COSTAS DE SOMALIA
Miles de pobladores de la devastada nación del Cuerno de África literalmente viven del ataque corsario a las naves que atraviesan el Índico hacia el Mar Rojo.
Es, por lo que muestra, una consecuencia de la desaparición del estado en países con tradición y cultura marinas. Así pasó, por ejemplo, en aquel lejano y fundamental fin de siglo XV, cuando cayó Constantinopla y pocos años más tarde los musulmanes fueron expulsados de España. “Ambos hechos condujeron a la proliferación de vagabundos sin rumbo -en el este, cristianos, en el oeste musulmanes- arruinados, desarraigados, sedientos de venganza y muchos de ellos se convirtieron en bucaneros”, sostiene John Norwich, historiador y documentalista de la BBC, en un libro sobre el Mediterráneo aparecido hace poco. Fue de ese modo, dice el investigador, que alcanzaron justa fama dos hermanos, Aruj y Khizr -mejor conocido como Jair-al-Din o Jeireddín- Barbarroja, nativos de la isla de Mitilene, la actual Lesbos. “Los hermanos Barbarroja –aclara Norwich- no tenían ni una gota de sangre turca, ni árabe ni bereber, de lo cual daban fe sus famosas barbas rojas”. Es decir, eran cristianos conversos a la fuerza. A la fuerza también vivieron y murieron.
Algo parecido sucede en la actualidad en el que tal vez sea el país más devastado de África, Somalia, sin un estado central desde 1991 y con costas absolutamente peligrosas para el tránsito de buques de comercio o militares a través del estrecho de Bab el Mandeb y el golfo de Aden, paso obligado al canal de Suez de millones de dólares en combustibles, armamentos y productos industriales.
A fines de setiembre pasado la mayoría de los medios de comunicación reflejaron uno de estos hechos, seguramente el más dramático de los registrados hasta entonces, cuando Estados Unidos y Rusia amenazaron con irrumpir en el buque ucraniano Faina, que transportaba 33 tanques rusos T-72, lanzagranadas y abundantes municiones con destino al gobierno de Kenya, según la información difundida oficialmente. La nave había sido ocupada por piratas somalíes que pretendían un rescate de 35 millones de dólares porque, argumentó ante una radio somalí uno de sus voceros, identificado como Janune Ali Jama, “tenemos en nuestro poder un buque con un precioso equipo militar a bordo”.
Armas tomar
El secuestro de la embarcación había generado una profunda inquietud en servicios de inteligencia de varios países, alarmados por los estadounidenses sobre la posibilidad de que las armas terminaran en manos de Al-Qaeda. “Si Francia y Estados Unidos intervienen militarmente, la responsabilidad por lo que suceda recaerá sobre ellos”, amenazó sin embargo el pirata, quien agregó que estaban dispuestos a terminar con la vida de toda la tripulación del buque y que no dudarían en incendiar la nave “antes que ser atrapados” por las fuerzas navales internacionales.
No se informó puntillosamente sobre el fin de estos corsarios del siglo XX, el caso es que el Faina fue liberado y la carga recuperada –se dijo que ni siquiera estaba destinada realmente a Kenia- luego de un misterioso y conveniente tiroteo entre los propios corsarios, según la palabra oficial, que dejó un saldo de tres muertos.
Unos días antes grupos de piratas habían copado el buque cisterna griego Captain Stephanos y pedido un fuerte rescate por el preciado cargamento. Otro caso fue el del velero de lujo Le Ponant, con 30 tripulantes, liberado tras la intervención de comandos franceses, aunque nadie descartó el pago de una apetecible compensación.
A lo largo de 2008 fueron reportados el abordaje de 115 naves, el secuestro de otras 31, y 23 más que fueron incendiadas, según datos del International Maritime Bureau (IMB), un organismo creado y financiado por las compañías de seguros y las armadoras de buques de comercio. El Piracy Reporting Centre (PRC) –que puede consultarse en www.icc-ccs.org/main/- revela además que 581 tripulantes fueron tomados de rehén, otros nueve resultaron secuestrados, nueve más fueron asesinados y otros siete permanecen como desaparecidos, supuestamente muertos de piratería.
