Estamos construyendo una ciudadanía del Mercosur. Ese sentimiento de que somos el Mercosur es un sentimiento que se está formando y que debe consolidarse”, dijo el actual canciller brasileño Celso Amorim. Fue en la Cumbre del Mercosur de Foz de Iguazú, donde los representantes de los países miembro del experimento de integración regional más profundo que se haya hecho en esta parte del mundo desde la independencia mantuvieron la última reunión del año. Un año que fue muy fructífero en eso de lo que hablaba Amorim, de construir ciudadanía, más allá del alcance económico de esta propuesta de mercado común que ya cumplió 20 años.
Porque las cuestiones económicas entre los países pueden agotarse en debates arancelarios o de intercambio de mercancías. Pero una verdadera integración implica ir avanzando en la construcción de una nacionalidad común, una identidad que nuclee a los pueblos que decidieron, reconocieron, impulsaron, la idea de que no hay otro destino para cada uno que no sea la unidad de todos.
Para los medios tradicionales de los mismos países, hubo en ese encuentro un pedido especial de la presidenta argentina para incorporar una condena concreta a la xenofobia. Condena que, según esa visión, tendría como objetivo el desgaste de la figura del alcalde porteño, Mauricio Macri, que sin dudas, con su discurso de fuerte tono racista arrimó combustible en estos días calientes en Villa Soldati.
Como se recordará, el jefe comunal despotricó, al igual que muchos vecinos de la zona, contra la “inmigración descontrolada”. Y agregó, desprejuiciadamente, que todos los días “llegan 100 o 200 personas nuevas a la ciudad que no sabemos quiénes son, de la mano del narcotráfico y la delincuencia”.
Mirada simple y pequeña si las hay sobre un tema que debería alarmar a las mentes bien pensantes, incluso desde el punto de vista de políticos que se ofrecen como alternativa de recambio para las presidenciales de 2011. Porque más allá de que en gruesas capas de la población porteña –e incluso del resto del país– el mensaje xenófobo suele granjear más simpatías de las que se sospecha, ya no hay espacio para gobernar en la región por fuera del marco que ya impuso el Mercosur, la Unasur y los organismos que vayan surgiendo en el futuro. Como lo han reconocido incluso mandatarios de la derecha como el chileno Sebastián Piñera y el colombiano Juan Manuel Santos.
Construir una identidad común en la Cuenca del Plata significa, lisa y llanamente, construir ciudadanía con paraguayos, uruguayos, venezolanos y a un plazo no demasiado largo y más temprano que tarde, con bolivianos, peruanos, ecuatorianos y chilenos.
Por eso fue importante que en esa misma Cumbre se fueran desplegando las otras herramientas de construcción común, como los planes de educación, de libre circulación de personas, de protección laboral, y aunque parezca anecdótico, la creación de una historieta para niños fomentando la integración. Algo que no surgió porque el gobierno argentino entró en conflicto repentinamente con un sector de la población que mira con desconfianza y desprecio a los hermanos de la tierra.
El discurso xenófobo –que en Buenos Aires, y por recomendación de su asesor ecuatoriano Jaime Duran Barba, Macri puso en circulación para ganar adhesiones en su construcción política– se está extendiendo en todo el mundo de una manera que preocupa a organismos y militantes comprometidos con los Derechos Humanos y civiles. Y curiosamente, en todos los países donde hay desbordes de este talante, hay un componente de pobreza, exclusión, acusaciones de narcotráfico, intolerancia… y hasta barrabravas violentos. Lo peor es que también hay políticos dispuestos a aceptar el convite retrógrado con tal de seducir a multitudes que, en medio de crisis económicas de diverso calibre, ven en el diferente a un competidor por las migajas que se caen de la mesa de los poderosos.
El presidente estadounidense Barack Obama, por ejemplo, debió enfrentar, desde que decidió iniciar su camino hacia la Casa Blanca, a sectores racistas no solo de su país sino incluso desde las filas de su propio partido. Hace cosa de un año, el líder de la mayoría demócrata en el Senado estadounidense, Harry Reid, había catalogado a Obama como un afroestadounidense que “no habla dialecto de negro” que es exitoso porque tiene la “piel clara”, lo que levantó protestas hasta de legisladores republicanos.
