sábado

Se acerca el Día E

Hace un par de semanas, Barack Hussein Obama se sintió obligado a mostrar su partida de nacimiento para probar que realmente vino al mundo en Honolulu, el 4 de agosto de 1961. Por si quedaban dudas, a los pocos días ordenó a una tropa de élite que acabara con el peor de los males de los últimos diez años en la vida de los estadounidenses, según la óptica imperante. Así fue que mataron al líder de Al Qaeda, Osama bin Laden. Este lunes dio otra vuelta de tuerca, y se dio el gusto de visitar la localidad irlandesa de Moneygall, donde nació un tartarabuelo por parte de madre. Para dejar constancia de que también tiene algo de europeo.
La visita del 44º presidente de los Estados Unidos al Viejo Continente le sirvió para exponer ante el mundo esa voluntad de dominio que ya había ostentado cuando, a pocas horas del anuncio del operativo contra Bin Laden, declaró muy suelto de cuerpo: “Hemos vuelto. América probó que puede hacer lo que se proponga (“América can do whatever we set our mind to”, literalmente que “los Estados Unidos pueden hacer lo que nos pongamos en la mente”, o, diríamos en estas costas, “lo que se nos cante”).
Por supuesto que lo más fácil es interpretar esa frase como una bravuconada, una amenaza imperial al viejo cuño. Pero también puede ser la manifestación de debilidad. De una fragilidad que se puede entender en el marco de la crisis económica que taladra la base de la sociedad estadounidense y europea como no hay memoria en décadas y que amenaza a trabajadores estadounidenses tanto como a griegos, portugueses, españoles e italianos.
No es casual que el miércoles, en el Westminster Hall, el sector más antiguo del Palacio de Westminster, Obama reafirmara los fuertes lazos que unen a la corona británica con su antigua colonia como pretendidos defensores de la civilización y gendarmes del sistema capitalista. “La relación entre los Estados Unidos y el Reino Unido es el eje central de la seguridad para ambas naciones”, coincidió con el primer ministro David Cameron.
El Palacio tiene 900 años y apenas tres dignatarios extranjeros habían obtenido la gracia de dirigirse a las dos cámaras del Parlamento desde ese magno sitio desde fines de la Segunda Guerra Mundial: el francés Charles de Gaulle, el sudafricano Nelson Mandela y el Papa Benedicto XVI. Nunca un “americano”.
Obama resaltó la alianza, que se consolidó en la Primera Guerra –cuando el viejo imperio logró derrotar a sus enemigos continentales con la ayuda de Washington– y viró desde 1945, cuando el Reino Unido estuvo entre los ganadores de la Segunda, pero perdió definitivamente su influencia mundial y antes que salirse del escenario aceptó compartir el liderazgo como socio menor.
“Hoy, tras una década difícil que comenzó con guerra y terminó con recesión, nuestras naciones han llegado a un momento crucial una vez más. Una economía mundial que estuvo al borde de la depresión es ahora estable y se está recuperando”, se explayó Obama. Pero la frutilla del postre fue su caracterización de estos tiempos decisorios. “Quizás se argumenta que China, India, Brasil representan el futuro y que el momento de nuestro liderazgo ha pasado. Pero ese argumento es falso. La hora de nuestro liderazgo es ahora”, alardeó Obama ante políticos, representantes de la jerarquía eclesiástica y funcionarios gubernamentales.
Horas más tarde emprendió camino hacia Deauville, una pequeña localidad francesa en la Normandía donde se desarrollaría la Cumbre del G-8, que no es otro que el grupo de los siete países más industrializados del mundo –los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Canadá y Japón– más Rusia desde hace una docena de años. El dato no es trivial, porque Moscú, que acompaña a los países ricos como nación europea, también tiene puestos algunos huevos en la canasta de los BRICS, precisamente los países ninguneados por Obama en el Westminster Hall.
Tampoco es trivial el dato de que en las costas de Normandía se produjo, el 6 de junio de 1944, la Operación Overlord, el desembarco de 150 mil soldados aliados –73 mil estadounidenses y 83 mil británicos y canadienses– que pondría fin al avance de las tropas alemanas y decidiría el resultado de la guerra.
“Mordisqueado por los emergentes, el G8 resiste”, titulaba el diario Le Monde. Y The International Herald Tribune se preguntaba por cuánto tiempo más ese club de potentados en desgracia iba a poder manifestar alguna influencia. Por eso el “dueño de casa”, el presidente Nicolas Sarkozy, fue también explícito en su interpretación de lo que se decidía en esa cumbre. Y pretendieron marcar agenda con propuestas que no se parecieran a las del G-20, el grupo de los emergentes que tanto están desvelando a los dueños de la pelota. Así se explica que hayan llegado a hablar de la gobernanza de Internet. De tal manera que, aún en medio de la crisis del euro, se permitieron lujos de otras épocas, como anunciar una línea de crédito de 20 mil millones de euros para fomentar la democracia en Egipto y Túnez. Y volvieron a prometer que los días de Mummar Khadafi están contados.
Como era inevitable, el tema de un remplazo para el fervoroso ex director del FMI se coló en la cumbre. Y aunque el propio Sarkozy argumentó que no era potestad del G-8 nominarlo, el lobby de los ricos le dio vía libre a la candidatura de la ministra de Economía francesa, Christine Lagarde, una ahijada del establishment financiero mundial que vivió por 25 años en los Estados Unidos y garantiza las mayores seguridades a Wall Street.
Pero, claro, acá es donde se ve que los emergentes, si bien pueden no asustar todavía, si les da el cuero para preocupar. Porque ya anunciaron que no van a aprobar así como así lo que digan los poderosos. México ya anotó un candidato, mientras que Brasil dijo que hay que estudiar las cosas un poco más de tiempo y China propuso una votación abierta y que gane el mejor. En este marco podría entenderse la propuesta negociadora de Sarkozy de que sería bueno tener a un país latinoamericano como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Celso Amorim, el canciller de Lula da Silva, explicó cuál fue la estrategia de estos países que aspiran a desarrollarse y por los que ahora ponen las barbas en remojo en el norte: “Intentamos trabajar dentro de las Naciones Unidas, pero al mismo tiempo impulsamos reformas desde el exterior.” Y las evidencias de que así lograron cosas, según el ex funcionario brasileño, son que hubo algunas leves, tímidas reformas en el Fondo con DSK. “Nunca hubiera habido cambios en el sistema de cuotas si la presión llegaba sólo desde adentro del FMI; es realmente el empuje del G-20 el que provocó el cambio.”
Mientras tanto, en Buenos Aires un puñado de ministros de Defensa sudamericanos comienza a analizar nuevas formas de apoyo y seguridad comunes, sin injerencia de las potencias dominantes. Y en Honduras se logra el retorno del derrocado presidente Manuel Zelaya. No será la mejor solución para un golpe institucional, pero es una salida que permite dar cuenta de que ya no hay espacio para los viejos modelos antidemocráticos, impulsada por la Unasur.
Aquel 6 de junio fue conocido como el Día D, por el desembarco, pero podría asimilarse a los países desarrollados que intervinieron en la contienda. No falta mucho para el Día E, en que los emergentes –entre los que está la Argentina– recuperen definitivamente las riendas de su destino.

Tiempo Argentino
Mayo 28 de 2011

No hay comentarios: