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Felipe González, el lobista exquisito

El 10 de noviembre de 2007, en plena Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado en Santiago de Chile, el líder bolivariano Hugo Chávez increpó en forma persistente al presidente de gobierno español por la injerencia de un ex jefe de estado hispano en la situación interna de Venezuela.  La incomodidad del PSOE  José Luis Rodríguez Zapatero era evidente. ¿Cómo defender  al PP José María Aznar, que viajaba con frecuencia para asistir a encuentros en ONG de la derecha y en contra del gobierno chavista? La frutilla del postre fue el ya famoso "¿Por qué no te callas?" con que el rey Juan Carlos I intentó silenciar las denuncias del mandatario venezolano.
Pasaron casi ocho años. España ya no es la orgullosa nación que se pretendía faro para las naciones latinoamericanas, donde había desembarcado una década comprando a precio de ganga bancos, medios de comunicación y empresas proveedoras de servicios. La crisis que se desató en 2008 golpeo fuerte en España y paralelamente al abrupto crecimiento del desempleo se fue destapando una extendida trama de corrupción en la dirigencia política. Las denuncias también llegaron hasta el Palacio de la Zarzuela y Juan Carlos de Borbón eligió abdicar a favor de su hijo Felipe antes que seguir enfrentado el descrédito de la casa real.
El PP llegó con su receta de recortes al poder en 2012 y ambos partidos terminaron envueltos en las críticas más feroces de la sociedad. Hasta que un grupo de jóvenes irreverentes se calzó la protesta al hombro, elaboró el concepto de que todos forman parte de una casta y se convirtió en una amenaza para el bipartidismo que se enseñoreaba en la península desde la Constitución de 1978.
La crisis política hace temblar al PP, en el gobierno, pero también a la oposición socialista. Rápida de reflejos, la presidenta de la Junta de gobierno de Andalucía, un feudo del PSOE, adelantó elecciones. Enric Juliana, periodista de La Vanguardia, sostiene con bastante buen criterio que la jugada de Susana Díaz apuntaba a poner en un aprieto a Podemos, el partido de los irreverentes fundado por Pablo Iglesias y un grupo de intelectuales muy cercanos al populismo latinoamericano. Y fundamentalmente a no seguir perdiendo adeptos. Juliana ve detrás de esta movida a un gran titiritero, Felipe González Márquez. La estrategia funcionó bastante bien: el domingo pasado el PSOE mantuvo la misma cantidad de bancas que tenía, 47; el PP se desbarrancó y de 50 escaños le quedaron 33, al tiempo que Podemos sumó 15. Para un debut no está mal, pero la expectativa era mayor. El PSOE, a su vez, salvó los papeles, aunque en realidad perdió 118 mil votos en relación a 2012.
No espero nada Felipe González para anunciar un viaje a Venezuela donde asumiría la defensa de dos dirigentes opositores presos por conspirar contra el gobierno, Leopoldo López y Antonio Ledezma. Hombre de mirada gatuna como lo definen los analistas españoles, el ex jefe de Estado que más duró en su cargo desde la vuelta de la democracia a ese país apuntaba a sostener a sus amigos latinoamericanos. Pero en medio de una campaña mediática que hostiliza a Podemos con los peores brulotes –entre los cuales figura en primer término el de "chavistas" porque efectivamente colaboraron en trabajos con el gobierno bolivariano– Felipe no se iba a perder la ocasión de embestirla contra el presidente Nicolás Maduro para pegarle a Pablo Iglesias.
Alguna vez Felipe González Márquez fue Isidoro. Eran los últimos años del franquismo y el joven abogado laboralista sevillano utilizaba ese "nom de guerre" como clandestino en sus tiempos de militancia en el socialismo, un partido que todavía mantenía entre sus premisas el marxismo. A los 32 años, en Suresnes, Francia, los exiliados lo eligieron secretario general del PSOE. Dicen que con el apoyo explícito de sus aliados de la Internacional Socialista, el italiano Pietro Nenni, el sueco Olof Palme y el alemán Willy Brandt entre ellos. Un año más tarde, a la muerte del dictador, Isidoro pasó a ser Felipillo, el joven e impetuoso líder de la izquierda admitida por el régimen. El poder le llegaría recién en 1982. Ocupó el cargo hasta 1996.
Se fue envuelto en cuestionamientos por el combate a ETA con un grupo parapolicial llamado GAL, una rémora de la Triple A de Argentina. También por haber instaurado modalidades de contratación de trabajadores que fueron cada vez más a la baja.
Fuera del gobierno también lo esperaba una carrera brillante. Sería personaje habitual de consulta de gobiernos y empresas por sus relaciones con gobiernos de todo el mundo, especialmente de América Latina. Y sería sumado al Comité de Sabios de Europa, un grupo de celebridades que se supone que piensan el futuro del continente.
La palabra lobista, con que lo definió Maduro estos días, ya le cabía en la era del neoliberalismo, y en 2010 González fue designado oficialmente consejero de la empresa Gas Natural Fenosa, con intereses incluso en Argentina.
Cuando el modelo privatista entró en crisis, González también salió a defender al establishment. Así fue que viajó de urgencia a Buenos Aires a fines de diciembre de 2001. Quería convencer a Fernando de la Rúa de que no renunciara. Sabía que con el representante aliancista iba a caer la Convertibilidad y con ello las increíbles ganancias de las empresas españolas durante esos tiempos. Llegó tarde, cuando aterrizó De la Rúa ya se había tomado el helicóptero. Eso no impidió que intercediera ante sus sucesores, con menor suerte a medida que el kirchenirsmo se fue consolidando con otro proyecto. Para colmo, en el resto del continente surgieron gobiernos menos proclives a recibirlo.
A Felipe González, sin embargo, todavía le quedan amigos en la región. En diciembre pasado, Juan Manuel Santos le otorgó la nacionalidad colombiana. "Es un ser extraordinario", lo definió Santos. "He estado vinculado una parte de mi vida política muy importante a América Latina y dentro de ese vínculo ha tenido un lugar siempre especial Colombia", respondió el sevillano, tras calificarse de tan español como colombiano.
En la vida privada tampoco le fue mal. Separado de su primera esposa luego de 39 años de matrimonio, se volvió a casar con una mujer 17 años más joven, María del Mar García Vaquero. Con ella compraron un campo de 49 hectáreas en Extremadura donde construyó una mansión de 600 metros cuadrados. Un artículo de la revista Vanitatis asegura que el terreno donde se erigió la finca El Penitencial costó 425 mil euros. Para adquirirla, recuerda el magazine de chismes de ricos y famosos, vendió una casa en Tánger de 5000 metros cuadrados a orilla del mar que tenía con su ex esposa, Carmen Romero. La compradora es la familia real saudita. La ocupante, señala la publicación, es la "princesa Lalla Meryem, la hermana díscola del rey de Marruecos".
Tentado de hacer otra alianza continental, González quiere sumar a su cruzada en tierras de Bolívar a los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso, de Brasil, Luis María Sanguinetti, de Uruguay, y  Ricardo Lagos, de Chile. El canciller español, José García Margallo, le deseó suerte porque, declaró, "defender las libertades, los derechos humanos y el estado de derecho es una tarea muy digna".
Pero no sólo de lo que la dirigencia española –"la casta, diría Podemos– considera Derechos Humanos o democracia viene a hablar. También, según el corresponsal en Washington del diario El Mundo de España, va a dar lecciones de economía. Anota Pablo Pardo en el periódico madrileño que en una charla en el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS por sus siglas en inglés) Felipe González  Márquez estimó que el problema más grave que padece la Venezuela de estos días es económico. "Tienen que sentarse a hablar gobierno y oposición y después hablar con los sectores productivos y hacer un plan de ajuste porque, con el 15% de déficit de la Administración central –que no incluye los de las provincias–, es imposible que el país salga adelante, y menos aún con el petróleo a la mitad de lo que valía hace 4 meses."
Más claro…

Tiempo Argentino
Marzo 27 de 2015

Ilustró Sócrates

Los desafíos de Almagro y los nuevos vientos de la OEA

En medio de la escalada de Estados Unidos contra Venezuela, los países americanos le encargaron al ex canciller uruguayo Luis Almagro un desafío de proporciones titánicas: reanimar un cuerpo que agoniza lentamente como es la Organización de Estados Americanos (OEA). Un esfuerzo que a pesar de las mejores intenciones quizás resulte inútil.
Como se sabe, la OEA nació en 1948 en el marco de la Guerra Fría. Un año antes, en 1947, los países reunidos en Río de Janeiro habían aprobado la creación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Se trataba de un acuerdo de tipo militar defensivo destinado a impedir amenazas de países fuera del continente contra cualquier miembro de la organización. La OEA tenía como objetivo la defensa de la paz, la seguridad, los valores democráticos y los Derechos Humanos. En realidad siempre fue un foro donde Estados Unidos planteaba los niveles de debate continental y fijaba el rumbo de lo que significan cada uno de esos términos en cada situación concreta.
Los tratados de Yalta y Postdam, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, establecían un mundo de dos bloques, uno capitalista y el otro comunista. Con las diferencias dentro de cada uno de ellos que cualquier analista medianamente despierto podía avizorar.
No era esperable en esos primeros años que la Unión Soviética intentara "cruzar el charco" para una aventura bélica. Pero ambos tratados, más otros adicionales elaborados con el tiempo, sirvieron para acomodar los trastos en el "patio trasero" de la potencia imperial.
Pero los pueblos nunca aceptaron ese estado de cosas decidido por gobiernos que respondieron ante la presión de la Casa Blanca para ponerlos a todos en el mismo redil. Brasil en esos tiempos era un aliado firme de Estados Unidos. Había mandado tropas para combatir al nazismo y de hecho tradicionalmente abre la Asamblea General de Naciones Unidas cada año. La realidad exterior tal vez no daba para mucho más.
Sin embargo, Argentina y Brasil –con Juan Domingo Perón y Getulio Vargas– eran un problema para los estrategas de Washington a fines de los años 40. Luego surgiría otro díscolo, el guatemalteco Jacobo Arbenz, desalojado en forma humillante del poder en junio de 1954. Acusado de pro-comunista por sus políticas sociales progresistas, marcó una época para todas las luchas reivindicativas que vendrían posteriormente.
La crisis que llevó al suicidio de Vargas, en agosto de ese mismo año, fue otro duro golpe a mandatarios que intentaban un camino independiente de los dictados del norte. Otros terminaron expulsados abruptamente por sectores oligárquicos, con el brazo armado de las cúpulas militares impulsadas desde Estados Unidos a través de las embajadas y de la CIA.
En setiembre se cumplirán 60 años del derrocamiento de Perón, otro golpe artero contra la voluntad popular. Tampoco aquí la OEA actuó en defensa de los deseos de la mayoría ciudadana. El poder, como algún presidente estadounidense llegó a reconocer, era ocupado por "hijos de puta, sí, pero nuestros hijos de puta". Ante la vista gorda del organismo que debía defender la democracia y los derechos humanos. Y que argumentaba que cuando no eran filocomunistas, los derrocados eran filofascistas.
Cuba fue expulsada de la OEA en la reunión de Punta del Este de 1962. Según el dictamen que forzó Estados Unidos, porque el gobierno revolucionario se había declarado marxista leninista y eso contradecía los fundamentos de la organización. Puede decirse que el golpe contra Arturo Frondizi fue una consecuencia de esa decisión, ya que se había reunido en secreto con el Che Guevara. Dos años más tarde, otro gobierno acusado de pro-comunista, el de Joao Goulart, sería apartado violentamente del poder en Brasil.
La historia más reciente de la barbarie desatada en el cono sur en los '70 es otra muestra de lo que representaba la OEA. Que jamás expulsó de la organización a ninguno de los tiranos sanguinarios que ocuparon el poder en esos años oscuros.
Un hecho inesperado de uno de los hijos predilectos del Pentágono, el presidente de facto Leopoldo Galtieri, demostraría fehacientemente la otra cara de las estructuras panamericanas. Porque la respuesta bélica de Gran Bretaña a la recuperación de Malvinas, en 1982, era un caso testigo que ameritaba la intervención de la TIAR: un ataque de una potencia extracontinental contra un país miembro. No lo hizo y bueno es recordar que el TIAR comenzó a morir en ese instante. A manos de una de las dictaduras más feroces y amigas de Washington.
La OEA tuvo mejor suerte, porque entonces la Casa Blanca se dio cuenta de que resultaban más convenientes las salidas constitucionales. Tuteladas bajo legislaciones que dificultan y hasta impiden el ejercicio de la voluntad plena de la población, pero con participación ciudadana.
Hasta que en el siglo XXI, primero el venezolano Hugo Chávez y luego otro grupo de gobiernos en la misma sintonía se fueron convirtiendo en un "grano en el patio trasero". Un poco porque venía declinando el poderío estadounidense, y otro porque el neoliberalismo se mostró incapaz de dar respuesta a las demandas populares. Así crecieron la Unasur y la Celac como organizaciones que pudieron sustentar la democracia y los derechos humanos sin injerencia de Estados Unidos. Mejor dicho, porque Washington quedó puntualmente al margen.
Cierto que no se pudieron evitar los golpes en Honduras y en Paraguay, pero los golpistas se vieron obligados a negociar salidas democráticas. No pudieron perpetuarse. Algo por lo que la OEA no se caracterizó jamás.
Desde 2009 los países miembro decidieron la reincorporación de Cuba. El acercamiento entre el gobierno de Barack Obama y el de Raúl Castro, luego de un pedido de disculpas histórico del estadounidense por 53 años de una política errada, marcan una nueva etapa para esa entidad.
¿Volverá Cuba a la organización panamericana? Que representantes estadounidenses y cubanos se reúnan para restablecer relaciones diplomáticas es una buena señal. Pero todavía falta levantar el bloqueo económico y sacar a Cuba de la lista de naciones que apoyan al terrorismo. Dos cuestiones de gran relevancia a las que los cubanos no van a renunciar.
La cumbre americana de Panamá del 10 y 11 de abril próximo promete ser trascendente. Allí Obama se cruzará con Castro. Pero también con Maduro, presidente del país al que acaba de poner en la lista de amenazas para la seguridad de Estados Unidos.
Contar con un organismo que junte a todas las naciones del continente es un objetivo estratégico que se viene demorando desde los tiempos de Simón Bolívar. El tema es con quién y a qué precio. Unirse en condiciones de igualdad permitiría resolver cuestiones como las que Almagro señaló en sus propuestas "de campaña": actuación conjunta ante desastres naturales, interconectividad tecnológica e iniciativas regionales para el cambio climático. Pero si hay una nación –o dos, teniendo en cuenta la posición de Canadá– que se creen "más iguales" que el resto, no se percibe cuál sería el negocio.
Almagro lo sabe, por eso se cuida de pretender competir con la Celac o Unasur. En unos días se verá el talante de lo que está en juego en Panamá. El uruguayo asumirá en mayo; Insulza, que estuvo en el cargo los últimos diez años, no tiene mucho más para dar, desde que encabezó la debacle de la OEA. Es evidente que otros vientos soplaran en la institución.
¿Será mejor dinamitarla y armar otra OEA entre pares, que no tenga sede en Washington ni como objetivo una interpretación sesgada de los valores de la democracia? Son varios los gobiernos que proponen sacar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la capital estadounidense. El principal argumento es que Estados Unidos nunca refrendó el tratado. Para tener en cuenta.

Tiempo Argentino
Marzo 20 de 2014

Ilustró Sócrates