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El espejismo de los pactos y modelos exitosos

Desde los originarios "pactos preexistentes" de la vieja Constitución de 1853 hasta el del Bicentenario que propuso el recién asumido gobierno de Cristina Fernández en 2008 –pasando por el Gran Acuerdo Nacional que la dictadura de Alejandro Lanusse quiso imponer al peronismo en los 70– mucha agua corrió bajo los puentes. Sin embargo, para grandes sectores de la dirigencia política y empresarial, la panacea para todos los males sigue estando en los míticos Pactos de La Moncloa, al que ahora agregan el promovido por el mexicano Enrique Peña Nieto hace un par de años.
Para agregar algo de "achuras" a este asado, tanto dirigentes como comunicadores sociales suelen incorporar el ejemplo de modelos económicos que figuran como exitosos en el prospecto de recomendaciones para los gobiernos de turno y los que puedan venir. El problema es que la realidad raras veces es como quisieran esos cultores del espejismo y con frecuencia, incluso, es totalmente opuesta al discurso de cúpulas más habituadas a manipular datos que a responder a problemáticas concretas.
Muchos de esos temas volvieron a estar en el tapete a raíz del documento que el llamado Foro de Convergencia empresarial presentó como plataforma para la futura gestión presidencial. Más allá de reclamos puntuales y la perspectiva desde la que se analiza este momento del país, se destacan los comentarios ad hoc tanto de dirigentes como de periodistas afines. Que los hubo en abundancia.
"Este documento no da detalles de las medidas. Proponemos que nuestros equipos técnicos trabajen con los equipos técnicos de los partidos políticos y así se definan las propuestas. Necesitamos pactos como el de México o el de La Moncloa", señaló en conferencia de prensa Miguel Blanco, presidente de IDEA, una de las instituciones que adhirió a la propuesta con más fervor.
Ricardo Romano –subsecretario general de la Presidencia en el segundo mandato de Carlos Menem, (1995 -1999) y ex vicepresidente de la Internacional Demócrata de Centro (IDC)– escribió en una columna en Infobae que "los Pactos de La Moncloa consagraron la supremacía del conjunto respecto de los intereses de la parte. El punto de partida fue la coincidencia en el diagnóstico respecto de la situación del país".
El Pacto de La Moncloa –por el palacio madrileño donde atiende el presidente del gobierno español– fue un compromiso multipartidario de la dirigencia peninsular en un momento clave de su historia moderna. La muerte del dictador Francisco Franco implicaba que desaparecía el hombre que por 39 años había gobernado con mano de hierro tras haber ganado la Guerra Civil. Por tal razón, firmaron el Partido Comunista, el PSOE, el franquismo y el centrista Adolfo Suárez "recientemente fallecido y muy homenajeado por su contribución a estos entendimientos (…que comprendieron…) que no había futuro sin unidad", acota Romero. Parte central del Pacto es que no se volvería a un proyecto republicano sino a una monarquía, la de Juan Carlos de Borbón.
Es por lo menos extraño que sigan vendiéndolo como un "modelo", cuando es evidente que desde hace tiempo el Pacto ya no es garante del progreso económico que durante un cuarto de siglo vino a representar para los españoles, algo evidente desde la crisis de 2008. Pero sobre todo resulta increíble que sus propagandistas escamoteen que también trastabilla en su intento de mantener la unidad nacional. Basta decir que en Madrid se discute por estas horas cómo enfrentar el referéndum independentista que los catalanes convocaron para el 9 de noviembre próximo. Cómo mantener la unidad de la nación, claro.
A diferencia del de La Moncloa –que "aguantó" algo más de 40 años– el Pacto por México fue firmado ni bien el PRI volvió a poder con Peña Nieto, en diciembre de 2012. Propone también una hoja de ruta tanto en lo económico como en lo social y político que la dirigencia debe apoyar más allá de cambios electorales. Pero a un año de andar, el PRD, el movimiento de izquierda liderado por Cuauhtemoc Cárdenas y el ex jefe de gobierno del DF, Marcelo Ebrard, decidió dar un portazo en protesta por un proyecto de reforma política que, dicen, no cumple con las condiciones consensuadas y sobre todo contra una ley energética que amenaza a la propiedad pública de la petrolera estatal Pemex. El espejo que devuelve el pacto mexicano tampoco resulta tan alentador.
Otro gran ejemplo para latinoamericanos desprevenidos es el de países con "una gran solidez institucional", como Costa Rica y Chile, lo que según esta visión idílica, asegura per se inversiones y prosperidad.
El país centroamericano tuvo una corta guerra civil que en 1949 culminó con la firma de otro pacto, el Ulate–Figueres, por Otilio Ulate Blanco y José Figueres Ferrer, los dirigentes que acordaron resolver los conflictos mediante la lucha política y se repartieron la presidencia alternativamente hasta 1974. 
Curiosidades del caso: Figueres Ferrer era hijo de catalanes y su lengua materna fue el catalán. A pesar de haber sido militar y protagonista del golpe que devino en la contienda, fue luego el responsable de haber abolido el ejército en ese país. Casado en dos ocasiones –ambas con norteamericanas– uno de sus hijos, José Figueres Olsen, también llegaría a ser presidente, entre 1994 y 1998.
Una de sus mayores "obras" fue su participación para introducir a Costa Rica en el exclusivo club de los elaboradores de microchips. Fue así que logró que en diciembre de 1996 Intel anunciara la radicación de una planta de Ensamble y Prueba. Eran los tiempos del Pentium II y la localización fue motivo de debate en todo el continente.
En Argentina, muchos dirigentes lamentaban semejante pérdida para el país, que iba ingresando en lo peor del proceso neoliberal, mientras Domingo Cavallo dejaba el gobierno de Menem y crecía exponencialmente la desocupación al ritmo de las empresas que se deslocalizaban hacia otros horizontes. Pero donde más "castigó" aquella decisión empresarial fue en Chile, que había estado compitiendo por esa bendita planta. Así lo cuenta Daniel Vásquez Barría, asesor en Tecnologías de la Información y Comunicación del gobierno chileno: "Corría el gobierno de Eduardo Freí Ruiz Tagle, en la época de los 90 éramos los jaguares de Latinoamérica (cuando) Intel decidió crear una planta de procesadores en Latinoamérica, y los dos países candidatos eran Chile y Costa Rica (…); por el lado chileno jamás nadie aceptó la culpa por la pésima negociación del país, pero en Costa Rica las negociaciones las hizo personalmente el presidente del país, en una visión que marcó la productividad y economía del país para siempre".
Tanto la empresa, con base en Santa Clara, en California, como analistas de toda laya, coincidieron en que Costa Rica entraba a jugar en las grandes ligas y dieron sus explicaciones para el milagro. Mike Forrest, el gerente general de la firma en ese pequeño país, dio sus razones para explicar la presencia la nación centroamericana: "Hay cosas básicas que buscamos para fabricar. Una de ellas es la educación, que es un componente clave. Además, se trata de la democracia más longeva de la región y cuenta con una adecuada legislación fiscal."
"¿Por qué escogió Intel a Costa Rica para construir su primera planta en América Latina?", se preguntaba en enero de 1997 Rigoberto Stewart, presidente del Instituto para la Libertad, una ONG de corte liberal. "Algunos dicen que se debe a la alta calificación de nuestra mano de obra, la estabilidad social del país, las favorables condiciones de vida y la cercanía a Norte América.”
Costa Rica, que en 2007 aprobó un TLC con Estados Unidos en referéndum y mantiene como estatales a las empresas de telecomunicaciones y proveedoras de electricidad, pasó a ser centro de inversiones tecnológicas, con Hewlett Packard a la cabeza. Y fue la envidia de sus vecinos, a pesar de que, como Stewart señalaba hace 17 años, "Intel ingresará al país bajo el régimen de Zona Franca, lo que implica que operará como si no estuviera en Costa Rica: no pagará impuestos ni aranceles y gozará de otros beneficios. Además, el gobierno le otorgó un nivel tarifario preferencial, mediante el cual el monopolio estatal le venderá el servicio eléctrico a un costo de 0,05 dólares por kilovatio, a pesar de que el costo real es de 0,069 dólares, situación que representará un subsidio anual de unos 3,8 millones de dólares".
Tanto no estaba ubicada en el país que hace unos días confirmó que se va de Costa Rica. No por problemas internos del país, según aclararon los voceros de Intel. Sucede que la empresa viene con un par de ejercicios a pérdida y encuentra más conveniente trasladar su planta costarricense a Vietnam. Intel representaba casi el 6 % del PBI "tico" y el 20% de sus exportaciones. Deja en la calle a 1500 trabajadores especializados. Detrás de ella también se va el Bank of América, que expulsará a 1500 personas de su sede de servicios, también en la zona franca.
Luis Guillermo Solís, un historiador y docente universitario  –que quebró el bipartidismo iniciado con Figueres padre con un sorpresivo triunfo y asumirá la presidencia de Costa Rica el próximo 8 de mayo–  es considerado un progresista "moderado". Comienza su gestión con un problema que ningún nuevo pacto va a solucionar.
En Chile, el otro "modelo" exitoso, Michelle Bachelet volvió al gobierno con la promesa de cambiar un sistema educativo privatista, para lo cual deberá hacer una reforma impositiva. Ya envió al Congreso un proyecto para cambiar la ley electoral que diseñó Pinochet. Debería celebrar que el país se salvó de la planta de Intel. 

Tiempo Argentino
Abril 25 de 2014

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