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La importancia de la oreja en un gobierno popular

Hay coincidencia en que las manifestaciones de los últimos días en Brasil tomaron de sorpresa a todo el mundo. Como que para anotar algún antecedente de movilizaciones de un calibre similar fue necesario remontarse hasta 1992, cuando multitudes exasperadas salieron a las calles a pedir la destitución del entonces presidente Fernando Collor de Melo por los escándalos de corrupción que envolvían a su gobierno.
 Es que los brasileños son un pueblo que no acostumbra a hacer estas tenidas callejeras como sus vecinos más cercanos, salvo cuando se trata de festejos por algún triunfo futbolístico. Por eso llamó la atención la protesta contra el aumento en los transportes públicos de las mayores ciudades de ese país y luego la rechifla contra la presidenta Dilma Rousseff al inaugurar la Copa Confederaciones, una previa al Mundial de 2014. Si en el medio se tiene en cuenta la brutal represión policial –una deuda pendiente allí es la democratización de las fuerzas de seguridad– se podrá tener una medida más ajustada de lo que estaba ocurriendo en una nación que ya está jugando en las grandes ligas de la economía mundial. Una suerte de levantamiento que golpea de lleno en un gobierno federal que goza de una popularidad, según las últimas encuestas, que le despejan el camino a una cómoda renovación de mandato el año próximo. ¿Qué sucedió entonces?
 El sociólogo Emir Sader es un fino analista político y uno de los intelectuales de más brillo en la izquierda continental. En su blog intentó desmenuzar algunas reflexiones sobre esta corrosiva realidad de la administración brasileña que seguramente más hizo por los sectores más humildes en la historia del país y que sin embargo aparece como habiendo dejado escapar una tortuga.
 En primer lugar, sostiene Sader –quien resalta que los incrementos en el boleto de colectivo habían sido dejados de lado– "fue una victoria que muestra la fuerza de las movilizaciones y más aun cuando se apoyan en una reivindicación justa y posible, tanto que así fue realizada". Efectivamente, los gobiernos estaduales tomaron registro del fervor con que la protesta ganaba adeptos y decidieron escampar hasta que aclare.
 El otro dato que anota Sader es que esta monumental movida popular hizo entrar en la vida política a amplios sectores de la juventud "no contemplados por políticas gubernamentales y que hasta aquí no habían encontrado sus formas específicas de manifestarse políticamente". Un olvido que le puede costar caro al oficialismo.
 Los medios de difusión masivos, que atacan de forma sanguinaria el gobierno, fueron cuestionados durante un acto masivo en la favela Rocinha, la más grande de Río de Janeiro, por Dilma, quien los tildó de hacer "terrorismo informativo". Allí se comprometió a continuar con los planes sociales que benefician especialmente a la abrumadora mayoría de los residentes en esas villas miseria. Sin embargo, muchos de esos beneficiados también reclamaban contra el aumento de los boletos, unos 20 centavos fatales que hacen trastabillar el sistema político armado en torno del PT una década atrás, cuando el metalúrgico Lula de Silva llegó al Palacio del Planalto.
 Se habló la semana pasada de una caída en los índices de imagen de Dilma. Pero el conservador Folha de São Paulo apunta a que esa caída fue principalmente en los sectores más acomodados de la sociedad. Y de todas maneras, si los comicios fuesen hoy ganaría por más del 55 por ciento.
 Pero estos datos invitan a confusiones. Por eso se intentó minimizar la convocatoria, que seguramente pasó del cuarto de millón de ciudadanos en las más grandes ciudades, con el argumento de que eran integrantes de la clase media, de la tradicional y de las nuevas capas surgidas con el PT, que acudieron llamadas por las redes sociales. Algo así como una Primavera Brasileña calcada de la que ya se llevó puestas a varias dictaduras en los países árabes. Y justamente esa lectura resultaría desconcertante: no son los gobiernos "trabalhistas" una muestra de tiranía. Otro análisis compara el rechazo al aumento en la tarifa con el reclamo contra la construcción de un shopping en un parque de Estambul, cuando tampoco se puede equiparar al modelo brasileño con el islamizante Tayyip Erdogan.
