Manuel Noriega se entregó tras una invasión estadounidense después de varios días de heavy metal en la Nunciatura de Panamá. Hosni Mubarak tuvo que dejar el poder, apurado por multitudes enardecidas en la plaza central de El Cairo. Un destino común liga los ascensos de estos dos hombres de confianza de Washington caídos en desgracia. El final, quién sabe, podría tener aristas similares. Dependerá de lo que haya podido negociar el egipcio en las febriles horas que precedieron a su tan resistida renuncia.
Primer destino común: en Panamá y en Egipto están las dos mayores obras de ingeniería del siglo XIX, que permitieron la primera oleada globalizadora. Y en ambas maravillas tuvo que ver un aristócrata francés, Ferdinand de Lesseps, quien promovió el proyecto y dirigió la construcción del Canal de Suez, que permitió ahorrar semanas a los buques que hacían el recorrido entre el extremo de Asia y Europa. Un camino que resultó vital cuando el petróleo se convirtió en el motor del sistema capitalista industrial y, casualmente, esa región se reveló como una de las fuentes más importantes del oro negro.
Suez fue inaugurado en 1869 y, dicen los conocedores, para la ocasión Giusseppe Verdi presentó la ópera Aída. El mismo vizconde De Lesseps convenció a inversionistas europeos de construir otro canal, en el istmo de Panamá. Pero no tuvo la misma suerte y para 1889 debió renunciar al proyecto, ya bastante avanzado, provocando un gran escándalo financiero que lo llevó a una condena por fraude. La obra, luego de algunos vaivenes, fue encarada por los Estados Unidos, no sin antes haber provocado la escisión de Panamá, hasta entonces provincia de Colombia. Este canal fue inaugurado en 1914.
Para 1956, el entonces líder egipcio Gamal Abdel Nasser buscaba apoyo para la construcción de la represa de Asuán. Francia y el Reino Unido, que tenían la mayoría de las acciones de Suez, intentaron obtener beneficios políticos de esa operación. Inspirador del movimiento de países no alineados y del nacionalismo egipcio, Nasser se negó y recurrió a la Unión Soviética una vez nacionalizado el canal. Hubo un conato de invasión que terminó al cabo de una crisis que amenazó la débil entente de la guerra fría, aunque para la ocasión Moscú y Washington jugaron del mismo lado.
Para 1977, otro líder nacionalista, el general Omar Torrijos, logró su mayor triunfo diplomático, con la firma de un tratado con el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter por el cual Washington habría de ceder el control del canal centroamericano el último día del año 1999. Torrijos, comandante de la Guardia Nacional, estaba en el poder desde 1968, luego de un golpe de estado, y frecuentaba amistades como la de Fidel Castro, aunque nunca rompió con los Estados Unidos. Un delicado equilibrio que, sin embargo, no le garantizó una larga vida. Y a poco de cumplir 52 años, el 31 de julio de 1981, murió en un extraño y sospechoso accidente de aviación cuando la nave en que viajaba, un DeHavilland Twin Otter, explotó en pleno vuelo mientras atravesaba la localidad de Cerro Marta. Hay varios testimonios que adjudican el presunto atentado a la CIA, pero, a pesar de que el caso fue llevado a juicio, nunca prosperó una investigación oficial.
Unos meses más tarde, el 6 de octubre de 1981, el sucesor de Nasser, Anuar el-Sadat era asesinado durante un desfile militar por integristas islámicos. También Carter había tenido que ver con el ex confidente del líder de Egipto, ya que había logrado convencerlo de firmar los históricos acuerdos de Camp David que implicaron el reconocimiento del Estado de Israel y un nuevo posicionamiento de El Cairo como garante de la estabilidad regional.
Así fue que Noriega y Mubarak se hicieron del poder, casi para la misma época. El ex miembro de la Fuerza Aérea de Egipto disfrutó de la tranquilidad que le dio el sistema construido por Nasser y Sadat y acrecentó su dominio sacando del juego −sin miramientos− a quienes podían hacerle sombra entre los propios y a quienes pretendían rumbos democráticos para ese territorio. Mientras tanto, amasó una fortuna importante, que administran su hijo y frustrado sucesor, Gamal, y su esposa, Suzanne, hija de un pediatra egipcio y de una nurse británica.
Noriega tuvo un paso más traumático por el gobierno. Porque, a pesar de que la CIA financió gran parte de su ascenso y digitó la sucesión de Torrijos, muy temprano el militar recibió denuncias y se ordenaron investigaciones en los Estados Unidos por sus vínculos con el narcotráfico. La presión para que diera un paso al costado no se hizo esperar. Pero resulta que no quería dejar el poder. El hombre había sido útil en las duras, y no se quería perder las maduras.
