"América del Sur se encuentra necesaria e inexorablemente en el centro de
la política externa brasileña. Y el centro de esa política externa está
en el Mercosur. A su vez, el núcleo de esa política brasileña en el
Mercosur debe ser Argentina. La integración debe ser el objetivo más
claro, constante y vigoroso de las estrategias políticas y económicas
tanto de Brasil como de la Argentina.” El autor de esta frase es uno de
los diplomáticos e intelectuales más importantes no sólo de Brasil sino
de toda Latinoamérica. Al mismo tiempo es seguramente quien más sabe y
más participó en ese proceso de integración, una tarea hecha fuera de la
exposición pública, por lo que pocas veces lo alcanzaron los fogonazos
de los flashes. Ese hombre, Samuel Pinheiro Guimarães, ocupaba el cargo
de Alto Representante del Mercosur desde principios de 2011 y fue el
arquitecto de la unidad regional desde hace más de 20 años. Y el jueves
se fue dando un portazo de la cumbre de Mendoza tras presentar su
renuncia en la que desliza la falta de apoyo a su gestión de los
distintos gobiernos.
Pinheiro Guimarães, en efecto, fue el principal gestor del acuerdo que
en 1985 firmaron los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, conocido
como Declaración de Foz de Iguazú, que diera luego origen al Mercosur.
Ese convenio, alcanzado cuando la Argentina y Brasil estaban saliendo de
las dictaduras más tenebrosas en su historia, fue al decir de los
especialistas que conocen de la cuestión, un intento de integración
mucho más profundo que el que se terminó plasmando en el Tratado de
Asunción de 1991. Principalmente porque las asimetrías entre los dos
colosos sudamericanos no eran tan grandes como luego del paso del
neoliberalismo por estas costas, y por lo tanto la unidad no podía dejar
tantos jirones por arreglar. “Los dos tenían industria de aviación y
aeroespacial y avanzaban paralelamente en tecnologías más
desarrolladas”, señalan.
Pero la realidad manda y finalmente el Mercosur nació en tiempos de
Fernando Collor de Melo, expulsado del gobierno por corrupto luego de un
juicio político, y Carlos Menem, por entonces adalid de las políticas
del FMI y el Consenso de Washington. Ese proceso noventista dejó como
saldo un mercado común algo escuálido para la integración entre los
pueblos sudamericanos, con insistentes reclamos de los centros de poder
de cada lado de las fronteras para sacar los pies del plato y ensayar
acuerdos comerciales bilaterales. El dato a tener en cuenta es que se
vivían los tiempos en que George W. Bush presionaba para la firma del
ALCA, los acuerdos que pretendían establecer un mercado común desde
Canadá hasta Tierra del Fuego.
Tras la llegada de Lula da Silva y Néstor Kirchner al poder, en 2003,
una nueva estrategia común se desplegó en el tablero regional. Y el
Mercosur, que había estado sirviendo para que el comercio se fuera
primarizando en beneficio de la industria paulista, volvió a beber de
sus orígenes y creció nuevamente la influencia en Itamaraty de ese
diplomático paulista cercano al PT que ahora está por cumplir 73 años.
Con Pinheiro Guimarães retornaron los proyectos de integración a todos
los niveles, desde el comercio más ínfimo, hasta la cooperación
industrial y militar y la participación en proyectos culturales comunes.
Los libros escritos por este profesor de la Universidad de Brasilia y
del Instituto Rio Branco, donde se forman las élites de la cancillería
brasileña, son toda una señal del cariz de su pensamiento y sus líneas
de acción: Quinientos años de periferia, Desafíos brasileños en la era
de los gigantes, Perspectivas Brasil y Argentina.
Profundo conocedor de la historia de los países de la región, es un
estudioso del pensamiento continental de Perón, a quien por otro lado le
reconoce el esfuerzo hecho desde 1945 para unir a la región. Pero el
proyecto ABC llegó a concretarse y tras el suicidio de Vargas en 1954
vendría el golpe de Estado de 1955 que corrió varios casilleros para
atrás la idea de una Patria Grande verdaderamente panamericana.
