Parece que Juan Manuel Santos quiere cambiar la historia. Y luego de un pasado como disciplinado personaje de la derecha colombiana, fue poco a poco torciendo el rumbo. No hacia posiciones de izquierda, pero al menos en el sentido de una más decidida sensatez política. Algo que le granjea desconfianzas entre conservadores y liberales que no entienden de qué juega. Sin embargo, en su viaje a Cuba terminó de virar en un hombre escrupuloso que puede llevarse bien con tirios y troyanos del continente. Lo que no es poco, teniendo en cuenta que Colombia es el mayor aliado de los Estados Unidos en esta parte del mundo –con ingentes cantidades de dinero en “ayuda” militar– y que Santos es considerado como el “nuevo mejor amigo” del venezolano Hugo Chávez.
Como buen anfitrión, el hombre se vio en la necesidad de explicar al vecino “inconveniente” del barrio por qué no lo iba a invitar a una fiesta que se organizaba en su casa. Cuestiones de “consenso”, le dijo a Raúl Castro. Lo mismo le repitió a Hugo Chávez, cuando lo abrazó en su centro de internación. El bolivariano, como se sabe, impulsa la presencia de los cubanos en la Cumbre de las Américas que se celebra el mes próximo en Cartagena de Indias y como integrante del ALBA apoya un boicot al encuentro en caso de una negativa.
Finalmente, el canciller cubano agradeció públicamente la gestión de Santos para que la reunión presidencial expresara verdaderamente la unidad de todos los países y no el deseo caprichoso de Washington. Cosa que Bruno Rodríguez Parrilla se encargó de dejar bien en claro. “Cuba nunca pidió ser invitada a ninguna de las llamadas Cumbres de las Américas. Se limitó a responder que, de ser invitada en igualdad de condiciones y con plenos e iguales derechos, actuaría con apego a los principios y a la verdad, con todo respeto, como hace siempre.” A renglón seguido, dijo que no querían convertir a la isla en una piedra en el zapato de los asistentes. Y todos en paz.
La primera Cumbre de las Américas, convocada por la Organización de Estados Americanos fue en 1994, en pleno Consenso de Washington, con el objetivo de “resolver los problemas del continente”. Participan 34 países americanos, pero desde el vamos fue excluida Cuba. La razón era que la isla había sido expulsada de la OEA en 1962. La excusa entonces fue que había adherido públicamente al marxismo-leninismo, lo que según los dirigentes de entonces, “es incompatible con el Sistema Interamericano y el alineamiento (de Cuba) con el bloque comunista quebranta la unidad y solidaridad del hemisferio”.
Pero las cumbres –que se pretendieron una continuidad histórica del Panamericanismo nacido con las revoluciones latinoamericanas de 1810 y fomentado luego desde Simón Bolívar a José Martí– no eran más que una preparación para conformar un mercado común de Alaska a Tierra del Fuego. No por casualidad el primer encuentro fue en Miami, cuna de la derecha hispanoamericana más radicalmente pro estadounidense.
Sin embargo, a medida que las ideas neoliberales fueron dejando el tendal de miseria y destrucción –con la crisis argentina como el mayor exponente de esa tragedia social– los gobiernos surgidos en el siglo XXI intentaron dejar de lado tanto el consenso neoliberal como la sumisión a la Casa Blanca.
Mucho tuvo que ver Chávez con este derrotero. Pero fundamentalmente Néstor Kirchner, que en la famosa Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en 2005, como anfitrión de un encuentro donde se suponía que iba a plasmarse definitivamente el ALCA, articuló con el venezolano y el brasileño Lula da Silva la forma de sepultar ese mercado común que sólo prometía más hambre y devastación. Ante las narices de George W. Bush, que comenzaba su segundo mandato, esta vez sí refrendado en las urnas y no como la primera vez, en que sólo pudo llegar al Salón Oval mediante el fraude en las urnas de Miami.
Lo que siguió fue un notable avance en la integración regional y un fuerte posicionamiento de los países latinoamericanos frente a los deseos imperiales, tanto de Bush como luego de Obama, que en la Cumbre de 2009, en Trinidad-Tobago, cuando recién asumía su gestión, prometió nuevas relaciones con el “patio trasero”.
Para ese entonces, la exclusión de Cuba alcanzaba un rechazo casi unánime entre los asistentes, la Unasur era una realidad palpable y se estaba gestando la CELAC, una organización creada con el deliberado propósito de armar una fiesta en la que no serían invitados ni los Estados Unidos ni Canadá. Y que nació a fines del año pasado en Caracas.
La trabajosa unidad de la región intentó mostrar los dientes cuando el golpe de estado en Honduras, apenas dos meses después de aquel encuentro de los presidentes con Obama. Y tal como se había hecho con Cuba hace 50 años, se expulsó al gobierno de facto hondureño de la OEA. Si lo de Cuba no era democrático, al decir de los disciplinados a Washington, no tendría por qué serlo un gobierno surgido del derrocamiento de un presidente elegido constitucionalmente, al que se sacó del país en pijamas. A cambio de volver a aceptar nuevamente a Honduras en la OEA, los países del continente votaron dejar sin efecto la expulsión de Cuba. Con lo que se reparó en parte una deuda histórica con los cubanos.
En ese 2009 también se fue tensando la relación del entonces presidente colombiano, Álvaro Uribe, con Chávez, por la instalación de nuevas bases militares en su territorio. Uribe, un hombre servil a los designios estadounidenses, casi produce un enfrentamiento bélico un año más tarde, a poco de dejar su cargo en manos de su ex ministro de Defensa.
Si bien Santos tuvo un actuación bastante ominosa en la incursión de tropas colombianas en territorio ecuatoriano para matar al entonces número uno de las FARC, Raúl Reyes, Uribe intuía que una “guerrita” con el “dictador” Chávez obligaría a que el futuro gobierno siguiera un rumbo más ligado a la Casa Blanca. Pero la intervención del secretario de la Unasur, el argentino Kirchner, fue decisiva para salvar la paz y fomentar, de paso, esa nueva amistad que, por lo que se ve, ninguno quiere perder.
El colombiano –que viene de una familia poderosa, propietaria en su momento del grupo que editaba el influyente diario El Tiempo, y está ligado a héroes de la independencia y algún presidente del siglo XIX– prometió que va a luchar en Cartagena por la inclusión de Cuba en los futuros encuentros vecinales y por ponerle fin al bloqueo económico a la isla, que ya cumplió medio siglo.
Funcionarios estadounidenses insistieron hace unos días en que Cuba no cumple con los requisitos que se exigen para estar en la Cumbre. “Ellos no se ajustan a la definición de los países democráticos”, afirmó la secretaria de Estado Hillary Clinton. Un portavoz de la ministra de Estado de Canadá para el continente, Diane Ablonczy, declaró a su turno que “Cuba no cumple con las condiciones democráticas unánimemente adoptadas en la Cumbre de las Américas de 2001 (en Quebec)”.
Por ahora esa unanimidad (consenso) da para que Cuba no se haga presente en Cartagena. Pero todo indica que no será por mucho tiempo. En todo caso, otras fiestas esperan a los países latinoamericanos. Sin esos vecinos tan molestos del norte.
Tiempo Argentino
Marzo 10 de 2012
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