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Ahora Videla sabe la verdad

Hace algunos años, el escritor y periodista Martín Caparrós escandalizó a muchos con una idea provocadora. El contexto era obviamente otro (ni falta hace mencionar que seguramente no publicaría hoy un texto semejante) y el recuerdo de los pormenores de ese artículo puede ser traicionero. Un problema porque el archivo del diario Crítica, que había fundado Jorge Lanata poco antes, no resulta accesible como para ser más fiel al original.

Pero la idea era más o menos que la clase media argentina es tan díscola como para horrorizarse ante una denuncia de corrupción contra la dirigencia política pero no suele hurgar demasiado en qué cosa exactamente implica un acto corrupto.
El ejemplo revulsivo –obviamente lo que buscaba el autor era una demostración por el absurdo– era que había un hombre que ocupó la presidencia argentina al que no se acusaba de haber robado y que eso podía demostrarse en que vivía en el mismo departamento de cuando había asumido el cargo, entre otros detalles menores. Ese hombre era Jorge Videla.
Prosiguiendo con esta brutal línea de análisis se puede afirmar que, además, ese presidente llegó al poder con un plan que aplicó sin reparar en deslices y que fue muy eficiente y productivo en su tarea. Tanto que en el camino quedaron treinta mil desaparecidos por causas políticas y otros cientos de miles que padecieron las consecuencias de un modelo económico regresivo.  Que una cosa estaba atada a la otra.
Videla fue todo eso y justamente por haberlo sido representa lo peor del género humano. Porque llevó hasta el paroxismo esos métodos criminales en su afán de hacerlos más efectivos.
Fue el frío ejecutor de un plan sistemático para imponer a sangre y fuego un modelo de creación y distribución de la riqueza injusto e impiadoso. Pero a continuación también fue capaz de hincarse a rezar con el mismo fervor. No para pedir perdón por los pecados cometidos en ese camino, sino para dar cuenta del avance de su programa de exterminio.
Videla nunca mostró arrepentimiento. Entre otras cosas porque estaba convencido de que sus actos estaban inscriptos en un objetivo divino. Creía, como tanto genocida habido en el planeta, que Dios le soplaba al oído.
Desde ayer, parafraseando al poeta Charles Bukowski, Videla sabe cuál es la verdad.

Tiempo Argentino
Mayo 18 de 2013

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