Sin embargo, para las navidades de 1989 era más un problema que una solución, de modo que el entonces presidente George Bush padre ordenó la invasión de Panamá, en una operación llamada “Causa Justa”, que provocó la muerte de al menos 3000 panameños, la mayoría entre la población más pobre. Noriega esperaba que la curia lo protegiera o al menos le diera una salida elegante a la controversia. Su objetivo era defender el pellejo y, si era posible, la fortuna acumulada en esos años de bonanza personal.
Los uniformados, efectivamente, no podían bombardear la solemne residencia, así que apelaron a la tortura psicológica −con perdón de los amantes del Heavy− y con brutos equipos amplificadores atronaron la calle en forma ininterrumpida con música a todo volumen. Alternaban rock pesado con The Howard Stern Show, combinación letal que convenció a los sacerdotes de quitarse de encima al molesto personaje, quien el 3 de enero de 1990 se entregó mansamente.
En Miami lo condenaron a 40 años de prisión, reducida por “buena conducta” a 20. Extraditado a Francia a mediados del 2010, allí recibió otra condena, a siete años, por blanqueo de dinero. Desde la Prison de la Santé confía en una nueva extradición, ahora a su país natal, donde ya lo sentenciaron por el homicidio de varios opositores. No se sabe cuánto dinero le quedó, pero sí llamó la atención en su momento que la justicia le liberara una cuenta para pagar los honorarios de sus abogados, del bufete de Frank Rubino, algo así como 6 millones de dólares. Rubino insistió ante el jurado para que le dejaran presentar documentos que, según dijo, probarían que “el atentado sufrido por Torrijos fue orquestado por agencias del gobierno de los Estados Unidos”. Pero el tribunal no los aceptó como evidencia porque arguyó que podrían violarse las actas de seguridad nacional.
Algún as en la manga tiene también Mubarak. Que le permitió resistir hasta que las Fuerzas Armadas evaluaron que la única forma de que se quedara era apelando a una masacre que no había condiciones políticas para sostener. Y ante la amenaza de terminar como Noriega, teniendo que guardarse la información confidencial para mejor momento y perseguido judicialmente, prefirió la opción Ben Ali. Salvar la fortuna y, si puede, cruzar las fronteras a un retiro dorado. Para no terminar como en el tema “Ride the Lightning”, de Metallica, esperando un relámpago en la silla eléctrica.
Habrá que ver si lo consigue.
Tiempo Argentino
Febrero 12- 2011
Primer destino común: en Panamá y en Egipto están las dos mayores obras de ingeniería del siglo XIX, que permitieron la primera oleada globalizadora. Y en ambas maravillas tuvo que ver un aristócrata francés, Ferdinand de Lesseps, quien promovió el proyecto y dirigió la construcción del Canal de Suez, que permitió ahorrar semanas a los buques que hacían el recorrido entre el extremo de Asia y Europa. Un camino que resultó vital cuando el petróleo se convirtió en el motor del sistema capitalista industrial y, casualmente, esa región se reveló como una de las fuentes más importantes del oro negro.
Suez fue inaugurado en 1869 y, dicen los conocedores, para la ocasión Giusseppe Verdi presentó la ópera Aída. El mismo vizconde De Lesseps convenció a inversionistas europeos de construir otro canal, en el istmo de Panamá. Pero no tuvo la misma suerte y para 1889 debió renunciar al proyecto, ya bastante avanzado, provocando un gran escándalo financiero que lo llevó a una condena por fraude. La obra, luego de algunos vaivenes, fue encarada por los Estados Unidos, no sin antes haber provocado la escisión de Panamá, hasta entonces provincia de Colombia. Este canal fue inaugurado en 1914.
Para 1956, el entonces líder egipcio Gamal Abdel Nasser buscaba apoyo para la construcción de la represa de Asuán. Francia y el Reino Unido, que tenían la mayoría de las acciones de Suez, intentaron obtener beneficios políticos de esa operación. Inspirador del movimiento de países no alineados y del nacionalismo egipcio, Nasser se negó y recurrió a la Unión Soviética una vez nacionalizado el canal. Hubo un conato de invasión que terminó al cabo de una crisis que amenazó la débil entente de la guerra fría, aunque para la ocasión Moscú y Washington jugaron del mismo lado.
Para 1977, otro líder nacionalista, el general Omar Torrijos, logró su mayor triunfo diplomático, con la firma de un tratado con el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter por el cual Washington habría de ceder el control del canal centroamericano el último día del año 1999. Torrijos, comandante de la Guardia Nacional, estaba en el poder desde 1968, luego de un golpe de estado, y frecuentaba amistades como la de Fidel Castro, aunque nunca rompió con los Estados Unidos. Un delicado equilibrio que, sin embargo, no le garantizó una larga vida. Y a poco de cumplir 52 años, el 31 de julio de 1981, murió en un extraño y sospechoso accidente de aviación cuando la nave en que viajaba, un DeHavilland Twin Otter, explotó en pleno vuelo mientras atravesaba la localidad de Cerro Marta. Hay varios testimonios que adjudican el presunto atentado a la CIA, pero, a pesar de que el caso fue llevado a juicio, nunca prosperó una investigación oficial.
Unos meses más tarde, el 6 de octubre de 1981, el sucesor de Nasser, Anuar el-Sadat era asesinado durante un desfile militar por integristas islámicos. También Carter había tenido que ver con el ex confidente del líder de Egipto, ya que había logrado convencerlo de firmar los históricos acuerdos de Camp David que implicaron el reconocimiento del Estado de Israel y un nuevo posicionamiento de El Cairo como garante de la estabilidad regional.
Así fue que Noriega y Mubarak se hicieron del poder, casi para la misma época. El ex miembro de la Fuerza Aérea de Egipto disfrutó de la tranquilidad que le dio el sistema construido por Nasser y Sadat y acrecentó su dominio sacando del juego −sin miramientos− a quienes podían hacerle sombra entre los propios y a quienes pretendían rumbos democráticos para ese territorio. Mientras tanto, amasó una fortuna importante, que administran su hijo y frustrado sucesor, Gamal, y su esposa, Suzanne, hija de un pediatra egipcio y de una nurse británica.
Noriega tuvo un paso más traumático por el gobierno. Porque, a pesar de que la CIA financió gran parte de su ascenso y digitó la sucesión de Torrijos, muy temprano el militar recibió denuncias y se ordenaron investigaciones en los Estados Unidos por sus vínculos con el narcotráfico. La presión para que diera un paso al costado no se hizo esperar. Pero resulta que no quería dejar el poder. El hombre había sido útil en las duras, y no se quería perder las maduras.
Sin embargo, para las navidades de 1989 era más un problema que una solución, de modo que el entonces presidente George Bush padre ordenó la invasión de Panamá, en una operación llamada “Causa Justa”, que provocó la muerte de al menos 3000 panameños, la mayoría entre la población más pobre. Noriega esperaba que la curia lo protegiera o al menos le diera una salida elegante a la controversia. Su objetivo era defender el pellejo y, si era posible, la fortuna acumulada en esos años de bonanza personal.
Los uniformados, efectivamente, no podían bombardear la solemne residencia, así que apelaron a la tortura psicológica −con perdón de los amantes del Heavy− y con brutos equipos amplificadores atronaron la calle en forma ininterrumpida con música a todo volumen. Alternaban rock pesado con The Howard Stern Show, combinación letal que convenció a los sacerdotes de quitarse de encima al molesto personaje, quien el 3 de enero de 1990 se entregó mansamente.
En Miami lo condenaron a 40 años de prisión, reducida por “buena conducta” a 20. Extraditado a Francia a mediados del 2010, allí recibió otra condena, a siete años, por blanqueo de dinero. Desde la Prison de la Santé confía en una nueva extradición, ahora a su país natal, donde ya lo sentenciaron por el homicidio de varios opositores. No se sabe cuánto dinero le quedó, pero sí llamó la atención en su momento que la justicia le liberara una cuenta para pagar los honorarios de sus abogados, del bufete de Frank Rubino, algo así como 6 millones de dólares. Rubino insistió ante el jurado para que le dejaran presentar documentos que, según dijo, probarían que “el atentado sufrido por Torrijos fue orquestado por agencias del gobierno de los Estados Unidos”. Pero el tribunal no los aceptó como evidencia porque arguyó que podrían violarse las actas de seguridad nacional.
Algún as en la manga tiene también Mubarak. Que le permitió resistir hasta que las Fuerzas Armadas evaluaron que la única forma de que se quedara era apelando a una masacre que no había condiciones políticas para sostener. Y ante la amenaza de terminar como Noriega, teniendo que guardarse la información confidencial para mejor momento y perseguido judicialmente, prefirió la opción Ben Ali. Salvar la fortuna y, si puede, cruzar las fronteras a un retiro dorado. Para no terminar como en el tema “Ride the Lightning”, de Metallica, esperando un relámpago en la silla eléctrica.
Habrá que ver si lo consigue.
Tiempo Argentino
Febrero 12- 2011
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