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Katiuska Blanco, la biógrafa de Fidel


Comenzó su carrera como corresponsal de guerra en Angola, siguiendo los pasos de algunos históricos revolucionarios cubanos.  «Pienso en hombres como el Che –dice–, que hizo como guerrillero una labor tremenda y al mismo tiempo con su diario hizo una labor periodística. Fue él quien fundó Radio Rebelde en la Sierra Maestra. Pero antes del Che también habíamos tenido otros combatientes, por ejemplo, los de la independencia de Cuba, que fundaron el diario Cubano Libre. Otro antecedente fue Ernest Hemingway. Para nosotros, en la carrera de periodismo en Cuba, Hemingway era una personalidad venerada». Lejos ya de las trincheras africanas, Katiuska Blanco está escribiendo la biografía del líder de la Revolución Cubana casi mano a mano con él. Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo es un trabajo de «largo aliento», que en los primeros dos tomos «apenas» llega hasta el 1º de enero de 1959, cuando los barbudos combatientes llegaron a La Habana para sellar el fin de la dictadura de Fulgencio Batista y el triunfo de la revolución.
–¿Angola era una opción natural para una joven periodista en ese momento?
–No resultaba tan extraño querer hacer periodismo de calidad en una contienda bélica. Además, la participación cubana en Angola era solicitada por el pueblo angoleño contra la invasión sudafricana. No era cualquier lugar sino la Sudáfrica que venía del apartheid. Por lo tanto, también tenía desde el punto de vista social, una razón de peso, profunda y también de lucha contra la discriminación racial. Por otro lado, yo recuerdo que cuando estaba en tercer año de la universidad había tenido lugar en Cuba el Sexto Pleno de la Unión de Periodistas de Cuba, presidido por Fidel. Junto con eso hubo una reunión de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba que enmarcó de alguna manera lo que después él llamó «avanzar por el camino correcto». Fue tan importante para Fidel la retroalimentación que recibió de los intelectuales y de los periodistas que eso definió, de alguna manera, un rumbo distinto en el desarrollo de la revolución. Se llamó también la etapa de la «rectificación de errores». Esto fue en 1985. Yo me gradué en 1987, pero pude participar como estudiante de tercer año de periodismo en encuentros como delegada por la universidad. Ahí tuve la oportunidad de conversar con el Comandante, de hacerle unas preguntas sobre el tema de la orientación...
–¿Era la primera vez que estaba con él?
–No, yo no lo cuento como la primera vez que estuve con Fidel porque él presidía la mesa y yo estaba como una delegada más en una sala del Palacio de las Convenciones. Pero sí creo que le mencioné el hecho de que a veces llegábamos al quinto año de la carrera y no teníamos muy definido el medio en el que íbamos a ir a trabajar. En Cuba tú terminas la universidad y el Estado te emplea. Yo pensaba que había que buscar la manera de que el estudiante supiera con cierta antelación en qué medio iba a estar para que pudiera profundizar los conocimientos específicos de ese medio.
–¿Y qué ocurrió?
–Le hablé del Congreso, porque allí se acordó que los jóvenes graduados tuvieran una especie de entrenamiento después de la carrera. Para ese entrenamiento se escogía a los que habían tenido mejores resultados y también a los más integrales. En Cuba, la selección de los mejores no la hacen los profesores ni los profesionales sino que los propios estudiantes son quienes eligen a los que están indicados en el escalafón, que no incluye sólo los resultados sino que es una discusión de la asamblea estudiantil. Recuerdo que me gradué el 16 de julio de 1987, el 3 de agosto comencé un curso de cámara de cine y de cámara fotográfica en los estudios fílmicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el 3 de setiembre terminamos el curso y el 13 nos montamos en el avión y nos fuimos para Angola.
–No hay muchas mujeres corresponsales de guerra. ¿Cómo fue esa experiencia en África?
–Estuve un año en escenarios de guerra. En Angola no siempre se trataba de una guerra convencional de estas que salen en las películas, sino que allí se la conocía como «la guerra de las minas», por las minas antipersonales y antitanques. No presenciamos una guerra común aunque sí había emboscadas en los caminos y demás. Por supuesto había que ir armados a todas partes. Uno iba con un arma de defensa personal, una pistola, porque era un oficial. Todos los estudiantes de periodismo en Cuba en esa etapa tenían entrenamiento militar y salíamos con el grado de tenientes. Era una guerra aburrida y al mismo tiempo no lo era, porque había hostigamiento. Escribí hace mucho tiempo una crónica titulada El sur en la memoria o algo así. Porque el sur era el territorio del espanto. Allí pasaban cosas tremendas. Estaba la invasión sudafricana pero también estaba el Movimiento Unita, apoyado por Estados Unidos y Sudáfrica. No voy a decir que no tuve temores, porque el que diga eso está mintiendo, pero el temor más grande que sentía era pensar en que a mi mamá y a mi familia les llegara una mala noticia. El sufrimiento que iba a causar si a mí me pasaba algo. Aunque a veces siento que era un amuleto para el grupo y que donde yo iba no pasaba nada.
