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Todo pasa, todo llega

Luego de la revuelta popular que sacó del poder en Egipto a Hosni Mubarak, el 11 de febrero pasado, era esperable que, más temprano que tarde, la ola llegara a Siria. Porque la historia moderna de ambas naciones está tan íntimamente ligada como para que el anuncio de la eliminación del estado de excepción que hizo el gobierno de Bashar al Assad termine por convertirse en una muestra inigualable de esta comunión.
La crisis del Canal de Suez, en 1956, dejó como resultado un fuerte liderazgo del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. Siria, que venía de un período de inestabilidad política, se acercó tanto a Egipto que el 1 de febrero de 1958 Nasser y el presidente Shukri al Kuwatli anunciaron la creación de la República Árabe Unida.
Era un experimento difícil de sostener, ya para llegar de un territorio a otro hay que atravesar Israel y parte de Jordania. Y efectivamente, un golpe militar restableció la República Árabe Siria el 28 de septiembre de 1961.
Pero no fueron meses fáciles los que sobrevendrían y otro golpe, dado por oficiales de tinte socialista del ejército sirio el 8 de marzo de 1963, llevó al poder al Partido Baas, panarabista. Desde entonces rige en Siria el estado de excepción, que durante 48 años prohibió, entre otras limitaciones a las libertades democráticas, las protestas callejeras.
El sistema funcionó bastante bien, al punto que en 1971 asumió la presidencia el padre del actual líder, Hafez al Assad, y su dinastía logró permanecer estos 40 años en el poder. Razón suficiente para que los analistas consideraran a Siria más estable y con menos probabilidades de que se produjeran rebeliones.
Extremadamente flaco, alto y con cierto desgarbo, Bashar al Assad –que nació dos años después del estado de sitio, en 1965– estaba en Londres cuando le informaron que había muerto en un extraño accidente su hermano mayor Basel, el heredero natural del clan. Corría el año 1994 y Bashar, a los 28 años, tuvo que cambiar radicalmente su vida.
Él, que había estudiado oftalmología y se imaginaba en algún hospital londinense haciendo sus prácticas, debió volver velozmente y prepararse para su nuevo destino. En pocos meses ingresó a la academia militar y posteriormente a la escuela de guerra de Damasco, donde se forman los cuadros políticos del baasismo. A la muerte de su padre, fue elegido en 2000 con el 97% de los votos.
El año pasado hizo una gira por Latinoamérica. Y se mostró ante un grupo de periodistas porteños como seguro, amplio, moderno y alejado de extremismos religiosos. Sólo causó impacto que ante una pregunta sobre el Holocausto dijera: “Esa es una historia en la que no estuve presente. No había nacido ni ustedes tampoco. Que digan 6 millones, 10 millones, no tengo estos datos precisos porque no estaba presente.”
Pero como todo pasa, según el viejo proverbio árabe que luce Julio Grondona en su anillo, parece haberle llegado la hora a Siria. Y en los últimos días los muertos por la represión llegan al centenar en la región de Daraa, al sur de la capital. A los funerales asistieron unas 20 mil personas, una cifra imposible de imaginar en un país donde precisamente no existe ese derecho. Las consignas, según reflejan las agencias internacionales, eran por libertad y el fin de la corrupción.
El anuncio de que se podría morigerar el sistema represivo incluye también una nueva ley sobre partidos políticos, un aumento de salarios, la distribución de subsidios en el área de salud y la creación de una comisión especial para diseñar planes contra la corrupción.
Antoine Basbous, director del Observatorio de los Países Arabes, le dijo a Ansa que Assad “tiene miedo de la comparación con el tunecino Zine Ben Abidine Ben Ali y Hosni Mubarak, no quiere que crean que su régimen está vacilando como los países vecinos”. Y remató: “No podemos saber si las concesiones que anunció serán suficientes para aplacar a la población.”
Rami Makhluf, primo del presidente y dueño de empresas de telefonía celular en el país, es uno de los personajes que aparecen en muchas de las pancartas como emblema de la corrupción en ese país, donde una minoría del islamismo alauita en torno del 15% controla el poder sobre la mayoría de sunnitas.
Otro presidente en apuros, el yemenita Ali Abdalá Saleh, anunció una amplia amnistía para los militares que pasaron al bando de los rebeldes opositores, y pidió a además la renuncia de los soldados “desertores”. El mandatario –32 años en el poder– ya había propuesto adelantar las elecciones presidenciales para fin de 2011 y no presentarse a un nuevo período. Luego de la masacre de al menos 52 personas hace una semana en Sanaa, la capital, un gobernador, varios embajadores, un general y un grupo de militares se pasaron al bando opositor, lo que presagia un aumento en capacidad de presión y poderío político de los sectores que piden cambios en ese país. En un discurso televisado, el presidente yemenita anunció una “amnistía general” para aquellos que “cometieron esta idiotez”. Palabras que suenan a bravuconada de alguien que se sospecha perdido.
Pero donde la situación puede resultar más sinuosa es en Bahrein, ese pequeño reino del Golfo Pérsico con una superficie equivalente a tres veces la Ciudad de Buenos Aires y millones de barriles de petróleo bajo su suelo. Ese escaso territorio es sede de la V Flota de los Estados Unidos, por tanto un sitio estratégico en el que una revuelta puede resultar fatal para la estructura militar de Washington en la región.
Los opositores chiítas, una mayoría abrumadora del país, exigen desde hace meses cambios políticos sustanciales a la dinastía Al Jalifa, sunita, que reina desde 1783. La forma de resolver la cuestión hasta ahora consistió en prometer cambios mínimos y pedir refuerzos de tropas y armas de Arabia Saudita para reprimir a los manifestantes. Los muertos se cuentan por decenas y según la Organización de Naciones Unidas (ONU) en la última semana de protestas desaparecieron entre 50 y 100 personas.
El vocero del Alto Comisionado de Derechos de la ONU, Rupert Colville, dijo a Ansa que la situación es “muy preocupante”. Entre los desaparecidos hay activistas políticos, defensores de los Derechos Humanos, médicos y enfermeras.
Los métodos represivos en Bahrein se están pareciendo cada vez más a los utilizados por la dictadura militar argentina hace 35 años. Y Washington deja hacer con tal de mantener un status quo cada vez más difícil. Teniendo en cuenta, también, que todo llega.

Tiempo Argentino
Marzo 26- 2011

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