sábado

Los buenos vecinos

Si nuestros vecinos no están bien, tampoco nosotros podemos estar bien: es un interés nuestro que todos los demás países tengan un desarrollo económico positivo, en caso contrario no podremos mantener nuestra prosperidad.” Aunque esa oración parece desmentir sus antecedentes, fue pronunciada por la canciller alemana Angela Merkel después de un encuentro bilateral con el presidente del Consejo de Ministros italiano, Mario Monti.
Los analistas hicieron dos lecturas de esa clara y sencilla admonición: fue dicha en defensa propia, en momentos en que la jefa del gobierno germano es acusada de haber cedido en la última cumbre de la UE a las presiones de los pobres del sur, España, Italia, Portugal, Grecia (los famosos PIGS, como los bautizó hace algunos años el staff de analistas de Goldman Sachs). Al mismo tiempo, intenta dar señales a los mercados de que no bloqueará el camino que pretende, aunque todavía tímidamente, el francés François Hollande.
Como sea, ese párrafo dicho casi al descuido por Merkel viene a cuento para reflejar algunas diferencias que en estos momentos críticos está padeciendo el Mercosur y las amenazas que se ciernen sobre la integración regional en Sudamérica desde que el Congreso paraguayo destituyó al presidente Fernando Lugo.
Hacía casi seis años que un puñadito de senadores estaba impidiendo el ingreso de Venezuela al Mercosur, con lo cual bloqueaba el crecimiento del organismo regional hacia la cuarta economía del subcontinente y amenazaba cualquier otra perspectiva de ampliar la base al resto de los países que forman la Unasur.
La suspensión de Paraguay y el ingreso de Venezuela provocaron un cimbronazo esperable pero que nadie se atreve aún a dimensionar. Porque era claro que las autoridades de facto en Asunción iban a duplicar la apuesta. Lo piden las circunstancias políticas de Federico Franco, que aunó el apoyo de los colorados a sus correligionarios liberales para expulsar a Lugo, pero no cuenta ni siquiera puertas adentro de su partido con la mayoría que podría convertirlo en un líder. Pero además, el golpe y la respuesta regional azuzaron en la oligarquía paraguaya y los medios concentrados de comunicación –que, por supuesto, son afines– una andanada de nacionalismo exacerbado que tiene su fundamento en la historia del país y en el comportamiento de sus socios en el momento más dramático de su historia común. Una herida abierta y aún no subsanada con la debida reparación de los vecinos.
Pero suena falso que la derecha recurra al heroísmo del pueblo paraguayo contra la Triple Infamia de 1865, encarnada fundamentalmente por Bartolomé Mitre y el Emperador brasileño Pedro II, para justificar su deseo de irse de un Mercosur en el que se sienten amenazados. No sólo por la Venezuela boliviariana de Hugo Chávez sino por los posibles miembros del club regional, como la Bolivia de Evo Morales o el Ecuador de Rafael Correa, a quienes sienten que deberían ponerles las mismas excusas para impedirles el ingreso. Esto es, son gobiernos populistas, los medios los acusan de totalitarios y muestran tendencias izquierdistas. En el fondo, la ex guerrillera Dilma Rousseff seguramente despierta las mismas inquinas en los senadores del país guaraní. Ni que hablar del ex tupamaro José “Pepe” Mujica. Sobre Cristina también tienen qué decir.
El presidente uruguayo, por otro lado, también debió soportar el embate de la derecha, tanto la mediática y la de los partidos tradicionales como la que tiene dentro del Frente Amplio. Así, el vicepresidente Danilo Astori salió a atacar el ingreso venezolano por el lado del formalismo leguleyo, un flanco que todos reconocen como débil en el ingreso venezolano. “Fue una decisión política”, dijo Mujica. Y pidió fusionar al Mercosur con la Unasur, con lo cual se lograba el viejo anhelo de ampliar la membresía de un organismo que puede dar respuestas en tiempos de crisis pero necesita consolidar la idea de integración.
Como un movimiento orquestado al unísono, el ex embajador de Brasil en Washington y actual presidente del Consejo de Comercio Exterior de la Federación de las Industrias del Estado de San Pablo (FIESP), Rubens Barbosa, salió a decir que la Argentina será responsable “del fin del Mercosur” por sus políticas de protección de la industria local. Barbosa no perdió oportunidad de cuestionar también el ingreso de Venezuela y ya que estaba criticó la renacionalización de YPF. Una muestra de que a río revuelto son varios los pescadores que están agazapados para lograr ventaja.
Mientras crece el enfrentamiento entre el nuevo gobierno paraguayo con Venezuela, el ex presidente Álvaro Uribe presentaba la “coalición de convergencia al Puro Centro Democrático”, una plataforma política para agrupar a la oposición al gobierno de Juan Manuel Santos. Como se recordará, fue Néstor Kirchner el que logró como secretario de la Unasur enfriar el conato bélico entre Colombia y Venezuela que armó Uribe un par de semanas antes de entregar el poder, con el objetivo claro de ensuciarle la cancha y condicionarle la gestión a su sucesor y heredero político. Santos, desde entonces, demostró la voluntad de asociarse con sus vecinos y lo dijo sin tapujos, porque en tiempos de crisis políticas es lo más sensato.
Ahora la amenaza viene de Asunción, y si bien no existe posibilidad de llegar a las armas con Venezuela, es un puñal clavado en el corazón de América del Sur que las oligarquías asociadas a los centros de poder mundial se solazan en revolver en todos los rincones. Porque saben que para permanecer como clase dominante deben apostar al individualismo de cuño neoliberal, alimentando el nacionalismo más retrógrado.
Aunque parezca mentira, vendría bien aprovechar las palabras de Merkel, a quien no se puede acusar de izquierdista precisamente, pero que sabe cuál es el negocio más conveniente para su país a largo plazo. Y el negocio, sin dudas, es integrarse porque parafraseando a Perón, ningún país puede desarrollarse en un continente que no se desarrolla.

Tiempo Argentino
Julio 7 de 2012

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