–¿Era así?
–Creo que sí porque no me ha ocurrido nada. Y eso que fui a lugares difíciles. Estuve en un avance hacia un lugar que se llamaba Techipa, que los cubanos decían «Techipa te chupa» por lo malo que era. Hubo allí hostigamiento de E5 y E6, un tipo de artillería donde los proyectiles penetran en los refugios. Si no están bien construidos el proyectil penetra y se expande. Entonces, había que hacer los refugios con gruesos troncos, tierra, gruesos troncos, más tierra y así sucesivamente para que no causaran daños. Tuve compañeros que cayeron en esta guerra.
–¿Todos los días tenía que escribir algo?
–Sí, casi siempre. Aunque yo era muy joven, estaba recién graduada, y las fotos me salían muy mal. A veces mis trabajos no se publicaban. Todavía hoy digo que primero me muero antes que publicar de nuevo aquello que escribí porque era muy elemental. Las crónicas de Angola tenían el mérito de exaltar el valor de los jóvenes cubanos, que estaban allí cumpliendo una tarea de solidaridad muy grande.
–Todavía no llegamos al momento en el que conoció a Fidel.
–Al regreso de Angola comencé a trabajar en el periódico del partido, el Granma. Me tocó cubrir en muchas oportunidades actos oficiales, encuentros y recorridos con Fidel. Yo atendía las secciones Juventud, Familia, Educación y demás. Había escrito un trabajo que se llamaba La secundaria básica. El eslabón más débil. Fidel empezó a preguntar sobre esa parte de la educación, sobre el desarrollo de la secundaria básica en Cuba, porque era el nivel con mayores dificultades, no sólo en Cuba sino en el mundo entero. Fidel me consultó y yo respondí algo que había escrito, que había estado investigando, hablando con maestros y demás. Y de pronto me dijo: «¿Tú eres docente o especialista en secundaria?». Le dije que era periodista de Granma. Luego me preguntó mi nombre, y cuando le dije Katiuska, quiso saber cuándo me pusieron ese nombre. «Creo que el día en que nací», le contesté, en 1964. Y le conté la historia de por qué me llamaba Katiuska (ver Un nombre...). Luego pasaron años sin verlo hasta que fui a una expedición de la juventud que reeditaba el viaje del Granma. Fuimos a México e hicimos la trayectoria marítima del Granma...
–¿Quiénes hicieron ese viaje?
–Eran jóvenes cubanos. Yo iba como periodista. Con las crónicas que escribí para el periódico, ampliadas, se publicó el libro Después de lo increíble. Los compañeros de la juventud, a fin de año, me dicen: «Katiuska, envíanos dos ejemplares que ese va a ser el obsequio de la juventud cubana a Fidel y a Raúl por el aniversario del triunfo de la revolución». A los pocos días, en enero de 1993, Fidel me convocó al Palacio de la Revolución y en un momento me dice que le habría gustado hablar conmigo antes de que el libro se publicara para contarme lo sucedido. En ese momento comenzó una extraordinaria evocación de aquellos hechos. Lo vi varias veces más hasta que en 1996 me invitó a ir a Birán (su lugar de nacimiento).
–¿Eso es lo que narra en Guerrillero del tiempo?
–Claro. Es la etapa en la que empiezo a trabajar, primero como periodista y después como investigadora, en la oficina del vocero de la Cancillería cubana. Al mismo tiempo que hacía mi trabajo investigaba sobre la vida de Fidel, la genealogía, el ambiente, la vida en Birán.
–¿Se fue dando la idea del libro o lo tenía como proyecto?
–Primero se dio a raíz de que él me invitó a ir a Birán. Fidel me dijo: «Vamos y después con eso tú haces lo que quieras». Alguien que estaba al lado mío me dijo: «Deberías hacer algo de largo aliento». Yo me quedé con aquella frase, que para mí es muy poética por la musicalidad de las palabras. Me pregunté: ¿qué será largo aliento? ¿Una crónica de 4 cuartillas, de 15? ¿Un reportaje de 100 páginas? Y cuando hablé con Guillermo Cabrera Álvarez, un maestro de periodistas en Cuba, me dijo: «Katiuska, haz un libro sobre Fidel en Birán. Si cuentas el lugar donde vivió, la gente que lo rodeó, lo que lo marcó, estás contando a Fidel, estás narrando el perfil de Fidel». Así empezó. Ese libro se publicó en 2003 y se llamó Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz. No lo escribí pensando en hacer una biografía, pero de alguna manera, fui siguiendo a Fidel.
