jueves

Ciencias y divergencias

Investigadores en estado de debate

Sujeta a los vaivenes políticos, económicos o ideológicos de cada época, la ciencia argentina vive un momento al menos expectante. Por un lado, muchos científicos están esperanzados en que el aún flamante ministerio de Ciencia y Tecnología cumpla con el objetivo de los fundamentos que le dieran vida, en diciembre pasado. Pero las críticas no se hicieron esperar y ni bien asumió el ministro Lino Barañao se generó una polémica en torno del rol que desde el gobierno se destina al sector.

Por lo pronto, Barañao, que proviene de las ciencias consideradas duras –es Doctor en Biología y uno de los pioneros en el país en el desarrollo de la clonación vacuna- deslizó severos cuestionamientos acerca de las ciencias sociales y explayó largamente el interés oficial en fomentar lo que sería el aspecto más práctico o industrial si se quiere de esas disciplinas. “Estoy tan acostumbrado a la verificación empírica de lo que digo, que a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología”, provocó, recién asumido.

La polémica – en un ámbito tan susceptible como el social- no se hizo esperar. “Como bien recordaba Albert Einstein, ´no todo lo que cuenta se puede contar; ni todo lo que se puede contar cuenta´”, le recordó el politólogo Atilio Boron, golpeado por lo que consideró un desafío oficial.
Es que en la ciencia argentina hay un par de hechos trascendente y una frase que marcó a fuego el último medio siglo de faena. El corte más profundo, una circunstancia que aún hoy muestra sus consecuencias, fue la trágica jornada conocida como La Noche de los Bastones largos, uno de los primeros actos de la dictadura militar de Juan Carlos Onganía. Todavía hoy el epistemólogo Gregorio Klimovsky piensa que “con aquel episodio comenzó la fuga de cerebros argentinos que se extiende hasta la actualidad y que resultó una verdadera epidemia para nuestro país". Y eso que han pasado más de 42 años desde aquel nefasto 29 de julio de 1966.

La sangría, en aquel momento, se computa en alrededor de 1400 profesores que renunciaron a sus cargos, cátedras enteras que literalmente desaparecieron y además, se trocó absolutamente no solo un proyecto de desarrollo científico sino también de modelo de país. “Fue una catástrofe para la cultura científica argentina”, insistió hace poco Klimovsky al recordar que unos 500 científicos de primer nivel internacional se fueron del país para ya no volver. Lo más llamativo es que esos mismos académicos encontraron pronto refugio y trabajo en universidades de México, Venezuela, Chile, Francia o Estados Unidos. “Fue una época excepcional que no volvió. Los empresarios nacionales buscaban y fomentaban desarrollos científicos y tecnológicos en las universidades públicas. Fue la época de oro de la ciencia”, evocan muchos de los que pasaron por aquellas aulas y conocen las actuales.

Otra dictadura
El otro sacudón para la ciencia vernácula, claro, se produjo a partir del 1975, cuando miles de científicos debieron emigrar ante el peligro real que corrían sus vidas. Cuando Videla y compañía tomaron el poder, en marzo del 76, muchos de los que no habían emigrado antes tuvieron que hacerlo entonces mientras que otros, con menos suerte, integran la lista de desaparecidos.
Ya en democracia, los científicos recibirían el último gran sacudón a sus expectativas, en un incidente no menor que protagonizó en 1994 el todavía ministreo estrela del menemismo, Domingo Felipe Cavallo. Ocurrió cuando la socióloga Susana Torrado anunció cifras que cuestionaban los guarismos oficiales sobre desocupación.

El colérico titular de Economía la mandó a lavar los platos, sin mayores prolegómenos. La frase englobó, desde el punto de vista de los investigadores locales, a todos los científicos, ya que Caballo era el más fiel representante de una ideología que en todo estos períodos fue la imperante en los entornos gubernamentales. La idea de que el dinero que el Estado aporta para la ciencia es un gasto y no una inversión a largo plazo con beneficios para toda la sociedad.

Justamente como oposición a este pensamiento es que con el recambio de gobierno de diciembre pasado, la presidenta Cristina Fernández anunció la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, sobre la base de la secretaría que funcionaba en el área de Educación. Un ascenso de categoría y una vieja reivindicación que, sin embargo, no provocó la inmediata ola de reconocimiento que tal vez esperaba encontrar la flamante mandataria, habida cuenta de que el proyecto se inscribía en un modelo de país que sustentaría la producción y la tecnificación en las empresas nacionales.

Justamente desde el área científica surgieron cuestionamientos en publicaciones de la facultad de Ciencias Sociales, donde se consideró que si bien el plan de “reivindicación científica” tenía aristas meritorias, se corría el riesgo de que por no definir el modelo de país en que se inscribirá este proyecto, para no caer en lo que el sociólogo Andrés Carrasco ve como una dependencia del mercado.

“En la globalización neoliberal, el modelo científico-tecnológico no se propone misión o propósito alguno dirigido al bienestar general, sino que está subordinado al dinero y el poder”, señala Carrasco, y abunda en que, según esta lógica, el conocimiento pierde su valor sociocultural y termina reducido a la categoría de mercancía y, lo que resulta peor, “niega todo posible pensamiento crítico, esencial para comprender el significado de esta etapa neocolonial”. Que de eso se trata este cuestionamiento, de que no es posible imaginar un ciencia hoy día que no esté imbricada por el mercado y su razón globalizadora. “El mercado no requiere verdades científicas sólidas y verificadas sino resultados veloces y competitivos en las góndolas comerciales”, remata Carrasco.

Para la también socióloga y especialista en temas rurales Norma Giarraca, la resaca de la Noche de los Bastones Largos persiste incluso en esa forma de entender el rol de la ciencia en estos aciagos días argentinos. “No es como pasaba en los años 60, que había un gran desarrollo industrial y una enorme avidez por adquirir tecnología propia. Este es otro país, con menos interés de gran parte de las pymes y tan escasa incidencia de las grandes firmas, en manos de multinacionales foráneas, que una tecnología local se hace cada vez más ilusoria”, analizó ante Acción.

Tecnificación
La respuesta del ministro en cuanto reportaje dio en estas tiempos es que para el gobierno es esencial “ir convirtiendo esta economía basada en la producción de commodities en una basada en bienes y servicios conocimiento-intensivos” que contribuya a la distribución de los ingresos y, en última instancia, “a la consolidación de este proceso de democratización”. El ejemplo que ponen en los despachos ministeriales es que países como Finlandia, Irlanda o Israel, que destinan fuertes recursos al desarrollo del conocimiento, hay sociedades más equitativas.

En cuanto a la Argentina, Barañao definió cuatro áreas de prioridad: el software, la biotecnología y la nanotecnología. Pero también habló de destinar recursos para el desarrollo de nuevas tecnologías en salud, en agroindustria y en energía. La explicación es que en estos sectores habrá mayores potencialidades y también mayores necesidades. En energía, por ejemplo, para contar con mayores fuentes sostenibles. “Las mayores ganancias en la actualidad salen del conocimiento y no del capital -insiste Barañao- por eso apoyamos el desarrollo de software. En este campo, los programadores reciben 60 % de los ingresos por las ventas, mientras que en empresas tradicionales el porcentaje mayor queda para el dueño del terreno”.

La apuesta oficial es por la calidad y la preparación de los científicos nativos en comparación con los de otros países. El viejo recurso humano capaz de arreglar las cosas con alambre cuando sea menester. El caso es cómo arreglar las cosas si el presupuesto es esquivo o cambian las políticas de estado. Esa, tal vez, sea la mayor de las dudas para los golpeados científicos de estas pampas.

Bodega en obra
De acuerdo a la Ley de Financiamiento Educativo, el área de Ciencia y Tecnología tendrá un 1 % del PBI de presupuesto para el año del Bicentenario. Si se la compara con lo que viene ocurriendo en las últimas décadas, la cifra ilustra un cambio de tendencia auspicioso, ya que en 2000 se destinaba sólo el 0,3 % del PBI y hoy día no pasa de 0,6 %. Sin embargo, en una comparativa con otros países tomados a veces como modelo, el número queda disminuido a niveles peligrosos. Corea, Singapur e Israel, por ejemplo, invierten anualmente alrededor del 3 % de su PBI. Brasil, en el mismo lapso espera pasar de un 1 % a nada menos que el 11% en 2010 en investigación y desarrollo, el aspecto más industrial de la cuestión.
Se calcula que hay cerca de 10 mil científicos e investigadores trabajando en el exterior, mientras que en el país hay unos 15 mil. Los datos que aporta el ministerio argentino indican que en los próximos cuatro años se realizarán inversiones de unos 150 millones de dólares en infraestructura en todo el país. Entre estas inversiones se computa el edificio de Palermo donde alguna vez funcionó la bodega Giol, que servirá como sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, del Conicet, de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, del instituto Max Planck de ciencias biomédicas y de otras entidades de investigación en bioseguridad, patentes, nanotecnología y modelado por supercomputadoras.
Una construcción del Primer mundo de 40 mil metros cuadrados a un costo de 40 millones de dólares que contará hasta con casa de huéspedes para investigadores visitantes y auditorios para exposiciones y congresos científicos.