Obama no pudo aún conseguir la aprobación de una ley inmigratoria que beneficie a los millones de hispanos que cruzan la frontera en busca de mejores horizontes. Tampoco una iniciativa que recibe el acrónimo de Dream (sueño), en obvia referencia a esa utopía que siguen trabajadores de todo el continente que quieren un futuro mejor para ellos y sus hijos. El Dream Act (Development, Relief and Education for Alien Minors Act, en español Acta de Fomento para el Progreso, Alivio y Educación para Menores Extranjeros) es un proyecto bipartidista que permitiría que los hijos de indocumentados estudien en institutos estadounidenses y reciban la ciudadanía a cambio de buenas calificaciones, algo que por ahora sólo logran haciendo dos años de servicio militar. Ambas leyes están frenadas en el Capitolio por un fuerte lobby antiinmigratorio.
El Parlamento Europeo, hace unos días, advirtió en su informe anual sobre el “creciente” aumento de violaciones de derechos fundamentales en Europa, y especialmente citó casos racistas y xenófobos sobre los que reclamó sanciones y procedimientos de infracción contra Estados miembro que los permitan.
El presidente galo, Nicolas Sarkozy, marcha a la cabeza en los reclamos, luego de la expulsión masiva de gitanos que inició en julio y que lo hizo trepar en las encuestas. Para no ser menos, Marine Le Pen, hija y segura sucesora del líder de Frente Nacional ultraderechista francés, Jean-Marie Le Pen, también hizo su aporte al murmullo racial, cuando comparó la ocupación nazi con las plegarias que los musulmanes desarrollan en las calles de Francia. Pero la mujer, de 42 años, no deja de crecer en los sondeos y ya está en el 14% para las presidenciales de 2012. Su no menos polémico padre había llegado el 10% en 2007.
En Rusia, que no pertenece a la Unión Europea, miles de hinchas mostraron su violencia frente al Kremlin al grito de “Rusia para los rusos”. Fue tal el clima que las autoridades decidieron acordonar la plaza para evitar mayores incidentes. “Los actos que buscan animar el odio racial, nacional o religioso son especialmente peligrosos” y “amenazan la estabilidad del Estado, pontificó el presidente Dimitri Medvédev.
“Nazismo bajo los muros del Kremlin”, tituló Novye Izvestia, opositor al gobierno. “La subcultura de los hinchas es xenófoba por naturaleza. Y hay que abordar seriamente ese problema, pero ni las autoridades del fútbol ni la fuerzas del orden quieren hacerlo”, señaló el Vedomosti, preocupado por la actuación de los barrabravas, de cara al mundial de 2018, que se llevará a cabo en Rusia. Los revoltosos rendían homenaje a un simpatizante del Spartak de Moscú muerto en un enfrentamiento con un hincha del Cáucaso, de religión musulmana.
Declaraciones como las de Marine Le Pen, el propio Sarkozy, Reid –el líder demócrata por Nevada– Mauricio Macri y muchos vecinos de Villa Soldati que se expresaron con total impunidad ante las cámaras contra otros miembros del género humano, merecieron el repudio de esa otra parte de la población que aspira a una vida en democracia y el respeto por el prójimo. Pero en Bolivia hubiesen merecido sanciones más contundentes de acuerdo a la Ley contra el Racismo y toda forma de discriminación, sancionada en octubre pasado. Por efecto de esa normativa, los medios que emitan mensajes de contenido xenófobo pueden ser multados e incluso se les puede quitar la licencia.
Pero claro, Bolivia no integra aún el Mercosur y esa ley fue criticada por las organizaciones que nuclean a los propietarios de medios como atentatoria de la libertad de prensa. Y fue votada por indios en el gobierno del país con más población indígena de América.
Tiempo Argentino
18 de diciembre 2010
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