Otro teórico de la integración brasileño, Luiz Alberto Monis Bandeira,
resaltó el papel de Pinheiro Guimarães en los ’90 alertando sobre el
riesgo de profundizar las políticas neoliberales. “Con mucha lucidez y
claridad en su obra Quinientos años de periferia, Samuel Pinheiro
Guimarães acentúa que el Estado fue y continuará siendo el principal
actor en el escenario internacional, a pesar de los argumentos sobre su
gradual desaparición y sustitución por organizaciones no gubernamentales
y empresas para el académico de Itamaraty, no puede ser más clara.
“Brasil y la Argentina, los dos países más industrializados de la región
y los dos mayores mercados, son su fuerza motriz. Como en 1953 predijo
Juan D. Perón, que defendía la unión aduanera entre Argentina, Brasil y
Chile (ABC), indudable que realizada esta unión, caerán a su órbita los
demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación
de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en
manera alguna, separados o junto, sino en pequeñas unidades.”
El portazo de Pinheiro Guimarães es una alerta sobre la forma si se
quiere displicente con que los dos principales socios del Mercosur están
tratando la coyuntura, que en su intento de evitar que la crisis global
cruce las fronteras, descuida notorios y preocupantes desequilibrios
regionales. Diferencias que repercuten en el interior de los estados
menores, como Uruguay y Paraguay, para preocupación de los sectores más
decididamente integracionistas de cada lado. En el caso uruguayo, esos
desequilibrios son fuente constante de críticas al gobierno de José
Mujica, a quien “acusan” de ser pro argentino.
Inequidades similares conspiraron en Paraguay para que la derecha más
recalcitrante se calzara la vestimenta –falsa e hipócrita– del
paraguayismo para abortar el avance inevitable del proceso integrador.
En un país con una larga tradición de aislacionismo y desconfianza de
los vecinos que lo destruyeron entre 1865 y 1870, esa raíz puede servir
para clavar definitivamente una estaca en el corazón del Mercosur. Y ese
es entonces el principal riesgo de la hora.
En el relatorio que acompaña a la renuncia, el ex Alto Representante del
Mercosur lo dice con claridad. “El proceso de integración está sujeto a
desequilibrios y tensiones que resultan de los dislocamientos
económicos provocados por la eliminación de barreras comerciales y el
aumento de la competencia (… por lo tanto) es necesario el
reconocimiento enérgico de las asimetrías” para eliminar esas
diferencias en pos de un camino común destinado al beneficio de todos y
cada uno de los miembros de este selecto club.
Pinheiro Guimarães lo había escrito ya en el año 2008 en uno de sus
textos académicos: “Es necesario e indispensable que todos los
organismos de la estructura burocrática de los estados brasileño y
argentino comprendan el desafío que enfrentan en este inicio del siglo
XXI, que comprendan la visión estratégica de los presidentes Néstor
Kirchner y Luiz Inacio Lula da Silva y contribuyan, así, a realizar la
faceta gloriosa de la profecía de Juan Domingo Perón: El siglo XXI nos
encontrará unidos o dominados.”
Tiempo Argentino
Junio 30 de 2012
sábado
El monstruo sigue allí
En una de las canciones más hermosas de John
Lennon, dedicada a su hijo Sean, que por entonces no tenía más de cuatro
años, el ex Beatle grabó uno de sus versos más famosos, que podría
traducirse más o menos libremente como “la vida es eso que ocurre
mientras estamos ocupados en otros asuntos”.
Por estos días, mientras en Brasil el gobierno estaba enfrascado en los tramos finales de la cumbre Río+20, luego del encuentro del G-20 en la baja California, la presidenta Cristina Fernández tuvo que viajar de urgencia a Buenos Aires por un conflicto inusitado con el gremio de los camioneros. Fue ese momento el elegido por la ultramontana derecha paraguaya para intentar la estocada final contra Fernando Lugo y fundamentalmente contra la Unasur y ya que están, el Mercosur.