Ruth Ladenheim: secretos compartidos
Es secretaria de Planeamiento y Planificación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. En la práctica, Ruth Ladenheim es la número 2 de esa aún flamante cartera. En esta entrevista con Acción, la funcionaria - Doctora en Ciencias Químicas por la Universidad de Buenos Aires y Magíster en Economía y Finanzas por el Institut d’Etudes Politiques de Paris, Francia- detalla aspectos de la gestión oficial.

-Hay quienes dicen que la concepción de la ciencia que se maneja desde elgobierno es funcional a las multinacionales. Se pone como ejemplo el apoyo que brinda la empresa Monsanto.
-Muchas empresas crean premios a trabajos científicos y se tiene una política abierta de apoyo a estos premios. También queremos que las grandes empresas vean a la Argentina como un lugar de investigación, porque normalmente los centros de investigación se desarrollan en países del primer mundo y sabemos que la creación del ministerio generó mucho interés. Estamos generando un núcleo de alto nivel de aplicación para determinadas industrias que se van a realizar en el país con nuestros científicos, dando lugar a un escenario favorable para la instalación de los centros de conocimiento que se instalen en Argentina.

-La crítica es que entre las mayores empresas casi no hay firmas locales y que las PyMES no tienen volumen ni cantidad como para que ese conocimiento pueda aplicarse al país.
-Se puede demostrar lo contrario viendo el trabajo que viene realizando el FONTAR, que es un organismo que depende de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica. Este fondo viene financiando desde hace más de 10 años la innovación en empresas PyMES. Hay alrededor de 2500 proyectos innovadores en 5 años que se están realizando en conjunto con el sistema científico tecnológico. Por ejemplo, una PyME del sector agrícola que produce maní en Córdoba decidió instalar una fábrica de carbón activado a partir de la cáscara. Hace poco anunciamos un ejemplo asociativo para la producción de vacunas Triple en La Plata para cubrir las necesidades locales y poder, eventualmente, exportar la producción. Tenemos ejemplos de PyMES productoras de maquinaria agrícola.

-Se cuestiona también la forma de medición del índice de impacto con que se evalúa el trabajo de los científicos. Dicen que las revistas que mejor califican son internacionales y cobran mucho dinero por publicar. Que, además, evalúan de acuerdo al interés y la concepción que esas naciones tienen en la ciencia.
-Dentro del CONICET hay un centro que se llama CAICYT que administra el portal Cielo y el Núcleo Básico de Revistas Científicas. Son portales de acceso gratuito de toda Latinoamérica, sobre revistas de producción científica local y regional. Existen medios que están publicando nuestros resultados científicos. Es inevitable que los científicos sean evaluados con parámetros del mismo tipo de los que se usan en el resto del mundo. Estos parámetros son muy estrictos y se evalúa a los científicos de acuerdo al número y la calidad de sus publicaciones, pero nuestro desafío es agregar otros criterios de evaluación complementarios. Estamos evaluando la forma en que concebimos los instrumentos de financiamiento. Hasta ahora eran instrumentos horizontales: se abría una ventanilla, competían científicos de distintas áreas del conocimiento por un financiamiento y con criterios de calidad se asignaban los fondos. Esto sigue existiendo, pero diseñamos otro tipo de instrumentos; se analizan las necesidades en un campo tecnológico determinado y de acuerdo a las necesidades y las capacidades que hay en el sistema uno puede llamar a la solución de un problema identificado claramente. El científico y el tecnólogo son dos personas diferentes, uno trabaja con la voluntad de hacer públicos sus resultados mientras que el tecnólogo lo hace sobre la base del secreto industrial. En un caso no hay un fin de lucro específico y en el otro si. Tenemos que apuntar a formar nuevas generaciones de tecnólogos que puedan participar en la generación de nuevas empresas de base tecnológica.

