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El fin de la República española

Los académicos definen como Ciclo Largo de la economía a esos períodos caracterizados por un alto crecimiento, con una mayor prosperidad general, no exentos de ciertos altibajos en forma sinusoidal que de todas maneras no disminuyen la tendencia general positiva. Calculan los teóricos que es un lapso de entre 48 y 60 años al que denominan “ondas de Kondriatev”, por el economista ruso Nikolai Kondriatev. El concepto de Ciclo Largo posiblemente haya nacido con Federico Engels y fue retomado, entre otros, por los holandeses Jacob van Gelderen y Salomón de Wolff. Acotación aparte, todos ellos venían del campo socialista y tuvieron un final dramático: De Wolff estuvo preso en un campo de concentración, Van Gelderen y su esposa prefirieron suicidarse antes que caer en manos de los nazis en 1940 y Kodriatev, luego de haber elaborado el primer plan quinquenal de la Revolución Rusa, cayó en desgracia y fue deportado por Stalin a Siberia, donde fue fusilado en 1938.
Hay quienes consideran que la crisis europea no es más que el fin de un ciclo largo que se inició al fin de la Segunda Guerra y pudo atravesar el neoliberalismo de los ’80, pero terminó sucumbiendo ante la crisis inmobiliaria de los Estados Unidos en 2008. Quiso la casualidad que cuando salió el primer número de Tiempo Argentino, aquel 16 de mayo de 2010 que ahora parece tan lejano, una serie de hechos encadenados revelaban el fin de un ciclo largo en la España moderna. Cosa que se reflejó en el primer Panorama Internacional, que se tituló “Del Tejerazo al tijeretazo”.
Allí se anotaba la modificación en el paquete accionario del diario que se había convertido en el emblema de ese momento histórico luego de la muerte del dictador. “El 29 de abril pasado –decía la nota–, El País anunció en un suelto de tapa y una pequeña nota en su interior que, finalmente, había logrado un acuerdo con un fondo de inversión estadounidense para salvar a la empresa. El porcentaje que debió ceder la familia Polanco, propietaria de la mayoría accionaria, fue del 70%, aunque, jura, eso no le impedirá mantener el control de los contenidos.”
Ese miércoles, 12 de mayo, el entonces presidente del gobierno, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, había anunciado su primer recorte en el presupuesto, que para los medios se llamó precisamente Tijeretazo, con el que pensaba “equilibrar las cuentas” ante una crisis que ya se veía importante. Dos días después, el viernes 14 de mayo, decía la nota, “para remachar en caliente, Baltasar Garzón fue suspendido en sus funciones hasta el juicio oral que ordenó el Supremo Tribunal. Una medida apurada de un modo humillante, cuando el juez había pedido licencia para ir a la corte de La Haya, donde se juzgan violaciones a los Derechos Humanos en todo el mundo.”
Era el inicio del proceso contra el juez que había tenido la osadía de investigar delitos de lesa humanidad cometidos en América Latina por dictadores que en nada tenían que envidiar en cuanto a barbarie al “generalísimo” Francisco Franco. Se recordaba además en ese artículo que el gran salto como representante de las nuevas mayorías españolas para el diario El País –fundado el 4 de mayo de 1976, a días del golpe en la Argentina, otra casualidad– fue el golpe de mano que intentó un oscuro teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981. Porque antes de que el rey se inclinara por la defensa de la Constitución aprobada en 1977, el diario sacó una edición especial a favor de la democracia en pañales que marcó una línea para la sociedad. Desde entonces, El País fue el representante de esa nueva España, que se enseñoreaba sobre el resto de América Latina en un ciclo de expansión que la llevó a quedarse con muchas de sus empresas públicas, de algunos de sus principales bancos y de medios de información y editoriales.
Garzón fue, en ese contexto, la imagen humanista de un nuevo país que, para los más desconfiados, pretendía recomponer el imperio español creando una suerte de Comunidad Hispana de Naciones a la manera del Commonwealth británico.
El 20 de noviembre pasado la derecha ganó las elecciones generales. Unos días antes, Cambio 16, el otro pilar de la transición española, cumplía 40 años. La revista fue una bocanada de aire fresco a los últimos años del franquismo y tuvo sus fuertes encontronazos con el régimen, ya a esa altura una reliquia histórica. Cambio 16 fue también, en los primeros años de la recuperación de la democracia en esta parte del mundo, un faro en que muchos periodistas se quisieron reflejar.
Esta semana, quizás para cumplir con aquello de los ciclos largos, el semanario publicó un extenso reportaje al dictador Videla. Donde no lo tratan para nada mal al reo condenado por delitos de lesa humanidad. Y le dan espacio para que explique, a su modo, ese ciclo largo de la transición argentina, que interpretando sus palabras, encuentra su cauce final con la llegada de Néstor Kirchner al poder, el 25 de mayo de 2003, 30 años después de la jura de Héctor Cámpora.
En estos días también se anunció la nueva ley laboral del derechista Mariano Rajoy, que abarata a niveles insospechados el despido de trabajadores con la excusa de que así se generará más trabajo. También en estos días hubo veredicto en uno de los juicios a Garzón. El juez fue encontrado culpable de prevaricato e inhabilitado para ejercer en la justicia por once años. Los diarios conservadores destacaron que lo sentenciaban por haber “utilizado métodos totalitarios para investigar”. Garzón, finalmente, será oficialmente expulsado de la carrera judicial en una sesión del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a realizarse el 23 de febrero. A exactamente 30 años del Tejerazo.
Según el embajador alemán, en aquella época, el rey tenía cierta simpatía con los golpistas. Juan Carlos, como se recordará, era nieto del último rey español, Alfonso III. El legítimo sucesor de la dinastía debió ser su padre, Juan de Borbón y Battenberg, pero como el caudillo le tenía inquina decidió saltearse el protocolo. Es decir que el actual monarca español fue designado a dedo por el supremo dictador nacido en Galicia. Lo que para los ojos americanos no puede sino dejar un tufillo a una democracia bastante renga, que la figura de Garzón se encargaba de enaltecer. Porque es el hijo de humildes trabajadores de Jaén, Andalucía, que había llegado alto y mostraba su voluntad de investigar violaciones a los Derechos Humanos donde quiera y cuando quiera que se hubiesen producido. Lo que, a la larga, lo ponía en un callejón sin salida: o era consecuente con sus ideas y abría las tumbas del franquismo o elegía ser hipócrita y dejaba que la ley de amnistía del ’77 siguiera su curso.
En ese reportaje, que marca el fin de un período para Cambio 16, Videla reconoce que los militares quisieron dejar descendencia política, pero no lo consiguieron. Franco, en cambio, tuvo éxito. Dejó a la monarquía para continuar con su legado conservador.
Las inestabilidades que acosaron a los argentinos y a los latinoamericanos en el pasado tienen orígenes políticos y económicos. Pero los habitantes de este lado del océano jamás renunciamos a construir una República. A ningún genocida se le ocurriría dejar un rey como heredero. Con la caída de Garzón, España no sólo renuncia a investigar su pasado. También abandona la voluntad de revisar la ley de amnistía y esa Constitución del ’78 que puso el último remache en la tumba de la República.
Y da comienzo a otro ciclo que desde el origen muestra su rostro despiadado: menos protección laboral, más ajuste y nada de investigar crímenes de lesa humanidad. Que una cosa va, indefectiblemente, de la mano de la otra.

Tiempo Argentino
Febrero 18 de 2012

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