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Jaque al rey Juan Carlos

Como se hizo costumbre, el rey Juan Carlos I de Borbón habló por cadena nacional para la celebración de la Navidad. Pero esta vez no fue un mensaje vago sobre el significado de la festividad cristiana y tampoco fue en absoluta cadena: en el País Vasco y Cataluña, por distintas razones, hubo canales que eligieron estar fuera de la emisión. No es para menos: el punto central del mensaje fue el delicado momento que vive España y el incierto futuro que le espera al país ibérico en 2014.
Por eso, Juan Carlos –y siempre en los términos en los que un discurso monárquico puede ser explícito– deslizó conceptos que hablan de lo esencial sin necesariamente ponerle nombre y apellido. Dijo, por ejemplo, que "la dificultad para alcanzar soluciones rápidas (a la crisis económica), así como los casos de falta de ejemplaridad en la vida pública, han afectado al prestigio de la política y de las instituciones".
Todos entendieron que se refería a las causas por corrupción que envuelven a la dirigencia del Partido Popular, el del presidente del gobierno, Mariano Rajoy, acusada de cobros irregulares de aportes empresariales. Pero también el sayo le cabe a su yerno, el ex deportista Iñaki Urdangarín, y la esposa, la infanta Cristina, hija del medio del rey, en un caso de desvío de fondos públicos hacia cuentas personales. El monarca, en ese sentido, se explayó algo más al agregar: "Sé que la sociedad española reclama hoy un profundo cambio de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos de la vida política, económica y social, que satisfaga las exigencias imprescindibles en una democracia."
Pero a renglón seguido introdujo el otro problema que acosa a la sociedad peninsular: el tema de la independencia de Cataluña, la región más rica del reino pero una de las más castigadas por la deuda. "Hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia", registró el rey. Por eso intentó, en su mensaje navideño, dejar en claro que su apuesta es tratar de mantener la cohesión del país, tironeado no sólo por las ansias separatistas catalanas sino por las de otras regiones que están esperando "ver las cartas" de cómo se resuelva el entuerto entre Madrid y Barcelona para actuar en consecuencia.
"El sistema político que nació con la Constitución de 1978 nos ha proporcionado el período más dilatado de libertad, convivencia y prosperidad de toda nuestra historia, y de reconocimiento efectivo de la diversidad que compone nuestra realidad. Conviene que lo tengamos bien presente, pues a menudo se pretende que lo ignoremos o lo olvidemos cuando se proclama una supuesta decadencia de nuestra sociedad y de nuestras instituciones", recalcó el monarca. No es un dato menor el recuerdo a la Carta Magna que se puso en vigencia a poco de que muriera el dictador Francisco Franco. Bueno es recordar que el tirano, que había tomado el poder a sangre y fuego tras derrotar a los republicanos en la cruenta guerra civil (1936-1939), fue el restaurador de la monarquía y desde ese lugar "intervino" en la sucesión de los Borbones, al punto de designar a dedo a Juan Carlos cuando el trono le hubiera correspondido a su padre, Juan, hijo del último rey, Alfonso XII.
Hace 40 años, el joven príncipe designado tuvo que remplazar por un tiempo a Franco, para entonces un anciano achacoso que no se quería retirar. Y comenzó a desplegar tímidamente algunas ideas de apertura que el propio Franco se encargó de interrumpir ni bien volvió a la gestión.
Un año más tarde, el dictador dejaba este mundo y correspondía entonces sí que Juan Carlos asumiera con toda la pompa. Que no lo fue tanta porque en realidad no remplazaba a un rey muerto sino a un tirano que lo había hecho jurar ante los "sagrados" principios del falangismo.
Los últimos deslices del propio rey (como haber ido a cazar elefantes a África en medio de la crisis, o tener una amante alemana, o permitir que un pariente político hubiese utilizado sus influencias para ganar dinero al margen de la ley) debilitaron su figura tanto como la de la monarquía en su conjunto.
Hace unos meses, el músico Carlos Núñez –tan gallego como Rajoy; José María Aznar, el anterior mandatario del PP; Manuel Fraga Iribarne, el fundador del partido de las derechas españolistas; y el mismísimo Franco– explicaba en términos irrefutables que "la unidad española sirvió mientras había riquezas que repartir". En su concepción de la historia peninsular, Madrid logró mantener la cohesión interna entre vascos, catalanes, gallegos, asturianos y castellanos, entre otros, porque en 1492 se lanzaron "a la conquista del sur", esto es, de las riquezas de los árabes que todavía mantenían el dominio en Al Andalus. Ese mismo año, por esas cuestiones sólo explicables por un golpe de suerte, navegantes bajo la bandera de Castilla y Aragón llegaron a América y hubo otro aquelarre de fabulosas riquezas fluyendo hacia el reino.
Casi cinco siglos más tarde, y cuando del imperio poco quedaba ya que produjera ganancias, nació la efímera Primera República, que duró menos de un año. La Segunda, en 1931, fue más radical y duradera pero terminó con la matanza de más de un millón de personas y dejó un país sumido en la miseria y el atraso más inconcebibles. En total, España fue república por menos de diez años en toda su historia. A esa cifra aludía Juan Carlos cuando hablaba del período más extenso de “libertad, convivencia y prosperidad” de la que disfrutó la nación.
Fue en este período que las empresas con sede en España cruzaron el Atlántico y se quedaron con algunas de las joyas latinoamericanas. Bancos, medios de comunicación, editoriales y empresas de servicios públicos cayeron bajo esta renovada “invasión” española. Eran los tiempos en que Aznar apoyaba un golpe contra el venezolano Hugo Chávez porque así se mostraba más cerca de George W. Bush en el plan de ofrecerse como imperio asociado. Al rey, en esta avanzada, le cabía silenciar a Chávez, como pretendió en una cumbre iberoamericana. Hasta que la crisis económica estalló, y no por casualidad, en Estados Unidos, para echar por tierra los sueños de restauración imperial. También con la posibilidad de grandes negocios que dieran sentido a la unidad, como diría Núñez.
La cuestión catalana es una daga clavada en el futuro español. Los partidos mayoritarios (PP y PSOE) buscan la forma de que el gobierno regional, la Generalitat, no avance con el referéndum planteado para noviembre del año que comienza. O por lo menos, morigerar el resultado. Ni se les ocurre cuestionar a la monarquía. Y es que la institución monárquica fue la única garante de la unidad nacional, como bien se dio cuenta Franco y aceptaron las dirigencias políticas a su muerte. Lo dice claramente, incluso, la Carta Magna.
Al día de hoy es difícil prever qué pasará en Cataluña, porque no es muy factible que la Unión Europea acepte la partición hispana –teniendo tan cerca otra consulta independentista como la escocesa– ni que Cataluña pueda tener el destino próspero que imaginan los más decididos separatistas fuera de la corona.
Por eso en el PSOE ya hay voces que hablan de reformar la Constitución para permitir una amplitud mayor en las autonomías regionales. La vieja lucha entre unitarios y federales, que tanta sangre costó en la historia argentina, no es una novedad tampoco para los españoles. Y los más despiertos entre los aperturistas ya hablan de federalizar la nación para que no se haga trizas en cualquier momento. Grupos de izquierda plantean desde hace tiempo crear una tercera república. Pero no es en esos términos que se planteó el debate. La casa real, a decir de Juan Carlos, está dispuesta a discutir cualquier nuevo "acuerdo de convivencia".
Pero es natural que de dejar el trono ni se habla. Por eso, algunos analistas resaltaron que el monarca haya dejado en claro que no piensa renunciar. El dato, a unos días de que cumpla 76 años, el 5 de enero, es importante. En el año que termina abdicaron Beatriz de Holanda y Alberto II de Bélgica, al llegar a los 75, y tras las sucesivas operaciones a las que debió ser sometido el Borbón, los rumores no cesan. Pero la imagen real y la del sucesor natural, el príncipe Felipe, no dan para intentar ese salto en este momento.
Hace unos días fueron condenados los responsables del vaciamiento de Aerolíneas Argentinas. El principal implicado es Gerardo Díaz Ferrán, otrora fuerte dirigente de la principal cámara empresaria española, nada menos. Mientras tanto, las víctimas del franquismo buscan justicia del otro lado del Atlántico, en la Argentina, porque en su tierra no lo han logrado aún a pesar del tiempo transcurrido.
Todo español de más de 40 años recuerda estos últimos 25 como una era de continua prosperidad, donde el esfuerzo personal parecía tener recompensa y se podía pensar en proyectos. Ahora temen por el futuro de sus hijos ante la amenaza de que privaticen la salud y la educación.
España vivió estos días el azote de un temporal que, entre otros cataclismos, derribó al santuario la Virgen de la Barca, en la Coruña. Al sagrado edificio lo partió un rayo. Para pensar.

Tiempo Argentino
Diciembre 27 de 2013

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