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Londres, capital del escándalo financiero

Londres, capital del escándalo financiero

Cuando el 16 de setiembre de 2008 el muy respetable banco Barclays anunció la compra del sector Mercado de Capitales, Fusiones y Adquisiciones del quebrado Lehman Brothers, los principales medios financieros del mundo dejaron escapar un suspiro de alivio. Parecía que la bancarrota más grande en el mundo de las finanzas internacionales desde la crisis del 30 encontraba su cauce desde el propio mercado, una señal alentadora ante un cataclismo que se aventuraba trágico.



TRADICIONAL. El banco fue fundado en 1690 y ahora está en la picota por las denuncias de fraude. Moody’s le bajó la calificación.

El Barclays, nacido en 1690 cuando John Freame y Thomas Gould abrieron las puertas de su primer local en Lombard Street, Londres, creció hasta contabilizar operaciones en más de 50 países del mundo y unos 147.000 empleados. Ahora se había quedado con activos de Lehman valuados en 72.000 millones de dólares y pasivos por 68.000 millones pagando apenas 1.750 millones. Además, incorporaba a cerca de 10.000 de los 25.000 empleados de la firma.
Ese día, también, el estadounidense Bob Diamond ascendía a la cima de su carrera: luego de sus inicios en Morgan Stanley y First Boston y tras 10 años en la cabecera neoyorquina del Barclays, donde había ingresado en 1997, era el factótum de un negocio que colocaba al banco londinense, el segundo en su país, en la cima del mundo. El paso de Diamond a Londres no se hizo esperar pero al mismo tiempo comenzó una exposición pública que en pocos años lo llevó a lo que bien puede ser una caída definitiva, luego de asumir que la entidad que dirigía con espíritu de conquista había manipulado cifras de la tasa de referencia para, entre otras cosas, parecer más solvente de lo que en realidad era.
La otra parte de esta historia incumbe al ex primer ministro británico Gordon Brown. El líder laborista, ministro de Hacienda de Tony Blair, fue el artífice de la liberación del mercado financiero en el Reino Unido que en ese mismo año, 1997, instaló a Londres como uno de los principales centros financieros del mundo. Algo que cuando Brown se postulaba para suceder a Blair, en 2007, cuando ni se sospechaba que los préstamos inmobiliarios se convertirían en una pesada carga para el planeta, usó como argumento de campaña.
Durante ese período el Barclays bajo el mando de Diamond se jactaba de pagar los mejores salarios y de celebrar cada operación con el mejor champagne. Este descendiente de irlandeses nacido en Massachusetts fue el niño mimado –si se puede llamar así a un señor que a fines de julio cumplió 61 años– de las publicaciones de vanidades a ambos lados del Atlántico. La fiesta, a la vista de la tormenta que fueron despertando los créditos «tóxicos», duró bastante. Pero al igual que los diamantes (como ironizó la revista The Economist, jugando con el apellido del CEO de Barclays, Diamond, y la película de James Bond) no fueron eternos y desde hace tiempo los organismos de vigilancia financiera de Estados Unidos y Gran Bretaña venían investigando el papel de la entidad londinense en la manipulación de las tasas Libor y Eurolibor. Un escándalo que estalló a fines de junio y que tiene imprevisibles consecuencias para todo el sistema financiero global.

