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El Tea Party recorre el mundo

Leonarda Dibrani es una adolescente gitana de origen kosovar de 15 años que estudiaba en Doubs, cerca de la frontera con Suiza. Su caso trascendió porque fue expulsada del país en setiembre pasado junto con su familia por no tener los papeles de residencia en regla. Sus compañeros de estudios organizaron ruidosas marchas y concitaron la adhesión de alumnos de escuelas de todo el país reclamando que le permitieran regresar al colegio.
La presión se hizo sentir y finalmente el presidente François Hollande aceptó que volviera para retomar sus estudios. Pero insistió en que no dejaría que los cinco hermanos Dibrani y su padre cruzaran la frontera en sentido inverso. Obviamente, era una solución traída de los pelos que no podría resultar. "No abandonaré a mi familia, el presidente no tiene corazón, no ha comprendido para nada la situación", se quejó la chica.
El entonces ministro del Interior, Manuel Valls, responsable de la medida, no quería aflojar un tranco. Y en un documento de 24 páginas que colgó de la Web de la dependencia, señaló que la expulsión de los Dibrani estaba justificada porque estaban afincados de manera ilegal y ninguno de los recursos que presentó Resat, el padre, habían sido considerados como admisibles.
En una entrevista a radio France Inter, Valls no dudó en asociar a los gitanos con "la mendicidad y la delincuencia", y propuso como solución el desmantelamiento de sus campamentos y la expulsión. Valls, curiosamente, no es nacido en Francia sino en Cataluña y es un reconocido hincha del Barça y de los toros. Pero se ve que a él la legalidad le vino más fácil.
Por varios días, el caso se mantuvo en los medios, luego fue decayendo. No es para menos: las encuestas probaban que el 74% –si, tres de cada cuatro ciudadanos, como se lee– aprobaba la postura del ministro Valls y un 65% rechazaba la posibilidad de que el gobierno dejara volver a la familia gitana. El dato fue tenido en cuenta por todos los sectores políticos y principalmente por Hollande.
El corrimiento a la derecha del electorado francés fue agua para el molino de Marine Le Pen, del Frente Nacional. Hija del polémico fundador del partido, Jean-Marie, alguna vez condenado por negacionista del Holocausto y por decir que la ocupación nazi de Francia no había sido "particularmente inhumana", Le Pen padre llegó a disputar la segunda vuelta presidencial de 2002 contra Jacques Chirac.
Su hija se metió en política con intenciones de aggiornar al partido ("desdiabolizar", en sus términos) y ganó puntos haciendo expulsar del FN a un dirigente que apareció en una foto haciendo el saludo nazi. En las municipales de la semana anterior el partido de Le Pen ganó en once grandes ciudades, algunas de ellas tradicionales bastiones del socialismo, y arañó el 7 % de los sufragios. Su discurso proponía, entre otras cosas, una consulta para una reforma del Código Penal. Los ciudadanos deberían decidir entre una cadena perpetua de cumplimiento efectivo y la pena de muerte para los delitos más graves.
Hollande, que ya venía dejando en el camino sus promesas electorales en el campo económico –está cada vez más parecido a Nicolás Sarkozy– convocó a Valls para el cargo de primer ministro en lugar del más progre Jean-Marc Ayrault. No se decidió por la docencia para explicar a la población que hay valores que debieran honrar a una sociedad como la francesa, por haber sido precursora. Pudo más el resultado del comicio pero sobre todo escudarse en que se pueden perder votos si no se hace lo que la sociedad reclama. A partir de valores propagados por los medios, aunque tengan escaso rasgo humanitario.
Esta forma de hacer política es la que llevó poco a poco a que los republicanos estadounidenses y esa sociedad en general se hayan corrido más a la derecha, si cabe. Apurados por el grupo Tea Party, ese sector anárquico pero poderoso al que no le tiembla la pera a la hora de proponer las ideas más retrógradas, no tuvieron empacho en poner freno a las iniciativas más progresistas de Barack Obama. Jugaron fuerte con el rechazo a la ley de salud y llegaron al bloqueo financiero del Estado, acompañados por el resto de los republicanos que no quisieron arriesgarse a ir contra el supuesto electorado. Un electorado presuntamente nacido de los medios de comunicación derechizados, que también ofrecen solo eso que se supone que el público quiere, sin pensar demasiado en las consecuencias.
