sábado

Los confines del desarrollismo

El desarrollismo fue una teoría económica muy en boga en los años ’60 en este rincón del mundo. Era un intento de revertir el atraso de buena parte de los países del continente y de insertarlos en la senda del crecimiento con una fuerte presencia del Estado. Fueron exponentes el presidente argentino Arturo Frondizi y el brasileño Juscelino Kubitschek, pero detrás hubo una lista enorme de estudiosos de la talla de Julio H. G. Olivera y Raúl Prebisch entre los vernáculos, junto con Celso Furtado y Fernando Henrique Cardoso entre los brasileños.
Personaje clave en los cambios de tendencia fue Cardoso, que cuando asumió el poder, en 1995, tiempos de neoliberalismo brutal, recomendó que olvidaran lo que había escrito 30 años antes.
Pero las políticas económicas de esa década desembocaron en la crisis de 2001, y la ortodoxia económica, impuesta a sangre y fuego durante la retahíla de dictaduras de los ’70, chocaron con la cruda realidad de pueblos indignados de tanto ajuste y miseria.
Es así que de un modo categórico a partir de 2003, cuando FHC le calzó la banda presidencial a Lula da Silva y en Buenos Aires Néstor Kirchner jugueteaba con su bastón de mando, se comenzó a desplegar una nueva forma de resolver las inequidades y fomentar el crecimiento de los países.
No fue casualidad que esa nueva forma de ver las cosas se fuera expandiendo al calor de una serie de gobiernos que algunos llaman progresistas y otros prefieren incluir en aquel viejo tronco sesentista para catalogarlos como neodesarrollistas. Las diferencias entre la nueva versión y el original son importantes, pero se mantienen algunas de aquellas características y para muchos sectores de izquierda el grado de aproximación al neodesarrollismo suele servir para medir qué tan revolucionario es un gobierno o cuánto de reformista mantiene en sus entrañas. Y en casos extremos como Venezuela o Bolivia, el análisis pasa por afirmar que Hugo Chávez o Evo Morales fluctúan entre movidas revolucionarias y aplicaciones desarrollistas.
Por estos días el término se utilizó con bastante asiduidad para dar cuenta de la represión policial a una marcha de indígenas de la Amazonía boliviana que se oponen a la construcción de la ruta que cruza el Territorio Indígena y Parque Natural Isiboro Sécure (TIPNIS), donde viven unas 64 comunidades de moxenos, yuracaré y chimanes que subsisten de la agricultura, la caza y la pesca y no tienen la menor intención de que su hábitat se destruya con el paso de la civilización.
La ruta es un viejo proyecto de unir por tierra el Atlántico con el Pacífico. En el año 2000, siendo Cardoso presidente, los mandatarios sudamericanos coordinaron la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA). Todos empapados de neoliberalismo y cultores del Consenso de Washington. Bolivia, por ejemplo, tenía como representante al general Hugo Banzer, otrora dictador, ahora surgido de elecciones.
Los actuales presidentes consideran a la IIRSA importante para la integración física. Y Evo Morales llegó a aplaudir la idea de unir geográficamente Brasil, Bolivia, Chile y Perú en un camino bioceánico.
El problema es que en el caso concreto de TIPNIS, las comunidades autóctonas alegan que no fueron consultadas como manda la legislación surgida con la creación del Estado Plurinacional. Que el proyecto no respeta siquiera los postulados de la Madre Tierra, uno de los ejes del gobierno de Evo, ni el concepto indígena del Buen Vivir, que propone una existencia en armonía con el ecosistema.
Para el gobierno, en cambio, han sido influenciados por ONG ligadas a la Embajada de Estados Unidos que aprovechan la situación para limar el proceso de cambio más formidable en esa Nación. Que corren por izquierda para terminar haciendo el caldo gordo a la derecha, como ya ocurrió tantas veces en el pasado boliviano.
De algo así se quejaba en marzo pasado el ecuatoriano Rafael Correa cuando la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE) lo denunció como genocida por amenazar el hábitat de los pueblos tagaeri y los taromenane con la explotación petrolera en sus territorios. Correa y la CONAIE están enfrentados desde hace por lo menos tres años también por proyectos de desarrollo de la minería y de manejo del agua.
Dilma Rousseff también tuvo su cuota amazónica ni bien asumió el poder, a principios de este año. Fue en marzo, cuando organizaciones de pobladores entregaron casi medio millón de firmas pidiendo cancelar la construcción de la gigantesca represa Belo Monte, en el Amazonas. “Traerá mal a nuestros pueblos y nuestros bosques en el río Xingú”, señaló entonces el líder indígena Raoni, vestido a la usanza ancestral (plumas, la cara en negro y rojo y su labio inferior estirado por una gran semilla) . Raoni compartió palcos con el británico Sting en defensa de la Amazonía.
En junio de 2009, 33 personas fueron bárbaramente asesinadas y otras 200 resultaron heridas cuando la policía peruana despejó un bloqueo organizado por las comunidades indígenas awajún y wampís, en un tramo de la carretera que conduce a la ciudad de Bagua, en el departamento de Amazonas. Los nativos llevaban más de 50 días de bloqueo en la ruta para protestar por un decreto del entonces presidente Alan García relacionado con el uso de la tierra y los recursos naturales que, decían, era una amenaza para su subsistencia y sus derechos sobre tierras ancestrales.
Después de 43 meses de corte de ruta en el camino que une Gualeguaychú con Fray Bentos, una Asamblea popular decidió en junio del año pasado levantar el bloqueo contra la construcción de una pastera en el lado oriental del río Uruguay. Habían clausurado el acceso al puente internacional por el que pasa buena parte de la mercadería del Mercosur. En una zona con acceso por la Ruta 14, que con aportes de IIRSA completa su doble vía hasta Paso de los Libres, en Corrientes.
Fueron más de tres años en que desde ambas orillas exigían poner fin a semejante “escándalo” mediante la represión. El gobierno de Kirchner enfrentó fuertes roces con el uruguayo Tabaré Vázquez, pero se negó a ceder a las presiones.
No era el Amazonas ni poblaciones indígenas, pero también reclamaban por el Medio Ambiente. Y en todos los casos, se trató del duro enfrentamiento entre la explotación de recursos y la creación de puestos de trabajo y oportunidades con la defensa del entorno.
No hay crecimiento sin intervención sobre la naturaleza. El caso es cómo hacer para que la agresión sea amigable con la humanidad.

Tiempo Argentino
Octubre 1 de 2011

No hay comentarios: