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El enemigo público

Sirte, la ciudad natal de Muammar Khadafi, es el último objetivo de la OTAN y de las tropas que obedecen al Consejo Nacional de Transición (CNT), el grupo opositor que inició la revuelta contra el líder libio en febrero y ya ocupa una gran porción del territorio de ese país del norte de África y de hecho es el representante oficial del país reconocido por gran parte de las naciones del mundo.
Distrito clave en el esquema de poder armado por Khadafi desde que derrocó al rey Idris I en 1969, en esa ciudad también nació la Unión Africana, en 1999, a instancias del coronel cuya cabeza hoy vale 1,7 millones de dólares. En Sirte, además, y luego de ingentes negociaciones para poner fin a una matanza horrorosa, se firmó uno de los tratados que llevaron al fin de la Segunda Guerra del Congo, uno de los primeros logros de la entidad regional que marcaba el inicio de nuevas formas de resolver conflictos en el continente africano.
Es que la UA pretendía replicar la organización que dio paso a la Unión Europea. Y Khadafi, diez años más tarde, ya hablaba de tomarla como base para crear los Estados Unidos de África, una gran nación con 1000 millones de habitantes y múltiples y apetecibles recursos naturales en la que se proponía unificar modelos de desarrollo, promover una moneda común y eliminar fronteras. Pero ahí pueden haber nacido algunos de los males que terminaron por hundir al gobierno de Khadafi. Porque de las arcas libias salieron en gran medida los fondos para crear y mantener a la UA. Pero a medida que la organización iba creciendo, Libia iba perdiendo contacto con el resto de los países árabes.
De modo que mientras Khadafi se proclamaba cada vez más africano y estrechaba vínculos con la África negra, iba perdiendo sustento y ganando desconfianzas en la comunidad musulmana, tanto la que vive puertas adentro del país como en el resto de las naciones que mantienen con Libia el mismo tronco étnico y religioso.
Por eso en cuanto apareció una cuña entre el líder libio y las tribus del oeste, asentadas en Benghazi, la Liga Árabe (LA) mostró su distancia de Khadafi al punto que ya en febrero pidió “el fin de los ataques sobre la población civil”, en coincidencia con el argumento que sirvió de base para la intervención de Europa y Estados Unidos en Libia.
Una injerencia que simultáneamente la UA trató de evitar proponiendo una salida negociada para la crisis que Trípoli mantenía con sus opositores. El periodista Pepe Escobar lo refleja claramente en un artículo donde sostiene que en esta contienda están por una parte la OTAN y la LA y por la otra la UA y el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Sería, agrega el corresponsal de The Real News, una pugna entre “el Occidente atlantista y sus aliados árabes contrarrevolucionarios contra África y las potencias económicas emergentes (que dio lugar a) un trueque a fin de que la Casa de Saud (la monarquía que rige en Arabia Saudita) tuviera las manos libres para reprimir las protestas por la democracia en Bahrein”, y también en Yemen.
Menudo problema entonces para la UA y el presidente Jacob Zuma, como representante de la principal potencia de esta entidad, Sudáfrica. Porque el mandatario, que siempre mantuvo una relación muy intensa con Khadafi, no puede olvidar el apoyo que recibió del libio el Congreso Nacional Africano, el partido que llevó al poder a Nelson Mandela. Y del que regularmente servía para sustentar los gastos burocráticos de la UA.
El entramado de las naciones emergentes, del que también forma parte Brasil, llevó al ex presidente Lula da Silva hasta Guinea Ecuatorial a fines de junio para debatir el caso libio. Allí, el metalúrgico brasileño aprovechó para pedir una ONU que tenga el coraje de “imponer un alto el fuego en Libia”. Para lo cual, evaluó, solo queda cambiar las reglas de juego en el organismo creado para institucionalizar el poder de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, pero que ya no expresa las necesidades de los 193 estados que pueblan la tierra.
“No es posible que América Latina con 400 millones de habitantes no tenga representante en el Consejo de Seguridad. No es posible que el continente africano, con 53 países, no tenga representante en el Consejo de Seguridad. No es posible que cinco países decidan lo que hay que hacer y cómo”, insistió Lula.
Lo que sobrevuela es la sospecha de que la caída de Khadafi podría herir de muerte también a la UA. Pero también que esta escalada de los países todavía centrales del planeta repercuta negativamente en ese organismo regional que pacientemente y con mucho esfuerzo intentan los países de Sudamérica, la Unasur.
De este ángulo puede entenderse que el venezolano Hugo Chávez saliera con tanto entusiasmo a cuestionar la incursión de la OTAN y el insólito apoyo que recibieron los insurgentes desde que anunciaron la creación del CNT. Insólito porque para nuestro continente significaría algo parecido a que las principales potencias del mundo reconocieran a las fuerzas de la guerrilla que desde hace décadas combaten en las selvas colombianas y la apoyaran con un escudo aéreo, instructores, armas y mercenarios.
Sin embargo, en este caso Estados Unidos –que ahora se apresuró al reconocimiento oficial a la CNT junto con sus socios de la OTAN– impuso el Plan Colombia, la estrategia del Pentágono para desplegar tropas y bases militares en ese territorio sudamericano a partir del gobierno de Andrés Pastrana, que luego profundizó a niveles demenciales con Álvaro Uribe.
El venezolano no es el único que alerta sobre el procedimiento empleado para deshacerse de un enemigo público como Khadafi. Un método que, sobre todo, terminó por poner una cuña en la primavera árabe que prometía un soplo de aire democrático en el norte de África y en amplias regiones del Medio Oriente.
Es que el procedimiento para construir la arremetida sobre Trípoli se parece mucho a la que se utilizó contra el mismo Chávez en 2002, cuando un golpe cívico mediático que lo alejó momentáneamente del poder y que refleja el excelente documental La revolución no será transmitida, de los irlandeses Kim Bartley y Donnacha O’Briain. Una escalada similar pudo abortar la Unasur contra Evo Morales, cuando el intento de golpe de los comités cívicos derechistas, a mediados de 2008.
No se trata de una defensa de Khadafi, quien de un pasado honroso fue virando hacia posiciones cada vez más criticadas, que incluyen relaciones poco transparentes con algunos de los más encarnizados enemigos de hoy, como el francés Nicolás Sarkozy o el italiano Silvio Berlusconi y habría que ver si violaciones a los Derechos Humanos.
Pero tampoco de admitir sin chistar la injerencia de tropas extranjeras en otras naciones. Se trata de no permitir que ahora, Sarkozy y el premier David Cameron sueñen con pasearse por las calles de Trípoli con aire triunfal como en una típica invasión colonialista del siglo XIX. O que todo un continente pretenda calmar mercados alterados por una crisis económica con la promesa de petróleo y oro a voluntad.

Tiempo Argentino
Agosto 27 de 2011

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