miércoles

El orden multipolar

Hace algunos años, George Bush padre solía jactarse de encarnar el Nuevo Orden Mundial, en referencia al statu quo universal luego de la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Era la primera vez que desde la fundación de la Organización de Naciones Unidas, creada a instancias de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, nadie estaba en condiciones de discutirle a Washington la distribución del poder en el planeta. Y Bush jugaba, claro, como los primeros que utilizaron el término, con la ambigüedad de la frase. Por un lado, una nueva ordenación –como sinónimo de ubicación, clasificación– pero también significaba las órdenes dictadas por alguien nuevo que ahora tiene peso político, económico o militar para hacerlo como le venga en gana. A ese concepto con olor a naftalina se refieren todavía hoy los que defienden la prevalencia de Estados Unidos como potencia única y permanente.
La Asamblea General que comenzó el martes en Nueva York muestra, de un modo llamativo, que luego de ese mundo que pintaba para inmutable, gobernado bajo los cánones de la pax americana y las reglas del neoliberalismo, hay otra vida. Que todavía se muestra titubeante, como quien da sus primeros pasos. Pero que lentamente se cuela por los intersticios que dejan filtrar cada vez con mayor frecuencia los centros de ese poder mundial.
A esta altura puede decirse que los temas dominantes de esta 67ª reunión ecuménica anual fueron la situación en Siria, Irán, el conflicto palestino-israelí, la crisis económica global y el planteo de nuevas políticas para el combate del narcotráfico. El orden establecido  para esta mención sigue los lineamientos de las agencias informativas internacionales, no el que podría hacerse si se piensa en los asuntos de mayor interés para los pobladores de los países que integran la ONU.
Porque en este nuevo ordenamiento multipolar que se vislumbra, los problemas más graves que enfrenta en estos días la humanidad pasan por conseguir un trabajo y por el sustento diario. De ahí se encadenan otros problemas globales hasta llegar finalmente a los temas más puntuales, que hacen a la paz en el mundo y a la convivencia entre los pueblos pero que no alcanzarían a cambiarles la perspectiva a las mayorías preocupadas por su futuro y por mantener un lugar bajo el sol.
Esos asuntos fueron precisamente desarrollados por las presidentas de los dos países más grandes de América del Sur, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner. La brasileña abrió los debates con una mención clara y contundente a las políticas que el PT viene aplicando desde que Lula da Silva llegó al poder en 2003 y que sacaron de la pobreza a 40 millones de personas y llevaron esperanza a bastantes más en la primera economía de la región.
La mandataria argentina, en cambio, le marcó la cancha al FMI, que con sus políticas atadas a la defensa de los intereses de ese mundo que se cae a pedazos, no hace más que repartir miseria e injusticia a nombre de modelos que ya demostraron su fracaso.
Otras voces del continente se alzaron en el estrado neoyorquino para proponer salidas diferentes para los problemas que se acumulan en el continente. Así, hubo una auspiciosa coincidencia entre las posiciones de los presidentes de Colombia, México y Guatemala en torno de la lucha contra la droga. El mexicano Felipe Calderón, que protagonizó una pelea despiadada contra los cárteles en su sexenio y lo único que consiguió fue elevar hasta niveles demenciales la violencia en su país, se preguntó si no "es el momento de que la ONU encabece un serio y profundo debate internacional que permita hacer un balance de los alcances y limitaciones del actual enfoque prohibicionista".
El guatemalteco Otto Pérez Molina fue derecho al grano y pidió "la revisión internacional de las leyes que actualmente gobiernan nuestra política global de drogas", mientras que el colombiano Juan Manuel Santos, a su turno, propuso discutir si existen mejores opciones "para combatir con más eficacia el flagelo de las drogas".
"El debate sobre las drogas que tanto daño le han hecho al mundo, a mi país, debe ser franco y sin duda también global", señaló Santos, para recordar luego que en la última Cumbre de las Américas, celebrada en Cartagena, los gobiernos regionales se plantearon analizar concienzudamente "la efectividad y perspectivas de la llamada guerra contra las drogas y sobre las posibles alternativas".
El caso de Santos es ilustrativo, porque en ese mismo discurso mostró sus esperanzas en el diálogo de paz que se inicia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un conflicto ligado íntimamente tanto al orden que se termina como al que está naciendo. Porque fue a la caída de la URSS que el narcotráfico y el terrorismo de la noche a la mañana se convirtieron en los nuevos enemigos del Pentágono. Y esos dos demonios han sido desde entonces las justificaciones para que el aparato militar estadounidense se desplegara en zonas hasta entonces fuera de su control. Como el país de García Márquez con el Plan Colombia y México con el Plan Mérida.
Un nuevo modo de enfrentar el problema  de la droga que pase por tomar en cuenta al que consume (mayoritariamente fronteras adentro de Estados Unidos y también del resto de los países desarrollados) y encontrar un cauce de diálogo con la guerrilla –como también reclamaron Dilma y Cristina para todos los problemas internacionales– deja sin argumentos a los cultores de la solución bélica en todos los rincones del globo.
Por eso tampoco fue casual que en esta suerte de conferencia internacional se oyeran más voces que exigen una modificación profunda del Consejo de Seguridad de la ONU, ese órgano compuesto por cinco naciones con el privilegio de poder vetar las decisiones de los otros casi 200 miembros. En este reclamo, que no es nuevo, el más virulento sin dudas fue el boliviano Evo Morales, quien directamente definió a ese selecto estamento como el "Consejo de la Inseguridad".
Pero al pedido de reformar el "club de los cinco" se sumó el representante del Perú y el francés François Hollande, quien sostuvo que el Consejo de Seguridad "debe reflejar mejor el mundo actual". Para lo cual, dijo, habría que permitir el ingreso de Alemania, Japón, India, Brasil y algún país africano que no mencionó pero en su cabeza estaba el nombre de Sudáfrica.
Brasil busca ampliar la base de naciones con un sitial permanente y busca ocupar un puesto en representación de la región. Ambiciona ese lugar desde que en 1942 envió tropas a Europa para combatir al nazismo y fue el primero en anotarse como miembro de la institución que nacía en Nueva York al término de la contienda. Hasta ahora lo único que logró fue inaugurar las sesiones de cada año como reconocimiento a una tradición que por otro lado nadie cuestiona. Argentina desde hace tiempo viene reclamando la eliminación de esa aristocrática figura de los países con derecho a veto. Intenta que en la ONU cada país valga un voto y no haya algunos que valgan un veto, por decirlo fácil.
Mariano Rajoy también habló de ese organismo clave. Mientras en Madrid la policía reprimía las protestas contra los ajustes y los catalanes daban pasos más firmes hacia la independencia, el presidente del gobierno español se acordó de los que no salían a la calle a manifestarse y toleran, según cree, la austeridad perpetua. Y pidió un lugar para España como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad. No sea cosa de desentonar.  
Tiempo Argentino
Septiembre 29 de 2012

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