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Relaciones inapropiadas

Está en el lado equivocado de la historia”, evaluó Barack Obama, y sonó contundente. Por las dudas, quiso reforzar: “Voy a ser muy poco ambiguo sobre esto. El coronel Muammar Khadafi tiene que dejar el poder y marcharse.” El presidente estadounidense indicó luego que los EE UU estudia “toda una gama de opciones” para aplicar en Libia. Si uno se guía por el pasado de incursiones neocoloniales en el mundo, no podría menos que considerarlo una amenaza de intervención armada. Con una escalada que podría comenzar, por ejemplo, con una zona de exclusión aérea sobre el país norafricano, para impedir que la aviación leal a Khadafi ataque a las fuerzas opositoras.
Las palabras de Obama parecen una respuesta a la presión que el espectro conservador viene desplegando para que el Pentágono tome cartas en el problema libio a la usanza de los buenos viejos tiempos. Es así que unos 40 “neocons” enviaron una carta al actual ocupante del Salón Oval para pedirle, también sin ambigüedad, una intervención militar y terminar con Khadafi. “Libia está en el umbral de una catástrofe moral y humanitaria”, dice la nota, en la que se detallan una serie de operaciones posibles, como el incremento de sanciones y el pedido a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que “desarrolle planes operativos a fin de desplegar con urgencia aviones de guerra”.
Entre los signatarios de la carta figuran cuatro personajes muy cercanos a Bush hijo: su ex subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz; su principal asesor sobre Medio Oriente, Elliott Abrams; y dos ex redactores de sus discursos, Marc Thiessen y Peter Wehner.
Pero algo cambió en las relaciones internacionales últimamente. Algo que percibe la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien le puso un manto de sutileza histórica al problema Khadafi. “Una de nuestras mayores preocupaciones es que Libia no se hunda en el caos“, declaró la funcionaria, para explicar: “Los sangrientos enfrentamientos podrían provocar condiciones como en Somalia, que carece hace varios años de un Estado central.”
La operación Devolver la esperanza había comenzado con Bush padre, y terminó en un rotundo fracaso en marzo de 1995, cuando Bill Clinton y la ONU decidieron abandonar Somalia, que quedó en manos de un rosario de señores de la guerra enfrentados a muerte. Aquella intervención tuvo un costo diez veces mayor que la ayuda humanitaria que pretendía sustituir, y fue el despliegue militar estadounidense más grande en ese continente. El extremo del Cuerno de África sigue sin gobierno ni instituciones, dividida en tres proyectos de países que piden reconocimiento de Naciones Unidas (Somalilandia, Puntland y Somalia).
Bill Clinton, como se sabe, es el esposo de Hillary. De manera que ella conoce aquel fracaso en vivo y en directo. Pero también en el Pentágono saben qué se quiere decir cuando se habla de intervención bélica. Y se les frunce la nariz.
En abril de 1986, siendo presidente Ronald Reagan, cazas norteamericanos atacaron Trípoli y Benghazi, en una operación que dejó unos 100 muertos –entre ellos una hija de Khadafi– en represalia por el estallido de una bomba en la discoteca berlinesa “La Belle”, predilecta de los soldados estadounidenses apostados en Alemania, donde murieron tres personas. Reagan había anunciado un golpe “quirúrgico y proporcionado” contra el país acusado por el atentado. Pero Khadafi salió fortalecido. Otras intervenciones que recuerdan en los despachos militares son la invasión a Afganistán y a Irak, que tampoco fueron grandes éxitos políticos.
Es cierto que unos 400 marines de la II Unidad Expedicionaria Marina, con base en Carolina del Norte, desembarcaron en la isla de Creta. Y que también llegaron al Mediterráneo barcos anfibios de asalto. Pero el secretario de Defensa tamizó un poco la cosa. “Las consecuencias de nuestros actos tienen que ser ponderadas muy cuidadosamente. Tenemos que pensar antes de que se use a las fuerzas militares estadounidenses en otro país”, dijo con toda claridad Robert Gates.
En similares términos se manifestó el jefe del Estado Mayor, Mike Mullen, quien cuestionó una de las medidas en análisis, como la creación de una zona de exclusión aérea, por considerarla una operación “extraordinariamente compleja”. En off, resaltó Peer Meinert, de la agencia dpa, los uniformados estadounidenses comentaron que una intervención de los Estados Unidos confirmaría el argumentos de Khadafi, de que la oposición está fogoneada por lacayos de EEUU, que no tienen ningún interés en la democracia sino sólo en el petróleo. Sería como un balazo en el propio pie, sostienen.
Tampoco hay consenso en el núcleo fuerte de la ONU. Guido Westerwelle, ministro alemán de Relaciones Exteriores, comentó que una acción militar ni siquiera estaba en la agenda, y que además, Alemania se opone. China ya había adelantado su repudio al uso de armas, mientras que Rusia rechazó la idea por “superflua” y pidió respetar las sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad. El canciller italiano, Franco Frattini, descartó a su turno cualquier intervención militar por “razones obvias”. Italia ya tuvo su propia aventura bélica en África, entre 1911 y 1943, y con eso le basta.
Para Obama, abrumado aún por la derrota electoral de noviembre pasado que lo puso a merced de los republicanos en el Congreso, y del Tea Party y sus representantes en los medios más recalcitrantes de la derecha, una acción armada siempre puede ser una opción interesante para fijar agenda exterior y desviar los temas que afligen en política interior.
También de esto podría hablarle su secretaria Hillary Rondham Clinton.
Porque como primera dama tuvo que esquivar las dentelladas de los republicanos cuando estalló el affaire de Bill Clinton con la becaria Monica Lewinsky. El caso, según terminó por confesar él, “fue una relación inapropiada”, que permitió la chanza casi cantada de que gobernaba desde el Salón Oral. “Es una operación de la derecha, es inocente”, juraba ella.
El tema fue tomando espesor político en los primeros días del ’98. Y muy pocos dudaron de que el incremento de las presiones contra el régimen de Saddam Hussein eran una forma de desviar la atención.
Porque a medida que el escándalo iba comprometiendo al gobierno, también aumentaba la embestida contra Irak. El 9 de diciembre, un comité del Congreso aprobó un juicio político contra el presidente. El 16, Clinton y el entonces premier britanico Tony Blair deplegaron la operación Zorro del Desierto, el mayor de los bombardeos mientras que Hussein estuvo en el poder. En febrero de 1999, un Clinton recuperado fue absuelto de culpa y cargo por el Senado de los EE UU.
Tal vez la duda con Libia es que ni Obama ni Hillary tienen relaciones inapropiadas. Que se sepa.

Tiempo Argentino
Marzo 5 de 2011

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