Por “fuego amigo” se conoce, en el ámbito militar, a las balaceras desatadas entre efectivos del mismo bando. Se lo considera como un indeseado efecto colateral de la guerra, un error en la identificación del objetivo a eliminar que termina por matar a los propios. En política, en general, no se trata de errores sino de zancadillas surgidas de quienes integran el mismo espacio y compiten por los mismos cargos.
Desde hace algunos meses, este concepto se convirtió en un clásico en la política brasileña. El jueves se fue otro miembro del gabinete de Dilma Rousseff, alegando que cayó víctima de conjuras de los medios de información, pero sobre todo del “fuego amigo”, que lo fue limando para quitarlo de en medio en un ministerio clave para los dos proyectos más grandes tendientes a ubicar a Brasil como la potencia del siglo XXI: el Mundial de Fútbol del 2014 y las Olimpíadas de Río de 2016.
Mario Negromonte dejó su cargo en la cartera de Ciudades (algo así como Interior) luego de denuncias sobre sus presuntas vinculaciones con hechos de corrupción de distinto calibre. Hubo una investigación de la revista Veja que lo hace aparecer ofreciendo 30 mil reales a diputados de su propia bandería, el Partido Progresista (PP) para mantener su influencia dentro en la agrupación. Lo demás es lo usual: contrataciones irregulares de parientes y favorecidos, algún vuelto tras un desvío de fondos. En un caso, sin embargo, el tema parece una disputa de intereses comerciales. Se lo acusa de haber autorizado la construcción de una especie de tranvía en Matto Grosso, en lugar de una línea de ómnibus rápidos acordada por una gestión anterior.
Las denuncias, según indica el acusado, habrían surgido de filtraciones de correligionarios. El PP integra la coalición gobernante desde su costado más conservador. Nacido de sucesivas divisiones dentro de la Alianza Renovadora Nacional (Arena), el partido creado por la dictadura militar con el ánimo de perpetuar su proyecto político, llegó a estar en la misma vereda que el inefable Fernando Collor de Melo, obligado a renunciar luego de los escándalos de corrupción más grandes en la historia del Brasil moderno. Luego se acercó a otro Fernando, Henrique Cardoso, también presidente constitucional. Como no pueden estar demasiado lejos del poder, por lo que se ve, integran el frente de doce agrupaciones que armó el Partido de los Trabajadores (PT) con Lula a la cabeza. Y en la última elección obtuvo 44 bancas en diputados y cuatro senadores, convirtiéndose en el cuarto más grande del país.
Razón suficiente para que el remplazante del ministro defenestrado también sea del PP. Se trata de Aguinaldo Ribeiro, un ingeniero en administración de empresas que ocupó un cargo en Medio Ambiente y Recursos Hídricos en Paraíba y no está demasiado bien visto por los sectores ubicados más a la izquierda en el Partido Trabalhista y sobre todo en los movimientos sociales.
La cuenta de ministros que se tuvieron que ir del gobierno desde que Dilma Rousseff remplazó a Lula da Silva el 1° de enero de 2011 es inusual. Son siete los que tuvieron que irse por denuncias de corrupción. Entre ellos, una mayoría cayó, según susurraron, más tarde, víctimas del “fuego amigo”.
Así lo interpretó el primero en tener que irse al túnel, el jefe del Gabinete Civil, Antonio Palocci, hombre con antecedentes como se verá algunas líneas más abajo. Otros, como los titulares de Transporte, Alfredo Nascimento, de Turismo, Pedro Novais, y de Deportes, Orlando Silva, estaban de algún modo vinculados a los planes faraónicos de construcción que el Mundial y las Olimpíadas abren. El ministro de Agricultura, Wagner Rossi, y de Trabajo, Carlos Lupi, que también quedan en descubierto, podrían ser encuadrados como rencillas partidarias.
Ahora está en la picota el mandamás de Hacienda, Guido Mantega. Una suerte de héroe financiero en la gestión del PT, admirado en los centros internacionales y puertas adentro del país. Mantega deberá rendir cuentas ante el Parlamento para explicar las razones de la expulsión del presidente de la Casa de la Moneda, Luiz Felipe Denucci, acusado de haber cobrado monumentales coimas (nada menos de 25 millones de dólares) para beneficiar a empresarios en licitaciones públicas. Dicen que Mantega está armando las valijas para irse del ministerio. En su caso el remplazo será sin dudas del PT. Después de todo, es asesor de Lula desde hace años y remplazó a Antonio Palocci en 2006 con las primeras denuncias en su contra por corrupción. Con lo que se cerraría el círculo a toda una era en la historia brasileña que inauguró en 2003 el dirigente metalúrgico.
El caso más espinoso de resolver será
entonces el del área de Trabajo, que en el reparto de roles de la coalición gobernante le tocaba al Partido Demócrata Trabalhista (PDT). El renunciante Lupi fue remplazado provisoriamente por un funcionario de carrera con un perfil técnico, que a los miembros del PDT no les cae nada bien. Y tienen cómo hacérselo saber a Dilma, quien antes de integrarse al PT, en 2002, formó parte de esta agrupación de tinte laborista que se jacta de ser heredera del legado de Getulio Vargas, y fuera fundada en 1980 por el legendario Leonel Brizola. Por eso presionan a la mandataria por colocar a uno de los suyos en tan estratégica ubicación.
La presidenta, mientras tanto, volvió de una gira por el Caribe, donde demostró una vez más el rol que quiere para su país: visitó Cuba a pocos días del 50 aniversario del bloqueo para firmar acuerdos comerciales que ubican al gigante sudamericano como socio privilegiado de los cubanos. En pocas semanas cargará nuevamente las valijas para una gira que la llevará a Alemania, Estados Unidos, Colombia y la India. Con su colega Angela Merkel inaugurarán una feria de tecnología e innovación digital y en Washington será recibida por el presidente Barack Obama, intercambio de gentilezas luego de la visita que el estadounidense le hizo el año pasado. En Nueva Delhi, Dilma participará de una cumbre de jefes de Estado del grupo BRICS, que integran con Rusia, China y Sudáfrica, y en Cartagena protagonizará la VI Cumbre de las Américas.
Dentro de su país, la aprobación popular, de acuerdo a las últimas encuestas, supera el 59%, a pesar de las continuas crisis ministeriales y de la forma de resolverlas de esta ex presa política: siempre del modo más expeditivo. En su primer año como mandatario, Lula nunca pasó del 42% de aprobación, dato no menor en este caso.
Analistas políticos como Lucas González, de la UNSAM, explican que si bien en el PT muestran los dientes contra las decisiones de Dilma y dentro de la alianza algunos, como el poderoso PMDB, amenazan con boicotear las reformas en el Congreso, “esto no parece estar afectando la gobernabilidad de manera negativa, sino todo lo contrario”. Según esta lectura, la falta de carisma de Dilma la hace encarar las decisiones con más vigor y menos contemplación que el líder obrero, más flexible porque se sabía con espalda política para aguantar el chubasco: “Hasta ahora, los cambios en el gabinete frente a los escándalos han beneficiado a la presidente en términos de aumento en su popularidad y la conformación de un gabinete más cercano a sus preferencias. Quizás sea una estrategia poco ortodoxa y que ha generado varios enojos en Brasilia; pero la ortodoxia no es siempre la mejor aliada de un presidente que quiere alterar el statu quo.”
Tiempo Argentino
Febrero 4 de 2012
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