Ensayo sobre la miseria
El portugués José Saramago no hubiera imaginado de modo más dramático este escenario de desesperación extrema que desde principios de setiembre viven los haitianos: robos de alimentos entre pobladores hambrientos, violencia desatada por peleas en torno de los artículos más esenciales -como algunas gotas de agua potable-proliferación de enfermedades contagiosas entre los miles de evacuados. “Esto es lo más cerca al infierno en la tierra”, fue el lapidario testimonio de la representante de la ONU en Haití, Hédi Annaba, luego de visitar Gonaives, tal vez la zona más pobre dentro del país más pobre del continente y donde en consecuencia se registraron los mayores daños, tanto en términos humanos como materiales.
Cierto es que el sector occidental de la isla La Española fue atravesado por una serie de impresionantes tormentas, al punto que se computaron tres fuertes huracanes en diez días. Pero las condiciones de miseria e imprevisión en Haití, una situación que viene de lejos, y la escasa disposición de organismos internacionales para encontrar otro tipo de soluciones que no pasen por desplegar la fuerza de paz que ocupa el inestable país caribeño desde 2004, no hacen más que, si no fomentar, al menos permitir este tipo de calamidades.
Las cifras estimadas de la tragedia no pueden ser más impresionantes: el paso sucesivo de los huracanes Gustav, Ike y Hanna y otras dos tormentas menores dejó un balance provisional de más de 600 muertos –algunos durante los vendavales, otros ahogados en las inundaciones posteriores, y muchos asesinados en el contexto de luchas entre pobres- y más de un millón de desplazados, con las casas destruidas y sin ninguna esperanza de cambiar su situación en breve, ya que una reconstrucción inminente suena ilusoria.
Las agencias de noticias internacionales resaltaron un ejemplo que ilustra sobre la cuestión: en el hospital ambulatorio instalado por Médicos Sin Fronteras (MSF) en el barrio Raboteau, de Gonaives, un hombre resultó “masacrado, su cabeza fue aplastada a golpes por una muchedumbre que lo creyó un ladrón”, según informó Massimiliano Cosci, jefe de esa organización en Bélgica. El desdichado había intentado visitar a un pariente internado con graves heridas. Los médicos, resaltó MSF, nada pudieron hacer para evitar el desenlace. Ni siquiera estuvieron en condiciones de entregar el cadáver, ya que no pudieron averiguar su lugar de residencia.
Olor a muerte
Pero ese no parece un problema inusual en la zona, según relatan los testigos de estos días terribles para Haití. Cuentan los cronistas que por las calles de las poblaciones devastadas se veían por todos lados cuerpos sin vida de seres humanos y animales. "El olor a la muerte es muy desagradable en Gonaives. El número de muertos podría ser enorme", contó el inspector Ernst Dorfeuille, jefe de la policía local. En la cercana de Cabaret, por caso, nadie abandonó su vivienda a pesar de las advertencias, porque, según le dijo un poblador al periódico The Miami Herald, “no teníamos adonde ir”.
En un contexto semejante, las caravanas con vehículos de ayuda humanitaria que a cuentagotas llegan a la isla, viajan escoltados por la policía o tropas de los cascos azules de la ONU. Son muchos los que tanto en Haití como en otros países cuestionan la intervención de la denominada Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH). El grupo militar, en el que intervienen efectivos de varios países –incluso Argentina- está coordinado por Brasil y fue desplegado en Haití en junio 2004 tras la destitución de Jean-Bertrand Aristide.
Para algunos, esto representa una odiosa intervención en los asuntos internos haitianos que en nada ayudó a la pretendida estabilización del país. Durante este período, además, hubo graves denuncias sobre excesos cometidos por las tropas ocupantes contra la población haitiana. El suicidio del general brasileño Urano Teieira da Matta Bacellar, en enero de 2006, fue considerado también una señal de que ese no era el mejor destino ni siquiera para los altos jefes de la misión. Bacellar, de 57 años, dirigía la MINUSTAH y se disparó su propia arma en un hotel de Puerto Príncipe, en circunstancias nunca aclaradas del todo, a pocos días de retornar de una visita a su familia, en Río de Janeiro.
