sábado

La organización vence al tiempo

Qué error tan fundamental! Y sobre todo en un revolucionario con algunas modestas responsabilidades como las que la revolución me vino imponiendo desde hace más de 30 años”, se lamentó el presidente venezolano Hugo Chávez al anunciar públicamente que el mal que lo mantiene internado en La Habana desde principios de julio tiene mayor gravedad de la que se sospechaba. El mandatario atribuye su situación a descuidos en su salud, quizás por los masculinos temores a consultar un médico, a hacerse chequeos regulares. Pero el error que percibe el bolivariano no es tanto por su propio estado –al fin de cuentas reconoció que está en las mejores manos posibles, ya que si algo puede mostrar Cuba es la calidad de su medicina– sino por las consecuencias políticas de la ausencia obligada hasta que se reponga totalmente.
No por nada en un discurso de menos de 15 minutos que, fuera de su costumbre, leyó ante las cámaras de la televisión, recordó la forma en que le detectaron que algo andaba mal en su organismo. “Me interrogó casi como un médico, me confesé casi como un paciente”, dijo, para desgranar luego una serie de metáforas sobre el delicado momento que vive. Al mismo tiempo, deslizó algunas menciones que quizás para el gran público rioplatense suenen lejanas, sin olvidarse del Libertador caraqueño, fuente constante de inspiración de Chávez.
El venezolano relató que desde que el mismo Castro le dio la noticia sobre el resultado de los análisis, “comencé a pedirle a mi señor Jesús, al Dios de mis padres, diría Simón Bolívar; al manto de la Virgen, diría mi madre Elena; a los espíritus de la sabana, diría Florentino Coronado; para que me concedieran la posibilidad de hablarles, no desde otro sendero abismal, no desde una oscura caverna o una noche sin estrellas. Ahora quería hablarles desde este camino empinado por donde siento que voy saliendo ya de otro abismo. Ahora quería hablarles con el sol del amanecer que siento me ilumina. Creo que lo hemos logrado. ¡Gracias, Dios mío!”
Florentino Coronado es un personaje de Cantaclaro, una de las novelas de Rómulo Gallegos, ambientada en los llanos del Guárico, con similitudes tan fuertes con el Martín Fierro que la explicación de Chávez suena pertinente: el espíritu de la llanura, de la sabana, guió su pluma. Porque Gallegos fue uno de los escritores más impactantes del continente y a la vez fue todo un ejemplo de compromiso político al que suele recurrir Chávez.
Florentino, un coplero que recorre la sabana recogiendo historias de perseguidos y humillados, es el paradigma de la lucha que Gallegos y muchos otros venezolanos de la década de 1930 mantenían contra una dictadura retrógrada como la de Juan Vicente Gómez. Tras el golpe de Estado de 1945 que llevó al poder a Rómulo Betancourt, Gallegos fue ungido candidato por todas esas fuerzas progresistas en la primera elección verdaderamente libre en la historia de ese país, con voto secreto, universal y sin fraudes. Asumió con una abrumadora mayoría de votos (nada menos que el 80%) en febrero de 1948, pero en noviembre de ese mismo año el ejército lo expulsó del poder y el novelista tuvo que exiliarse, hasta que en 1958 volvió a su patria, donde moriría en 1969.
El Chávez de estos días también tiene en mente el derrotero de Bolívar, que en su intención de crear la Patria Grande latinoamericana tuvo que dejar el poder en Bogotá y Caracas a dos personajes que finalmente pasarían a la historia como traidores a su causa, Francisco de Paula Santander y José Antonio Páez. Ese espíritu de traición no se percibe en su gobierno, pero sin dudas será azuzado por los grandes medios de comunicación, que vienen disputando una fuerte lucha contra el líder de la revolución bolivariana, principalmente desde el intento de golpe de 2002.
Sólo en ese contexto se entiende que la cadena CNN se haya permitido sugerir que ese hombre de campera con los colores de la bandera bolivariana que hablaba –firme pero con huellas de haber acusado el magullón sobre su salud– bien podría ser un doble y no el original. No es la primera vez que ante la demostración de que los líderes de procesos de cambio genuino en una sociedad también se enferman y son mortales, salen a relucir ese tipo de miserias.
Tal vez el antecedente más siniestro sea el de aquel lejano 1951, cuando a Eva Perón le encontraron un tumor en el cuello del útero.
“¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente”, describió el uruguayo Eduardo Galeano en Memorias del Fuego. “Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra”, continuaba en uno de los textos más reveladores del autor de Las venas abiertas de América Latina.
También padecieron estos ataques infrahumanos la por entonces aspirante a la presidencia de Brasil, Dilma Rousseff, cuando en abril de 2009 anunció que comenzaba un tratamiento contra un cáncer linfático en una clínica de San Pablo. La derecha utilizó la enfermedad para cuestionar la elección de Lula de Silva como sucesora, a pesar de que Dilma presentó un año más tarde certificados de su recuperación.
Algo más complicada la tuvo el paraguayo Fernando Lugo, que también se atendió en la clínica paulista, pero además de luchar contra un cáncer que tratado a tiempo es curable, tuvo que hacerlo contra un vicepresidente como Federico Franco, finalmente un rival político que no habría tenido empacho en gritar “Viva el cáncer”. También se repuso el ex obispo, y si bien no habla del asunto, muchos de sus seguidores fomentan un cambio en la constitución para que pueda acceder a un nuevo mandato.
“Mi único heredero es el pueblo”, dijo Juan Domingo Perón, cuando ya sus días se estaban apagando. Precisamente ayer se recordó el aniversario de la muerte de ese estadista que marcó toda una época. El mismo que luego de 18 años de exilio volvió con todos los honores y dejó otra frase reveladora: “Sólo la organización vence al tiempo.”
Cuando murió Néstor Kirchner, fronteras adentro quedó marcado a fuego el “Nunca menos”. Nunca la sociedad habrá de aceptar menos de lo que viene construyendo desde 2003 hasta ahora. Hacia el exterior, a Kirchner lo sucedió una institución como la Unasur, capaz de lidiar en momentos de crisis contra los enemigos de la integración y de la democracia en Sudamérica.
Si Chávez no estuviera enfermo, este martes iba a nacer una organización teñida con el mismo espíritu de la Unasur, en ocasión de celebrar el Bicentenario de Venezuela: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), de la que forman parte todos los países del continente, salvo los Estados Unidos y Canadá. Ambos países quedaron deliberadamente fuera de una entidad destinada a integrar a los iguales, a los más débiles, a los que han padecido injusticias, como los personajes de José Hernández o de Rómulo Gallegos.
En la tradición de unidad continental que no pudo concretar Bolívar, tempranamente muerto en 1830, y que otros latinoamericanos vienen impulsando desde diversos ámbitos con suerte esquiva. Como marcan los tiempos y las experiencias, una organización que trascienda la humana finitud de sus creadores.

Tiempo Argentino
Julio 2 de 2011

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