Para el director de la oficina de la IMB londinense, capitán Pottengal Mukundan: " El incremento en la frecuencia de actos de piratería y los niveles de violencia son una preocupación significativa para la industria del transporte y los marineros. Los tipos de ataques, la violencia asociada con esos ataques, el número de rehenes tomados, y las cantidades de rescates que se necesitaron para la liberación de los navíos han aumentado de un modo muy drástico”.
Sin embargo, el problema de la piratería no sólo existe en el cuerno de África, en ese extremo en que el Océano Índico se convierte en el Mar Rojo luego de atravesar un desfiladero mítico. También se reportan anualmente decenas de casos en Nigeria y Indonesia, aunque en escalas menores.
Intervención militar
En los países que suelen ser víctimas de estos ataques, la polémica se desató entre los propietarios de las naves y los gobiernos, ya que se debate si corresponde que los organismos públicos deban encargarse de la protección de mercancías que circulan por aguas de otros territorios con el propósito de hacer negocios particulares. L asolución fue que muchas armadoras mantienen verdaderos ejércitos privados a bordo para prevenir incursiones bucaneras. Pero eso no soluciona el problema cuando los ataques son tantos y de tal magnitud.
El director del International Chamber of Shipping (ICS, Cámara Internacional del Transporte marino), Peter Hinchliffe, sostiene razones para solicitar la intervención estatal. Las “compañías que están en el negocio de proporcionar seguridad privada, por supuesto, esperan ofrecer esos servicios. Pero pienso que las marinas de guerra se están olvidando, y quizás los gobiernos se están olvidando también, de que no estamos hablando de la protección de una nave individual en una porción de agua. Que estamos hablando de la obligación fundamental de las naciones de proporcionar un paso seguro para el comercio mundial”.
El director de IMB abundó, en tanto, en que la captura del Faina demostró que los piratas somalíes ahora tienen los recursos, la experiencia y las armas que necesitan realizar secuestros cada vez más sofisticados. Este fue el disparador para que varios gobiernos del Viejo Continente impulsaran la creación de una flota de protección para las naves que circulan por la región. La Unión Europea anunció el despliegue de entre cuatro y seis barcos y alrededor de tres aviones de reconocimiento en aguas de Somalia con el objetivo de disuadir las actividades de la piratería, dar cobertura al tráfico marítimo de la zona y “proteger los buques del Programa Mundial de Alimentos, que permiten la supervivencia de la martirizada población de Somalia”.
La medida está en consonancia con una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, que había adoptado en forma unánime una resolución llamando a combatir la piratería fuera de control de la costa africana.
Salida para la crisis (Recuadro)
Para la población somalí, los corsarios que asuelan las naves que pomposamente circulan cerca de sus costas con riquezas que ellos nunca verán, son verdaderos héroes. Y son admirados, en carne viva, como cualquier chico del otro lado del mundo puede admirar al personaje de Johnny Depp en la zaga de Piratas del Caribe. Con una diferencia, los niños somalíes los ven como un modelo a seguir, según reflejó el periodista Abukar Albadri para la agencia española EFE.
No es para menos, la salida ensayada por los bucaneros del Cuerno de África es la más próspera en un país devastado por la guerra civil que desde 1991 dividió al territorio en decenas de estados mínimos sin basamento económico alguno y sin poder de centralizar ninguna medida común.
"Aquellos que salimos a la mar e interceptamos el barco, ahora recibimos 30.000 dólares, pero los que se quedaron esperando en tierra para defendernos, se llevan 20.000", señaló uno de los jóvenes entrevistados. El reparto del dinero logrado en los rescates se hace de forma equitativa. Nadie queda al margen de botines que normalmente superan el millón de dólares estadounidenses.
El cronista señala que en la aldea de Hoybo, ubicada a unos 500 kilómetros al norte de Mogadiscio, la “presunta” capital de Somalía, fue en otros tiempos una pujante población que vivía fundamentalmente de la pesca. Pero los tiempos cambiaron y a falta de otras salidas, alrededor de 200 de sus 1.400 habitantes viven de la piratería. La prueba más evidente de este cambio de paradigma es que apenas cuatro de las ochenta embarcaciones atracadas en el puerto se dedican a atrapar peces. El resto son utilizadas para la pesca de otros objetos marinos mucho más provechosos. Como que frente a sus narices pasa el 8 por ciento del comercio internacional.
ALBERTO LOPEZ GIRONDO
Acción, Octubre 2008
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