Falsa solvencia

La London InterBank Offered Rate (tasa ofrecida entre bancos de Londres o Libor) es el interés que se utiliza como referencia para préstamos entre bancos, privados o incluso a países. Se supone que señala la tasa a la que se prestan las entidades entre sí teniendo en cuenta las variables del mercado cada día y las necesidades de efectivo de cada una de ellas. Se utiliza desde 1986 y se publica diariamente a través de la Asociación de Banqueros Británicos. Un punto más o menos de esta tasa implica que el movimiento de miles de millones de dólares pueda variar en sumas siderales.
Hay dos aspectos por los que alguien que tuerce a voluntad esos índices puede ganar fortunas para sí o para terceros. Una es subiendo los intereses artificialmente cuando una entidad tenga que prestar, o bajándolos de un modo conveniente cuando tenga que tomar dinero del mercado. La otra cuestión, que fue relevante durante el crecimiento de la burbuja financiera, es que el «mercado» interpreta como debilidad financiera que una tasa crezca desmesuradamente, ya que indica que alguien está saliendo a captar fondos. Por el contrario, una tasa baja crea una sensación de fortaleza que los números no necesariamente sustentan, como parece haber sido el caso del propio Barclays.
Un documento del departamento de Justicia de Estados Unidos reveló que una red de traders a ambos lados del océano «conspiró para influir sobre las tasas» libor y su versión europea, la Eurolibor entre 2005 y 2009.
Fue entonces cuando los organismos de control financiero estadounidenses y británicos multaron al Barclays por más de 450 millones de dólares y abrieron sus archivos para una investigación judicial. Paralelamente, en Gran Bretaña una comisión parlamentaria llevó al banquillo a la cúpula del banco y ya provocó la renuncia de tres de sus popes, incluido el financista estrella, Diamond.
Además, el primer ministro conservador David Cameron –el mismo que se negó a firmar el Pacto Fiscal con Europa para no acceder a controles financieros, porque podría conspirar contra Londres como centro financiero mundial– tuvo que romper su pacto con los mercados y prometer nuevas regulaciones. También se pusieron bajo análisis otras entidades de relevancia internacional, entre ellos el nacionalizado Royal Bank of Scotland (RBS) y las sedes estadounidenses del Bank of América, el Citigroup, el Morgan Chase y el Deutsche Bank, por nombrar a algunos.

Sospechas con fundamento

Desde antes de que estallara la burbuja, las autoridades reguladoras sospechaban que algo raro pasaba con la libor. Pero nadie con poder de decisión tomó cartas en el asunto. Y eso que la tasa es de aplicación para fijar el interés sobre un volumen de capital financiero calculado en 360 billones de dólares (el número 360 seguido de nueve ceros, algo fuera de toda dimensión humana).
Un empleado, incluso, llegó a reconocer en abril de 2008 a la Reserva Federal (FED) de Nueva York, que el Barclays manipulaba el tipo de referencia. Según un documento de la FED publicado en la web a instancias del representante republicano Randy Neuberger, el «arrepentido», dijo que el banco estaba informando de modo erróneo su tasa para evitar el estigma asociado con distanciarse en sus informes en relación con otros bancos. Una rueda en la que si los demás iban para un lado, lo conveniente era seguir el rumbo. Según esos documentos ahora públicos, el testigo dijo que otros bancos también «dibujaban» la Libor, y agregó que no podía afirmar que al menos Barclays lo hiciera para incrementar sus beneficios.
Como sea, a fines de junio, y tras admitir la existencia de esos informes adulterados, el banco aceptó pagar una multa a los institutos de control de Nueva York y Londres que en total suma algo más de 450 millones de dólares.
Pero el tramo más sustancioso del asunto se ventila en las audiencias públicas que se llevan a cabo ante una comisión multipartidaria en el Parlamento británico. Luego de dar sus explicaciones del caso, a principios de julio renunciaron el presidente de Barclays, Marcus Agius, y el jefe de operaciones financieras, Jerry Del Missier. Las explicaciones de Diamond –que también terminó dejando el cargo– fueron poco menos que grotescas, y las hizo públicas al difundir un memo dirigido a Del Missier de octubre de 2008, poco después de la caída de Lehman que, según dijo, fue mal interpretado.
«Luego de nuestra última conversación, el señor Paul Tucker (gobernador adjunto del Banco de Inglaterra) reiteró que ha recibido llamadas de altos mandos de Whitehall (por la calle de Westminster donde se encuentran los ministerios) que cuestionan por qué Barclays tiene que estar siempre en la parte alta de los precios del Libor», escribió Diamond.
Según su insólita versión de los hechos, la frase fue mal interpretada por sus súbditos, que la tomaron como una orden que venía de muy arriba y que nadie tenía potestad de cambiar. Diamond juró que no se había enterado de que sus palabras habían sido entendidas como un llamado a reducir artificialmente el índice Libor. Pero eso fue lo que hicieron.
El memo para los medios británicos no tuvo desperdicio porque daba tela para vincular con el escándalo a funcionarios del banco central y a miembros del Gobierno, tanto de la gestión laborista como la actual coalición conservadora-demoliberal. Por eso temen por su futuro político, ahora que la crisis financiera y la secuela de recortes presupuestarios van limando la popularidad de la administración Cameron, tanto como la del líder laborista, Ed Miliband, y el portavoz económico, Ed Balls, que tuvieron parte de la responsabilidad en la desregulación financiera como funcionarios en el gabinete de Brown.


Revista Acción
Agosto 1 de 2012

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