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Filtraciones celestiales

Desde que Joseph Ratzinger fue ungido Papa, hace siete años, no cesan de aparecer escándalos para la Iglesia que comanda con mano trémula. Este cardenal alemán era el natural continuador del polaco Juan Pablo II, al que cuidó las espaldas por más de 20 años como un bastión ultraconservador, y mucho ayudó desde la Santa Sede a la caída del bloque socialista. Pero desde que se consagró como Benedicto XVI su pontificado debe enfrentar todo tipo de cuestionamientos, desde la pedofilia enquistada por décadas en muchos pliegues de la Iglesia, hasta el entramado financiero que continúa provocando dolores de cabeza en el Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como el Banco Vaticano. Y ahora, cuando ya cumplidos los 85 años se aprontan las fichas para una sucesión que por cuestiones de edad puede ser inminente, las intrigas en su entorno alcanzan ribetes novelescos.



PROBLEMAS. Benedicto XVI padece la situación, junto con el secretario privado del Vaticano, el italiano Tarcisio Bertone.

Con todos esos ingredientes un periodista italiano, Gianluigi Nuzzi, armó el libro Sua Santità, donde destapa con profusión de datos y documentos un panorama de lo que ocurre en el Vaticano, desde hace por lo menos diez años, con un grupo de cardenales que manejan la organización religiosa más poderosa del mundo atravesada por la más increíble gama de intereses terrenales y en medio de fuertes disputas entre sectores que se niegan a adecuar la dos veces milenaria institución a los tiempos que corren.
Como aquellos documentos –que fueron comidilla en los medios más importantes del mundo– son indesmentibles, una investigación interna determinó que hubo un culpable de las filtraciones, que por esas cuestiones de la oportunidad se dieron en llamar Vatileaks, y que el «soplón» no podía ser otro que el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele. Conocido como Paoletto, este italiano de 46 años que, según su abogado, se mostró arrepentido luego de haber pasado 50 días en prisión, pidió disculpas al Papa, al que jura adorar y servir con fruición desde hace seis años y al que asegura haber querido ayudar con la difusión de informes sobre las amenazas que se ciernen sobre su reinado.
En este thriller, uno de los más destacados protagonistas es el secretario privado del Vaticano y camarlengo del Papa, su hombre de confianza en Roma, Tarcisio Bertone, quien ni bien se conocieron esos documentos sostuvo ante la prensa que el Vatileaks es un «ataque con fines determinados contra el Papa». El camarlengo es el administrador de los bienes e ingresos de la Santa Sede. Pero entre sus funciones está la de certificar burocráticamente la muerte del Papa, organizar el proceso sucesorio y regir los destinos de la Iglesia hasta la designación del nuevo Pontífice.

Rebelión purpurada

Este nuevo bochorno papal salió a la luz cuando se difundieron una serie de cartas enviadas a Ratzinger por el nuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo María Viganò, en las que alertaba sobre diversos casos de corrupción y mala gestión en el Vaticano. Fue la punta del iceberg que removió el avispero mientras el libro de Nuzzi estaba en imprenta. La publicación de Sua Santità mostró más documentos pacientemente conseguidos, según el autor, luego de encuentros casi furtivos con informantes a los que identificó bajo el nombre genérico de María, aunque los medios ya habían bautizado al Garganta Profunda de la Iglesia romana como Il corvo (El cuervo). Lo que vino después fue un vendaval mediático que tiene muchos puntos en común con los de hace un año, cuando las denuncias de abuso de menores generaban repulsión en todo el planeta. En este caso, mucho contribuyeron el diario alemán Die Welt y el italiano La Repubblica.
No fue casualidad que a fines de mayo, una semana después de la aparición del libro, Paoletto haya sido detenido, bajo cargos de espionaje. Y unos días más tarde haya caído en desgracia Ettore Gotti Tedeschi, el presidente del Banco Vaticano. Una seguidilla que sólo se explica por la veracidad de la información y de las especulaciones que se hacen en torno de la casa de San Pedro.
Para investigar las filtraciones, Ratzinger nombró una Comisión Cardenalicia presidida por el español Julián Herranz, de 82 años, ex presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos; el eslovaco Jozef Tomko, prefecto emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, de 88 años; y el italiano Salvatore De Giorgi, ex arzobispo de Palermo, Italia, de 82. La acusación recayó solamente sobre el mayordomo, un romano que vive con su esposa y tres hijos en el Vaticano y siempre luce impecable.
Pero La Repubblica reveló las sospechas respecto a Ingrid Stampa –ama de llaves de Ratzinger–, al obispo alemán Josef Clemens y al responsable de los discursos papales, el cardenal Paolo Sardi, todos de estrecha y cotidiana relación con Paoletto. Pero también sobre Bertone y otro personaje no menor en esta conjura: el secretario personal de Benedicto, el alemán Georg Gänswein. El atlético cardenal germánico es signado como enemigo de Bertone pero también guarda recelos con los tres implicados en esta nueva denuncia, que fueron prontamente borrados de la cercanía del Papa, lo que para los medios que conocen el entramado Vaticano es suficiente prueba de que algo tienen que ver en el entripado al que no dudaron en llamar «la rebelión de los cardenales».
Barrido y limpieza

La otra pata de este enredo se relaciona con el manejo de los fondos de la Iglesia, que allá por las postrimerías de la década del 70 pusieron a Roma en el candelero, primero por la sospechosa muerte de Juan Pablo I y más tarde por la caída de Banco Ambrosiano y las oscuras relaciones del arzobispo Paul Marcinkus –que era el titular del IOR y se lo conocía como el «banquero de Dios»– con la Logia P2 y el manejo de dinero de la mafia italiana.
Ahora el que cayó en desgracia, aunque con menos estrépito –tapado por la oportuna ebullición del Vatileaks– fue Gotti Tedeschi , un economista vinculado con el Opus Dei que tuvo que renunciar luego de que, según información oficial, el consejo de vigilancia del IOR le hizo una moción de censura porque «no había cumplido determinadas labores de extrema importancia» para la institución. Sin aclarar demasiado a qué se refieren esas labores, aunque con la sospecha mediática de que se estaba hablando entre líneas de lavado de dinero. Gotti Tedeschi era el hombre que con su llegada al IOR en 2009 iba a terminar de hacer el trabajo de limpieza de un banco bastante enturbiado por las anteriores gestiones. Lo que no se sabe es si no pudo, no quiso o en realidad sí estaba cumpliendo la tarea y fue eyectado por los enemigos internos que se granjeó en el camino.
Como sea, unos días más tarde se anunció que el IOR había pasado una prueba clave del Consejo de Europa sobre transparencia financiera, aunque con un tirón de orejas por la «baja efectividad» de sus supervisores bancarios y su escasa capacidad para rastrear transacciones sospechosas. La llamada Comisión Moneyval, de todas maneras, celebró que la curia romana cumpliera «a la letra, o con un grado elevado, 9 de las 16 recomendaciones internacionales claves y fundamentales» para combatir el lavado de dinero y la financiación del terrorismo.
El problema está en los otros 7 puntos que quizás trabaron la tarea higiénica de Gotti Tedeschi. Que aquí se vuelve a cruzar con Paoletto, quien, según su abogado, fotocopió y compartió documentación reservada como «un acto de amor hacia el Santo Padre (…y para) colaborar con el Pontífice en un trabajo de limpieza dentro de la Iglesia».

Revista Acción
Agosto 15 de 2012

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