–¿Recogió testimonios de gente del lugar, de familiares…?
–Entrevisté a prácticamente todos los hermanos de Fidel en Cuba. A la hermana mayor, Angelita; Agustina Castro, su hermana menor; entrevisté a Raúl cuando faltaban pocos días para terminar el libro, porque me faltaba nada más su testimonio para tener determinadas precisiones. Porque las cronografías, los estudios en las oficinas en las que investigaba casi siempre eran sobre Fidel. Yo me preguntaba dónde está Raúl en toda la historia de Fidel. El libro se hizo con eso, con indagaciones, revisando los diarios de la época, incluso antes de que Fidel naciera. Porque el libro empieza con un capítulo que se llama «Ángel», que es la narración de la vida del papá de Fidel, desde que nació en España.
–¿En qué lugar de España?
–Una aldea gallega llamada Láncara, en la provincia de Lugo. En España, Castro no es cualquier cosa. Si buscas en las enciclopedias encuentras «la cultura castreja». Castros eran los asentamientos humanos de los celtas en España. Y sobre los vestigios de las ruinas de los celtas se edificaron los castillos romanos. En un determinado momento los nombres de las familias es «del castro tal o cual» hasta que el Castro terminó siendo un apellido. Los castros existen en toda España, pero Galicia es donde hay mayor número. Estos castros celtas tenían una característica: el gran desarrollo de las edificaciones defensivas y su capacidad de resistencia. Para nosotros esto tiene un doble simbolismo. Porque Cuba ha resistido y ha desarrollado una capacidad muy grande de defenderse. Nunca fue un país agresor, por el contrario, fue invadido, ocupado y colonizado.
–Asombrosa coincidencia, ¿no?
–Esta investigación propició, de alguna manera, que comenzara a trabajar en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, creada por la guerrillera Celia Sánchez Manduley. Ella comenzó guardando en su mochila papelitos de la contienda o de la guerrilla y cuando éstos ya no le entraban, los dejaba en custodia de campesinos. Así se conservaron todos los documentos del Che, de Fidel, los partes, los mensajes, las comunicaciones, las órdenes que emitían. Todo eso se le debe a Celia.
–¿Cómo surge la idea de hacer una biografía de Fidel?
–Creo que Fidel tenía esa idea desde hacía bastante tiempo. Nosotros conversábamos mucho. Ya para 2009 habíamos trabajado en conjunto en cosas que él quería que yo velara en lo que respecta a la edición de libros, enmiendas y todo eso.
–¿Ya había salido el libro de Ignacio Ramonet sobre Castro?
–Sí, ya estaba publicado. A veces nos pasábamos seis meses sin conversar y otras conversábamos una semana seguida.
–Da la sensación de que cuando se enfermó, se apuró en dejar testimonio.
–Sí, en aquel momento a Fidel le preocupaba cumplir la palabra dada a Ramonet y terminar el libro. Se había dado cuenta de que al transcribir había habido errores de comprensión y entonces había habido datos que presentaban errores. Él quería leer el libro, revisarlo y que quedara una cosa bien hecha. Además Ramonet le había insistido mucho para que lo hiciera y él, por cuestiones de trabajo, no había podido. Creo que Fidel tenía esa gran preocupación porque conocía el riesgo que corría.
–Fue cuando emprendió la tarea de esta biografía que usted escribió.
–Claro. Lo que me conmovía era que más que preocupado por su vida o por vivir o morir, era el rigor y la seriedad que debía tener ese testimonio. Eso es una cosa propia de un hombre que no le tiene temor a la muerte. A partir de una de esas conversaciones que teníamos me dijo: «¿Por qué no me preparas un cuestionario inquisitorio?». Empecé a preparar un buen número de preguntas y fuimos articulando los capítulos. Yo le iba enviando los cuadernillos y él los revisaba. Nunca hizo una enmienda en las preguntas. Que las podría haber hecho porque después de todo, ¿qué soy yo al lado de un hombre de la dimensión de Fidel? Siempre digo y he repetido cuando me preguntan «¿por qué a ti?”», que eso demuestra la humildad de Fidel. Porque podría haber aspirado a que alguien consagrado, no sólo en Cuba sino a nivel internacional, fuera el destinatario de la narración de su historia.

Revista Acción
Noviembre 15 de 2012

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