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El difícil regreso de Hillary al Salón Oval

La campaña presidencial está al rojo vivo. Es que luego de ocho años se avizora un "cambio de ciclo", como marca el rito en un país que se jacta de respetar la alternancia en el poder. Y eso que las elecciones –en Estados Unidos, claro- serán dentro de un año. Pero entre los republicanos no se percibe a esta altura un líder capaz de canalizar las expectativas y el único que parece despertar cierta ilusión entre los sectores conservadores, el empresario Donald Trump, es lo suficientemente polémico como para resultar un "piantavotos" en potencia. El heredero natural sería Jeb Bush, el tercero de la dinastía Bush en aspirar a la Casa Blanca, pero por ahora su candidatura se muestra deslucida.
Por el lado de los demócratas, que con Barack Obama habían logrado "correr el arco" algunos centímetros con el primer afrodescendiente en llegar a la presidencia, el anuncio de que el actual vicepresidente Joe Biden no se presentará a pelear un espacio calmó las aguas de la ex secretaria de Estado y ex primera dama, Hillary Clinton. Y tranquilizó también a los estrategas partidarios, que temen por su propio "fantasma", el senador por Vermont, Bernie Sander, demasiado a la izquierda de lo que la media estadounidense estaría dispuesta a aceptar. Así como en 2008 resultó mejor opción Obama, ahora la oferta pasaría por dar lugar a la primera mujer que podría sentarse en el sillón de Washington.

Como las fichas ya están jugadas, era previsible que los medios conservadores, que son los que más audiencia cosechan en aquellos distritos, comenzaran desde temprano una tarea de zapa para destruir la imagen de la esposa del ex presidente Bill Clinton. Por eso ni bien se difundió que la ex canciller estadounidense había usado su correo electrónico personal para mantener comunicación oficial, todos los cañones apuntaron contra ella, que había dejado el gobierno en febrero de 2013.
Tanto fue el escándalo generado por la oposición y los medios que finalmente en septiembre el departamento de Defensa aceptó –no le quedaba otra- un fallo de la Corte que reclamó la publicación de unas 55 mil páginas  con los correos de la ahora aspirante presidencial. Hubo una parte considerada como de máxima seguridad que quedó en secreto, el resto ya son de dominio público.
Pero la ofensiva republicana no terminaba en cuestionar la supuesta fragilidad de Hillary Rondham Clinton para custodiar la seguridad de la Nación. Y así fue que iniciaron una embestida para que se presentara a dar explicaciones por el atentado al consulado en Bengazi de septiembre de 2012 que costó la vida del embajador estadounidense en Libia, Chris Stevens, y otros tres diplomáticos. La iniciativa buscaba respuestas no solo por la falta de previsión sino sobre la información que se dio entonces, ya que en el primer momento el gobierno de Obama había rechazado la hipótesis de que se trataba de un golpe terrorista y señaló a un exceso durante una marcha política.
Poco importa para este análisis abundar en la respuesta de Hillary, que se presentó ayer ante una comisión creada ad hoc en el Capitolio. Allí asumió su responsabilidad por el hecho, dijo que se hizo lo mejor posible para reforzar la seguridad y recordó que "no existe riesgo cero" para los funcionarios de EE UU en el exterior. Lo interesante es que los demócratas denunciaron una operación republicana que solo busca enlodar la carrera de Clinton hacia la Casa Blanca sin el menor fundamento. Así fue que el representante por California Adam Schiff protestó porque el comité, creado hace 17 meses, ya gastó 4,7 millones de dólares de los contribuyentes sin haber llegado a conclusión alguna.  En tal sentido, la agencia dpa recordaba que otro congresista por California, el republicano Kevin McCarthy, había reconocido que la comisión se había creado para "bajar a Clinton en las encuestas". Algo que su colega Trey Gowdy, titular del comité, negó rotundamente. Como corresponde, por otro lado.
Donde la publicación de los controvertidos mails dejó mucha tela para cortar fue del otro lado del Atlántico. El domingo pasado, el conservador Mail on Sunday (Correo del domingo, casualmente) publicó algunos correos de Hillary Clinton donde aparecen pruebas irrefutables del "pacto de sangre" que había hecho el primer ministro Tony Blair en 2002 con el presidente George W. Bush para terminar con el líder iraquí Saddam Hussein y ocupar Irak con una alianza anglosajona. El material consiste en una serie de memorandos donde se revelan comunicaciones entre el que fuera secretario de Estado, Colin Powell, con su jefe donde le cuenta la disposición del premier laborista para emprender un ataque combinado contra quien consideraba "una amenaza real" para la seguridad mundial. El pacto se realizó, según los memos, al cabo de una reunión entre el británico y el estadounidense en el rancho de los Bush en Crawford en Texas.
A esta altura semejante revelación puede parecer extemporánea. Pero en Gran Bretaña repercutió de un modo significativo. Es que Blair siempre había negado ese macabro acuerdo realizado un año antes de la invasión, de la que todavía se están pagando las consecuencias a nivel regional y hacia dentro de la sociedad. Más aún, el líder laborista se pasó todo 2002 y el principio de 2003 asegurando que la salida a la crisis creada contra el gobierno de Hussein era política y que no tenía entre sus planes hacer entrar en guerra a los británicos.
Las sucesivas negativas de Blair se sumaron a desaguisados durante su gobierno y el de su sucesor, Gordon Brown, para la pérdida de liderazgo de su partido frente al electorado durante el último lustro. De hecho, el laborismo eligió hace una semanas para liderarlo a un personaje bastante más inclinado a la izquierda como Jeremy Corbyn, un notorio opositor a la intervención armada en Irak –si llega al 10 de Downing Street prometió pedir perdón por la incursión armada- y que se declara cercano a los gobiernos progresistas latinoamericanos, todo un dato por esos lares. Este martes, otro súbdito británico como el recién electo primer ministro canadiense Justin Trudeau, ni bien ganó la elección dijo que iba a iniciar en camino del regreso para las tropas de su nación de Irak.
Pero hay más: ante las protestas reiteradas contra Blair en la sociedad y sobre todo de familiares de soldados caídos en combate desde hace 12 años, las autoridades tuvieron que salir a enfrentar los reclamos. Se sabe que cuando un gobierno quiere que algo NO se descubra, lo más conveniente es crear una comisión, y eso fue lo que hizo el primer ministro Brown en 2009. El grupo que se dedica a investigar este caso quedó a cargo de sir John Chilcot, un respetado ex funcionario público no partidista.
Poco fue lo que se avanzó en este tiempo al punto que hace unos meses el actual primer ministro, el conservador David Cameron, dijo que estaba perdiendo la paciencia y urgió a que Chilcot diera un informe sobre la situación. La Comisión Chilcot lleva gastados 10 millones de libras (casi 15 millones y medio de dólares) y todavía no acusó a nadie. Chilcot se demora y dice que el caso es complicado por todos los intereses involucrados. En tanto, los familiares de víctimas del conflicto exigen contar con el informe final antes de fin de año, caso contrario prometen llevar el caso al Tribunal Superior de Londres.

Hillary Clinton fue la autora de un proyecto de reforma sanitaria que no pudo poner en marcha durante la gestión de su esposo (1993-2001) y que, con enmiendas y disminuciones forzadas por los republicanos, pudo concretar Obama, en uno de los pocos y endebles triunfos de su mandato. No se puede decir que Clinton sea más progresista que el actual presidente ni que represente una amenaza para el establishment. De hecho, en política exterior, su sucesor John Kerry, fue el que tuvo a su cargo la reanudación de relaciones con Cuba y el acuerdo nuclear con Irán. Sus mails tal vez tengan más información sensible que a esta altura no haga más que confirmar lo que ya se sabía. Aún así, a Hillary ya le mostraron que el camino al Salón Oval, donde alguna vez Bill tuvo un desliz con una becaria, está sembrado de cascotazos.

Tiempo Argentino
Octubre 23 de 2015

Ilustró Sócrates


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