En setiembre de 2008, la no menos retrógrada derecha boliviana provocó la Masacre de Pando, organizada por la dirigencia de la medialuna rica de Oriente, que dejó un saldo de 18 campesinos muertos y otros 30 desaparecidos en el intento más profundo por abortar el proceso político iniciado por Evo Morales un par de años antes, y que generó los cambios más profundos en la sociedad del Altiplano quizás desde la destrucción del imperio incaico.
Basta ir a los archivos periodísticos para constatar que días antes la misma dirigencia boliviana había cortado el suministro de gas hacia San Pablo y el gobierno del brasileño Lula da Silva trataba de calmar a la “opinión pública” ante una situación complicada con un vecino ideológicamente cercano. Cristina Kirchner, todavía debilitada luego del ensayo destituyente de la Mesa de Enlace, acordaba con el mandatario brasileño Lula de Silva nuevos términos de intercambio comercial entre ambas naciones en monedas locales, sin pasar por el dólar. Hacía poco que George W. Bush había lanzado el primer rescate a los bancos estadounidenses, trastabillantes por la explosión de la burbuja inmobiliaria, y se veía hacia dónde marchaba la economía mundial.
Algo más acá en el tiempo, el mismo día que el kirchnerismo sufría la derrota más dramática en las legislativas de 2009, el 28 de junio, la derecha hondureña sacaba del gobierno a Manuel Zelaya en un golpe palaciego que mucho se parece al que colorados y liberales armaron contra Lugo.
En plena campaña para las presidenciales brasileñas, que terminaron colocando en el poder a Dilma Rousseff en remplazo de Lula, un grupo de policías amotinados pretendió sacar del poder al ecuatoriano Rafael Correa, en 30 de setiembre de 2010. Fue la última intervención de Néstor Kirchner como secretario de la Unasur, el organismo que tuvo su bautismo de fuego al frenar el golpe contra Morales y evitar una guerra entre Venezuela y Colombia.
Ahora también, mientras en la Argentina dirigentes gremiales y políticos están ocupados en otras cuestiones, y algunos sectores policiales de Bolivia –que también saben aprovechar el momento– salieron a crear caos en Bolivia con la quema de expedientes de Inteligencia, la recalcitrante derecha paraguaya busca otro zarpazo a la democracia. Podría argumentarse que nada tienen que ver los reclamos sindicales vernáculos con lo que ocurre del otro lado del río Pilcomayo. Pero quien piense así debería revisar mejor la historia de estas tierras ahora en peligro.
Esta derecha paraguaya es hija de la dirigencia que quedó a cargo del país luego de la guerra de la Triple Infamia, como la llamaron los historiadores revisionistas. Fue la dirigencia que se hizo cargo de la legalidad que permitió devastar el país que durante décadas había construido primero Gaspar de Francia y luego los López. Un país donde no habían hambre y la tierra era de propiedad estatal. Por eso a los triunfadores de aquel genocidio les resultó tan fácil repartirse los despojos de la nación. Es que a pesar de la frase sarmientina de que la victoria no da derechos, entre propios y foráneos condenaron a los nativos a la miseria permanente y a un eterno peregrinar en tierra ajena.
Luego vendrían los tiempos en que una inmensa minoría acordaba con el poderoso de turno las condiciones para sumarse al proceso capitalista a beneficio propio. Los poderosos fueron alternativamente británicos, brasileños, argentinos y más luego, estadounidenses. En este contexto, el dictador Alfredo Stroessner es una anécdota dolorosa, pero anécdota al fin. Sin embargo, él hizo los últimos repartos de tierras entre sus amigos y los cercanos a un gobierno que garantizaba anticomunismo en tiempos de la Guerra Fría hasta que se convirtió en estorbo y fue sacado del poder.
El Mercosur es una iniciativa que nació en Asunción entre la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, los involucrados en aquella trágica contienda iniciada en 1865. Una de las primeras cláusulas, más allá de las estrictamente comerciales, fue el Compromiso con la democracia del Protocolo de Montevideo, llamado de Ushuaia, que en su momento firmaron el argentino Carlos Menem, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el paraguayo Juan Carlos Wasmosy y el uruguayo Julio María Sanguinetti. Ninguno de ellos puede ser considerado de izquierda, precisamente.