Pero más allá de esas elucubraciones, en esta circunstancia en particular las críticas contra los organismos internacionales destacaron que es totalmente incorrecto culpar exclusivamente a la naturaleza por la devastación de Haití. Porque nadie parece haber hecho demasiado para tomar las previsiones del caso luego del alerta del Centro Nacional de Huracanes ubicado en Florida (EE.UU.), que había informado sobre la inusitada violencia que habrían de tener las tormentas que normalmente azotan la región para esa época del año.
Como prueba de estas palabras, los críticos acercan datos sobre lo que la cadena de tempestades dejó en otras zonas cercanas: en Santo Domingo, que comparte la isla, si bien la violencia ciclónica fue menor, produjo un par de muertes, en un caso por una palmera que cayó sobre un automóvil. En Estados Unidos ,a cifra trepa a los 40 muertos. En cambio en Cuba, donde se habían preparado para lo que fue la peor tormenta en 48 años, la cantidad de muertes no llegó a la decena. Hubo varios pueblos inundados y daños a unas 320.000 viviendas en la isla, de las cuales unas 30.000 resultaron derrumbadas. Pero claro, ante la información de lo que se venía ordenaron evacuar ordenadamente y tomaron las previsiones de manual que corresponden para estos casos. Un viejo documento de la ONU, de 2004, destaca que el riesgo de morir en Cuba por un huracán era más de 15 veces menor que en Estados Unidos y 81 veces que en Haití.
Mafias
El huracán Ike, uno de los más violentos esta temporada, alcanzó vientos sostenidos de casi 230 kilómetros por hora. El gobierno haitiano había reconocido que varias zonas del país permanecían a una semana del cataclismo incomunicadas por la caída de puentes y por la destrucción de carreteras. Oficialmente se habló en forma genérica de “varios miles de damnificados”, aunque en forma extraoficial se hacía ascender ese número a casi un millón, cerca de la mitad de la población total de la nación. El Subsecretario General de la ONU para Asuntos Humanitarios, John Holmes, definió la situación de Haití como “verdaderamente desesperada”. Holmes calculó, de acuerdo a los informes de los representantes de ese organismo, que el país necesitaría una ayuda urgente de unos de 100 millones de dólares para recuperarse de los consecuencias de los ciclones.
La flamante primera ministra de Haití, Michèle Pierre-Louis, reconoció a su turno que había problemas para la distribución de la ayuda entre los damnificados. Más aún, admitió que parte de la ayuda no está llegando a los afectados y que grupos a los que no identificó armaron estructuras de tipo mafiosas para hacerse de artículos de primera necesidad que llegan al país para venderlas luego a los desesperados (que pueden juntar dinero a como dé lugar). "Cada vez que hay situación de emergencia, los malhechores se aprovechan", justificó en una rueda de prensa en la capital haitiana. Pierre-Louis enfatizó que en Gonaives "hay personas que confiscan las donaciones para venderlas". La funcionaria se comprometió ante los periodistas en que apelaría al uso de la fuerza pública para corregir esos desmadres. Algo que sonó virtualmente imposible de sostener en este clima de disolución de los valores sociales que se extiende en la nación desde hace décadas.
Oscuros pronósticos
Desde hace añares, Haití enfrenta un escenario de miseria del que parece no haber salida. En abril pasado, el país fue noticia por las violentas protestas de la población frente al alza exorbitante en el precio de los alimentos de primera necesidad y los combustibles. Se registraron al menos cinco muertos y el primer ministro Jacques Edouard Alexis tuvo que renunciar. Su reemplazante, la economista Michele Pierre-Louis, asumió recién el 5 de setiembre pasado, cuando el vendaval ya se había esparcido en Haití con su secuela de destrucción.
Entre las prioridades que deberá enfrentar la primera mujer en ocupar ese cargo en la nación está justamente el control de los precios. Y los informes económicos no le son favorables, ya que se auguran nuevas hambrunas en los meses siguientes por la pérdida de gran parte de la cosecha de arroz, el principal alimento de los nativos.
La ciudad portuaria de Gonaives, la más afectada por el temporal, es precisamente la capital de la región arrocera de Artibonite. Según la ONG Christian Aid, cerca de la tercera parte de la producción anual de arroz del país, que asciende a unas 60.000 toneladas, resultó destruida por las inundaciones. Las protestas de abril pasado podrían, a partir de este dato, convertirse en mera anécdota frente lo que se avecina si el presidente René Préval no toma esta vez las medidas adecuadas.
A.L.G.
(Publicado en Acción Nº 1011)
Primera quincena octubre 2008
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