Dos multimillonarios, David y Charles Koch, suelen financiar iniciativas como las de Tea Party, un conglomerado de militantes sin líderes aparentes pero con poder de fuego para limar el prestigio de cualquier dirigente con medio gramo de sensatez. Es cierto que son los tiempos que corren, pero son tiempos peligrosos. Y para el Tea Party una de las cuestiones fundamentales es que los ricos paguen cada vez menos impuestos, bajo el argumento de que con el dinero de los contribuyentes los populistas "financian a gente que no quiere trabajar".
El plan de salud, en este contexto, es malo porque beneficia a personas que debieran haberse preocupado por conseguir los fondos que le permitieran tener un plan adecuado. El Estado, para esta derecha ultra-individualista, es el socio molesto que derrama la plata del ciudadano demagógicamente en los bolsillos de los que menos tienen cuando "Hombre, cada uno tiene lo que se merece porque así lo establece el plan de Dios". Palabras más, palabras menos.
EN ARGENTINA. Por esos lugares, la discusión por el rol del Estado va por caminos paralelos, con las diferencias del caso. La última "moda" resulta ser la justificación del linchamiento. El argumento es que quien salió a robar debió prever las consecuencias, la gente honesta está harta y el Estado está ausente. Más sencillo imposible.
El Estado del que hablan es un Estado al que sólo atribuyen un rol punitivo. Y lo dicen dirigentes que mucho tienen que ver con la desaparición de ese otro Estado, orientado a la financiación de la salud o la educación o el desarrollo de los sectores más vulnerables. Con lo que resulta que entienden al Estado como simple garante de la seguridad y la vigilancia de los bienes habidos más que en la resolución de las inequidades o simplemente de la creación y mantenimiento de las fuentes de trabajo. Sin ir más lejos.
Un par de preguntas: ¿Cuándo está ausente el Estado, cuando no vigila en la calle o cuando no garantiza techo, salud, educación y trabajo para los habitantes? Si se tiene en cuenta que más del 60% de los crímenes se producen entre personas que se conocen o familiares y no en ocasión de robo ¿El Estado también debe vigilar en cada casa, en cada habitación? ¿Y cuando el Estado es el criminal, como pasó en la dictadura?
Por eso no llama la atención que el diputado Sergio Massa hubiera hecho coincidir una gira por Estados Unidos con el aniversario del golpe más sangriento en la Historia argentina. Y mucho menos que entre las personas a las que entrevistó hayan estado funcionarios del Banco Mundial, el departamento de Estado, la OEA y hasta el ex alcalde neoyorquino Rudolf Giuliani –cultor de la tolerancia cero en materia penal– o algún miembro del grupo Tea Party como el representante de Arizona Mat Salmon. Tampoco que el ex intendente de Tigre haya publicado fotos con cada uno de ellos, orgulloso, en su cuenta de Tweeter.
También estuvo en algunos think tanks de la derecha mundial, como el Council on Foreign Relations (CFR) tal vez la organización estadounidense no partidista, dedicada a la política exterior, más influyente tanto en Estados Unidos como en los sectores conservadores del continente.
Algunas visitas pueden entenderse como protocolares y para mostrarse aupado por los centros del poder, la política es así. Pero otras, realmente, ¿qué necesidad? A menos que sea una muestra más de que estamos en presencia de un candidato que forma parte de ese selecto grupo que sigue al pie de la letra los dictados de las encuestas. Las que por otro lado reflejan fielmente el run run de los medios, sin filtro, cortapisas ni intervención docente alguna. No sea cosa de remover las olas y se pierda audiencia. O votos.
Dicen por allí que el Tea Party ya se instaló en Francia y podría afirmarse que avanza en Argentina. Amparados en que, parafraseando un término muy común en televisión, los rasgos humanitarios "no garpan" en estos días.
Pregunta final: ¿No será que necesitan forzar un Estado punitivo porque el juego es eliminar todo resquicio de Estado protector?

Tempo Argentino
Abril 4 de 2014

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