A fines del año pasado se firmó un documento adicional a ese Protocolo, que se llamó, como suele suceder, Ushuaia II. A las cláusulas de defensa de la democracia que podrían considerarse meramente declarativas en el anterior, se le agregó la posibilidad de intervención de los gobiernos del Mercosur para la defensa, la aplicación de sanciones en caso de interrupción del orden constitucional y el restablecimiento de la democracia en un país afectado por una tentativa destituyente.
El Senado paraguayo, que impide desde hace años la posibilidad de que Venezuela ingrese al Mercosur, fustigó a Lugo por la firma de ese documento al que considera violatorio de la soberanía. Un argumento aislacionista fuera de tiempo que no soporta ningún análisis entre miembros de un conjunto de naciones que buscan integrarse, como lo vienen demostrando desde hace dos décadas.
Más allá del caso puntual que terminó de inclinar la balanza contra Lugo –la trampa represiva que dejó un tendal de 17 muertos en un campo entregado vilmente a un empresario y dirigente colorado en tiempos de Stroessner– el asunto más importante en contra del obispo devenido en presidente progresista es la firma de ese tratado de defensa de la democracia. Y los que aprobaron el juicio sumario en su contra –apurados, cosa de resolver el entredicho antes de que los demás países reaccionen– lo dicen sin empacho. Se erigen en defensores de la nación, pero no aplican el mismo rasero para aceptar el ingreso de tropas o de bases militares estadounidenses. Con lo que demuestran que sólo pretenden mantener privilegios que ninguna sociedad democrática puede admitir y que aún tímidamente, Lugo amenaza.
“Cierra tus ojos/ no tengas miedo/ el monstruo se fue/ y tu papá está aquí”, procura tranquilizar Lennon al niño que tuvo con Yoko Ono. Pocos meses después de haber lanzado el disco Double Fantasy, con el tema “Beatiful Boy”, el músico era asesinado en la entrada del edificio Dakota, de Nueva York. No tuvo tiempo de ver crecer a Sean, como esperaba en otro de sus versos.
Anoche, miles de campesinos que querían llegar a Asunción para manifestar su apoyo a Lugo quedaron varados porque las empresas de transporte hicieron un cese de actividades, cosa de evitar un 17 de octubre a la paraguaya.
En Paraguay se juega el destino de estos proyectos progresistas que desde hace una década ensayan los países latinoamericanos. El golpe de la dirigencia más retrógrada no es sólo contra el pueblo guaraní. Es un golpe al corazón de la integración regional que busca demostrar que el monstruo sigue allí.
Tiempo Argentino
Junio 23 de 2012
Por estos días, mientras en Brasil el gobierno estaba enfrascado en los tramos finales de la cumbre Río+20, luego del encuentro del G-20 en la baja California, la presidenta Cristina Fernández tuvo que viajar de urgencia a Buenos Aires por un conflicto inusitado con el gremio de los camioneros. Fue ese momento el elegido por la ultramontana derecha paraguaya para intentar la estocada final contra Fernando Lugo y fundamentalmente contra la Unasur y ya que están, el Mercosur.
En setiembre de 2008, la no menos retrógrada derecha boliviana provocó la Masacre de Pando, organizada por la dirigencia de la medialuna rica de Oriente, que dejó un saldo de 18 campesinos muertos y otros 30 desaparecidos en el intento más profundo por abortar el proceso político iniciado por Evo Morales un par de años antes, y que generó los cambios más profundos en la sociedad del Altiplano quizás desde la destrucción del imperio incaico.
Basta ir a los archivos periodísticos para constatar que días antes la misma dirigencia boliviana había cortado el suministro de gas hacia San Pablo y el gobierno del brasileño Lula da Silva trataba de calmar a la “opinión pública” ante una situación complicada con un vecino ideológicamente cercano. Cristina Kirchner, todavía debilitada luego del ensayo destituyente de la Mesa de Enlace, acordaba con el mandatario brasileño Lula de Silva nuevos términos de intercambio comercial entre ambas naciones en monedas locales, sin pasar por el dólar. Hacía poco que George W. Bush había lanzado el primer rescate a los bancos estadounidenses, trastabillantes por la explosión de la burbuja inmobiliaria, y se veía hacia dónde marchaba la economía mundial.
Algo más acá en el tiempo, el mismo día que el kirchnerismo sufría la derrota más dramática en las legislativas de 2009, el 28 de junio, la derecha hondureña sacaba del gobierno a Manuel Zelaya en un golpe palaciego que mucho se parece al que colorados y liberales armaron contra Lugo.
En plena campaña para las presidenciales brasileñas, que terminaron colocando en el poder a Dilma Rousseff en remplazo de Lula, un grupo de policías amotinados pretendió sacar del poder al ecuatoriano Rafael Correa, en 30 de setiembre de 2010. Fue la última intervención de Néstor Kirchner como secretario de la Unasur, el organismo que tuvo su bautismo de fuego al frenar el golpe contra Morales y evitar una guerra entre Venezuela y Colombia.
Ahora también, mientras en la Argentina dirigentes gremiales y políticos están ocupados en otras cuestiones, y algunos sectores policiales de Bolivia –que también saben aprovechar el momento– salieron a crear caos en Bolivia con la quema de expedientes de Inteligencia, la recalcitrante derecha paraguaya busca otro zarpazo a la democracia. Podría argumentarse que nada tienen que ver los reclamos sindicales vernáculos con lo que ocurre del otro lado del río Pilcomayo. Pero quien piense así debería revisar mejor la historia de estas tierras ahora en peligro.
Esta derecha paraguaya es hija de la dirigencia que quedó a cargo del país luego de la guerra de la Triple Infamia, como la llamaron los historiadores revisionistas. Fue la dirigencia que se hizo cargo de la legalidad que permitió devastar el país que durante décadas había construido primero Gaspar de Francia y luego los López. Un país donde no habían hambre y la tierra era de propiedad estatal. Por eso a los triunfadores de aquel genocidio les resultó tan fácil repartirse los despojos de la nación. Es que a pesar de la frase sarmientina de que la victoria no da derechos, entre propios y foráneos condenaron a los nativos a la miseria permanente y a un eterno peregrinar en tierra ajena.
Luego vendrían los tiempos en que una inmensa minoría acordaba con el poderoso de turno las condiciones para sumarse al proceso capitalista a beneficio propio. Los poderosos fueron alternativamente británicos, brasileños, argentinos y más luego, estadounidenses. En este contexto, el dictador Alfredo Stroessner es una anécdota dolorosa, pero anécdota al fin. Sin embargo, él hizo los últimos repartos de tierras entre sus amigos y los cercanos a un gobierno que garantizaba anticomunismo en tiempos de la Guerra Fría hasta que se convirtió en estorbo y fue sacado del poder.
El Mercosur es una iniciativa que nació en Asunción entre la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, los involucrados en aquella trágica contienda iniciada en 1865. Una de las primeras cláusulas, más allá de las estrictamente comerciales, fue el Compromiso con la democracia del Protocolo de Montevideo, llamado de Ushuaia, que en su momento firmaron el argentino Carlos Menem, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el paraguayo Juan Carlos Wasmosy y el uruguayo Julio María Sanguinetti. Ninguno de ellos puede ser considerado de izquierda, precisamente.
A fines del año pasado se firmó un documento adicional a ese Protocolo, que se llamó, como suele suceder, Ushuaia II. A las cláusulas de defensa de la democracia que podrían considerarse meramente declarativas en el anterior, se le agregó la posibilidad de intervención de los gobiernos del Mercosur para la defensa, la aplicación de sanciones en caso de interrupción del orden constitucional y el restablecimiento de la democracia en un país afectado por una tentativa destituyente.
