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La crisis de las nacionalidades

El referéndum escocés y el deseo de consulta catalán son dos de las formas en que se expresa la crisis de del Estado-Nación en Europa. Pero también son un reflejo de la crisis de identidad de muchos pueblos en el marco de la creación de Estados supranacionales que apelan a políticas económicas que resultan difíciles de digerir para grandes capas de la población.
El importante apoyo que recibió el No al separatismo de Escocia, lejos de expresar el fin de reclamos de independencia, debiera ser un dato a analizar. Porque fue conseguido tras promesas y amenazas de última hora y además, si bien deja un diferencia grande sobre el Si de más de diez puntos, revela que casi el 45% de los ciudadanos escoceses prefiere dejar el Reino Unido.
En Cataluña la situación es otra. El gobierno de Mariano Rajoy rechaza la legalidad de cualquier referéndum como el convocado para el 9N. Y por más que el Parlament haya aprobado una ley para regular las consultas populares, resulta una traba difícil de soslayar a la hora de pretender una separación formal. En otras épocas, estas cuestiones se resolvían en el campo de batalla, pero no son estos los tiempos de Europa.
Hay tres posturas que quizás reflejen lo que se juega en los meses que siguen en España. Xosé (Pepe para los íntimos) fue alcalde de un pequeño ayuntamiento en Galicia. Jubilado reciente, el hombre no deja de reconocer la capacidad e industriosidad de los catalanes. Llega a admitir que eso los amerita para merecer la independencia, pero eso es algo que lamentaría porque considera que “debilita aún más a nuestro país para debatir cuestiones económicas en Bruselas”, la sede de las principales instituciones europeas.
Natalia es propietaria de un barcito frente a la playa de Badalona. Ella culpa sin tapujos a Madrid por los males que padecen los catalanes. “Nos quieren hacer pagar por carreteras y por el AVE (el tren de alta velocidad) por más de lo que costaron, nos dan mucho menos de lo que aportamos al fisco”, se queja. Jordi es un profesional que vive a su pesar en Madrid pero añora su pequeño pueblo en el interior de Cataluña. Está particularmente indignado por lo que se vive en su tierra por estos días, una suerte de final de fútbol, dice. “Nadie habla de que hay media España que tiene otra bandera. Y la mía es la tricolor”, la roja, amarilla y violeta de la República.
La UE nació como una construcción diferente a lo que fueron hasta hace un siglo los imperios plurinacionales como los austrohúngaro, otomano o zarista. Incluso se hizo sobre una base distinta a la extinta Unión Soviética, fundada en un régimen anticapitalista. Pero terminó tras la caída de la URSS en un sistema que busca la gobernanza a través de rígidas concepciones económicas de mercado. Para lo cual crearon una moneda común que se pretende como de reserva y comercio internacional en competencia con el dólar. Lo cual creó una guerra de divisas que potenció posiciones neoliberales con consecuencias que están a la vista: la desaparición del estado de bienestar.
Ángela Merkel es el adalid de esta posición extrema y es el centro de todas las críticas. El gobierno de Francois Hollande, que llegó al Eliseo como una esperanza de cambio hacia un socialismo aggiornado, terminó cediendo a esta rigidez y ahora en su propio partido debe enfrentar el rechazo a recortes presupuestarios en nombre de la “razón de Estado”.
Es aquí donde puede entenderse el crecimiento de reclamos secesionistas como los que se agolpan detrás de la puerta en el país Vasco, Bretaña y Occitania en Francia, la Padania, Córcega y Cerdeña en Italia y lo que tal vez sea el más emblemático, Flandes, en la mismísima Bruselas, la “capital” europea.
El líder de la unificación italiana, Giuseppe Mazzini, dijo en ese año de 1860 ante su obra cumbre: “Hemos creado a Italia, ahora deberemos crear a los italianos”. Lo mismo deberían decir los líderes europeos si no estuvieran tan preocupados por cuestiones extramuros.
Una de esas cuestiones fue creada por la misma UE en Ucrania, cuando intento avanzar con proyectos de unión comercial. Rusia se reivindica como nación a partir del Rus de Kiev de fines del siglo IX. Y Crimea es el origen de otra corriente nacionalista durante el zarismo, en la segunda mitad del siglo XIX. Era difícil que no estallara un conflicto de consecuencias impredecibles si se iba por ese camino.
La otra región del mundo inmersa en disputas nacionales es el Asia Menor. Allí la preocupación se centra por estas horas en los grupos yihaidistas que dominan una parte de Siria e Irak con el objetivo manifiesto de formar un Estado Islámico de tinte medieval y represivo. Armados y entrenados por Occidente, como se recuerda, para combatir al régimen de Bashar al Assad, ahora dan muestras cotidianas de barbarie incontrolada. Esto despertó viejas ansias del pueblo kurdo, un nación de unas 25 millones de almas dispersas en territorios de Turquía, Irak, Irán y Siria, que reclaman su derecho a un estado propio. Las fronteras actuales ante la dilución del Imperio Otomano obedece al capricho y el interés del todavía poderoso Imperio Británico, alrededor de 1920, pero no contempló voluntades ni necesidades de la población local.
En Europa crecen también movimientos ultranacionalistas que en muchos casos hacen temer una vuelta de extremismos como el de la Alemania nazi o la Italia fascista. El ejemplo más claro es el de Amanecer Dorado en Gercia, el partido más radical que prospera a medida que la crisis se ensaña con los griegos de a pie.
En Gran Bretaña los conservadores del premier David Cameron deben lidiar contra miembros de su partido que se cruzan al UKIP, el grupo antieuropeo que avanza en las encuestas. Algo similar ocurre en Francia con el Frente Nacional de Marina Le Pen.
¿Qué ocurrirá en Escocia si Londres no cumple con las promesas de última hora para que gane el No? Algunas refriegas producidas en Glasgow muestran alguna de las peores posibilidades. ¿Qué ocurrirá en Cataluña los ciudadanos no pueden elegir si quieren seguir formando parte del reino? ¿Cómo se resolverá la cuestión kurda ahora que los países europeos envían armas para defenderse de los fundamentalistas del EI?
De la crisis del 30, evalúan muchos analistas con bastante criterio, no se salió solamente por las medidas keynesianas que aplicó Franklin D. Roosevelt, sino por la Segunda Guerra Mundial. Las guerras suelen ser un buen vehículo para la unificación nacional ¿Será esta la forma en que se resolverá esta crisis?

Tiempo Argentino
Setiembre 21 de 2014

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