Norma Giarracca: control público
Integró, por esas cosas de la vida, el mítico equipo que secundó a Horacio Giberti en Agricultura en 1973. Proveniente de la Sociología, se hizo experta en temas rurales, pero como era de suponerse, tuvo que exiliarse en 1976. Volvió a la Argentina tras ocho años en el exilio en Inglaterra y México, y desde entonces es referente no solo en temas del campo (justo en estos tiempos) sino especialmente en cuestiones relacionadas con políticas científicas.

“Cuando yo regresé la país, en 1984, estuve entre los científicos que fueron al Conicet de la primera democracia–recuerda Norma Giarracca- en principio estuvimos Hilda Sabato y yo y luego quedé yo sola hasta el año 88”. Un paso que la socióloga no puede olvidar porque, dice, fue fundamental para su comprensión del problema. “Toda la experiencia que yo tengo acerca del sistema científico y los científicos argentinos viene de esos años”, apunta.

-La dictadura se había ensañado con los científicos ¿verdad?
- En gran medida si. La dictadura arrasó con la ciencia en el sistema universitario y había creado los famosos institutos dependientes del Conicet, que fueron fuentes de corrupción por el uso que se le dio a los préstamos del BID. La pregunta que nos hacíamos era qué había pasado con los científicos que habían quedado, qué era eso de que no habían visto, no habían escuchado nada de lo que ocurría. Yo siempre reflexioné sobre eso, qué importantes eran las instituciones para la conducta de los actores dentro de esas instituciones. Porque si las instituciones ponen determinadas reglas o practicas que no son éticas, es muy difícil mantener una ética individual.

-¿A qué se refiere concretamente?
-Hubo gente que tuvo una ética individual y no participó de los subsidios de la dictadura, pero la mayoría si participó. Y el Conicet no solamente estaba haciendo actos de corrupción sino que estaba profundamente comprometido con la represión. Se encontraron denuncias de jóvenes investigadores que después seguramente desaparecieron. Los personajes que tomaron la gestión de esos años era gente muy peligrosa. Cuando las instituciones no tienen control, el problema ético en la ciencia se hace muy grave.

-El tema es quien controla la ciencia.
-Aprendí de Benjamín Frydman, ya muerto, que conversaba de esos temas conmigo, por qué la ciencia tiene que estar en la universidad. En la universidad estamos todas las generaciones: los científicos, los profesores, los jóvenes estudiantes. Hay un mayor control de lo que se está haciendo, mayor interpelación, mayor interrogación. Qué estamos haciendo, para qué sirve. La ciencia no es un espacio santificado, no somos santos, somos seres humanos.

-Hay quienes señalan que la ciencia se esta privatizando en todo el mundo.
-Los convenios, las empresas, las corporaciones están, pero si sacamos la ciencia de la Universidad, como se piensa hacer con al edificio destinado al Ministerio, es un pasito más.

-Desde el Ministerio dicen que el conocimiento sirve para desarrollar la industria y el trabajo argentinos.
- Aún cuando se aceptara esto, la forma en que lo están diciendo me suena infantil. Hay una serie de mediaciones entre el momento de la economía y el momento de la ciencia, que pasan por alto. Creen que van a hacer ciencia útil e inmediatamente hay una empresa que va a hacer uso de ese desarrollo. En los años 70 se hablaba del modelo italiano, donde había una articulación muy directa entre algunos centros conectados con la ciencia para ayudar al desarrollo regional de los distritos industriales. Pero no estamos en la Italia de los 70, estamos frente a la estructura económica totalmente concentrada y los que están haciendo uso del sistema que se está armando son las grandes corporaciones. La pregunta que yo hago es realmente si las corporaciones necesitan de la tecnología generada en la argentina. ¿Por qué Monsanto está tan comprometido con el sistema científico educacional argentino?. Para mi es claro que quieren ingenieros para la soja y la transgenia. Para aplicar desarrollos que no están hechos acá. Los sacó incluso la revista Ciencia hoy, donde dice que solo el 2 % de la agricultura transgenica son artefactos generados y producidos en el país.

A.L.G.
(Para Acción, primera quincena octubre de 2008)

No hay comentarios: