Recambio presidencial
Una potencia empantanada en una guerra de la que nadie sabe cómo salir sin seguir enterrándose y conflictos latentes en todo el planeta, un déficit económico colosal que haría palidecer a cualquier gobierno neoliberal del planeta –o incluso dejaría al país fuera de los acuerdos de la Unión Europea- más una crisis financiera que tal vez aún no mostró todo su potencial. Y el avance persistente de potencias globales con capacidad para discutir en pocos años el diseño del mundo. Sólo para comenzar la cuenta, esas son algunas de las joyas que recibirá el futuro presidente de los Estados Unidos ni bien reciba el bastón de mando.
Por lo pronto, la situación económica del país es un polvorín a punto de estallar que solo a fuerza de fuertes dosis de intervención estatal pudo campearse por ahora, arrastrando a gran parte de la solvencia del conjunto de los países desarrollados. Como ocurrió con el salvataje de los dos gigantes de préstamos, Fannie Mae y Freddie Mac, responsables de la crisis de las hipotecas de un lado del Atlántico, que dejó temblando al mercado inmobiliario en el viejo continente. Y que amenaza con provocar la caída de otras entidades crediticias a lo largo del hemisferio norte.
El otro punto oscuro en el futuro norteamericano es el de las cuentas públicas. Se acusa a la cúpula dirigencial que secunda a George W. de haber echado a andar “la maquinita de imprimir dólares” para financiar las guerras como último recurso. Como dato, algunos analistas señalan que el dólar actual sólo representaría el 5 % del que tenía en 1913, cuando se fundó la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos.
La deuda nacional —la acumulación total de los déficits presupuestarios anuales— ha subido además en forma asombrosa desde que George W. Bush asumió la presidencia en enero del 2001 y superará los 12,5 billones cuando deje el cargo en enero del 2009. Habría que tomar nota de esta cifra, porque es de un informe que elabora regularmente la CIA, The World Facbook, en que figuran los números fiscales y poblacionales de todos los países del planeta.
Allí, en un cómodo primer lugar, figura como el gran deudor internacional la patria de Bush, seguido de no muy lejos por Gran Bretaña. Lo más destacado es el incremento de esa deuda, que pasó -según esa fuente privilegiada- de 862 mil millones de dólares en 2003 a 1,4 billones en 2004 para trepar luego en forma monstruosa a 8,8 billones en 2005. Un salto, destaca la agencia de los espías estadounidenses, de 531,21 % en solo un año, en coincidencia con el desarrollo de la invasión y la ocupación de Irak, a partir de marzo de 2003. La cifra de 12,5 billones corresponde a la proyección para este año fiscal que hizo la CIA en mayo pasado y representa una deuda personal de cada habitante de EE.UU de casi 42.000 dólares.
Gran parte de esa deuda está integrada por bonos en poder de chinos, coreanos, japoneses e ingleses, con lo que un eventual default llevaría a una verdadera calamidad a nivel planetario nunca vista en la historia del capitalismo. La herencia para Barack Obama o para John McCain, en este terreno, es un sayo verdaderamente corto de sisa. Porque el futuro presidente será comandante de la potencia militar del mundo, pero con un riesgo país que viene bajando de “AAA”, el más alto, a “AA”, según le evaluación de la conocida Standard & Poor’s. Lo que implica que más temprano que tarde puede perder la capacidad de conseguir crédito fácil para financiar sus aventuras expansivas.
Clima bélico
La delicada situación política internacional, en ese sentido, no es un tema menor para el próximo ocupante del Salón Oval, que enfrentará un clima de inestabilidad permanente en Irak, más una creciente conflictividad en Afganistán, agravada por la situación en Pakistán luego del asesinato de Benazir Butho. En este contexto, tal vez el polvorín en Georgia sea la frutilla que faltaba al postre. Una frutilla que se extiende a lo largo de oleoductos que atraviesan países con poderío nuclear, nada menos.
A nivel militar el descontento de la población es creciente. Y se relaciona con la respuesta ensayada por Bush a los ataques a las Torres Gemelas del 11 de setiembre de 2001. No sólo por el fuerte descenso en las libertades individuales que implican las nuevas políticas de “seguridad” y espionaje (con su secuela de violaciones a los Derechos Humanos en Abu Ghraib y Guantánamo, por nombrar algo), sino porque se amplía la base de población que cuestiona el hecho mismo de destinar tropas a morir en territorio irakí en la defensa de intereses que cada vez más son vistos como los de las empresas multinacionales.
Es demostrativa la cantidad de soldados de los ejércitos invasores que directamente deciden desertar para no volver a inmiscuirse en terreno peligroso, ya sea en Irak como en Afganistán. Es así que se comienza a extender el término que se aplica en inglés para denominar a los soldados que ya no creen en los beneficios de defender las banderas del imperio: Awol, sigla que corresponde a absent without official leave, ausente sin permiso oficial. Un Awol es un recluta que falta a su base de destino por más de 30 días. En esa situación quedaron más de mil británicos sólo en los primeros cuatro años de contienda y unos 8.000 estadounidenses hasta 2006, con un promedio de más de tres mil cada año.
Protocolos al margen
Otras áreas de conflicto que deberá enfrentar el nuevo habitante de Washington son también resabios del estilo que encabezó durante estos ocho años George W. Como su cuota de responsabilidad en el estancamiento de la negociaciones en la ronda de Doha y la negativa de su gobierno a adherir al Protocolo de Kioto, una normativa internacional para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Punto conflictivo si los hay, desde el momento en que la Unión es el mayor contaminador del planeta, responsable de una cuarta parte del total del emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonados, perfluorocarbonados y hexafloruro de azufre.
Los (bajos) fondos del imperio, aunque en sentido territorial, también habrán de preocupar al heredero de Bush, sin ninguna duda. Porque el rotundo revés al lanzamiento del ALCA en Mar del Plata y las dificultades que tuvo la cúpula dirigente para imponer Tratados de Libre Comercio (TLC) a nivel individual implicarán seguramente un rediseño de la política a nivel regional. No escapa a este análisis la percepción que se tiene en los despachos del poder central sobre gobiernos como los de Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, a los que se suma la no demasiado agradable recepción a las propuestas estadounidenses en el resto de las naciones de esta parte del mundo.
En resumen, el legado con que se encontrará el sucesor de George Walker Bush el 20 de enero próximo será de tal magnitud que, bien mirado, el premio mayor en las elecciones de noviembre tal vez sea para el que no pueda acceder a la Casa Blanca. A menos que quien lo haga sea un empecinado optimista que piense en sacar a ese país de lo que parece una decadencia lenta pero constante a favor de los nuevos jugadores que amenazan ese poder: China, India, Rusia y hasta Brasil.
A.L.G.
(Publicado en Acción Nº 1010)
Segunda quincena setiembre 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario