Curiosidades de la Historia. Rudolph Hess, uno de los máximos jerarcas nazis, había nacido en la ciudad egipcia de Alejandría, aunque recibió una educación rígidamente germánica. Conoció a Hitler al fin de la Primera Guerra Mundial y adhirió de inmediato a su proyecto. Pero por eso de que algunas fidelidades no incluyen el acompañamiento hasta la sepultura, mientras Alemania preparaba lo que sería la desastrosa invasión a la Rusia soviética, Hess burló las patrullas británicas en un bimotor y cruzó el Canal de la Mancha, en mayo de 1941. Cuando se le terminó el combustible, se tiró en paracaídas. Estaba cerca de Glasgow, Escocia. Fue detenido, condenado por crímenes de lesa humanidad y murió en 1987. Para entonces era el único habitante de la prisión de Spandau, Berlín. Nunca se confirmó si quiso abandonar al Führer o pretendía negociar una paz con el Reino Unido en su nombre.
El miércoles, el canciller libio Musa Kusa y parte de su familia llegaron a Londres, luego de cruzar la frontera con Túnez subrepticiamente con la excusa de tratarse de la diabetes. En la capital inglesa dijo que renunciaba a seguir representando al gobierno libio. Para la diplomacia occidental es una muestra más de la debilidad de Muammar Khadafi, que no está en condiciones de mantener a su lado a colaboradores tan cercanos como antiguos. Porque Kusa, como se comenta en los corrillos internacionales, es una suerte de “caja negra” de lo que ocurrió en estos 42 años en Libia.
Al igual que Hess, Kusa era la cara amable del régimen y negoció con los países europeos indemnizaciones por el atentado de Lockerbie, Escocia, en 1988, contra un avión de la desaparecida compañía Pan Am en el que murieron 270 personas. Luego acordó las condiciones para que Gran Bretaña entregara al autor del atentado y, de paso, para desactivar el programa de “armas de destrucción masiva” de Libia, lo que le franqueó las puertas de Europa. El problema es que Kusa fue el jefe de los servicios secretos libios entre 1994 y 2009. Por lo tanto sabe muy bien cómo se organizó el golpe y quién lo ordenó, lo que significaría que puede aportar data para un eventual juicio contra Khadafi en La Haya.
Por eso el hombre no respira tranquilo, a pesar de que es difícil saber a qué acuerdos podría haber llegado con los británicos para dar semejante salto. Por lo pronto, los familiares de las víctimas de aquel atentado exigen a las autoridades que sea llevado ante la justicia. En el mismo sentido se expresó Mahmud Shamam, ministro de Información del consejo rebelde, con sede en Benghazi, quien además le pide rendir cuentas sobre los crímenes cometidos en suelo libio mientras comandó a los espías nativos. Kusa debería responder por el asesinato de figuras de la oposición que vivían en el exterior y por la represión interna durante todos esos años.
El mismo día se conoció una información publicada por The New York Times acerca de la participación de la CIA en Libia, que según una orden secreta de Barack Obama, incluye la posibilidad de entregar armas a la oposición. También el MI6 británico, para no ser menos, hace de las suyas en las arenas libias, según revelaron los medios internacionales.
La alianza de potencias que intervienen en el conflicto libio no pudo aún avanzar militarmente sobre las tropas leales a Khadafi. Porque la cobertura aérea es un buen escudo para evitar ataques khadafistas, pero no alcanza para torcer el poderío terrestre, habida cuenta de que las milicias rebeldes son un grupo disímil y más voluntarioso que preparado, cuando no escaso en cantidad y calidad militar. Y, además, que ni la OTAN ni Washington cuentan con información certera y confiable sobre quién es quién en ese mosaico de intereses unidos sólo por el deseo de expulsar a Khadafi. Por eso prometen pero dudan sobre la entrega de armamento al Consejo rebelde.
Está fresco en ellos que el apoyo que le dieron a la resistencia afgana contra la invasión soviética a finales de los ’80, que devino en el ascenso al poder de los talibán, un grupo integrista que tiene en vilo a las tropas estadounidense desde hace diez años. Sin hablar del escándalo Irán-Contras.
Pero hay otros personajes emblemáticos que intervienen en este galimatías en que se convirtió Libia. Porque el mando militar de las fuerzas opositoras estuvo hasta hace un par de semanas en manos del general Younes Abdel Fattah, que fue ministro del Interior y un colaborador clave de Khadafi hasta el 22 de febrero, cuando renunció pidiendo a sus colegas que se unieran a la gente para “responder a sus legítimas demandas”. Ex ministro de Seguridad Pública, Fattah trabó una relación privilegiada con los británicos en 1992, a raíz de un incidente diplomático.
No era hombre a quien encomendarse demasiado, de modo que tuvo que dejar su puesto al general Khalifa Hifter o Haftr, según la grafía. Él sí sería de fiar para los gobiernos occidentales. Como que, si bien no hay confirmación oficial sobre su relación con la agencia de espionaje estadounidense –estas cosas no se publican en el Boletín Oficial– pasó los últimos 20 años de su vida con su numerosa familia en Fairfax, Virginia, Estados Unidos. A 20 minutos de Langley, la sede central de la CIA, y a 25 del Pentágono.
La principal ventaja de Hifter es que no es un converso reciente, puesto que abandonó a Khadafi hace mucho. Y que no se fue por apoyar manifestaciones callejeras. Su historial –revelado por el periodista Chris Adams, de McClatchy Newspapers– dice que comandó las tropas libias en la desastrosa aventura en Chad de finales de los ’80. Hifter, por entonces coronel del ejército, fue capturado en 1987 cuando combatía en una rebelión respaldada por Libia contra el gobierno de Hissène Habré, apoyado por los Estados Unidos. En 1990 se trasladó a Virginia y, según testimonia Adams, llegó a ser el comentario de sus vecinos, que no se explicaban cómo hacía para mantener su nivel de vida sin contar con ningún trabajo conocido. Incluso, se recuerda en las crónicas periodísticas, se lo mencionó como líder de la oposición libia en el The Washington Post del 26 de marzo de 1996 durante una revuelta contra Khadafi en Trípoli.
“Los esfuerzos de la CIA son un intento tardío de reunir información básica sobre los rebeldes, que antes de los levantamientos en el norte de África apenas aparecían en las pantallas de los radares de los servicios secretos”, escribió el mismo diario, pero hace unos días.
“Sabemos en contra de qué están”, explicó Mike Rogers, presidente de la comisión de los Servicios Secretos en la Cámara de Representantes estadounidense. “Pero no sabemos realmente a favor de qué están”, concluyó. Entregarles armas a los rebeldes en estas circunstancias sería, aun para un republicano como lo es él, “una idea terrible”.
“El general Khalifa Hifter, el comandante del autoproclamado Ejército Libre de Libia, no se viste para la batalla. En los días recientes, después de que sus fuerzas habían recuperado gran parte del territorio que habían perdido, el militar llevaba un traje a rayas y un suéter de cuello negro.” Así lo describen Alexander Marquardt y Mark Mooney en un artículo para ABCNews.
Quizás aquí podría buscarse alguna explicación a esta carencia de información. Hifter estaba demasiado cómodo en Virginia. Y la CIA también.
Tiempo Argentino
Abril 2 de 2011
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