El Senado paraguayo, que impide desde hace años la posibilidad de que Venezuela ingrese al Mercosur, fustigó a Lugo por la firma de ese documento al que considera violatorio de la soberanía. Un argumento aislacionista fuera de tiempo que no soporta ningún análisis entre miembros de un conjunto de naciones que buscan integrarse, como lo vienen demostrando desde hace dos décadas.
Más allá del caso puntual que terminó de inclinar la balanza contra Lugo –la trampa represiva que dejó un tendal de 17 muertos en un campo entregado vilmente a un empresario y dirigente colorado en tiempos de Stroessner– el asunto más importante en contra del obispo devenido en presidente progresista es la firma de ese tratado de defensa de la democracia. Y los que aprobaron el juicio sumario en su contra –apurados, cosa de resolver el entredicho antes de que los demás países reaccionen– lo dicen sin empacho. Se erigen en defensores de la nación, pero no aplican el mismo rasero para aceptar el ingreso de tropas o de bases militares estadounidenses. Con lo que demuestran que sólo pretenden mantener privilegios que ninguna sociedad democrática puede admitir y que aún tímidamente, Lugo amenaza.
“Cierra tus ojos/ no tengas miedo/ el monstruo se fue/ y tu papá está aquí”, procura tranquilizar Lennon al niño que tuvo con Yoko Ono. Pocos meses después de haber lanzado el disco Double Fantasy, con el tema “Beatiful Boy”, el músico era asesinado en la entrada del edificio Dakota, de Nueva York. No tuvo tiempo de ver crecer a Sean, como esperaba en otro de sus versos.
Anoche, miles de campesinos que querían llegar a Asunción para manifestar su apoyo a Lugo quedaron varados porque las empresas de transporte hicieron un cese de actividades, cosa de evitar un 17 de octubre a la paraguaya.
En Paraguay se juega el destino de estos proyectos progresistas que desde hace una década ensayan los países latinoamericanos. El golpe de la dirigencia más retrógrada no es sólo contra el pueblo guaraní. Es un golpe al corazón de la integración regional que busca demostrar que el monstruo sigue allí.
Tiempo Argentino
Junio 23 de 2012
Tres comicios clave
En pocas horas las urnas van a confirmar el veredicto sobre varios
destinos, todos ellos de influencia planetaria. Como para demostrar que
la globalización es ineludible. En Europa, como hace poco más de un mes,
griegos y franceses tienen en sus manos la posibilidad de cambiar el
rumbo de austeridad forzada por un esquema neoliberal que la dirigencia
continental se resiste a modificar a pesar de los resultados sobre la
población. El riesgo para el establishment es que los comicios
determinen el embate final sobre el euro.
En Egipto, la población va al cuarto oscuro con la certeza de que los militares hicieron todo para forzar la voluntad popular ante un resultado que podría no favorecer los intereses de una casta que desde hace décadas cauterizó toda posibilidad democrática en una región clave para el mundo árabe y el Medio Oriente. Pero las primeras presidenciales en la historia del Egipto moderno son también la expresión más palpable del rumbo en el que culminó la primavera árabe en ese país: de una sociedad que buscaba consolidar la democracia a un régimen –apoyado por Estados Unidos– que intenta perpetuarse por todos los medios, con el riesgo de que de ese modo no haga otra cosa que fortalecer a una oposición que por ahora no tiene otra alternativa que la asociación islámica Los Hermanos Musulmanes, con su variante más o menos moderada que encarna Mohamed Mursi.
De todos los escenarios, tal vez el más calmo, sea el de los franceses, que pueden refrendar un fuerte poder legislativo para que el flamante presidente socialista François Hollande pueda poner en marcha sus promesas electorales sin las trabas que obviamente le presentaría una mayoría derechista. Es bueno recordar que el primer mandatario socialista de la V República, François Mitterrand, no tuvo esa ventaja durante sus 14 años de gobierno, y en una parte sustancial de su gestión, incluso, debió dirigir el país en cohabitación con el conservador Jacques Chirac.
Ahora, el UMP, de Nicolás Sarkozy, apunta a convencer a los sectores más conservadores del electorado de que el mejor negocio sería no dejarle la mayoría al PS. Con el viejo argumento de que no es bueno que un partido gobierne sin control parlamentario de la oposición. Y a los grupos más extremistas, asociados al Frente Nacional de los Le Pen, les pide que no dividan el voto para no entronizar a la izquierda, palabra fatal en esos ambientes.
El tema será ver si convencen a ciudadanos que no pasaron por los centros electorales en la primera ronda de las legislativas y si eso podrá inclinar de alguna manera la balanza. Normalmente los franceses dicen presente en las generales y son más esquivos en las parlamentarias o regionales. Para elegir a Hollande, la asistencia estuvo en torno del 80%, pero el domingo pasado hubo 10 millones de votantes que prefirieron un domingo en familia. Habrá que ver qué hacen hoy y sobre todo cómo lo hacen.
Las mayores presiones, sin embargo, se depositan en las espaldas de los griegos, acusados en todos los rincones de los medios europeos de ser la oveja negra del continente y de poner en riesgo a todo el andamiaje armado en torno de la moneda común desde 1999.
Por supuesto que la chicana es una excusa, pero le viene bien al gobierno español para descargar parte de sus propias culpas en el desbarajuste sobre el euro. El vendaval de críticas –Christine Lagarde, la directora gerente del FMI, los acusa de vagos y poco dispuestos en su conjunto a pagar impuestos– también les sirve a los alemanes para justificar la dureza con que exigen recortes y ajustes permanentes con la esperanza de que sus bancos recuperen parte del dinero que se esfumó en turbias cuentas de la península helénica.
Para el partido izquierdista Syriza, un serio aspirante a quedarse con la mayoría, las increíbles presiones de esta semana, tanto en los mercados como en los medios de toda Europa, no son más que una obscena extorsión sobre los ciudadanos para que apoyen a los partidos del ajuste y no a Alexis Tsipras, quien promete renegociar los términos leoninos de los acuerdos con la troika del Banco Central Europeo, el FMI y la Comisión Europea. Los voceros del partido, por ejemplo, recordaron que parte del dinero que aparece en las cuentas griegas se diluyó en negociados, que otra parte fue para la compra de armamento que producen precisamente los países que figuran como acreedores y que otra porción sustancial son groseros dibujos financieros.
Es decir, que se proponen investigar el origen de la deuda para pagar sólo la que fuera legítima. Tsipras, además, negó que entre sus planes estuviera la idea de salirse del euro y suele tener bien presente en sus discursos la forma en que los gobiernos de América Latina se pararon frente a la voracidad de las entidades crediticias. Lo que recuerda bastante a la posición que en su momento encarnó el ecuatoriano Rafael Correa, quien llegó al gobierno con un plan de sacar a su país del dólar pero luego terminó reconociendo que las dificultades para escapar del cepo monetario serían peores. Tsipras se permitió bromear con que si alguien debiera salirse del euro tendría que ser Alemania, a quien acusa de haber digitado un orden monetario perjudicial para países como Grecia y sus compañeros del PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España).
Más allá de estas cuestiones, lo que en realidad se dirime en estos tres comicios clave es el alcance de la democracia en tiempos de la globalización cuando los intereses a favor de un resultado no aparecen como demasiado inclinados a aceptar la voluntad popular y utilizan los medios a su alcance para torcerla.
Tiempo Argentino
Junio 16 de 2012
En Egipto, la población va al cuarto oscuro con la certeza de que los militares hicieron todo para forzar la voluntad popular ante un resultado que podría no favorecer los intereses de una casta que desde hace décadas cauterizó toda posibilidad democrática en una región clave para el mundo árabe y el Medio Oriente. Pero las primeras presidenciales en la historia del Egipto moderno son también la expresión más palpable del rumbo en el que culminó la primavera árabe en ese país: de una sociedad que buscaba consolidar la democracia a un régimen –apoyado por Estados Unidos– que intenta perpetuarse por todos los medios, con el riesgo de que de ese modo no haga otra cosa que fortalecer a una oposición que por ahora no tiene otra alternativa que la asociación islámica Los Hermanos Musulmanes, con su variante más o menos moderada que encarna Mohamed Mursi.
