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La construcción de nuevos consensos en Washington



“Acá no hay ganadores. Las últimas semanas causaron un daño completamente innecesario a nuestra economía", definió lacónicamente Barack Obama. "Dimos una buena pelea por una causa justa. Sólo que no ganamos", se justificó John Boehner. Tras más de 16 días de encarnizada disputa en torno del aumento del techo de la deuda y el cierre de la administración pública estadounidense –que en realidad fue una nueva batalla por la reforma de la ley sanitaria– un acuerdo de última hora, poco antes de entrar en default (o como se dice en el barrio, cortando clavos), permitió extender el debate sobre el cambio de paradigma en Estados Unidos hasta un nuevo round, por lo pronto en enero.

Porque el límite del endeudamiento no fue más que una excusa para que un grupo extremista de los republicanos, los integrantes del Tea Party, intentaran boicotear la puesta en marcha del llamado "Obamacare", el único gran proyecto de cambio, aunque bastante licuado, que hasta ahora pudo implementar el primer mandatario negro en la historia de Estados Unidos. Y esa normativa, que acerca a 45 millones de estadounidenses a un sistema de salud, representa el cambio más profundo en cuatro décadas en el consenso social de ese país.

El sistema de salud público fue una de las máximas creaciones del gobierno de Richard Nixon, más famoso por su papel en el caso Watergate puertas adentro de Estados Unidos y por su tarea en la desestabilización y el golpe contra el chileno Salvador Allende y la gestación del plan Cóndor en la región. El otro costado de Richard Milhous Nixon es que estableció algunas políticas de estado que todavía rigen en el mundo: abrió relaciones con China e incorporó al gigante asiático al concierto de las potencias, puso fin a la desastrosa Guerra de Vietnam y retiró los soldados estadounidenses tras el descrédito social de aquella aventura colonialista.

Al mismo tiempo, en agosto de 1971 logró impulsar el sistema privatizado de salud, que dejaba fuera de toda protección a las capas más pobres de la población. En el documental Sicko, de 2007, el cineasta Michael Moore plantea precisamente que la razón de fondo para ese cambio habría que buscarla en que la atención privatizada creó generaciones de ciudadanos obligados a endeudarse hasta la miseria para pagarse algún tratamiento, una forma sofisticada y perversa de mantener la esclavitud con métodos en apariencia basados en la libertad individual. O por lo menos, una forma de disciplinamiento social que logró ser mucho más efectiva que una dictadura, aunque se le parece demasiado. Y que, por otro lado, se mantuvo en el tiempo por eso de que en Estados Unidos se construyen consensos permanentes más allá de quién ocupe el Salón Oval.

Los Tea Party –esa línea interna republicana creada en "honor" de aquella revuelta contra el pago de impuestos que logró la independencia de Estados Unidos en 1776– defienden a tal punto un concepto extremo de libertad individual que son capaces de decir, sin que les tiemble la pera –como señaló Ron Paul, el más influyente de sus teóricos– que si una persona es libre "también debe ser responsable de contratar un plan de salud conveniente" y no dejar "que el estado acuda en su ayuda" como si fuera un padre generoso.

Obama dijo más de una vez que su propuesta de reforma sanitaria se basaba en su historia personal: su madre, Ann Dunham, murió a los 52 años de un cáncer de ovario porque no tenía una buena cobertura de salud. Pero los Tea Party no entienden de sentimentalismos y desde el vamos hicieron presentaciones de todo cariz para frenarla judicialmente o demorar su aplicación con chicanas como el cierre de la administración o la amenaza de default si no se hacían recortes en su financiación. Aun así, la Corte Suprema la declaró constitucional, con lo que el último recurso era vaciarla de fondos y demorar su aplicación hasta la llegada de otro gobierno más favorable a derogar la ley. (A que suena parecida a la pelea por la Ley de Medios argentina…)

El grupo extremista republicano tiene otro ideólogo de peso en las estructuras partidarias: el lobista Grover Norquist, titular de una ONG, Americans for Tax Reform (Estadounidenses por una reforma tributaria), que tiene como principal objetivo bajar los impuestos y reducir a la mitad al Estado para el 2025. "Yo no quiero abolir el gobierno. Simplemente quiero reducirlo a una dimensión en que pueda arrastrarlo al baño y ahogarlo en la bañera", es su frase de cabecera. Con menos estado las capas menos favorecidas de la sociedad disminuyen sus posibilidades de poder cambiar una situación inequitativa, claro. Un modelo sanitario más igualitario, perciben con preocupación, es la antesala de otras conquistas "populistas" que quieren evitar a toda costa.

Norquist es el autor de un juramento que desde 1986 siguen a pie juntillas los republicanos. La "Promesa de Protección al Contribuyente" tiene apenas dos artículos, pero muy categóricos: "Uno, me opondré a todas las medidas destinadas a aumentar el impuesto sobre la renta para los individuos y/o las empresas. Dos, me opondré a cualquier recorte neto o eliminación de deducciones o abonos, a menos que sean compensados, dólar a dólar, mediante futuras reducciones de impuestos". Entre los 242 representantes republicanos, firmaron 238; mientras que lo hicieron 41 de los 47 senadores.

Ese juramento fue una verdadera traba para los negociadores demócratas y también para el líder de la Cámara Baja, el republicano Boehner, segundo de 12 hermanos y primero con título universitario de una familia católica de Reading, Ohio, constitucionalmente el tercero en la escala sucesoria, detrás de Obama y Joe Biden. Para muchos, Boehner fue uno de los perdedores de la contienda, porque no supo liderar una posición uniforme de los miembros del Partido del Elefante, como se conoce al Republicano. Porque mientras avanzaba el cierre y se acercaba el día del default, era cada día más evidente que muchos en el viejo partido se deban cuenta de que iban a una derrota ante la opinión pública y querían aceptar las condiciones de Obama.

De hecho, según encuestas publicadas por The Washington Post y ABC News, el 74% de los ciudadanos rechazaba la postura intransigente de los republicanos, mientras que un 61% culpaba de terquedad a los demócratas y 53% al propio Obama. A nivel nacional, en tanto, de acuerdo a un sondeo de Pew Research Center, casi la mitad de la población tenía una opinión desfavorable del Tea Party y solo un 30% mostraba aprobación con el ala más derechista de la oposición. Sin embargo hay un dato a tener en cuenta: los representantes tienen que renovar su banca cada dos años y se deben mucho más a su público local. Y allí, en sus distritos, el 60% de sus votantes apoya su radicalidad política.

No hay registro de qué ganó o qué perdió el inefable Ted Cruz, el representante ultramontano de Texas que saltó a la fama con un discurso de 21 horas como parte de una estrategia para impedir que se votara una ley provisional de gastos. A Cruz lo terminaron denostando sus propios correligionarios y hasta el no menos "estricto" Norquist consideró que "era muy posible que demoráramos la implementación de Obamacare durante un año, hasta que Cruz llegó y se estrelló e incendió".

El que sí parece haber ganado en todos los terrenos fue Obama, que ahora se animó a ir por más y apura la aprobación de una ley migratoria, otra de sus promesas electorales de 2008. "No permitamos que este problema siga pudriéndose otros dos o tres años. Esto puede y debería hacerse antes del fin de este año", insistió. No se olvidó de azuzar con que "el pueblo estadounidense está completamente hastiado de Washington".

Ahora le esperan tres meses fatales. No es previsible que Tea Party renuncie a sus "principios", y el escuálido acuerdo sólo pateó la pelota extendiendo el presupuesto hasta el 15 de enero y ampliando el límite de la deuda hasta el 7 de febrero, cuando volverá a tensarse la cuerda. Lo que ocurra entonces tendrá relación con el debate que se produzca en la sociedad. Se sabe que el plan de salud generará fortunas a empresas de prepago por la incorporación de esos millones de estadounidenses que estaban sin cobertura.

El problema es si ese interés será más determinante que la estrategia de dominación que subyace en el proyecto de frenar la normativa. Lo que equivale a preguntarse si Obama, con sus falencias y debilidades, logrará imponer otro paradigma y construir un nuevo consenso en Washington, como viene prometiendo desde que asumió.

Tiempo Argentino
Octubre 18 de 2013

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