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Las garras del águila imperial

 
Corrían los últimos días de abril de 1980 cuando un equipo de comandos se preparaba para cumplir con la misión de rescatar a 50 rehenes de la embajada de Estados Unidos en Irán, retenidos por militantes islámicos desde el 4 de noviembre del año anterior. Pero algo salió mal en el espectacular operativo programado por el equipo de Jimmy Carter, entonces en campaña para un segundo período presidencial. Pocos meses más tarde, y en medio del descrédito, perdería las elecciones en manos de un ex mediocre actor de Hollywood, Ronald Reagan, quien finalmente solucionó la cuestión con un par de llamados, como los héroes de las películas.
La historia está marcada a fuego en Barack Obama luego del ataque en el consulado en Benghazi que segó la vida de su embajador ante las nuevas autoridades libias. Y todo por un filme anti musulmán subido a la web en julio pasado y sospechosamente traducido y difundido en forma viral en coincidencia con el aniversario del 11-S.
La escalada de violencia de estos días obliga a este demócrata que llegó al poder con promesas de defensa de los valores fundamentales en que se construyó el ideario de Estados Unidos –como Carter, que quiso encarnar la defensa de los Derechos Humanos con una América Latina atravesada por regímenes genocidas– y que ahora se ve acosado por los republicanos con un discurso ultra que mucho recuerda al que depositó a Reagan en la Casa Blanca en enero de 1981.
Irán era difícil para Occidente desde hacía años, como recordaba ayer Fernando del Corro en este diario. Y para fines de los '70 seguía gobernado con mano férrea por el Sha Mohammed Reza Pahlevi. El emperador persa heredó la corona de su padre, obligado a abdicar por haber vendido petróleo al nazismo. Pahlevi Junior inició reformas políticas para instalar una monarquía democrática a la manera europea. Hasta que en 1951 fue elegido primer ministro Mohammed Mosaddeg. Una de sus primeras medidas fue la nacionalización de la industria petrolera. Lo que lo llevó a enfrentarse a la oligarquía nativa pero también a Gran Bretaña y Estados Unidos. El conflicto interno se potenció a tal punto que en 1952 el Sha lo obligó a renunciar, lo que provocó un levantamiento popular. Pahlevi y su esposa, la princesa Soraya, huyeron preventivamente a Roma, mientras Mosaddeg proseguía con su política nacionalizadora. Pero el 18 de agosto de 1953 el premier progresista fue destituido por un golpe apoyado y financiado por la CIA. El primero en su historial.
Pahlevi volvió al poder y se calzó el traje de obediente de Washington. Por debajo, en la sociedad fue creciendo el descontento. Que terminó acercando a las mayorías a los líderes religiosos chiítas, los únicos que podían canalizar el descontento en un marco de represión política. La revolución islamista elevó a la categoría de líder al ayatolá Ruhollah Khomeini.
Mientras tanto, en América Central se fortalecía la guerrilla sandinista, que luchaba contra al régimen de otro títere de Washington, Anastasio Somoza. El enero de 1979, el Sha y su familia escapan nuevamente de Teherán, esperando quizás otra ayuda de sus amigos de la CIA. El 19 de julio del '79 el FSLN entra victorioso en  Managua y el dictador Somoza también elige escaparse, con familia y fortuna.
Los sectores juveniles de Irán pronto emprenden una ofensiva contra todos los símbolos de Estados Unidos. El 4 de noviembre, entre 500 y 2000 estudiantes –el número es difícil de precisar– rodearon el edificio de la embajada de ese país en Teherán. Adentro quedaron 52 empleados y funcionarios estadounidenses. Se inició una fuerte disputa diplomática en medio de las críticas de los republicanos, que acusaban a los demócratas de blandos en política exterior y recordaban de qué modo Carter había “perdido” Nicaragua, luego de haber “entregado” el Canal de Panamá tras un acuerdo con Omar Torrijos y de haber atacado a “gobiernos amigos” como los de Pinochet en Chile y Videla en Argentina.
Carter aplicó sanciones económicas y redobló presiones contra el régimen teocrático, que por entonces concitaba el apoyo de intelectuales de la talla de Michel Foucault, que entrevistó al líder religioso y quedó encandilado del proceso que se estaba viviendo en la nueva Persia.
Carter, un granjero de Georgia con una profunda fe religiosa y ligado a la iglesia bautista, estaba ante un problema político de difícil resolución, porque la Unión Soviética, en coincidencia con la caída del Sha, había invadido preventivamente Afganistán. Lo que podía por primera vez en la Guerra Fría a poner cara a cara a tropas de ambas potencias si Estados Unidos optaba por una solución militar clásica. Los ayatolás, en tanto, planteaban condiciones para liberar a los rehenes, entre ellas que les entregaran al Sha para juzgarlo bajo las leyes islámicas y que Estados Unidos reconociera su participación en el golpe contra Mossaddeg. Carter se negó y en cambio promovió el plan de rescate mediante un operativo militar que prometía sorpresa y efectividad. Lo llamaron Eagle Claw (Garra de Aguila) porque pensaban bajar en el edifico de la embajada con helicópteros y llevarse a los rehenes como un águila que roba a su presa. Pero dos naves chocaron y se incendiaron en un desierto al sur de Teherán, provocando la muerte de ocho soldados y llenando de escarnio al presidente, que asumió el costo político del fracaso. El ex Sha, a esta altura, había muerto de cáncer en El Cairo. Ni bien asumió, Reagan aceptó las condiciones iraníes que le quedaban –menos el reconocimiento del golpe- y los rehenes volvieron a casa.
Obama enfrenta una situación similar. Y los republicanos lo saben. Por eso Romney deslizó que “el Medio Oriente necesita del liderazgo de EE UU y yo pretendo ser el líder que EE UU espera y que nos hará admirados en todo el mundo”. Su aspirante a vice, Paul Ryan, agregó que “están en peligro los valores de la civilización”, amenazada por la furia islámica.
En sus primeros tiempos en el gobierno, Obama intentó un acercamiento al mundo árabe e incluso, sin que se lo pidieran, reconoció la participación de Washington en el golpe contra Mosaddeg. Obama recibió el Nobel de la Paz en 2009 por lo que parecía que iba a hacer. En el debate entre halcones y palomas, era una promesa de que el mundo podría esperar cambios benéficos con su presencia en el Salón Oval. Carter había recibido el mismo premio en 2002, por lo que ya había hecho.
Obama no quiere ser Carter. Y mucho menos en esta etapa en la que deberá combinar acciones que muestren dureza para sus votantes, alarmados por el discurso republicano y perspicacia al exterior.
En las próximas semanas, Obama seguramente enfrentará más acechanzas como en Benghazi, que dejarán mucha tela a los teóricos de las conspiraciones. Y deberá entonces, bascular entre la paloma que prometía ser y el halcón que le exige la derecha más dura. Para no caer en las garras de otra águila maléfica.

Tiempo Argentino
Setiembre 15 de 2012

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