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El empleo del tiempo

Hace once años el francés Laurent Cantet estrenaba la película El empleo del tiempo. Cuenta el caso real de un hombre que perdió su trabajo y durante un par de años no se atrevió a confesarles a los suyos que estaba desocupado, hasta que no le quedó más remedio que enfrentar la realidad. Ese día asesinó a toda su familia.
Hace unos días la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dio cifras alarmantes sobre el desempleo juvenil en todo el mundo. También advirtió sobre las consecuencias sociales que producirá entre los menores de 24 años una prolongada falta de trabajo que –como se sabe por estas regiones– dejará heridas irrecuperables entre los menores que no encuentren una ocupación digna durante los primeros pasos de su inserción en el sistema económico formal.
De hecho, la OIT habló taxativamente de una generación perdida, sobre todo en Irlanda, Grecia y España. En estos dos últimos países hay más jóvenes sin trabajo que ocupados. Hay más chicos que no tienen en qué emplear su tiempo y, sin llegar a los extremos del protagonista del film francés, también pueden emprender soluciones desesperadas.
“Se sabe que si no se comienza bien en el mercado laboral, si transcurre mucho tiempo antes de conseguir el primer empleo, esto influirá en el tipo de trabajo y en los ingresos por el resto de la vida”, sostuvo José Salazar Xirinachs, director del Sector Empleo de la OIT.
Para el costarricense, en el caso concreto de España aparece un grave problema estructural tras el estallido de la burbuja de la construcción, que fue un polo de atracción para nativos y especialmente emigrantes durante bastante tiempo, pero de pronto dejó a todo el mundo como quien dice colgado del pincel. Salazar no olvida el rasgo emotivo y menciona el caso de una “gran cantidad de descorazonados” que perdió toda esperanza “y han dejado de buscar trabajo, por lo que no entran en la estadística”. Aun así, la cifra de jóvenes hispanos sin ocupación alcanza casi al 52 por ciento.
En todo el mundo el nivel llega a un 12,7%, lo que representa 75 millones de personas (poco menos que el doble de la población argentina), unos 4 millones más que en 2007. Aun en el hipotético caso de que el impulso del francés François Hollande alcance para revertir la tendencia a la austeridad que le imprime la alemana Angela Merkel a Europa y se genere crecimiento, la OIT evalúa que  el problema del desempleo juvenil persistirá un largo rato por lo que se llama técnicamente “efecto rezago”.
El secretario general del organismo, el chileno Juan Somavía, caló un poco más cerca del hueso cuando reclamó a los líderes políticos mirar más lejos de sus narices y darse cuenta de que  “están jugando con fuego”, porque apuestan a todo o nada por sus concepciones ortodoxas sin percibir la amenaza de una explosión de violencia social.
Pero hay otras variables a un estallido tipo 19-20 de diciembre argentino, como tal vez piense la cúpula de la OIT –que no se caracteriza precisamente por ser de izquierda– y es el clima que también nuestro país vivió en esos años de apogeo del neoliberalismo más despiadado: el crecimiento de la inseguridad en las calles, que los gobiernos más conservadores pretenden solucionar con políticas de mano dura o tolerancia cero desplegadas sobre todo en las espaldas de esa franja de jóvenes que no tiene en qué emplear su tiempo y no recibe ningún tipo de alicientes para intentar otros caminos.
En Gran Bretaña, otro país atravesado por la crisis económica y las soluciones “austeras”,  diversos estudios ponen su atención en lo que llaman Neets, cerca de un millón de británicos menores de 24 que no se inscriben en programa de educación, empleo o entrenamiento (not in education, employment or training programs) porque piensan que no vale la pena. “Es una generación que está perdida y no aparece en el radar”, acota Betty Campbell –de Leap, una ONG de la isla– en un reporte de McClatchy Newspapers, un holding periodístico estadounidense.
La OIT, el organismo de Naciones Unidas para el ámbito laboral con sede en Ginebra, Suiza,  destaca que ese 12,7% de desempleo juvenil mundial registrado el año pasado treparía al 13,7% si se tuviese en cuenta a los “ninis”, la versión en castellano para los Neets. Los ninis son, a nivel global, esos jóvenes que ni trabajan ni estudian. Una multitud  de unos 6 millones de seres humanos que ya no tiene como opción de vida buscar trabajo. Quizás porque encontraron modos más eficaces y redituables de ganarse la vida sin tener que adecuarse a salarios de miseria y condiciones inhumanas para permanecer dentro del sistema.
Mubin Haq, de otra ONG, Trust for London,  recuerda en aquel artículo de la publicación estadounidense,  los incidentes que el año pasado se registraron en la capital británica a raíz del homicidio de un joven negro nacido en los barrios con menos posibilidades del otrora orgulloso imperio. “Muchas de las personas que participaron de la revuelta son negros o pertenecen a minorías de comunidades muy pobres que simplemente no tienen conexiones para poder insertarse en el mercado laboral.” Y eso que en términos estrictamente económicos, el presupuesto estatal es más grande para las prestaciones de desempleo que para la educación a chicos de 16 a 19 años.
Pero sucede que el sector de la educación es uno de los que primero sufre cuando los gobiernos europeos hablan de ajustes. De allí que los estudiantes españoles y canadienses hayan mostrado su descontento contra políticas que apuntan a dejarlos sin una herramienta que podría dar un rumbo para su futuro.
Del otro lado del globo terráqueo, los records de desempleados en Europa contrastan visiblemente con los niveles que se registran en América Latina. Brasil muestra un porcentaje de desocupación del 6%, Uruguay del 6,2%,  Chile de 6,6% y Argentina de 7,1 por ciento. Más aun, el gobierno de Dilma Rousseff analiza flexibilizar la concesión de visados a extranjeros porque Brasil necesita cerca de 2 millones de profesionales calificados en todos los sectores industriales y no los encuentra dentro de sus fronteras.
En Uruguay las autoridades también se hicieron cargo de la falta de trabajadores preparados para este desafío de crecimiento y abrieron búsquedas en todas sus embajadas de gente con experiencia en gremios clave como soldadores, torneros y matriceros. En primer lugar, obviamente, intentan repatriar a esos cientos de miles de orientales que se tuvieron que ir del “paisito” ante la falta de expectativas.
Un problema que notaron tanto las autoridades como los empresarios ávidos de conchabar personal para los nuevos emprendimientos, sobre todo en la construcción, es que los jóvenes necesitan aprender, no solamente cuestiones elementales de la tarea cotidiana, sino una nueva cultura del trabajo. “Vienen de generaciones de desempleados que se dedicaban a cartonear o a otros menesteres non sanctos”, arguyó ante este escriba un funcionario del gobierno de José Mujica. Algunos, agregó, no vieron trabajar nunca a sus padres ni a sus abuelos. Son hijos de una generación perdida.
Ese es el verdadero riesgo al que se enfrenta Europa.

Tiempo Argentino
Mayo 26 de 2012

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