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Apuntes sobre la barbarie

El rey, suprema autoridad, apenas dispone de un margen de movimiento ligeramente mayor que el de un peón. Un pobre rey casi paralítico, en las situaciones de mayor peligro, que no puede desplazarse sino con menudos pasos, de cuadrícula en cuadrícula…” La frase del boliviano Marcelo Quiroga Santa Cruz pertenece a una novela que no alcanzó a terminar, Otra vez marzo. Ilustrativo análisis del líder socialista asesinado por paramilitares durante el golpe de julio de 1980 que llevó al poder, circunstancialmente, al narcotraficante Luis García Meza, y que sirve para explicar el exiguo dominio del monarca. No sólo en el ajedrez, esa metáfora política nacida en Oriente en forma de juego.
Algo de esto debe estar pensando Muammar Khadafi, acorralado por una oposición tribal y mediática en la capital libia y en apariencia condenado a la derrota, luego de 42 años de ejercicio del poder en esa nación del Norte de África. Y sintiendo que lo están abandonando muchos de sus viejos amigos, como algunos ministros, diplomáticos y militares. Pero también aquellos viejos enemigos que, solapados, se acercaron a sus mercedes en busca de alguna migaja de esos millones de barriles de petróleo disponibles a pocos kilómetros de distancia de Europa. O de estabilidad en el tablero regional.
El viraje de Khadafi, con un rico pasado antiimperialista, lo acercó, efectivamente, a hacer las paces luego de los ’90 con los poderosos del mundo industrializado. Táctica que lo fue convirtiendo en un interlocutor válido para el combate, por ejemplo, de Al Qaeda o del extremismo islámico.
En ese marco, recompuso relaciones con Italia, que hace justo un siglo –en septiembre de 1911– había comenzado una tardía aventura colonizadora en el otro lado del Mediterráneo. Khadafi estableció una relación tan profunda con Silvio Berlusconi que se rumoreó de negociaciones para venderle al libio su participación accionaria en el club Milan. Decenas de empresas y el propio “Cavaliere” profundizaron desde 2008 relaciones comerciales de toda índole con Libia.
Pero repentinamente, desde que fueron contagiándose en la región revueltas como la que se inició en Túnez para fin de año, esos nuevos mejores amigos occidentales fueron girando a una velocidad de torpedo. Y desde París, Londres y Washington, llueven recomendaciones y amenazas para que se acabe la dura represión que reflejan los medios internacionales, casi todos prendidos a la información que difunde la cadena de televisión Al Jazeera, con sede en Qatar.
Los gobiernos de Cuba y Venezuela, en cambio, tienen una visión diferente de la crisis libia. “Lo que para mí es absolutamente evidente es que a los Estados Unidos no les preocupa en absoluto la paz en Libia, y no vacilará en dar a la OTAN la orden de invadir ese rico país, tal vez en cuestión de horas o muy breves días”, escribió el líder cubano en uno de sus ahora habituales artículos de reflexión.
Fidel Castro insistió en que los Estados Unidos acrecentó su poderío en el mundo a través del control del petróleo mediante sus trasnacionales, método con el que intentó ahogar a la Revolución Cubana y amenazó la soberanía de otras naciones, como es el caso, dijo, de Venezuela. Precisamente desde ese territorio sudamericano, fue el propio presidente Hugo Chávez quien fijó posición desde un Twitter que envió a su ministro de Relaciones Exteriores.
“Vamos Canciller Nicolás (Maduro): dales otra lección a esa ultraderecha pitiyanqui. ¡Viva Libia y su Independencia! ¡Gadafi enfrenta una guerra civil!”, escribió. El funcionario explicó entonces ante su Parlamento que Caracas rechaza la violencia en Libia y acusó al gobierno de Barack Obama de “crear un escenario que convenga a la invasión”. Acto seguido agregó que los medios de comunicación están “manipulando” los acontecimientos actuales en Libia.
La historia de esta parte del mundo es abundante en ejemplos de cómo los medios y los constructores de la memoria han manipulado acontecimientos para construir escenarios de civilización o de barbarie. Tal vez el ejemplo más contundente sea el de Juan Manuel de Rosas, que por su defensa de la soberanía nacional se convirtió en enemigo de las potencias del momento y de sus aliados interiores. Francia y Gran Bretaña bloquearon el estuario del Río de la Plata, como se sabe, y –es una forma resumida de decirlo– el “tirano” respondió con el Combate de la Vuelta de Obligado.
Hubo varios caudillos “dictatoriales” que luego el revisionismo histórico ubicó en otro lugar, como el mariscal Francisco Solano López, atacado por los medios de la segunda mitad del siglo XIX para justificar la Guerra de la Triple Alianza, que destruyó al Paraguay entre 1865 y 1870.
Antes, también en el Paraguay, hubo un personaje igualmente poco querido por la iconografía liberal, José Gaspar de Francia. Una sublime semblanza de este personaje y más aun de los controvertidos fundamentos de un gobierno autocrático escribió Augusto Roa Bastos en la imprescindible novela Yo el Supremo, publicada en 1974. Roa Bastos es el mismo que escribió los guiones de Shunko y Alias Gardelito, de Lautaro Murúa, y de Hijo de hombre y La Sed, de Lucas Demare, entre la docena de filmes en que intervino.
“Los pasquineros consideran indigno que yo vele incansablemente por la dignidad de la República contra los que ansían su ruina. Estados extranjeros. Gobiernos rapaces, insaciables agarradores de lo ajeno. Su perfidia y mala fe las tengo de antiguo bien conocidas”, se enfurece por momentos el Supremo de Roa Bastos.
El que había descubierto el talento y la fuerza expresiva de ese culto empleado paraguayo de una empresa de seguros del centro porteño, donde estaba exiliado, fue Armando Bo, quien en 1957 llevó al cine El trueno entre las hojas. La película, de paso, mostró por primera vez todo el esplendor de Isabel Sarli. Roa Bastos hizo luego Sabaleros, también con el dúo Bo-Sarli.
“El rey no avanza ni siquiera cuando se desplaza hacia adelante, en busca del centro del tablero. Todo desplazamiento suyo es una fuga, un modo de burlar el asedio que lo empuja hacia un ángulo donde sus posibilidades de huir se reducen a tres”, reflexiona Quiroga Santa Cruz. Enemigo del régimen de Hugo Banzer, el boliviano también padeció exilios. En Chile, en Buenos Aires, donde llegó a dar clases en la UBA, en México. Y lo mató una dictadura apoyada por el régimen de Videla.
Representantes de ese régimen genocida ante la Libia de entonces recordaban estos días que Khadafi arriesgó mucho para acercarle armas a la Argentina en la guerra de Malvinas, ese intento de parecer defensor de la soberanía de uno de los gobiernos más proimperialistas en la historia nacional. Pero caramba, de todas maneras era una gesta reivindicativa que otros países solidarios, como lo fue entonces el Perú, no dejaron de reconocer.
¿Cómo habrá que pararse frente a Muammar Khadafi, ahora que aparece acorralado, irascible, irracional? Por supuesto, no se puede aceptar violaciones a los Derechos Humanos. Y se exige el cese de la violencia. Pero hay un puñado de preguntas incómodas por hacer.¿Qué viene, después de Khadafi? ¿Una invasión, la partición de Libia entre caudillos tribales, como en Somalía? ¿Una sangrienta guerra santa que sólo deje en pie a los pozos petrolíferos? ¿Quién mueve los trebejos en el complejo tablero árabe?

Tiempo Argentino
Febrero 26 2011

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