Es cierto que en Brasil hubo convocatoria digital. Y a nadie escapa la exquisita tarea que acostumbran realizar "servicios" de toda laya y ONG afines a la CIA en todo el planeta. Pero para que el convite haya tenido éxito se necesitaban otros ingredientes y no sólo la idea cómoda de que a los jóvenes "cualquier colectivo" los deja bien. Si fuera así, el cómico Beppe Grillo, que en las legislativas italianas fue el cuco electoral con su propuesta de no a la política, hubiera prosperado en las municipales. Y sin embargo quedó totalmente al margen apenas cuatro meses más tarde.
 En Brasil, por lo pronto, aparece en la superficie de la protesta un grupo que se denomina Movimento Passe Livre, que desde hace por lo menos siete años viene reclamando por una tarifa libre para los estudiantes en los servicios públicos del país y que lograron crecer abruptamente tras el reajuste tarifario. El argumento que tienen es bien sencillo y efectivo: en ciudades que crecen desmesuradamente, viajar cada día se hace más oneroso para las capas más humildes de la población. No sólo en términos de dinero sino en tiempo de su vida que cada ciudadano pasa arriba de un ómnibus. De hecho, el servicio público, coinciden mayoritariamente los usuarios, es lamentable y cada vez más caro.
 Con el furor del Mundial y de la Olimpíadas de Río de Janeiro de 2016, el costo de la vida en general –alquileres, alimentos, servicios de salud, transporte– se hacen directamente prohibitivos para las mayorías. Lo que entra por un lado en términos de distribución de riqueza se va por el otro en precios que trepan mucho más rápido. El gobierno federal asumió que la inflación es una de sus prioridades, pero esto es una respuesta más acorde con el reclamo de los medios concentrados de comunicación. Para el resto, el pedido de tarifa cero, mejores servicios de salud y de educación de organizaciones como MPL (cuyo lema es "sin tarifa ni molinetes") apareció como la única propuesta viable, en vista de que el sistema político explica la problemática en términos economicistas.
 Fernando Haddad, el alcalde paulista que ganó con el apoyo de Lula en 2012, señaló por ejemplo que dejar el precio del boleto como estaba significará 8,6 mil millones de reales más en cuatro años. "Tendremos que recortar en otros gastos sociales", adelantó el lord mayor. Pero fue al contrastar este dato con el gasto de 30 mil millones de reales para la Copa Confederaciones y el Mundial que la irritación se salió de madre.
 Ante la pregunta de cómo creen que se puede financiar un servicio absolutamente gratuito y masivo del transporte, dos de las caras visibles del MPL, el bancario Douglas Beloni y la estudiante Mayara Vivian, declararon que el proyecto de tarifa cero deja la iniciativa para la alcaldía, "porque entendemos que no es nuestra responsabilidad decir de dónde va a salir el dinero". El MPL se promueve como un movimiento "horizontal, autónomo, independiente y apartidario, pero no antipartidario". Y asegura que su independencia se verifica en relación con los partidos, las ONG, y "las instituciones religiosas y financieras".
 País futbolero al fin, antiguos ídolos del "Scratch brasileiro" también se sumaron a la polémica. Así, Ronaldo –que forma parte de la organización– consideró que "la Copa es una oportunidad increíble para Brasil de atraer atención, inversión, turismo y otras mil cosas". El legendario Pelé no podía quedarse afuera y suplicó a través de un video que sus compatriotas dejen las calles. "Pido a los brasileños que no confundan las cosas. Estamos preparando la Copa del Mundo. Vamos a apoyar a la selección nacional.
Vamos a olvidar la confusión que reina en Brasil. Vamos a olvidar las protestas", dijo el tricampeón. Otro ídolo, Romario, que se inició en la política y fue elegido diputado, no lo perdonó: "Pelé en silencio es un poeta." Y le cuestionó su falta de conocimiento acerca de lo que ocurre en el país.
 A finales de 2010, el gobierno de Evo Morales eliminó un subsidio al combustible que venía de la época del dictador Hugo Banzer. Se desató una serie de protestas que lo obligaron a volver la medida para atrás, a pesar de que implica un quebranto en la economía del país de más de 1500 millones de dólares al año. "Mandamos obedeciendo", explicó entonces el líder cocalero. Similares palabras repitió Dilma Rousseff estos días, cuando salió a apoyar a los manifestantes y a decir que había entendido el reclamo popular.
El equilibrio de las cuentas públicas en un país democrático reclama un delicado equilibrio de las demandas sociales. Para las clases más poderosas, el bolsillo suele ser el órgano más sensible. Para los gobiernos populares, debe ser la oreja.

Tiempo Argentino
Junio 21 de 2013

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