro del neoliberalismo y sin dudas es uno de los responsables de la gran crisis argentina de 2001, lo nombró director general adjunto en 1994.
Casado en segundas nupcias con Dominique Nouvian, una ambiciosa empresaria de nacionalidad francesa nacida en Argelia, ADO conformó un matrimonio que, según informes de organismos de inteligencia franceses, entre alianzas y contactos, le permitió afianzar una cuantiosa fortuna, con propiedades y empresas en África, Francia, los Estados Unidos y cuentas bancarias en las más sólidas instituciones, si las hay. Pero nunca dejaron de levantar sospechas por la rapidez con que se construyó ese imperio personal. Premonitores, el casorio de los Ouattara-Nouvian, en 1990, había sido apadrinado por el entonces alcalde de Neuilly-sur-Seine, Nicolas Sarkozy.
Sin entrar en detalles, para 2002 estalló en Costa de Marfil una feroz guerra civil que partió el país en dos. En el Norte se ubicaron los “rebeldes” de las Forces Nouvelles, dirigidas y financiadas por el ouattarismo, mientras que el sur quedaba en poder de Gbagbo. Los cascos azules de la ONU ingresaron a ese territorio en 2004, con la justificación de cumplir tareas humanitarias. Las tropas francesas, acantonadas en la base de Port Bouet, pusieron su granito de arena en esta contienda que tuvo también ingredientes étnicos y religiosos, pero una base económica innegable.
Así las cosas, y luego de ingentes negociaciones que involucraron a la mayoría de los países africanos –deseosos de poner fin a la matanza– el presidente llamó a elecciones en 2010. Ouattara, para todos los veedores, fue el ganador, con 54% de los sufragios. Gbagbo desconoció ese resultado, explicando que, como ya lo habían hecho otras veces, metieron mano en las urnas en complicidad con franceses y empresas transnacionales.
Esta es la razón por la cual, para acelerar la caída de Gbagbo, al amparo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de protección de la seguridad de los civiles que también se aplica en Libia, las tropas francesas iniciaron la llamada “Operación Unicornio” junto con los cascos azules internacionales.
El documentalista dinamarqués Miki Mistrati presentó el año pasado un film en que refleja otra vertiente del drama marfileño. El lado oscuro del chocolate muestra que gran parte de la producción de cacao que sale de la región está hecha por mano de obra infantil y esclava. Se compran niños por unos 230 euros para que trabajen en plantaciones por la comida diaria, sostiene el testimonio, fue publicado por Tiempo Argentino el 12 de diciembre pasado.
Las denuncias hechas durante una década desataron investigaciones contra Cargill y Archer Daniels Midland (ADM) como comercializadoras del cacao y Barry Callebaut, Nestlé, Kraft Foods, Ferrero y Mars como fabricantes del dulce néctar. Todos se comprometieron a combatir el problema.
Tiempo Argentino
abril 9 de 2011
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