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En busca de un trono vacante

El emperador Constantino, ese nativo de la actual Serbia que a los 40 se convirtió en cristiano y luego haría lo propio en el año 313 con todo el Imperio Romano, se quedó con el cargo de Pontifex Maximus que desde Augusto unificaba la jerarquía divina con la terrenal en el paganismo. Arrastrada a una lenta decadencia, Roma sufriría el acoso de Atila, el rey de los Hunos, en 452 y caería en manos de Genserico, el rey de los vándalos, en 455.

Las desabridas tropas del que fuera el imperio más importante de Occidente durante cerca de medio milenio no tenían ánimo para defender su historia. En ambas ocasiones apareció un obispo que supo cómo detener las ansias destructivas de los invasores y utilizarlas en su favor. Desde entonces, el toscano León I, conocido luego con el apelativo de León Magno, es el símbolo de la resurrección romana, aunque cubierta con el halo de la religión nacida en Belén. Y con el cargo de Sumo Pontífice que antes usaban los emperadores.

Sólo así se entiende que 1000 años más tarde el valenciano Rodrigo de Borgia –miembro de una familia famosa por su ansia irrefrenable de poder– desde la Santa Sede y como Alejandro VI, emitiera, en 1493, las bulas con que repartió la conquista del continente americano entre España y Portugal.

Una institución dos veces milenaria como la Iglesia Católica sabe leer los tiempos que corren, por más que sea heredera de quien respondiera al romano Pilatos "mi reino no es de este mundo".

Por eso entendió que nuevos vientos soplan desde América Latina y designó al frente de la grey a un nativo de esta parte del planeta, un jesuita que entiende como pocos qué cosa es el poder. El polaco Juan Pablo II sabía que el Imperio Americano necesitaba de la ayuda que pudiera brindarle Roma para asestar un golpe mortal al comunismo soviético. Francisco entendió que ahora el que tambalea es el poderío de Washington. Lo terminó de percibir cuando las conversaciones de paz que quería apurar el gobierno de Barack Obama en Medio Oriente iban camino al fracaso.

El argentino Jorge Bergoglio intenta ocupar ese espacio vacante para forzar un nuevo renacer de Occidente buscando un acercamiento entre Israel y Palestina. Si lo logra será más que Gardel y Perón juntos.

Tiempo Argentino
Mayo 27 de 2014

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