La última sorpresa griega fue el intento de referéndum anunciado por Georgios Papandreu que, ante las nada diplomáticas presiones de franceses y alemanes, tuvo que retirar de la escena. “Teníamos tres alternativas: la primera era catastrófica, convocar elecciones; la otra era el referéndum, y la tercera solución era lograr un consenso más amplio para sacar adelante el plan de salvamento”, explicó en una nerviosa jornada en que terminó por pedir un voto de confianza ante el revuelo de su anuncio. “El referéndum no era un fin en sí mismo. El fracaso a la hora de aprobar el rescate hubiera supuesto nuestra salida del euro. Pero si hay consenso no hace falta un referéndum”, se explayó.
Los aprietes del francés Nicolas Sarkozy y de la alemana Angela Merkel fueron feroces pero ponían sobre el tapete la cuestión de fondo que se dirime en la Eurozona. Las reglas de juego las dictan Francia y Alemania, mal que les pese a sus socios regionales. Y entre ellas no figura que uno de sus países miembros decida cortarse solo y decidir si un acuerdo como el alcanzado a los tirones para reducir la deuda a la mitad a cambio de ajustes brutales –y que compromete el futuro de un par de generaciones– debe ser o no sometido a la voluntad popular.
Porque ¿qué ocurriría de triunfar el rechazo, como se puede prever sin ser ducho en sondeos preelectorales? ¿Qué salida podría ofrecer Atenas que no fuera abandonar el euro y forzar una quita aún mayor o directamente ir a un default total? Esa posibilidad no cabe en los cálculos de los dirigentes paneuropeos, porque cualquier abandono sería un golpe mortal para la moneda común y seguramente la extremaunción para la economía continental.
Bueno es recordar ahora que la crisis se ensañó sobre todo en países que ya venían algo escorados en 2008 y que terminaron de darles la razón a los gurúes que, ante la primera señal de que el sistema financiero comenzaba a mostrar grietas, anotó con un acrónimo despiadado la inicial de las primeras posibles víctimas. Portugal, Italia (al principio era Irlanda), Grecia y España (Spain) da como resultado Pigs (cerdos, en inglés).
Así se sienten los ciudadanos de esas naciones, que reclaman soluciones a una situación que se traduce en la pérdida de beneficios sociales, baja de salarios, desocupación, inestabilidad y desesperación y que terminaron convertidos en espectadores de medidas que no aceptarían jamás por las buenas.
En el caso de Grecia, una decena de huelgas generales sirvieron para mostrar mucha fuerza pero poca efectividad práctica. En España, salvo el movimiento 15-M, que no se plantea opciones de política electoral, todo parece centrado en esperar el resultado de las elecciones del 20 de noviembre, con el prácticamente seguro triunfo del derechista Partido Popular, que cortará allá donde el Socialismo Obrero Español no se atrevió aun a hincar las tijeras. Que a esa altura ya no será tanto.
Italia ve tambalearse nuevamente al gobierno de Silvio Berlusconi. Pero a lo largo de su carrera política Il Cavaliere atravesó tantos trances en contra que para él no pasaría de ser otro embate contra su persona. Sólo que esta vez los planes de austeridad que le exige la Unión Europea no vienen solos sino que incluyen la instalación de un equipo de inspectores del FMI en territorio italiano para vigilar de cerca que se cumplan las promesas de reducir el presupuesto. Portugal, que en junio cambió gobierno, no por eso dejó de adecuarse al Diktat de Bruselas.
El embate final, sin embargo, es en la cuna de la democracia, el territorio donde el tercer Papandreu que llega a primer ministro (su abuelo lo fue en los ’60, su padre en los ’90), luchó por meses como gato entre la leña para darle largas al asunto y conseguir en tanto una quita del 50% en la deuda.
Hasta que anunció un referéndum que hizo temblar a Merkel y Sarkozy, y tiró un escalón más abajo todas las bolsas. Sucede que a la solución democrática no le fue muy bien para respaldar las decisiones del sistema de gobernanza común. Dinamarca y Suecia, por ejemplo, forman parte de la Unión Europea pero rechazaron en sendas consultas populares adherir a la moneda común, en 2002 y 2003. El año pasado, los islandeses también votaron en contra de los acuerdos de su gobierno para reparar las pérdidas sufridas por los bancos británicos y holandeses con el derrumbe de su sistema financiero de 2008.
Pero el antecedente más dramático se produjo en 2005, cuando se estaban dando las puntadas finales para la aprobación de la Constitución de la Unión Europea, el corpus legal que debía institucionalizar a la comunidad de naciones.
Algunos miembros de la UE aprobaron el texto en el Parlamento, pero otros decidieron someter la Constitución a una consulta popular, como para darle mayor entidad democrática. El problema fue que Holanda y Francia la rechazaron abrumadoramente. Para no arriesgarse a otro fracaso, la dirigencia comunitaria apostó a un documento que contuviera las mismas prerrogativas y características de una Ley de Leyes, pero sin el problemita de que pudiera ser denegado. Fue así que se elaboró el Tratado de Lisboa, finalmente aprobado por representantes de la población a través de cada uno de los congresos sin pasar por el veredicto de las urnas.
El Tratado de Lisboa fue firmado por los representantes de todos los miembros de la UE en diciembre de 2007 en la capital portuguesa. De la Constitución ya nadie habla fuera de las academias de estudio o los libros escolares.
Destino de olvido tendrá también el proyecto de referéndum de Papandreu. No así los acuerdos económicos que la UE obliga a cumplir sin la posibilidad de salirse del juego ni de debatir en un comicio.
Tiempo Argentino
Noviembre 5 de 2011
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