De todos los escenarios, tal vez el más calmo, sea el de los franceses, que pueden refrendar un fuerte poder legislativo para que el flamante presidente socialista François Hollande pueda poner en marcha sus promesas electorales sin las trabas que obviamente le presentaría una mayoría derechista. Es bueno recordar que el primer mandatario socialista de la V República, François Mitterrand, no tuvo esa ventaja durante sus 14 años de gobierno, y en una parte sustancial de su gestión, incluso, debió dirigir el país en cohabitación con el conservador Jacques Chirac.
Ahora, el UMP, de Nicolás Sarkozy, apunta a convencer a los sectores más conservadores del electorado de que el mejor negocio sería no dejarle la mayoría al PS. Con el viejo argumento de que no es bueno que un partido gobierne sin control parlamentario de la oposición. Y a los grupos más extremistas, asociados al Frente Nacional de los Le Pen, les pide que no dividan el voto para no entronizar a la izquierda, palabra fatal en esos ambientes.
El tema será ver si convencen a ciudadanos que no pasaron por los centros electorales en la primera ronda de las legislativas y si eso podrá inclinar de alguna manera la balanza. Normalmente los franceses dicen presente en las generales y son más esquivos en las parlamentarias o regionales. Para elegir a Hollande, la asistencia estuvo en torno del 80%, pero el domingo pasado hubo 10 millones de votantes que prefirieron un domingo en familia. Habrá que ver qué hacen hoy y sobre todo cómo lo hacen.
Las mayores presiones, sin embargo, se depositan en las espaldas de los griegos, acusados en todos los rincones de los medios europeos de ser la oveja negra del continente y de poner en riesgo a todo el andamiaje armado en torno de la moneda común desde 1999.
Por supuesto que la chicana es una excusa, pero le viene bien al gobierno español para descargar parte de sus propias culpas en el desbarajuste sobre el euro. El vendaval de críticas –Christine Lagarde, la directora gerente del FMI, los acusa de vagos y poco dispuestos en su conjunto a pagar impuestos– también les sirve a los alemanes para justificar la dureza con que exigen recortes y ajustes permanentes con la esperanza de que sus bancos recuperen parte del dinero que se esfumó en turbias cuentas de la península helénica.
Para el partido izquierdista Syriza, un serio aspirante a quedarse con la mayoría, las increíbles presiones de esta semana, tanto en los mercados como en los medios de toda Europa, no son más que una obscena extorsión sobre los ciudadanos para que apoyen a los partidos del ajuste y no a Alexis Tsipras, quien promete renegociar los términos leoninos de los acuerdos con la troika del Banco Central Europeo, el FMI y la Comisión Europea. Los voceros del partido, por ejemplo, recordaron que parte del dinero que aparece en las cuentas griegas se diluyó en negociados, que otra parte fue para la compra de armamento que producen precisamente los países que figuran como acreedores y que otra porción sustancial son groseros dibujos financieros.
Es decir, que se proponen investigar el origen de la deuda para pagar sólo la que fuera legítima. Tsipras, además, negó que entre sus planes estuviera la idea de salirse del euro y suele tener bien presente en sus discursos la forma en que los gobiernos de América Latina se pararon frente a la voracidad de las entidades crediticias. Lo que recuerda bastante a la posición que en su momento encarnó el ecuatoriano Rafael Correa, quien llegó al gobierno con un plan de sacar a su país del dólar pero luego terminó reconociendo que las dificultades para escapar del cepo monetario serían peores. Tsipras se permitió bromear con que si alguien debiera salirse del euro tendría que ser Alemania, a quien acusa de haber digitado un orden monetario perjudicial para países como Grecia y sus compañeros del PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España).
Más allá de estas cuestiones, lo que en realidad se dirime en estos tres comicios clave es el alcance de la democracia en tiempos de la globalización cuando los intereses a favor de un resultado no aparecen como demasiado inclinados a aceptar la voluntad popular y utilizan los medios a su alcance para torcerla.
Tiempo Argentino
Junio 16 de 2012
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