Podría pensarse que el discurso de ayer de Barack Obama en Seattle tenía
olor a campaña por su reelección. Después de todo, cualquier estratega
le diría que hoy día “paga” decir que el mundo no anda bien por Europa y
que Europa no anda bien porque no encaró la crisis a tiempo, como hizo
él cuando llegó a la presidencia en enero de 2009. Y sin embargo, no
hace falta rascar demasiado para entender que aparte de un buen golpe
publicitario de cara a noviembre, lo que el inquilino de la Casa Blanca
quiso decir es que se necesitaba llamar a alguien que fuera capaz de
solucionar los problemas de la banca sin derramamiento de sangre. Y las
autoridades españolas finalmente lo escucharon y desde ayer el señor
Arréglalo (Mister Fix it) será el personaje que entre bambalinas guiará
el rescate de los activos tóxicos en los bancos de la Madre Patria.
La historia es así: cuando estalló la burbuja financiera en los Estados
Unidos, George W. Bush estaba terminando su mandato y armó un esquema de
salvataje para las entidades de crédito en problemas, entre ellos los
semioficiales Fannie Mae y Freddie Mac, por casi medio billón de
dólares. Obama reforzó esta medida con una estrategia consistente en
liberar a los bancos de sus activos tóxicos –las hipotecas que no podían
ser pagadas ni de casualidad y cuyas propiedades se desvalorizaron de
tal manera que no había esperanza de recuperar el capital invertido–
para que no cerraran las puertas como había hecho Lehman Brothers. El
monto puesto en juego superó los 750 mil millones de dólares destinados a
comprar los “activos heredados” de la burbuja inmobiliaria.
Por esa época comenzaba a tallar nuevamente en Wall Street un personaje
de aquellos: Larry Fink. El hombre había sido uno de los inventores,
desde el First Boston (FB), del esquema de los bonos con respaldo
hipotecario (mortgage-backed security), la urdimbre a la que se
responsabiliza de haber dado origen a la crisis financiera. Para la
época en que estalló la burbuja, hacía tiempo que Fink era persona no
grata en Wall Street. Un mal asesoramiento hizo perder a clientes del
banco más de 100 millones de dólares y cargó en su espalda con el
sanbenito de no haber previsto los riesgos de las inversiones que había
recomendado. Así que de un día para otro terminó en la calle y –dijo en
una entrevista con Vanity Fair de hace dos años– aprendió a tomar en
cuenta el factor riesgo en un negocio de muñeca tan fina como el de las
inversiones.
De modo que para 1988 juntó un par de cabezas –y sobre todo de
bolsillos– y armó el entramado que terminó siendo BlackRock, la gestora
de activos más grande del planeta, que administra fondos por más de tres
billones de dólares, más que el PBI de España e Italia juntos y cerca
del de Alemania. Con inversiones en la mayoría de las grandes empresas
del mundo, incluidos los bancos españoles en crisis y las empresas
Repsol, Telefónica e Iberdrola.
Con Obama, BlackRock gestionó y liquidó de forma ordenada 22 mil
millones de “basura” que había acumulado el Bear Stearns y frente a este
éxito el gobierno le encargó también limpiar la aseguradora AIG y las
hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac. Con lo que el hombre –un
simpatizante de los demócratas de toda la vida, como se gusta definir,
que viaja en tren a su granja de once hectáreas en New Salem y en su
residencia de Upper East Side, la zona más ostentosa de Nueva York, al
que casi no se le conoce la cara– puede darse el gusto de burlarse de
quienes lo expulsaron en forma humillante del FB. También podría
ufanarse de tener virtualmente el futuro del sistema capitalista en sus
manos.
O mejor dicho, en manos del equipo que consiguió armar en estos 23 años
de BlackRock. Porque el secreto de Fink y de la empresa que regentea
tiene mucho que ver con el mayor de sus fracasos, que fue la incapacidad
de prever variables que llevaron a la ruina a muchos clientes del FB.
Fink tiene en BlackRock 5000 computadoras rodando las 24 horas al día,
supervisadas por un equipo de ingenieros, matemáticos, analistas y
programadores de lo mejor que el dinero puede comprar. Aplicando un
programa exclusivo bautizado como Aladdin, realiza continuos tests de
estrés para medir la forma en que reaccionan los diferentes productos
financieros ante variables inesperadas.
Los cráneos de BR generan alrededor de 200 millones de cálculos cada
semana. Las computadoras simulan cada cambio imaginable en las tasas de
interés, en los mercados financieros y en las condiciones políticas
particulares de cada uno de ellos para calcular el rendimiento de
cientos de miles de títulos en numerosos escenarios de la crisis
mundial. Todo esto para terminar reconociendo ante una pregunta del
canal económico Bloomberg que “a los mercados les gustan los gobiernos
totalitarios”.
Como sea, Fink logró administrar exitosamente los activos tóxicos en los
Estados Unidos. Básicamente, convirtió en dinero contante y sonante
papeles acumulados en los bancos sin que la economía se fuera al
demonio. Dicen los mejor informados que el Aladdin cuesta unos 54
millones de dólares al año. Poca cosa si se tienen en cuenta los
resultados. Pero además, BlakcRock recomienda inversiones, de modo que
se ubica de los dos lados del mostrador, algo que para muchos cánones de
ética profesional no está demasiado bien visto.
Sin embargo, no es cuestión hacer demasiadas olas cuando, como sucede en
España, el agua está por tapar al sistema financiero en su conjunto.
Así fue que el gobierno de Mariano Rajoy recurrió a BlackRock para que
le arregle los problemas con los ladrillos envenenados que guardan sus
bancos. En el caso de Bankia, el banco rescatado esta semana y el cuarto
más grande del país, le llevaría unos 10 mil millones de euros al
fisco, lo mismo que recorta en los presupuestos de salud y educación.
Según el Banco de España, el total de préstamos ligados al sector
inmobiliario llegaría a los 310 mil millones de euros, de los cuales
alrededor 184 mil millones entran en la categoría de incobrables. Sería
el monto con el que se crearía un banco malo gestionado por BlackRock.
Pablo Pardo, corresponsal en Washington del diario El Mundo –cercano al
Partido Popular de Rajoy– compara a Fink con el Señor Lobo, el personaje
que Harvey Keitel interpretaba en Pulp Fiction, de Quentin Tarantino.
Lobo era un “Limpiador”, un solucionador de problemas que aparece, por
ejemplo, para lavar el interior de un auto en el que John Travolta “le
voló la cabeza de un tiro a un adolescente por error”.
“Esta semana –escribe Pardo– el ministro de Economía y Competitividad
(…) Luis de Guindos, ha empezado a negociar con el Señor Lobo de la
economía mundial. Afortunadamente, este Señor Lobo es más amable e
inteligente que el de la ficción. Pero su tarea es más dura que el de
Pulp Fiction: debe que limpiar toda la porquería que tienen muchas cajas
de ahorros españolas (y algunos bancos) después de haberse disparado
ellos solitos en la cabeza durante los años de la ‘burbuja’.”
Tiempo Argentino
Mayo 12 de 2012
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