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La otra reconquista

Ahora van a por Francia”, temía el diario español Público en su tapa del jueves. Se refería a los fondos especulativos que mantienen en jaque a las principales economías del mundo, las que en los últimos días reaccionaron tímidamente ante el embate de las calificadoras de riesgo y finalmente decidieron bloquear la venta de acciones en descubierto, para limitar el poder de fuego de “los mercados”.
Es bueno recordar qué decían esos mismos actores internacionales hace diez años cuando los especuladores venían “a por Argentina” y la explicación en boga era que el país no había hecho bien los deberes. Peor aún, muchos líderes vernáculos que entonces se jugaban todo a la convertibilidad parecen haber escrito el libreto con el que la troika (el FMI, la UE y el Banco Central Europeo) aplaude ahora los tijeretazos en Portugal y recomienda afilar aún más los instrumentos en Grecia, España e Italia.
Son las mismas políticas que dejaron el tendal de pobreza, miseria y desesperanza en América latina desde fines de los ’90, cuando S&P y Moody’s eran la verdad revelada y no esos niños malos en que parecen haberse convertido repentinamente, cuando los que padecen sus interesados pronósticos son estadounidenses, franceses o alemanes. La mano de las evaluadoras está detrás de la lucha feroz entre demócratas y republicanos que están fagocitando al gobierno de Barack Obama con tal de defender los privilegios de los más acaudalados. De manera que en lugar de agrandar el presupuesto subiendo impuestos, se reducirá con recortes en los magros beneficios sociales que los demócratas prometieron ampliar al llegar a la Casa Blanca.
El mismo problema de qué espaldas soportarán la carga lo viven los chilenos con la crisis educativa. El presidente Sebastián Piñera dijo que en la vida todo tiene su costo y que para tener educación gratuita no tendría más remedio que aumentar impuestos. Espantosa opción, considera el mandatario conservador, como para que la clase media comience a replantearse su apoyo a esos jóvenes díscolos que tienen la osadía de poner como ejemplo a la educación argentina, que suele albergar a miles de estudiantes de otros países latinoamericanos sin cobrar por ello. Una conquista cultural que sin dudas habrá que agradecerle a Sarmiento –tan poco solidario en otros ámbitos– y a la reforma estudiantil radical de 1918.
Mientras tanto, en el Reino Unido las facturas entre policías y el gobierno pueden llevar a una nueva y más profunda crisis política. El primer ministro David Cameron acusa a Scotland Yard de no haber desplegado la cantidad suficiente de hombres en las calles londinenses para evitar los desmanes producidos en esta semana. La policía británica le respondió ácidamente que los que critican no estaban en el frente de batalla cuando estalló la violencia. Efectivamente, es verano y Cameron descansaba en una villa toscana, mientras que los bobbies masticaban bronca. Por un lado, porque los dos máximos directivos tuvieron que renunciar en el marco del escándalo Murdoch, acusados de haber hecho la vista gorda cuando muchos de sus subordinados cobraban un extra pinchando teléfonos para los medios del grupo.
Pero, además, miles de uniformados perderán sus empleos por los recortes presupuestarios. Y si es cierto que nada es gratis en la vida, esas deudas políticas se pagan más temprano que tarde. Porque por más que Cameron diga que los despedidos serán administrativos, son compañeros de armas de los que tendrán que poner el pecho a las balas en la convulsionada Albión.
“Tarde piaste”, dirían los más viejos; los países europeos se desayunan con que el problema no son los evanescentes mercados, sino los especuladores de carne y hueso a los que todavía no identificaron, y que se escudan detrás de fondos de inversión que apuestan contra el euro. La paradoja es que si miraran en la experiencia de este lado del océano, encontrarían respuestas que una suma de cerrazón intelectual e intereses férreos en mantener el status quo no dejan avizorar.
Y en este lado, los países de la Unasur –que padecieron con todo su rigor el experimento neoliberal en los ’90 y por eso ya saben qué gusto tiene la medicina y, además, que el remedio neoliberal es peor que cualquier enfermedad– se unen para ensayar respuestas conjuntas ante una crisis que no crearon pero que pueden sufrir si se quedan de brazos cruzados.
Bajo la mirada sobradora de los grandes medios de todos los países de la región, que ningunean el encuentro porque pretenden que este grupo de presidentes populistas no pueden, ni deben, triunfar donde otros fracasan. Por eso presionan desde todos los rincones para convencer de que la caída será inevitable y que la única forma de precaverse es... el ajuste perpetuo.
Un día como ayer, nuboso y frío pero de hace 205 años, el francés Santiago de Liniers contemplaba desde el atrio de la iglesia de la Merced el avance de sus tropas, un tanto desordenadas pero valerosas, contra el invasor británico que se había instalado en el Fuerte de Buenos Aires y pretendía controlar el virreinato del Rio de la Plata. No vienen a cuento los detalles –porque la historia luego condenaría a Liniers y los capitales ingleses aprovecharían la derrota para diseminarse por la región después de esta intentona– la cuestión es que cerca del mediodía de aquel 12 de agosto de 1806, el jefe de las fuerzas nativas, según sus propias palabras, logró la rendición del general Beresford después de expresarle “la justa estimación que me merecía su valor (lo que) me estimulaba a concederle los honores de la guerra; y efectivamente, habiendo hecho formar mi tropa en ala, salieron los ingleses del Fuerte con sus armas, tocando marcha, y las depositaron a la cabeza de nuestro ejército en número de 1200, habiendo perdido en la acción 412 hombres, y 5 oficiales entre muertos y heridos; y nuestros de la misma clase sólo 180, el alférez de navío don Joseph Miranda, herido en una mano y el alférez del ejercito del Imperio francés, mi edecán D. Juan Bautista Fantin, una pierna rota.”
Habían pasado menos de un mes desde que el virrey Sobremonte había huido hacia Córdoba llevándose el tesoro real, para salvaguardarlo de la angurria anglosajona, ante el descrédito de los porteños que lo consideraron un cobarde y un traidor. Porque como quien dijera, había escapado en helicóptero.
Pero las tropas criollas aprendieron, combatiendo en las calles que rodeaban al Cabildo y conducían a la Plaza Mayor (donde hoy día está la City, con su pléyade de inversores y especuladores de toda pelambre) que si podían salir de esa, no les costaría tanto deshacerse del rey que moraba en Madrid.
Allí comenzaba otra historia, como la que define un grupo de países sudamericanos que, entre presiones y chanzas, se proponen otra reconquista. La de las decisiones nacionales.

Tiempo Argentino
Agosto 13 de 2011

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