sábado

El tiempo está a favor de los pequeños

El triunfo contundente de Cristina Fernández no sólo produjo impacto en la política argentina sino que significó un fuerte respaldo para el modo de encarar los problemas del mundo que intentan poner en práctica los gobiernos de la región. El hecho fue destacado por cada uno de los gobernantes que esperaban, ansiosos, el resultado de la primaria del domingo pasado. Y que respiraron aliviados cuando se confirmó la cifra y ahora esperan ir por más, ante un mundo que, parafraseando a Roberto Arlt, podríamos decir que se desmorona inevitablemente.
Ese hecho fue profusamente destacado y aplaudido por la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el uruguayo José Mujica, pero también por el resto de los mandatarios del Mercosur y de la Unasur, incluido los de Chile y Colombia. Juan Manuel Santos, dicho sea de paso, le vino a traer en persona las congratulaciones, y no se olvidó de explicar en qué marco regional y mundial se inscribe.
Ahora que los medios opositores y la gran mayoría de los partidos antikirchneristas tratan de buscar explicaciones para un resultado que ni en el peor de los pronósticos podían pensar, es entendible también el alivio del arco de gobiernos sudamericanos ante el mismo escenario.
Y para este análisis nada mejor que aprovechar las palabras del colombiano en su encuentro con Cristina del jueves. Porque Santos viene de la derecha y está sin dudas ligado a la política represiva que como ministro de Defensa de Álvaro Uribe aplicó en Colombia entre 2002 y 2010. Pero que con la llegada al poder entendió que en otros ámbitos muy poco tenía por ganar. Pragmatismo que le dicen, pero de un tinte bien diferente al de las relaciones carnales que justificaba a Carlos Menem y al resto de los gobiernos de los ’90.
Cierto es que cambiaron las cosas en Europa y sobre todo en los Estados Unidos, que padecen ahora una indigestión con los mismos remedios que desde el Consenso de Washington vivieron aplicando en el sur esa serie de gobiernos respetuosos del orden mundial que llevaron al derrumbe de la Argentina y la desaparición en cadena del modelo neoliberal ni bien despuntaba el siglo XXI.
Y, como la necesidad tiene cara de hereje, Santos y también el chileno Sebastián Piñera ponen las barbas en remojo por lo que pudiera. Con la mirada puesta en el vecindario, porque finalmente terminaron de entender que el bote es el mismo y que entre todos sería más fácil reparar cualquier perforación en el casco antes que hundirse en privado. Porque, además, perciben como nunca que el salvavidas que pudieran ofrecer desde el hemisferio norte está confeccionado en puro plomo.
Santos, otra vez, fue clarísimo cuando dijo que se viene un huracán y conviene estar preparado no sea cosa que los arrastre a todos. Y si finalmente no ocurre nada, da lo mismo, pues ninguna precaución es poca y nada se pierde con cuidarse en salud.
Y aquí es donde se comprende mejor las razones de las élites sudamericanas –ya no solamente progresistas– para respirar aliviadas por el resultado de la primaria argentina. Más aun cuando se vio de qué modo en el antikirchnerismo –la mal llamada oposición– se pasan facturas por la derrota. O llegan a confesar sus bajezas, como el tambero Biolcati, que finalmente acepta que parte de los votos eran por la estabilidad y el miedo a la crisis internacional.
Los medios hegemónicos y muchos opinólogos prefirieron interpretar que no ganó el gobierno sino que perdió la oposición, que no pudo encontrar ni un candidato ni un discurso común. Pero, en ese contexto, aparecieron un par de fotos que sirven para entender la película que los derrotados de este domingo no terminan de aceptar.
Como el mensaje “antisubversivo” de Eduardo Duhalde, repentinamente girado hacia la derecha más furiosa, por convicción o por cálculo. ¿Alguien imagina a un Duhalde presidente felicitado por Dilma o por el Pepe Mujica, ambos guerrilleros y presos políticos en su juventud? Cierto que Macri se bajó de la candidatura presidencial para abroquelarse en su feudo capitalino, cosa de volver a mostrarse en 2015, pero ¿es posible vislumbrar al empresario tejiendo alianzas para evitar la especulación financiera y apostando al desarrollo y la igualdad social con Fernando Lugo o Evo Morales, después de todo lo que dijo de paraguayos y bolivianos cuando los ya olvidados incidentes en el Parque Indoamericano?
No es descabellado pensar que Raúl Alfonsín también hubiera apostado por la integración. El ex presidente radical fue el impulsor del Mercosur y buscó sin éxito crear un frente común para enfrentar el problema de la deuda externa y evitar una invasión estadounidense a la Nicaragua sandinista. ¿Haría honor a ese antecedente su hijo Ricardo Alfonsín, aliado con De Narváez y González Fraga? ¿Lo habría hecho Lilita Carrió, socia política del empresario agropecuario Benito Llambías?
Algo similar hubiese ocurrido en Brasil de haber ganado José Serra, que dijo en plena campaña que el Mercosur era una traba para el desarrollo del coloso sudamericano. Y puede ocurrir si en Paraguay no aparece una figura “del palo” para suceder a Lugo cuando finalice su mandato.
La construcción de una región integrada lleva tiempo y esfuerzos, pero sobre todo paciencia y determinación para seguir el rumbo adecuado sin escuchar los cantos de sirena de los apocalípticos. Es lo que con sus más y sus menos están haciendo los gobiernos de la Unasur.
Con un horizonte más despejado en un país clave como la Argentina y luego del triunfo de Ollanta Humala en Perú, la región puede encarar su futuro con mejores armas. El desafío de la hora es impulsar fuertemente el cambio de paradigma. No sólo en el ámbito económico –bien sabemos los latinoamericanos a dónde conduce la ortodoxia neoliberal– sino sobre todo cultural y político.
Si se prueba que hay espacio para una derecha integradora, bueno sería que los conservadores la tomaran como modelo, para luchar juntos contra el principal enemigo, que es la mirada colonizada, la admiración por naciones y sistemas que se caen a pedazos. Aunque más no fuera porque como buenos conservadores, verían que así van a perder menos, y hasta pueden salir ganando.
Desde el otro lado del escritorio, en este rincón plagado de amenazas y también de oportunidades, los gobiernos tienen el desafío de profundizar la integración. Poniendo en marcha de una buena vez el Banco del Sur, pero atendiendo a la experiencia fallida del Banco Central Europeo. Para convertirlo en un banco de desarrollo en el que se podrían, como sueñan los más osados, resguardar las reservas internacionales y los depósitos en oro de cada uno de los miembros y hasta los fondos de la jubilación de todos los trabajadores de Sudamérica.
Para lo cual no vendría mal tampoco que los sindicatos fueran acercando mucho más sus líneas. Porque también tienen mucho que decirse, como ya lo están haciendo los estudiantes de la zona reunidos a raíz de la crisis en el sistema educativo chileno.
Pocas veces en estos 200 años de historia este puñado de países ha tenido una ocasión como esta para romper las cadenas. Y puede decirse que esto ocurre desde que todos juntos clausuraron el ALCA, en 2005 en Mar del Plata, dándole la espalda a la solución colonial.
Quizás en este detalle habría que buscar las razones que llevan a los medios concentrados a minimizar o directamente ningunear a estas instituciones sudamericanas que para su información –la de ellos– han llegado para quedarse.

Tiempo Argentino
Agosto 20 de 2011

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