Nicolas Sarkozy necesitaba dejar en el olvido sus dos traspiés consecutivos, en Túnez y Egipto. Por eso exageró su irritación contra Muammar Khadafi y se apuró en reconocer diplomáticamente al comité creado por los rebeldes en el este libio. Se le sumó ayer el primer ministro británico Davids Cameron y luego la Unión Europea, que reconoció a la oposición como “interlocutor válido” y a la vez negó la representación oficial al gobierno constituido. Más allá de discutir qué derecho les cabe a las potencias europeas para intervenir en el país norafricano, lo que el continente pretende es volver a ubicarse en un territorio todavía bajo control del coronel que, hasta hace semanas nomás, figuraba entre los más confiables para hacer negocios y esperar a cambio tranquilidad y estabilidad regional.
La cumbre extraordinaria de la UE reunida en Bruselas pidió, además, que el líder libio deje el poder, y estudia aumentar las sanciones económicas, pero por ahora no tomará medidas de manu militari. Como se sabe, hablaron de algún tipo de bloqueo aéreo, que con la excusa de evitar que los leales disparen contra población civil, es en la práctica una intromisión flagrante en la crisis interna apoyando a una de las partes en conflicto. También amenazaron con ataques selectivos contra objetivos determinados, cosa de proteger el bien más preciado en ese territorio que es, claro, el oro negro.
Los países árabes, desde el Magreb hasta el oriente asiático, tienen alrededor del 70% de las reservas de petróleo internacional. Libia, en esta suma de riquezas extinguibles, cuenta con el 3,5% de ese total. En ese contexto, el coronel libio, hasta hace poco un nuevo aliado confiable, pasó a ser enemigo público número uno. Como suele ocurrir, los centros de poder internacional, y en especial Washington, prefieren a líderes salidos de sus propias huestes. Mubarak lo era, al igual que el tunecino Ben Ali. Khadafi, con su pasado antiimperialista, siempre fue para ellos un converso al que alguien, con saña, comparó con el dirigente ferroviario José Pedraza, porque el furor neoliberal de los ’90 le hizo rifar sus antecedentes combativos.
Para explicar el repentino giro “anti-Khadafi” se podría recordar que Libia es una cuña entre Egipto y Túnez, dos países cuya población se levantó contra dictaduras prooccidentales de vieja data y donde no se puede predecir un rumbo, ahora que la ciudadanía recuperó protagonismo aceleradamente. Una Libia manejada por amigos irrefutables de los
EE UU y la UE será, sin dudas, una amenaza contra cualquier tipo de extremismos entre sus vecinos, de allí que el interés intervencionista también tenga un cariz estratégico por el control de un punto vital del planeta.
Por lo pronto, en El Cairo hubo enfrentamientos entre cristianos coptos e islamitas en el barrio de Moqqatam que dejaron un saldo de 13 muertos. Los Hermanos Musulmanes acusaron de la matanza a partidarios de Mubarak. En Túnez, donde comenzó la tormenta política en diciembre pasado, ya suman 70 los partidos que se anotan para presentarse a las elecciones presidenciales programadas para el mes de julio. Allí, el Partido Tahrir expuso por primera vez su programa de gobierno, de carácter confesional, basado en los preceptos del Corán y la aplicación de la ley islámica.
En Yemen, el presidente Saleh sigue en la picota porque la oposición le rechazó un intento de modificar la constitución a su gusto. Bahrein y Omán, dos países sentados sobre millones de barriles de petróleo y manejados por ultraamigos de Washington, recibieron una “ayuda” de 10 mil millones de dólares cada uno, para aplacar las protestas antigubernamentales. El beneficio surgió luego de un encuentro de los ministros de Relaciones Exteriores del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) en la capital saudita, donde emitieron un documento en el que señalan que Khadafi debe irse porque perdió legitimidad. Puertas afuera del cónclave, la represión contra manifestantes chiítas dejaba un saldo de tres heridos en Riad.
Mientras tanto, tres cancilleres del grupo IBSA (que forman India, Brasil y Sudáfrica) subrayaron en un comunicado que cualquier medida a tomarse en Libia debe “contemplar legítimamente el pleno cumplimiento con la Carta de la ONU, dentro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y en estrecha coordinación con la Unión Africana y la Liga Árabe”. El trío de naciones reiteró la esperanza de que cualquier cambio en Medio Oriente y el Norte de África debe “seguir un camino pacífico” y expresó su confianza en una “salida positiva en armonía con las aspiraciones de la gente”.
Ante este panorama, la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, anunció una visita a Túnez y Egipto, en una gira en la que también se reunirá con opositores del líder libio. Tanto el gobierno de Obama como el Pentágono rehuyen en esta etapa una intervención directa. Pero es evidente que apuestan a socavar a Khadafi o, si no pudieran, a crear las condiciones para una guerra civil prolongada, como hicieron desde las devastadoras guerras balcánicas, en los ’90.
Es que el interés de los EEUU en Libia viene de lejos. Cuenta la historia que la primera intervención de los marines fue curiosamente en esa región. Esa fuerza de despliegue rápido, símbolo del imperialismo yanqui si los hay, fue fundada como uno de los batallones que debían luchar por la independencia de las 13 colonias. Y nació en una cervecería de Filadelfia, el 10 de noviembre de 1775, a instancias de Samuel Nicholas, quizás un Homero Simpson de la época. El primer reclutador fue, como era de imaginarse, el dueño de la Tun Tavern, Robert Mullan.
En 1805, el presidente Thomas Jefferson decidió no seguir pagando un “peaje” a piratas de lo que se llamaba Costa Bereber para que no asaltaran barcos mercantes estadounidenses. Los marines emprendieron su primera redada punitiva a lo largo de 600 millas del desierto hasta la ciudad fortificada de Derna, en Trípoli, para rescatar a la tripulación secuestrada del USS Filadelfia.
Su segunda participación fue durante la invasión a México, en 1847, cuando en una veloz operación, tropas de la USMC (United States Marines Corps) tomaron el Palacio Nacional de Chapultepec, conocido como los Salones de Montezuma.
A la vuelta de esa exitosa operación por la que EEUU se apropió de la mitad del territorio mexicano, los soldados canturreaban:
Desde los salones de Montezuma
a las costas de Trípoli
peleamos las batallas de nuestro país
en el aire, en la tierra y en el mar.
El que musicalizó estos textos para convertirlos en el himno “Semper fidelis” (Siempre fiel) fue un integrante del cuerpo de élite, John Philip Sousa, quien luego compuso la marcha “Barras y Estrellas”, célebre en estas pampas como cortina de Radio Colonia y Crónica TV.
La marcha de los marines guía a esos más de 200 mil adalides de la democracia, que se enorgullecen de haber participado en cuanta ocupación hizo Washington en el mundo desde entonces.
Se jactan en su página web (http://www.marines.com) de su última intervención, “Derrocando a un régimen nocivo”, en Irak en 2003. Mucho más alardean de no demorar más de seis horas para llegar a cualquier lugar del mundo donde hagan falta.
Porque son...
Primeros en luchar por el derecho y la libertad
y mantener limpio nuestro honor;
estamos orgullosos de llevar el título
de marines de los Estados Unidos.
Si es que esta vez no llegan antes los europeos.
Tiempo Argentino
Marzo 12 de 2011
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