sábado

Besos democráticos

Casi a la misma hora en que el Congreso de los Diputados daba en Madrid las últimas puntadas para aprobar masivamente una reforma a la Constitución española intentando calmar la histeria de “los mercados”, unos 500 jóvenes chilenos practicaban una original protesta en la Plaza de Armas de Santiago dentro de su plan de lucha para modificar el sistema educativo del país trasandino: “La Besatón Mundial por la Educación”.
Entre beso y beso, los jóvenes buscan llamar la atención de la sociedad y poner fin a un modelo instaurado a sangre y fuego desde 1973 en una de las más brutales dictaduras que padeció el continente. Los representantes políticos españoles pretenden, en cambio, dar señales a los volátiles sistemas financieros de que harán buena letra por obligación –cuando no por convicción– cosa de que el modelo económico construido por los europeos no se termine de desmoronar.
Es interesante desmenuzar estos momentos decisivos y cómo responden las dirigencias políticas y el grueso de la sociedad en cada caso, porque el sistema educativo chileno es apenas un aspecto de un modelo experimental pergeñado en la escuela de Chicago por el Nobel de Economía Milton Friedman y sus acólitos. Pero un aspecto fundamental, ya que el neoliberalismo más crudo necesita para sustentarse de un alto nivel de desigualdad. O más claramente, de una escasa zanahoria delante de un largo palo que pocos puedan alcanzar, cosa de que los que lleguen terminen valorando en un grado tan superlativo el esfuerzo empleado que luego no quieran suavizar el camino de los que vienen detrás.
Una educación igualitaria es la base para una sociedad más democrática. Pero un régimen igualitario precisa de un Estado que se encargue de reducir las diferencias a la hora de la partida, para que todos puedan tener acceso a las condiciones más justas durante la carrera. Generaciones acostumbradas al rigor de hipotecar su futuro pagando una educación privada se comportarán mayoritariamente con criterios regresivos. “Si yo todavía no terminé con mi hipoteca, no veo razones para que otros no paguen también”, sería el pensamiento inconsciente.
Algo parecido sucede con el sistema de salud estadounidense, hijo de la misma escuela del rigor individualista neoliberal, donde también será necesaria una hipoteca sólo para mantenerse sano. Por eso despertó semejantes críticas en los ámbitos conservadores la ley que impulsó Barack Obama. Una ley que terminó siendo escuálida en relación con la propuesta original, pero suficiente como para granjearse la enemistad eterna de grupos como los Tea Party, que de ganar en las próximas elecciones ya adelantaron que buscarán el modo de tirarla abajo.
Con timideces como esa de Obama se construyó el modelo democrático chileno, que durante 20 años comandó la Concertación, la misma coalición centroizquierdista que pudo vencer la continuidad del dictador Augusto Pinochet pero que desde entonces muy poco cambió del esquema amañado, a través de la Constitución, que el militar dejó como presente griego que garantizaría estabilidad por muchos años a costa de justicia social. Una Constitución, esto hay que decirlo, elaborada sin bases democráticas porque la sociedad no pudo expresarse con total libertad. Y que, por otro lado, bloquea la realización de un plebiscito que podría terminar con los debates en torno de la educación. “Sabia” medida para que los pueblos no cambien las reglas que benefician a los poderosos.
Por eso, el reclamo de los estudiantes es como un puñal hondamente clavado en el sistema político chileno, porque apunta a uno de los pilares del modelo neoliberal y, además, plantea una consulta popular que representaría una profundización democrática que la dictadura se había cuidado de obturar. No es casual que para votar en Chile sea necesario inscribirse y por desidia o desinterés en que las elecciones vayan a cambiar la vida de nadie, hay 4 millones de jóvenes que no sufragan. Son esos mismos que, sin embargo, tienen capacidad pensante, de movilización y también para besarse en los espacios públicos, para escándalo de dictadores que se remueven en sus tumbas.
En España, los jóvenes indignados llenaron plazas y paseos públicos en vísperas de los comicios autonómicos de mayo, que ganaron los conservadores del Partido Popular. Pero la crisis económica –nacida de hipotecas, aunque de propiedades inmobiliarias y no para pagarse los estudios– no se detuvo. Fue así que el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aceptó la tesis paneuropea de imponer ajustes cada vez más severos, y como última escapatoria, llamó a elecciones para una fecha clave como es el 20 de noviembre.
Ese día, en 1975, moría el dictador Francisco Franco, que también se fue de este mundo dejando las bases para una democracia tutelada, quiéranlo admitir o no los españoles. Porque en lugar de una república, a la que había destruido con su golpe en 1936, dejó una monarquía y designó al rey Juan Carlos de Borbón. Un rey que abrió el juego para la Constitución de 1978, y los acuerdos de gobernabilidad que permitieron una alternancia como Dios manda desde esa época. Y que llevaron a un crecimiento importante de su economía, hasta que estalló la burbuja financiera y los ladrillos se fueron al demonio.
Los argentinos sabemos de “mercados” nerviosos, recortes brutales y propuestas de déficit cero. Sin embargo, en la España de estos días se intentan las mismas soluciones que llevaron al fracaso a Cavallo y De la Rúa. De eso se trata la reforma constitucional que a las apuradas votaron los diputados y ahora deberán aprobar los senadores hispanos. De dar señales de estabilidad a especuladores preocupados mediante la garantía de un artículo que limita el déficit fiscal. Una creación desde lo conceptual perfecta. Pero que no puede funcionar a menos que la aplique una dictadura.
Para decirlo en términos sencillos: hay leyes normativas y otras de carácter explicativo. Una ley normativa es aquella que penaliza o prohíbe algún acto contra la convivencia en sociedad, como robar o matar. Es una ley que obliga.
Una ley explicativa sería la de gravitación universal. Da cuenta de ciertas relaciones matemáticas y permite predecir ciertas reacciones de los objetos inanimados bajo determinadas condiciones. Pero a nadie se le ocurriría pensar que antes de que una manzana impactara en la cabeza de Newton los objetos no se caían. O que derogando la ley de gravedad dejarían de hacerlo.
Sin embargo, hay quienes creen que una ley económica como las de Friedman o las que dicta el Banco Central Europeo pueden aplicarse a una sociedad humana. Más bien, sólo hay dos formas en que la ley que socialistas y conservadores acordaron en Madrid pueda prosperar: con un Franco o un Pinochet, o con una dictadura mediática de pensamiento único como la que gobernó las mentes de la mayoría de chilenos y españoles por décadas.
Por eso en Chile la dirigencia política sigue defendiendo el paradigma privatista pero rechaza una consulta popular. Por eso en España apuran la aprobación parlamentaria del corset presupuestario pero ni quieren oír de plebiscitos.
No sea cosa de que se demuestre que otro mundo es posible. A puro beso.

Tiempo Argentino
Setiembre 3 de 2011

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