Hay una escena memorable de un film no menos destacado de Oliver Stone,
JFK, que relata la investigación del fiscal Jim Garrison (Kevin Costner)
sobre la oscura trama detrás del asesinato del presidente John Kennedy,
ocurrido el 23 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas. Un impecable
Donald Sutherland interpreta a un militar de alto rango que pide ser
llamado simplemente X, para no dar detalles que podrían comprometerlo.
Míster X –que luego se sabría, era el coronel Fletcher Prouty, entonces
jefe de Servicios Especiales y el principal enlace entre la CIA y el
Pentágono– le cuenta a Garrison qué se esconde detrás del magnicidio, e
involucra a las agencias de inteligencia y las cúpulas militares de
Estados Unidos, como ya venía comprobándolo Garrison.
Sorprendido por la revelación, Costner-Garrison le dice a X-Sutherland
que no se imaginaba lo peligroso para el establishment que había sido
Kennedy (“I never realized Kennedy was so dangerous to the
establishment”). Lo interesante del subtítulo que se dio en la
Argentina es que por “establishment” traducían “oligarquía”.
Establishment es una palabra cuya aplicación para definir a la red de
individuos que conforman los centros oficiales del poder se atribuye al
periodista británico Henry Fairlie, quien parece haberla usado por
primera vez en la revista The Spectator en 1955. “Es también toda la
matriz de relaciones oficiales y sociales dentro de la cual se ejerce el
poder”, explicaba Fairlie, que créase o no llegó a tener su cuarto de
hora de fama por el hallazgo, pronto utilizado en todo el mundo como
sinónimo de “los que mandan”.
En Ensayo sobre el subdesarrollo, Latinoamérica, 200 años después, el
nicaragüense Augusto Zamora Rodríguez hace un repaso de este
bicentenario en los países que se independizaron de la España monárquica
desde 1810. El hombre, cabe aclarar, suele escribir para medios
españoles, es profesor de Derecho Internacional en la Universidad
Autónoma de Madrid y, para agregar una cuota de color a la cosa, es
embajador de Nicaragua en España.
La tesis de Zamora Rodríguez es que nuestros países fueron conformados
por dirigencias oligárquicas más que por un verdadero establishment.
Para lo cual aplica una diferenciación que hace el economista de Harvard
Lester Thurow, en La guerra del siglo XXI, entre oligarquía (oligarchy)
y establishment.
“La meta fundamental de un establishment es asegurar que el sistema
funcione, de modo que a la larga el país tenga éxito. Un establishment
confía en que si el sistema funciona y el país va bien, sus miembros
prosperarán personalmente”, dice Thurow. Por el contrario, “una
oligarquía es un grupo de individuos inseguros que acumula fondos en
cuentas bancarias secretas. Como creen que deben atender siempre a su
interés personal inmediato, no los atrae la idea de invertir su tiempo o
su esfuerzo en mejorar la prosperidad del país a largo plazo. Dicho
francamente, no confían en que, si el país tiene éxito, ellos lo
tendrán.”
Más adelante, agrega Zamora Rodríguez, Thurow analiza cuestiones tan
cotidianas como la política fiscal. “Si una oligarquía diseña un sistema
impositivo, montará el sistema de modo que ella pague el mínimo
impuesto posible.” El establishment, en cambio, rebajará sólo en último
término sus propios impuestos. El embajador de Managua en Madrid añade
que la oligarquía no duda en anteponer sus propios intereses a los del
país.
Algo de todo esto se juega en estos momentos desde la decisión de
nacionalizar la petrolera YPF. Y los medios argentinos tanto como los
españoles, con sus honrosas excepciones, respondieron como mandan los
manuales… de la más cruda oligarquía mundial. “La medida que tomó la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner viola todos los principios de
las relaciones internacionales entre países serios y respetuosos del
orden”, es más o menos el mensaje. Y amenazan con las peores calamidades
por semejante desafío al statu quo.
No es la primera vez que el país soporta este tipo de vendavales. Porque
desde la declaración del default en 2002 hasta la quita de la deuda que
decidió el gobierno de Néstor Kirchner, la Argentina se convirtió en
poco menos que la encarnación del mal. A pesar de lo cual, no pueden
entender el soberbio crecimiento y la disminución en la brecha de la
desigualdad desde aquellas decisiones soberanas. Peor aún, no se las
quieren explicar porque eso significaría violar los preceptos que una
oligarquía que se precie guarda celosamente: a la Argentina no le puede
ir bien porque eso implicaría un pésimo ejemplo para el resto de las
naciones. En pocas palabras, una tesis inaceptable para los dueños del
mundo. Esa trama de intereses financieros, mediáticos y militares de la
misma categoría de la que hace casi 50 años eliminó a JFK.
Hay, sin embargo, analistas que como Joshua E. Keating, en Foreign
Policy, le dan un marco más razonable al tema YPF. “Aunque la compra
hostil por parte del Estado de una empresa de 7700 millones de dólares
ha causado un inmenso escándalo –escribe Keating– este tipo de
nacionalizaciones tiene precedentes, en especial en Latinoamérica. Al
día de hoy, las compañías petrolíferas de propiedad estatal, muchas de
las cuales se constituyeron mediante adquisiciones hostiles como la de
Argentina, controlan el 85% de las reservas mundiales de petróleo y el
55% de la producción.” Y a continuación recomienda el mejor modo de
expropiar en beneficio del país.
Este editor asociado de FP recuerda los antecedentes de expropiaciones
en ese mercado tan sensible a lo largo de la historia. Desde las
setentistas de Irak y Libia, hasta las más actuales en Bolivia, Ecuador,
Venezuela y Rusia. Desde la de México en 1938, que desató un
enfrentamiento entre la Standard Oil y el presidente Lázaro Cárdenas,
hasta la del primer ministro Mohamed Mossadeg en el Irán de los
cincuenta. Que le costó el golpe de estado organizado por la CIA en 1954
para reponer al Sha Rehza Pahlevi. El Míster X de la película de Stone
se ufana de haber participado en ese golpe mediante el cual la
Anglo-Iranian Oil Company terminó cobrando 70 millones de dólares de
entonces por la expropiación.
Otro detalle que anota Keating es el golpe contra Chávez hace diez años
–que apoyó el gobierno del PP de José María Aznar– que pretendía
devolver a sus cargos a la cúpula de PDVSA, una oligarquía burocrática
que el gobierno bolivariano había desplazado un par de meses antes.
Eduardo Galeano recuerda en uno de sus textos más bellos aquella guerra
entre Bolivia y Paraguay a la que puso fin una negociación del canciller
argentino Carlos Saavedra Lamas, por la que ganó el Nobel de la Paz, en
1936. “Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen
mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un
pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la
Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo
del Chaco.”
Ahora el gobierno español, que aceptó sin chistar los recortes a diestra
y siniestra a que la obliga su pertenencia a la Unión Europea, tomó
como causa nacional la defensa de Repsol, la tenedora de las acciones
mayoritarias de YPF. Y pretende que las instituciones que representan al
establishment mundial acudan en su defensa. Desde la propia UE hasta el
Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Grupo G-20.
El problema es que a algunas de esas oficinas devenidas en defensoras de
la oligarquía internacional la Argentina ya no tiene que rendirles
cuentas y de otras, como el foro de los 20 países más desarrollados del
mundo, España es invitada permanente pero no forma parte. Porque no
siempre se puede pertenecer.
Tiempo Argentino
Abril 21 de 2012
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